Mi nombre es famoso y soy alcohólica (estrella de cine)
Al principio de mi carrera, trabajaba en cualquier trabajo para poder comer y pagar el alquiler, mientras aprendía a actuar. En aquel tiempo, la bebida no era muy importante. Luego, llegó una cierta película y todo cambió. Encontré un gran placer en que toda la gente famosa, de quien había oído y leído mucho, me trataban de tú y me invitaban a sus fiestas, a almorzar o cenar en restaurantes de primera clase, o a visitarles en Cannes o Venecia. Casi la primera cosa que me decían era: “¿Qué vas a tomar?”
A veces bebía demasiado, pero muchas otras personas también lo hacían. Por lo general, no bebía durante los rodajes, solamente en breves vacaciones o viajes entre películas. Pero, poco a poco, fui descubriendo que, al llegar a mi casa después de un día de duro trabajo, un poco de whisky y una píldora me ayudaban a dormir. Una mañana espantosa, insulté a gritos al maquillador por trabajar con tanta lentitud. Me miró severa e intensamente antes de decir: “Quizás yo esté envejeciendo, querida, pero ¿no podría ser que tus ojeras se estén haciendo más grandes?”
Esto fue como una sacudida para mí, pero después de pensarlo, decidí que necesitaba unas vacaciones. A partir de entonces, para cada crisis que se me presentaba, siempre tenía un fácil remedio —una nueva dieta, una píldora diferente, un nuevo hombre, más trabajo o una corta estancia en una granja de salud.
Una sacudida aún más fuerte fue un artículo que apareció en “Ecos de Sociedad”, y que empezaba: “¿Quién es la dama de Hollywood que está poniendo molestos a su director y a su productor con sus “nervios”, llegando tarde a la escena y olvidando su papel?” No se publicó el nombre, pero los detalles que seguían no dejaban duda de que se referían a mí. Me puse tan furiosa que agarré una borrachera colosal que me llevó por primera vez al hospital — todo fue culpa del periodista, por supuesto. Me inscribí con nombre falso. Pasados unos diez minutos, estaba gritando a una enfermera: “¿Sabes quién soy?” Y se lo dije.
En el hospital, todavía medicada hasta los ojos dos mujeres de A.A. vinieron a hablar conmigo. Supongo que mi reputación les impresionó casi tanto como a mí. Les escuché cordialmente, pero una vez fue suficiente. No quería más visitas de aquellas lindas muchachitas encargadas de hacer el bien.
Mi representante y mis amigos estaban de acuerdo. Mi caso era diferente, decían ellos, y siguieron protegiéndome de las consecuencias de mi propia conducta. Ahora me parece que hicieron que se prolongara mi enfermedad, pero no les echo la culpa. Hacían lo que les parecía mejor para mí, y lo que yo quería que hicieran.
Entonces me contrataron para hacer el papel principal en una obra de teatro. Logré mantenerme alejada de la bebida — pero no de las píldoras. Hicimos tres representaciones para la prensa. Al leer las críticas se podía ver que una noche había tomado estimulantes, otra noche sedantes, y la tercera una mezcla personal de alucinógenos. A partir de entonces, dejaron simplemente de proponerme trabajo. En el mundo del teatro y del cine, los productores y directores me consideraban un caso perdido.
Ante la insistencia de un amigo, consulté con una siquiatra (una mujer maravillosa quien, ahora sé, era muy distinguida en el campo del alcoholismo). Debajo de mi pretensión tenía miedo y quería ayuda. Hacía años, me había sometido al típico sicoanálisis estilo Hollywood, porque estaba de moda hacerlo, y muchos de nosotros creíamos que nos era de ayuda en nuestras carreras como actores. Pero el enfoque de la siquiatra neoyorquina era distinto. Estaba empezando a sentirme a gusto, y a tener confianza en ella cuando me dio un consejo que me cayó como una bomba. Quería que tomara Antabuse, que ingresara en A.A. y que comenzara con terapia de grupo. El Antabuse me alivió bastante, pero no me podía imaginar como miembro de A.A., ni de ningún otro grupo. ¿Qué diría la gente?
No obstante, me sentía aterrada; me parecía que se había acabado mi vida. Así que me sentaba triste en algunas reuniones de A.A., llevando una peluca y gafas de sol, y me iba furtivamente antes de que terminaran. En una sesión de terapia de grupo, expliqué que mi trabajo me requería almorzar en buenos restaurantes y tomar vino, y que a menudo tenía cenas importantes de negocios en mi “chateau” francés, conocido por su famosa bodega. En mis circunstancias especiales, dije, esta forma civilizada de beber era casi una necesidad de negocios
Un paciente me miró fijamente y dijo: “Estás diciendo tonterías.” Siguió un largo silencio. Aunque me costó un gran esfuerzo, seguí sonriendo. “Los pobres desgraciados de A.A. tienen por lo menos la suficiente sensatez como para reconocer que tienen un problema con la bebida, y para empezar a hacer algo al respecto. Estuviste hablando como si no te quedara ni ese mínimo de buen juicio, o de valor.”
Dejó que sus palabras hicieran efecto en mí y luego añadió amablemente, “No obstante, creo que sí te queda. ¿No quieres sentirte mejor,
más feliz?”
Eso me hizo sentar la cabeza. El tenía razón. Sin importar lo que pensara yo de la gente de A.A., ellos evidentemente sabían algo sobre cómo mantenerse sobrios que no sabía yo. Me acordé de un consejo que se le da a los actores: “Actúa como si...” e inmediatamente comencé a actuar como si quisiera aprender algo de todos los alcohólicos de A.A. Sería un nuevo papel para mí — ser el público en vez de la estrella.
A partir de entonces, creo que mi “como si” se ha convertido en una realidad. No tengo que “actuar” en A.A.; sé que soy sólo una mujer más que se recupera del alcoholismo. Sí, ha habido tiempos difíciles. A algunos miembros les lleva tiempo verme como una persona alcohólica, lo mismo que ellos. Al principio, la imagen de la estrella de cine que asocian con mi nombre (un accesorio que ya no necesito) les deslumbra; algunos me piden que les dé mi autógrafo. Por mi propia salud espiritual, he aprendido a no permitir que estas atenciones hagan agrandar mi ego (¡ya es demasiado grande!), ni que me molesten. Hago lo posible para ser cortés y hacer girar la conversación hacia temas de A.A.
Funciona maravillosamente, en todas partes del mundo. Cuando me ofrezco como voluntaria en una de nuestras oficinas centrales, funciona incluso con los nuevos que buscan ayuda. De vez en cuando uno de ellos me pregunta, “¿No es usted…?”
Les digo que sí, y que también soy una alcohólica que trabajo en mi recuperación de esta enfermedad.
Mi carrera ha florecido, con algunos lances imprevistos y algunos nuevos éxitos. Me siento más cómoda que nunca en las fiestas de Hollywood, o bebiendo mi gaseosa en un restaurante de París. A propósito, he notado que hay mucha gente que no toma bebidas alcohólicas — no toda la gente del mundo del espectáculo bebe, como antes creía.
Hace algunos días, vi en la televisión una película que hice en Europa durante uno de mis peores períodos como bebedora. Doblé la banda sonora en inglés un año después de lograr mi sobriedad en A.A. Verla me hizo reír, porque estaba viendo una actuación borracha, a tropezones, pero oyendo una actuación perfectamente sobria. Hago mi trabajo mucho mejor estando sobria.