Me llamo Jorge y soy alcohólico (judío)
Hace algún tiempo apareció en el metro de Nueva York, un anuncio en cuatro vivos colores. Devolviendo la mirada del que lo miraba, había un “típico policía irlandés” a punto de comerse un sabroso bocadillo hecho con pan de centeno “Levi”. La inscripción decía: No tiene que ser judío para que le guste el pan “Levi”.
Según iban pasando innumerables paradas del tren y las herrumbosas ruedas dentadas de mi cerebro engranaban, la imagen de este policía irlandés (que ya se había convertido en mi mente en un policía irlandés católico, de nombre O’Toole, con acento muy pronunciado, con 14 hijos y una abuelita en Kilkenny), se había transformado.
Una noche, hablando con mi más íntimo amigo en A.A. (cuyo apellido es tan irlandés que sólo puedo proteger su anonimato omitiendo sus iniciales), después de haber asistido a una reunión de A.A. en donde los tres oradores, una mujer y dos hombres, sonaban como personajes en una producción del Teatro Abbey de Dublin de una obra de Lady Gregory, se me ocurrió una idea genial.
“A mi costa”, le dije a mi amigo, “voy a contratar a la misma empresa publicitaria que hizo el anuncio del policía irlandés, para que diseñe otro para distribuirlo a los grupos de A.A. del área. En él, aparecerá una foto mía en color; estaré obviamente borracho, bebiendo una botella de escocés. Debajo de la foto de mi rostro levantino (que una vez un amigo describió como “la cara de Abraham”), haré que escriban: “No tiene que ser irlandés para ser alcohólico”.
El mito de que hay pocos alcohólicos judíos es, según mi experiencia, una pura tontería. El estado en donde resido, tiene una población judía más grande que la de Israel, y el número de judíos que asisten a las reuniones de A.A. es el que se podría suponer. En muchos grupos de esta parte del país, llegan a constituir hasta el 50%. Los judíos abundan también en otros grupos; incluso se pueden encontrar algunos en reuniones en áreas donde viven pocos judíos.
Otro mito es el que los hebreos nunca han tenido una tradición del beber social y fuerte, y por ello, a los judíos les falta ese “algo” especial que convierte al bebedor fuerte en alcohólico. Tonterías. El judeoalemán, por ejemplo, tiene una palabra perfectamente adecuada para borracho —“shicker”— y si lo usas como nombre —un “shicker”— cualquier judío sabrá de lo que estás hablando.
Me parece —seriamente— que los alcohólicos judíos a menudo mostramos una tendencia a ser demasiados susceptibles sobre nuestro judaísmo. Por consecuencia, protegemos esta parte sensible, cubriéndola con una máscara de indiferencia — el famoso encogimiento de hombros semítico. Esta actitud puede cerrarle a muchos desdichados alcohólicos judíos el paso a la Comunidad, para su desgracia y nuestra pérdida.
Estoy pensando en este momento en una joven, profundamente afligida por el autotormento del beber progresivo. Hace casi dos años que mi esposa (que también es A.A.) y yo estamos tratando de llevarla al programa de A.A. Todas sus racionalizaciones se reducen a una frase: “Las muchachas judías decentes no son alcohólicas.”
Tal vez, Ester, muchas muchachas judías decentes no son alcohólicas. Como tampoco lo son “los muchachos judíos decentes”, “las muchachas luteranas decentes”, “las muchachas italianas decentes”, o simplemente “los muchachos y las muchachas decentes”.
No hay nada “decente” en un alcohólico que se encuentra en las angustias de esta enfermedad. En A.A. no nos preocupamos por lo decente que te consideras, ni porque seas judío, católico, protestante, o sin afiliación religiosa. Aunque es cierto que cerramos la mayoría de nuestras reuniones con el Padrenuestro, ni siquiera los ateos parecen tener ningún inconveniente en esta formalidad.
Generalmente, el orador dice: “Todos los que así lo quieran, únanse conmigo para rezar el Padrenuestro.”
Mientras bebía, no era judío, no era americano, no era un hombre. Era un borracho, sin amor, sin poder amar, sin respeto hacia nada ni nadie — y menos hacia mí mismo.
No, Ester, “no tienes que ser judía”. Pero quizá te pueda ayudar el serlo. Creo que a mí me ayudó a aceptar la realidad de que soy miembro de más de un solo grupo minoritario — y hoy en día sobrio, gracias al Dios de mis antepasados, y a la gente de todas clases que son Alcohólicos Anónimos.
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