HISTORIA
Padecemos una especie de
subdesarrollo emocional que nos
impulsa
a ciertas conductas
autodestructivas,
tanto en
nuestra
vida pública como en
la
privada.
Nos
urge encontrar un camino
que nos permita
hallar una
manera de ser
más sanos, y ese
camino está
íntimamente
relacionado con
el amor y la
espiritualidad.
El amor es el mejor símbolo de
salud del
hombre,
es todo lo
opuesto de la agresión,
del miedo y de
la paranoia,
que a su vez
representan
la patología
que nos desune.
Claudio Naranjo (Clan, 1984)
Cuando
pienso en la palabra encuentro en el sentido en que la cito en
todo este libro, la asocio a la idea del descubrimiento, la construcción y la
repetitiva revelación de un nosotros que trasciende la estructura del
yo. Esta creación del nosotros adiciona un sorprendente valor a la simple suma
aritmética del Tú y Yo.
Sin encuentro no hay salud. Sin existencia de
un Nosotros, nuestra vida está vacía aunque nuestra casa, nuestra baulera y
nuestra caja de seguridad estén llenas de costosísimos posesiones.
Y sin embargo, el bombardeo mediático nos
incentiva llenar nuestras casas, nuestras bauleras y nuestras cajas de
seguridad de estas cosas y nos sugiere que las otras son sentimentales y
anticuadas,
Los escépticos intelectuales, ocupantes del
lugar del supuesto saber, están siempre dispuestos a ridiculizar y menospreciar
a los que seguimos hablando desde el corazón, desde la panza, o desde el alma,
a aquellos que hablamos más de emociones que de pensamientos, mas de espiritualidad
que de gloria y más de felicidad que de éxito.
Si alguien habla del amor es un inmaduro, si
dice que es feliz es un ingenuo o un frívolo, si es generoso es sospechoso, si
es confiado es un tonto y si es optimista es un idiota. Y si acaso apareciera
como una mezcla de todo eso, entonces los falsos dueños del conocimiento,
asociados involuntarios del consumismo diletante, dirán que es un farsante, un improvisado y poco
serio mercachifle (un chanta, como se dice en la Argentina).
Muchos de estos jerarquizados pensadores
configuran a veces la peor de las aristocráticas y sofisticadas estirpes de
aquellos que se muestran demasiado “evolucionados” como para admitir su propia
confusión o infelicidad.
Otros están totalmente atrapados en su
identidad y no están dispuestos a salir de su aislamiento por temo a que se
descubra su falta de compromiso con el común de la gente.
A casi todos, seguramente, protegidos detrás de
las murallas de su vanidad, les resulta difícil aceptar que otros, desde
recorridos totalmente diferentes, propongan soluciones también diferentes.
Y sin embargo ya no se puede sostener el
desmerecimiento de los vínculos y de la vida emocional. Cada vez mas la ciencia
aporta datos sobre la importancia que tiene para la preservación y recuperación
de la salud el contacto y el fluir de nuestra vida afectiva y lo Necesaria que es la vivencia
vincular con los otros. Las
investigaciones y los escritos de Carl Rogers, Abraham Maslow, Margarte Mead,
Fritz Perls, David Viscott, Melanie Klein, Desmond Morris, y mas recientemente
Dethefsen-Dahkle, Buscaglia, Goleman, Watzlawck, Bradshaw, Dyer y Satir,
agregados a las impresionantes exploraciones y descubrimientos de Larry Dossey,
nos obligan a replantear nuestros primitivos esquemas racionales de causa y
efecto que la medicina y la psicología utilizaron tradicionalmente para
explicar la salud y la enfermedad.
Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor y
en nuestro interior, podremos percibir la ansiedad y la inquietud (cuando no el
miedo) que despierta un posible encuentro nuevo. ¿Por qué?. En parte, porque
todo encuentro evoca una cuota de ternura, de compasión, de ensamble, de mutua
influencia de trascendencia y, por ende, de responsabilidad y compromiso.
Pero también, y sobre todo, porque significa la
posibilidad de enfretarse con los más temidos de todos los fantasmas, quizás
los únicos que nos asustan todavía más que el de la soledad: el fantasma del
rechazo y el fantasma del abandono.
Por miedo o
por condicionamientos, lo cierto es que tenemos una creciente dificultad
para encontrarnos con conocidos y desconocidos.
El modelo de pareja o de familia perdurable es,
cada vez mas la excepción en lugar de la regla. Las amistades y matrimonios de
toda la vida han quedado por lo menos “pasados de moda”.
Los encuentros ocasionales sin involucración y
los intercambios sexuales
descomprometidos son aceptados sin sorpresa y hasta recomendados por
profesionales y legos como símbolo de una supuesta conducta más libre y evolucionada.
El individualismo es presentado como el enemigo
del pensamiento social, sobre todo por aquellos mezquinos que en el fondo desprecian las estructuras
sociales o se aferran a ellas con una especie de fundamentalismo solidario que
legisla lo que no sabe cómo enseñar.
Las estadísticas no son halagadoras. En nuestro país, en el
quinquenio 1993-1998 hubo tantos
divorcios como casamientos. Casi la mitad de los niños de las grandes ciudades
viven en hogares donde está ausente uno
de sus padres biológicos, cifra que seguramente irá en ascenso si, como se
prevé, dos de cada tres nuevos matrimonios terminará en divorcio.
Y las estadísticas de patología individual no
son menos inquietantes: aumentos de índices de depresión en jóvenes y ancianos,
crecimiento de las conductas de aislamiento, falta de oferta de grupos de
encuentro y menos programas de actividades posibles para personas solas cada
año.
Con ayuda o sin ella, las relaciones de pareja
son cada vez más conflictivas, las relaciones de padres e hijos cada vez mas
enfrentadas, las relaciones entre hermanos cada vez menos sólidas, y la
relación con nuestros colegas y compañeros de trabajo cada vez más competitiva.
Al decir de Allan Fromme, nuestras ciudades con sus altísimos edificios y su enorme
superpoblación son el mayor caldo de cultivo para el aislamiento. No hay lugar
más solitario que la ciudad de Nueva York un día de semana a la hora pico,
rodeado de veinte millones de personas que también están solas.
Nosotros somos los responsables de
resolver y cambiar esta situación para quienes nos siguen y para nosotros
mismos.
Pensar y repensar lo complejo de la relación
entre dos o más individuos lo complejo
de la relación entre dos o más individuos únicos, distintos y autodependientes
que deciden construir un vínculo trascendente es el desafío de este camino.
Quienes se animen a recorrerlo deberán estar
preparados para soportar las acusaciones
de aquellos que todavía no lo han recorrido y de los que nunca lo recorrerán,
quienes los tildarán, en el mejor de los casos, de soñadores y sentimentales.
Aprender a vivir en relación con otros es una
tarea difícil, se podría decir artesanal, que requiere de técnicas delicadas y
específicas que se deben adquirir y practicar antes de utilizarlas
adecuadamente, del mismo modo que un cirujano no puede operar después de haber
aprobado cirugía, un constructor requiere de entrenamiento antes de levantar un
gran edificio y un cheff debe practicar durante años para encontrar la mejor
forma de cocinar su plato preferido.
Y esto es, entre otras cosas, porque cada uno
de nosotros es un gran enigma y por ende nuestras relaciones son un misterio
gracioso o dramático, pero siempre impredecible.
Leo Buscaglia cuenta de un joven que, decidido
a aprender a relacionarse mejor con los jóvenes de su curso universitario, se
dirige a una librería y busca bibliografía que lo ayude. En un estante perdido en el fondo de la
librería encuentra un libro cuyo título lo atrapa, se llama Desde abrazar hasta amar. El joven
compra el grueso volumen y sólo al llegar a la casa se da cuenta de que ha
comprado el tomo 2 de una enciclopedia.
Alguna vez escribí que leer un libro era como
encontrase con una persona. Decía yo que había libros sorprendentes y libros
aburridos, libros para leer una sola vez y libros a los que uno siempre quisiera
volver, libros al fin, mas nutricios que otros. Hoy, veinte años después, digo
lo mismo desde otro lugar.
Encontrarse con otro es
como leer un libro.
Bueno, regular, malo, cada encuentro
con otro me nutre, me ayuda, me enseña. No es la maldad, la inadecuación ni la
incompetencia del prójimo lo que hace que una relación fracase.
El fracaso, si es que queremos llamarlo así, es
la expresión que usamos para decir que el vínculo ha dejado de ser nutritivo
para alguno de los dos. (No somos para todos todo el tiempo ni todos son para
nosotros todo el tiempo).
Cada uno de los encuentros en mi vida ha sido
como cada libro que leí: una lección de vida que me condujo a ser este que soy.
Como se sabe, filosofía significa ante
todo preguntas y, a veces algunas respuestas siempre provisorias, nunca
definitivas.
Los filósofos empezaron a pensar modernamente
sobre el sentido de la vida en sociedad alrededor del siglo XV, cuando la
verdad dejó de ser propiedad exclusiva del pensamiento escolástico y, por
tanto, de los hombres ligados a la iglesia. Cancelado el monopolio y aquietada
la persecución del pensamiento ilustrado, cada libre pensador empujó a otros a
acordar y a desacordar, a desarrollar o a confrontar las nuevas ideas sociales
y políticas. Así se fue configurando un entramado de diferentes posiciones
sobre el porqué y el para qué de la relación del hombre con el grupo social en el que se inserta.
La filosofía se vio forzada entonces a plantear
la discusión sobre la esencia del ser humano.
Durante los primeros doscientos años de
ilustración, los filósofos parecen acordar que la sociedad y la moral van en
contra de la naturaleza humana, porque dicha naturaleza es solitaria, egoísta y
anárquica.
Este punto es fundamental, porque a partir de
esa idea queda establecido “oficialmente” que si bien la moral está muy bien la
sociedad está muy bien y el control está muy bien... nada de eso es natural. Lo
natural, advierten la mayoría de los filósofos, es la lucha del individuo por
autoabastecerse, el intento de no depender de nadie. La naturaleza humana, se
sostiene, sólo se fija en lo que necesita, en lo que le importa, en lo que
mezquinamente desea. Todas las demás conductas, sobre todo las “sociales”, son
una creación del hombre civilizado y, por lo tanto, antinaturales.
A finales del siglo XVI, Montaigne (1533-1592)
ya sostenía que El hombre vive en
sociedad porque lo necesita y no porque le agrade hacerlo. Sostiene que si
dejáramos al hombre liberado a su propio deseo,
él preferiría estar solo, cuando el ser humano convive lo hace en un
intento de aunar fuerzas para enfrentar la búsqueda de su propio
bienestar. A cambio de recibir el apoyo,
la ayuda o la fuerza que le dan los otros, el hombre acepta pagar el precio de
renunciar a muchos de sus deseos personales. Montaigne propone: Desatemos los lazos que nos atan a los otros
y los que los atan a ellos a nosotros para que cada uno pueda vivir a su modo,
y conseguir entonces que su satisfacción dependa de el mismo.
La idea de la naturaleza independiente
dominó la historia de la filosofía moderna signando la búsqueda de la esencia
de cada uno: el ser independiente sin ataduras con nadie. Montaigne es el
primer filósofo que dice que la dependencia no sirve porque nos ubica en
lugares complicados respecto de los demás.
Si Montaigne ponía el acento en desatarnos, en
abolir la dependencia, Pascal aporta una mirada analítica: No importa si nos desatamos o
no, se trata de lo que hacemos sino de establecer el porque lo hacemos. Lo que
sucede es que no estamos satisfechos con la vida que llevamos, y entonces nos
juntamos para vivir un poco la vida de los otros. Queremos vivir en la
vida de los demás y por eso nos esforzamos en que los otros nos acepten.
Según Pascal (1623-1662), esta
dependencia es parte de nuestra miseria y deberíamos deshacernos de ella. El
cree que nos quedamos colgados de la vida de los demás justamente porque no
estamos llegando a ser lo que deberíamos ser.
La Bruyère (1645-1696), como vimos,
cree que el ser humano es ermitaño por naturaleza y que lo social y lo gregario
aparecen como creaciones humanas. Y sus ideas establecieron lo siguiente.
Al individuo no le gusta compartir la
presa que cazó, pero la comparte porque la sociabilidad se ha vuelto para él una
regla que acordamos por una u otra razón. La naturaleza humana no sólo es
egoísta, sino más aún insaciable y solitaria.
A partir de esta idea de la esencia
solitaria del ser humano, aceptada con mas o menos agrado en la época, aparecen
dos posturas filosóficas totalmente diferentes: una dice que hay que combatir
esa tendencia porque es perjudicial para la sociedad y otra opina que hay que glorificarla
y darte más fuerza. Para uno, lo ideal tiene que someterse a lo real, para los
otros, lo real debe someterse a lo ideal.
El
primer filósofo que dice que hay que combatir la naturaleza solitaria y bárbara del hombre se llamaba
Maquiavelo.
Para Maquiavelo (1469-1527), como se
sabe, la sociedad era importante como mecanismo de control para enfrentar los
intereses particulares y personales de la naturaleza humana. La vida sería
permanentemente una lucha a muerte donde cada uno trataría de matar al otro
para conseguir lo que quiere. Según él, la gran habilidad del ser humano
consiste en dominar los intereses personales para conseguir que la sociedad
lleve a la superación del individuo como un todo, porque si la sociedad no
cumpliera con esta pauta la vida sería una constate rivalidad
Esta idea, muy conocida, fue retomada
por Hobbes (1588-1679) en la famosa frase: “el hombre es el lobo del hombre”,
lo cual parece significar que, en tanto depredadores, ante una presa deseada,
dos hombres van a pelear a muerte por obtenerla si no son capaces de acordar
previamente algo que los condicione a no rivalizar.
Lo que Hobbes decía, y Maquiavelo o
Montaigne avalaban, es que nosotros somos esencialmente solitarios, y que la
dependencia con los otros surge desde nuestro propio concepto de preservación.
Los hombres nos juntamos con los otros porque de alguna manera nos conviene, y
si no nos conviniera nos mantendríamos mas independientes y aprenderíamos, como
dice Pascal, a ser felices solos, a bastarnos con nuestra propia vida.
Estamos en los siglos XV, XVI, épocas
de violentas turbulencias sociales y de cuestionamientos políticos al orden
vigente. Maquiavelo enseña que si el hombre no estuviera sujeto a reglas y
prohibiciones viviría en una guerra perpetua por el poder. Porque es justamente
el poder lo que daría la posibilidad de tener lo que el individuo desea
esencialmente.
La Rochefoucauld (1613-1680), por su
parte, cree que la vida en sociedad es absolutamente imprescindible para poder
sobrevivir, y si no existieran las reglas sociales, si se dejara al hombre
librado a su naturaleza, la idea de que el hombre es el lobo del hombre
(Hobbes) sería confirmada en los hechos permanentemente. Según La
Rochefoucauld, no podemos arriesgarnos a
dejar que esta naturaleza se manifieste sin censuras, por lo cual propone
combatirla moralmente, con educación, con pautas. La vida en sociedad, dice La
Rochefoucauld, restringe los apetitos inmoderados del hombre y le impone el
ideal social:
El yo quiere erigirse en el centro de todo, quiere dominarlo todo, por lo
tanto hay que tratar de combatir a ese dominador con reglas sociales que sean
suficientemente estrictas y rígidas como para frenarlo, porque de lo contrario
esta ambición desmedida de poder, esta sed de dominio, terminarían dominando la
historia.
En este punto del planteo aparece el pensamiento de un filósofo más conocido
por nosotros: Emanuel Kant (1724-1804). El dice: El ser humano vive en una
insociable sociedad, queriendo decir que la sociedad, lejos de ser una
cosa elegida por el ser humano, es una transacción, algo que concretamente hace para poder responder a
una necesidad. Según Kant y tal como decía La Bruyère, la naturaleza del ser
humano es la soledad, pero agrega que este ser socialmente inepto, egoísta y
solitario tiene tres necesidades básicas: sed
de poder, sed de bienes materiales, y sed de honores.
Kant abre el pensamiento a los que
siguen, comparte con Maquiavelo la idea de que el hombre necesita dominar, y
con Hobbes la idea de la necesidad de tener posesiones. Lo nuevo en el
pensamiento de Kant se vincula con la necesidad del hombre de ser honrado (en
el sentido de aplaudido, glorificado, admirado). Es posible que el hombre tenga
bienes sin necesidad de que existan los otros, pueden tener dominio sobre su
heredad, sobre la tierra y sobre los animales sin que existan los demás, pero
¿cómo podría tener honores en soledad?. Para tener quien lo honre, necesita de
otro.
Así, para Kant, creamos una sociedad para que nos dé el honor
que necesitamos porque solos no podemos conseguirlo.
De alguna manera con Kant, seguimos
manteniendo la idea principal: hay que
combatir la naturaleza solitaria del hombre porque de lo contrario la humanidad
no puede subsistir.
Como dije antes, hay pensadores que
lejos de combatir la naturaleza solitaria del hombre piensan que hay que hacer lo contrario: glorificarlo.
Desde Cicerón (106-43 a. C.9) (hay que dejarse fluir y ser... y dejar que el otro opine) hasta Diderot
(1713-1784) (el interés gobierna la
conducta pero hay que dejar que el ideal se someta a lo real), muchos filósofos
construyeron planteos provocativos para convencer a sus contemporáneos de dejar
que la naturaleza prive sobre el condicionante. Dentro de esa línea quiero
referirme sobre todo a dos pensadores muy conocidos e importantes aunque no
siempre, creo, bien entendidos: Sade y Nietzsche.
Sade (1740-1814), se preguntaba: ¿Por qué dejar que mis intereses personales
y mis propias inclinaciones estén liberados a lo que la sociedad me permite o
no me permite?. ¿Por qué no sentirme a mi mismo libre de salir a procurarme
aquello que me gusta?. ¿Por qué tengo que condicionar mi placer al permiso del
otro. ¿Quién es el otro para decirme que puedo tener o que no puedo tener?.
¿Por qué no ser realmente como digo que soy y juntarme solamente con aquellos
que comparten conmigo mi propia manera de encontrar las cosas que necesito,
para juntarnos a disfrutar de ellas sin depender de la aprobación de los
otros?.
Según Sade, si yo soy esencialmente
libre y esencialmente humano, no tengo que depender del permiso del otro. Soy
un adulto, y por lo tanto yo mismo soy el que tiene que decidir que está bien y
que está mal para mi y, a partir de ahí, salir a buscarlo.
Su planteo consiste en aceptar la naturaleza
independiente del ser humano en lugar de combatirla para que luego cada uno sea
el dueño de su propia vida.
Nietzsche (1844-1900) hablaba del
“superhombre” (si el hombre llegara a ser
lo mejor de si mismo, dejaría de depender de los otros). Sostenía que los
seres superiores son independientes de los demás para saciar la sed a la que
Kant hacía referencia. Para Nietzsche, los bienes los honores, y el poder no se
consiguen dependiendo de la mirada bondadosa del otro, ni con la más adecuada
inserción social, se consiguen simplemente peleando por conseguirlos y ganando
la pelea.
El pensamiento de Nietzsche está muy
relacionado con el planteo del anarquismo cuando dice: Mis semejantes son siempre mis rivales o mis colaboradores. Es
decir, yo tengo un interés, un deseo, una voluntad, y entonces me encuentro con
otro que, como tiene mi mismo deseo, tiene dos posibilidades, si hace alianza
conmigo, es un colaborador, si decide competir conmigo por la cosa es un rival,
si no lo puedo hacer un aliado se volverá un enemigo. De modo que, viviendo
entre colaboradores y rivales, o condiciono y manipulo el afuera para que se
transforme en un colaborador (Maquiavelo) o directamente rivalizo con el otro y
peleo por vencerlo.
Pero Nietzsche se pierde cuando descree de toda colaboración. El considera
que la pelea por las cosas es inevitable, y entonces concluye que el mundo es
de los fuertes, de aquellos que pelean y ganan la pelea. En relación a esto
establece una moral de amos y una moral de corderos. La moral del amo es
la de aquel que es fiel a su propia esencia, a su propio deseo. La moral de
corderos es la de aquellos que se sienten y se saben débiles y entonces se
juntan con otros confromándose con la mera supervivencia.
Para Nietzsche, los corderos
desarrollan sentimientos “inferiores” como la piedad, la conmiseración y el
miedo a estar un día en un lugar del que
padece. Para este filósofo, la caridad funciona desde esa moral de corderos. La
moral de superhombre, como el llama, será la de alguien que no dependerá de que
el otro apruebe o no apruebe, como decía Sade, sino que será leal a sus propios
principios mas allá de la aprobación o el permiso de los demás.
Cuando Nietzsche habla de la moral del
superhombre se refiere a dos cosas: una fundamental: reinar en soledad, y otra
alternativa: someter al que se oponga. Puesto en primera persona esto se enuncia así: yo soy solitario, sé lo que quiero, sé adónde
voy y no molesto a nadie, pero si te oponés, entonces te someto o te destruyo.
Según Nietzsche, la sociedad en la que
vive, a la cual llama sociedad burguesa,
se ha conformado con la moral de los corderos: proteger a los débiles,
encontrar la postura mas cómoda y unirse a los demás buscando fuerzas.
Queda claro que Nietzsche se opone a
lo que afirmaba Hobbes. Un hobbesiano que leyera a Zaratustra diría que si uno
dejara salir su esencia (el superhombre) se dedicaría a destruir a los demás.
Nietzsche dice:
Dejamos que el individuo solo encuentre su lugar y entonces la competencia
no surgirá, porque cada uno dejará de estar mirando lo que el otro hace y
dejará de querer lo que el otro tiene.
Mas allá de la discusión sobre si el
control de esta naturaleza solitaria es deseable o indeseable, lo que estos
pensadores trataban de demostrar es que, combatiéndola (pensando que el hombre
en absoluta libertad terminaría matando al otro) o glorificándola (enarbolando
la bandera de que en libertad el hombre viviría sin molestar a nadie), en ambos
casos, vivir en sociedad es una conducta aprendida y antinatural.
Desde este razonamiento aparentemente
inapelable sólo tengo dos alternativas:
1-
Acepto la tendencia
solitaria del ser humano a pesar de su insoportable vulnerabilidad, y por ende
acato la idea de que por conveniencia debo renunciar a mis necesidades egoístas
para poder convivir con los demás de quienes de alguna manera dependo.
2-
Sostengo que puedo
prescindir de juntarme con los demás y me alineo en la idea ser
autoabastesente, renunciando a la necesidad de quedar colgado de otro que se
haga cargo de mi. Concluiré creyendo que, dominando mis inseguridades, no
necesito para nada vivir en sociedad.
¿Habrá otra posibilidad?
A comienzos del siglo XVII aparece
Rousseau (1712-1778) para dar vuelta el
planteo y revolucionar las ideas que se
tenían hasta ese momento. Porque Rousseau es el primero de su época que dice:
es cierto que el ser humano se asocia con los otros para cazar, para ser más
fuerte, para tener un colaborador en un determinado fin, pero también es cierto
que a veces se asocia sin ninguna razón. Y entonces se pregunta: ¿qué otra
razón lleva al ser humano a asociarse con otros seres humanos?. Y sugiere que
dicha razón debe estar en su naturaleza.
A diferencia de los filósofos
anteriores, Rousseau concluye entonces que, lejos de ser solitaria, la
naturaleza del ser humano es gregaria, social. Para él, lo que antes era visto
como naturaleza solitaria y bárbara del hombre forma parte de su alejamiento de
la sociedad. Plantea esa manifestación como un resultado posterior en lugar de
una condición previa.
Por otro lado, Rousseau dice que el
individuo tiene dos amores: el amor propio y el propio amor. Llama amor propio a lo que nosotros llamaríamos hoy vanidad, y propio amor a lo que hoy llamaríamos
autoestima.
La vanidad me lleva a conseguir lo que
necesito por la utilización de los demás, a utilizar a los otros para
congraciarme. Así quiero los honores (Kant) para sentirme bien, y entonces
busco a los demás para que me honren. Pero también me relaciono con los demás
por la necesidad de ser considerado por
el otro y llenar así nuestra olla de autoestima.
Cuando Rousseau llega a esta idea, la
relaciona con la idea aristotélica de que el hombre que no reconoce que
necesita la vida en sociedad (o que no vive en sociedad) o es un dios o es una
bestia. Esta frase de Aristóteles (384-322 a. C.) ya la había tomado Nietzsche
afirmando: entonces seamos dioses, reconozcamos que no necesitamos de los
otros. Pero Rousseau afirma: no somos ni
bestias ni dioses, somos seres humanos,
y por lo tanto necesitamos esencialmente la consideración de los otros. Se
refiere entonces al mito de Aristófanes, de Platón (428-348 a. C.). la
característica que tiene este personaje es que se siente incompleto y busca
bienes, triunfos militares, parejas, tiene hijos y nunca se siente satisfecho,
hasta que un día se sienta en una mesa con alguien que le dice: “Eres
Aristófanes, yo te conozco”, y cuando el otro le dice esto, Aristófanes se
siente por fin completo.
Aristófanes representa aquí la
inconpletud que sólo se resuelve cuando alguien te describe. Rousseau opina que
el ser humano se junta con otros, no por utilidad, sino porque sin los otros se
siente mutilado. La gran diferencia con Kant y La Bruyère es que para Rousseau
la incompletud es parte de la naturaleza humana.
Rousseau es el primero que dice:
La naturaleza humana
consiste en sentirse incompleto en soledad.
Esto es lo opuesto de La Bruyère, quien decía: la
naturaleza humana es la soledad y la sociedad surge como una necesidad propia
de reconocimiento y valoración, de aplausos, de honores.
Dice Rousseau: El salvaje vive en si mismo, y cree que no necesita a nadie, el hombre
sociable vive en manada y obtiene de los demás protección y reconfirmación de
su existencia, aplauso o alabanza. El verdadero ser humano se relaciona porque
sólo así tiene sentido su vida.
Esta idea tiene tanta fuerza y es tan
revolucionaria en la historia de la filosofía, que empieza a modificar el
pensamiento político de su entorno.
Soy incompleto si no tengo al otro, no
tiene sentido mi vida si no tengo al otro, no puedo significar mi vida si estoy
solo, dice Rousseau.
Las ideas de Rousseau tienen dos
derivaciones importantísimas para la historia moral. Una es el pensamiento de
Adam Smith (1723-1790), un economista muy ligado a la evolución de la humanidad
y los procesos sociales. El empieza a traer la idea de la necesidad de
aprobación diciendo que no nos alcanza solamente con que el otro esté y nos
reconozca, necesitamos además que nos apruebe. A tal punto llega esta
concepción en su r afirmando que la búsqueda de la posesión de bienes no es por
la riqueza en si misma, sino porque uno sabe que con las posesiones se gana la
simpatía y la aprobación de los otros. En ve z de pensar en una sed esencial
del hombre, piensa que esto le permite
al hombre sentirse mas completo.
Adam Smith es el primero en decir
que la indiferencia del afuera es tan
terrible que puede llegar a matar. La frase: “lo mato con la indiferencia” está originada en su
pensamiento. La mirada del otro es para él una necesidad, no podemos sobrevivir
si no h ay por lo menos alguien que nos dé su aprobación, y los bienes materiales
son exactamente para esto. El sujeto, decía Smith, está incompleto y necesita
de los otros para forjarse su identidad.
Como única alternativa para resolver
esta dependencia sin colgarse de los demás, propone una posibilidad que estará
reservada sólo para algunos: Dios.
Si yo no quiero vivir dependiendo de que otro me califique, siempre me queda la
posibilidad de creer que Dios es el que me puede dar esta aprobación.
La fe aparece como un recurso que me
devuelve la independencia y la fortaleza sobre mi mismo, reconociendo mi
necesidad social pero otra vez volviendo a la primera idea de La Bruyère: la
soledad. Ahora puedo estar sin nadie, no me importa, El Jefe me va a dar su
aprobación y nunca me sentiré solo, inseguro ni incompleto.
La evolución posterior ha dado algunas
otras soluciones para este tema: la conciencia, el superyo. La idea moral y
ética de los principios no es ni mas ni menos que la introyección, la puesta
adentro, de la aprobación supuesta de los demás.
Yo me siento completo únicamente si
hago las cosas de acuerdo con mi conciencia, de lo contrario me siento mal,
insatisfecho.
El superyo, la moral, la ética, la
sociedad como una abstracción, en última instancia son la respuesta a la
necesidad de la búsqueda de simpatía y aprobación de los demás.
Georg Hegel (1770-1831), el último
pensador de la época, es tan importante y revolucionario que va a influenciar a
todos los que le siguen (Freud, Lacan, Adler, Perls, Pichón Riviera, etc.).
Hegel toma las ideas de Rousseau y las
desarrolla a niveles inconmensurables. Dicen los que han estudiado que el
pensamiento de Hegel era tan avanzado para su época que nadie lo entendía.
Pasaron muchos años antes de que la humanidad pudiera entender lo que Hegel
quería decir.
Todo lo que nosotros sabemos de este
pensador es lo que Kojeve escribió en el libro Interpretando a Hegel (muchos dicen que tampoco Kojeve era muy fiel
a lo que Hegel decía).
A la idea de Rousseau, Hegel le agregó
que la incompletud no se resuelve ni con el reconocimiento, ni con la aprobación
del otro. Hegel decía que lo que el individuo necesita, no como una cosa
aprendida, sino cono condición de su humanidad, es mucho mas: es la admiración de otro.
El individuo necesita que haya alguien
que lo valore, que lo reconozca, que lo aplauda, no alcanza con que el otro le
diga “Eres Aristófanes” (porque cuando Aristófanes recibe esta mirada, no es la
mirada de alguien que lo reconoce, es la mirada de alguien que le da el
reconocimiento que implica su admiración, dice Hegel).
Para él, la continua lucha del ser
humano es por conseguir que alguien lo valore, le dé un lugar de importancia.
Si no fuera así, se quedaría con esta sensación de incompletud, se sentiría
mutilado, no tendría la posibilidad de
sentirse satisfecho.
Hegel coincide con Rousseau en que la
esencia del ser humano es sociable. El dice: el ser humano solo y único en el mundo no sería un ser
humano, sino un animal.
Estamos en 1780 y, a partir de ahí, el
gran plateo hegeliano nos complica porque las cosas empiezan a mezclarse...
Así como en el pensamiento de
Nietzsche se basaron algunas ideas políticas, las nazis entre otras, en las
ideas de Hegel, su filosofía y el planteo del amo y el esclavo, se apoyaron
varias corrientes ideológicas, entre otras, el marxismo y la fundamentación del
materialismo dialéctico.
Hegel dice: siempre que hay dos
individuos, cada uno de ellos quiere la admiración del otro, y en esa
competencia, uno va a triunfar y el otro no. La historia de la humanidad es la
sociabilidad a partir del esquema donde
entre dos que se encuentran uno tiende a ser el amo y el otro tiende a ser el
esclavo.
No es una idea complicada, miremos la
historia de la humanidad y veremos que en realidad siempre hay dos bandos que
están peleando por ser el amo y dejar al otro en el lugar del esclavo. Y esto
no tiene que ver con conseguir el placer sádico de esclavizar al otro, sino con
lograr, dice Hegel, su admiración conseguir que me idolatre, que me ponga en un
lugar superior, el lugar de amo. Hace recordar un poco a Nietzsche, a la moral
del superhombre y el cordero, ¿verdad?.
Establecido el ganador, todo parece
resuelto, pero aquí aparece la paradoja: Recordemos que estamos partiendo de la
idea que la completud humana se consigue solamente cuando uno recibe la
admiración del otro, y por lo tanto, los que no la reciban quedarán incompletos
y perderán su condición mínima de dignidad humana.
En esta batalla entre futuros amos y
futuros esclavos, donde estamos compitiendo por ver quién es quién, supongamos
que sos el que gana. Vos sos el amo y por ende yo soy el esclavo y lo admito.
Ahora, sos un ser humano completo, has conseguido la admiración de alguien, la
mía. Yo soy el esclavo y he perdido, vos no
me admirás, todo lo contrario, me despreciás. Vas a decir. Yo gané, vos
sos el esclavo, vos no sos ni siquiera un ser humano vos no valés. Y cuando no
soy ni siquiera un ser humano completo y soy despreciable... mi admiración deja
de servirte. Entonces Hegel dice: el final del camino del amo es
irremediablemente el vacío existencial, porque cuando finalmente consigue la
admiración que necesita, ésta pierde sentido y la desprecia.
(Pequeña derivación cotidiana que veo
todos los días: “Quiero que me quieras, quiero que me quieras, quiero que me
quieras,.. Pero cuando consigo que me quieras, me doy cuenta de que sos un
tarado, quizás por querer a un tipo como yo y ahora te desprecio, y ahora no me
importa tu cariño”).
¿Qué hace entonces el amo?. Busca a
alguien más, porque la verdadera historia del amo es que siempre tiene que
buscar a alguien valioso que le dé la admiración que necesita.
Para Hegel, irremediablemente, los
amos están condenados a buscar un tercero, el mundo no se puede plantear de a
dos, el mundo se plantea de a tres. ¿Por qué?. Porque hace falta un testigo,
alguien que testifique que yo sometí al otro. Con lo cual ese tercero, que no
es mi sometido, me va a admirar por haber sometido a mi esclavo.
La trama vital por lo tanto requiere
de tres personajes: A que pelea con B y lo vence y C que es testigo de la batalla y concede a A
la admiración por ser el vencedor (sin el testigo del triunfo éste no tiene
mérito ni trascendencia). Los tres personajes, nos aclara Hegel, son igualmente
necesarios aunque sus roles distan mucho de ser rígidos o permanentes.
En efecto, una vez que A
vence a B, y B es descalificado como admirador, pasado el primer momento de
plenitud frente al aplauso de C, se
plantea lo irremediable: entre A y C
¿quién está por encima y quién por debajo?. Deberán competir entre sí, y cuando
esto suceda, no importa quién triunfe – y esto es lo más interesante -, el
vencedor necesitará que B, el antes
esclavo, sea testigo.
El ciclo se ha completado y vuelve a
comenzar infinitamente.
La paradójica lucha del amo y el
esclavo. La eterna lucha de quién está por debajo de quién y hasta cuándo.
Hegel dice que la historia de la
humanidad está cifrada por esta lucha, quién somete a quién en presencia de
quién.
Necesito que me den admiración pero en
esta búsqueda siempre voy a terminar compitiendo con alguien, en una lucha
dinámica donde el derrotado se transformará tarde o temprano en un personaje importante: el testigo de una nueva
situación.
Por supuesto que las ideas de Hegel
existían antes de Hegel, como las ideas de Nietzsche existían antes de
Nietzsche, y las ideas de Aristóteles antes de Aristóteles, porque las ideas no
son patrimonio de aquellos que las dijeron, pertenecen a la humanidad. Y esta
historia que la izquierda utilizó para explicar la lucha de clases es para
Hegel la historia de la humanidad.
Esta es, dice el filósofo, la
verdadera historia del hombre y la mujer frente al pecado original, es la
historia de Caín y Abel, es la historia de Zeus y Cronos, es la historia de
Castor y Polux, es la historia de todos los duelos míticos donde, en realidad,
nunca hay sólo dos, siempre hay tres: dos que pelean por la aprobación de un
tercero.
Esto es lo que Freud (1856-1939) vuelve a tomar cuando habla del
conflicto edípico. Un conflicto planteado entre tres: un hombre, una mujer y un
hijo. Una historia de rivalidades sobre quién es el amo, quién es el esclavo,
quién es el testigo, un juego de rivalidades que aparece como el mito de Tebas.
Para Freud, toda la historia de la
humanidad es una repetición del conflicto edípico. Leyendo a Freud uno podría
explicarse todos los fenómenos humanos, como podría explicarse toda la historia
desde Montaigne o desde Nietzsche. Quizás sea cierto que en cada pequeño
misterio que se resuelve, se resuelve el
misterio del universo, cada vez desde un lugar diferente, cada vez desde un
lugar nuevo, cada vez desde un lugar mejor.
Siempre asocio este planteo con una
antiquísima parábola que una vez me contó un talmudista:
Para el judaísmo , el lugar mas importante de la tierra era el altar del
gran templo de Jerusalén, el momento más importante del año era el día de Iom
Kipur cuando las puertas del arca se abrían para exponer la Torá ante el pueblo
de Israel, y la persona mas importante de todas era el Gran Rabino que oficiaba
el servicio ante toda esa concurrencia. En
ese instante la conjunción era única: la persona mas importante, en el
lugar mas importante, en el momento mas importante. La tradición judía señala
que si en ese preciso instante un mal pensamiento hubiera pasado por la cabeza
de ese hombre, el mundo entero habría sido destruido... Cuenta el Talmud que en
realidad cada hombre es tan importante como el Gran Rabino, cada lugar es tan
sagrado como aquel templo y cada momento tan trascendente como la apertura del
arca. Cualquier pensamiento dañino, en la mente de cualquier hombre, puede en cualquier
momento destruir al mundo.
Cuando uno lee el pensamiento de
Hegel, se dice: es cierto, la humanidad realmente se ha manejado así. Y sin
embargo lo que Hegel describe no es un modelo funcional de la sociedad, sino
una situación social específica, que es la situación de rivalidad, la situación
de la batalla, de la guerra. Debe existir otra posibilidad que la de
competir por el espacio de admiración..
Sobre finales del siglo XIX,
principios del siglo XX empiezan a revisarse estas ideas y se hacen críticas
importantes a Hegel y a sus seguidores.
Los post-freudianos critican el modelo
del conflicto edípico como explicación universal. Acusan al psicoanálisis de
volver demasiado a La Bruyère al sostener que el ser humano es esencialmente
solitario y que se conecta con los otros por un tema de necesidad (que define
sobre todo desde la teoría de lo sexual).
Freud se destaca por darle a la
sexualidad el lugar de pivote sobre el cual giran casi todas las cosas. Si bien
hay que aclarar que para Freud el significado de “sexual” difiere mucho del
concepto coloquial de la palabra. Para el gran maestro lo sexual refiere a la
libido, a la energía que ponemos al servicio de las cosas, es decir al interés
sobre hechos y personas. Lo sexual es mucho mas que genital y puede no tener
ninguna relación con el pene o la vagina.
La idea sería aproximadamente la
siguiente: Partiendo de la idea de La
Bruyère que sostenía que el hombre se asociaba para satisfacer un deseo que no
puede completar en soledad, el pensamiento psicoanalítico concluyó que si el
otro es un objeto de deseo para mi, esto me llevará a juntarme con el. Hasta el
concepto del instinto de muerte que liga al inconsciente con la búsqueda de la
autodestrucción suena ligado a la historia del aislamiento esencial al que
tendemos a volver (con la idea de la sociedad como algo antinatural metido a
presión en el ser humano).
Si bien Freud es muy posterior, de
alguna forma está retomando aquellas ideas de La Bruyère, de Montaigne y de
Hobbes, a quien sita. La naturaleza humana, como el inconsciente, es
esencialmente solitaria y egoísta y se rige por el principio del placer.
Así que el debate no termina en Hegel,
ni en Nietzsche, ni se termina en ninguno de estos pensadores. El debate sigue
y posiblemente seguirá. Porque es muy difícil decir: ahora que tenemos todo
sobre la mesa, éstos son de verdad los que dan origen a todas las ideas.
Porque cuando después aparecen Adler,
Fromm y otros criticando las ideas de Freud, lo hacen también apoyados en los
que criticaron en su tiempo a La Bruyère o a Maquiavelo.
¿Pensar al hombre como un ser
solitario por naturaleza (como decía Montaigne o como dice también el
psicoanálisis en un principio) o como un ser esencialmente gregario y de alguna
manera incompleto cuando está solo y que necesita de los demás para sentirse
completo (como sostenía Rousseau)?.
En este debate, los filósofos han
preferido predominantemente la idea del
ser humano como solitario. Sin embargo, hay un pensador ruso contemporáneo
llamado Todorov, un señor de rulitos que vive en Francia, que tiene un planteo
muy interesante sobre este asunto.
Todorov dice que la historia de la
filosofía ha tomado prioritariamente la
idea del individuo en soledad por tres razones.
La primera, porque el filósofo es un
individuo solitario y se toma a sí mismo como referencia.
La segunda, porque la pelea y la
rivalidad hegeliana ciertamente encaja mejor con el origen de la humanidad
ligado a los mitos (Caín y Abel, Cronos
y Zeus). Todorov dice que la historia de la humanidad siempre empieza con una
lucha porque los que la escribieron son hombres y no mujeres. Es decir, la
maternidad, que es el verdadero origen de la humanidad, está excluida de la
historia, y de estar incluida haría un origen no belicoso. Pero el hombre no
pare los hijos, el hombre no pelea, entonces la filosofía escrita por hombres
ha generado una historia de la humanidad originada en mitos de pelea y
rivalidad y no en mitos de parto y amores.
El tercer punto que me interesa de
Todorov es el siguiente: la soledad del hombre es como una postura amarillista,
simplificadora, porque es fácil pensar que primero fue la ameba y que los seres
multicelulares aparecieron después. Es decir, él cree que es una postura
facilista pensar primero el individuo solo y después la vida en sociedad, ¿por
qué no pensar que aparecieron simultáneamente? Todorov opina que la humanidad
le gusta autocriticarse, leer los crímenes, los asesinatos, la prensa amarilla.
Entonces es mucho mas atractivos
pensar que el ser humano es destructivo y cruel, que pensarlo necesitado de los
demás. Y yo modestamente coincido. Pensar que el ser humano necesita del otro
para que lo mire y lo quiera tiene mala prensa. Es mas popular decir que el
hombre es básicamente malo que decir que es esencialmente bueno.
Después de Freud, Adler retoma a Hegel
para cuestionar al maestro. Adler sostiene que la rivalidad del triángulo
edípico no comienza con la sensación de desvalorización del niño frente a su
madre, sino cuando aparece el padre. Es la aparición del tercero lo que trae la
rivalidad, porque hasta ese momento la relación entre la madre y el hijo es de
puro amor. En efecto, contrariando a Hegel, la relación entre madre e hijo es
un vínculo entre dos que no plantea la competencia por la admiración ni el
sometimiento del otro.
La discusión es terna, y se relaciona
con la otra idea arquetípica del psicoanálisis: el trauma del nacimiento. Para
Freud, nacer es abandonar un lugar maravilloso que es el útero materno, donde
somos acunados, alimentados y protegidos. Dicho así, suena muy terrible. Sin
embargo, esta conclusión es producto de una interpretación de Freud, pero no es
la única interpretación posible. Porque el útero materno es un lugar
maravilloso hasta el cuarto o quinto
mes, después empieza a ser tan incómodo que si el bebé no nace a los nueve
meses se muere por falta de oxígeno.
Yo creo que el bebé nace porque ya no
soporta mas, porque necesita liberarse de este lugar que en realidad está
asfixiándolo, apretándolo, en cuanto el
cuello del útero se dilata el bebé se toma un trabajo muy grande para nacer.
Nace para liberarse de una situación que alguna vez fue maravillosa y que hoy
es de terror, así que nacer es el alivio de una situación de cárcel donde si se
queda se muere.
En la vida hay situaciones muy
parecidas. Te sentís mal hasta que tocás fondo y entonces decidís hacer un
esfuerzo, un movimiento, buscando la salida. Quizás sea tan parecido, que a
veces no nos animamos a pensar que es lo mismo que nos pasó en la panza de
nuestra madre: que una vez fue maravilloso y que ahora es asfixiante, y nos
quedamos ahí porque una vez fue maravilloso.
Aprender que el parto es un hecho
liberador nos enseña a revisar si las situaciones actuales que vivimos no han
dejado de ser maravillosas, y por haber sido antes placenteras las seguimos
considerando así aunque hoy sean desastrosas.
De alguna forma, es tan difícil
cuestionar a Rousseau como no acordar con Hegel. En última instancia, cuando
pensamos y decimos, ponemos en palabras cosas contradictorias con lo que otros
piensan y dicen. Lo novedoso de nuestro tiempo es que, en el estado actual de
nuestro conocimiento, podemos admitir que planteos opuestos entre si pueden ser
ciertos aunque se contradigan. Quiero decir, toas las ideas coexisten y quizás
todas sean en parte verdaderas, aunque esto no debe evitar que tomemos una
posición personal en cada punto.
Personalmente, yo creo que Rousseau
tenía razón: si no existe otro en nuestra vida, aparece la sensación de
incompletud.
La definición de la identidad personal
pasa necesariamente por el hecho de que haya habido otro que diga: éste sos,
como en el caso de Aristófanes.
Un otro que simpatice conmigo, que me dé su
reconocimiento y que me haga saber de su aprobación.
Narciso era un joven muchacho, tan hermoso que hasta las deidades del
Olimpo celaban su belleza. Un día, mientras tomaba agua en un estanque, Cupido
fue mandado por los dioses para herirlo con una de sus flechas. Así fue como
Narciso se enamoró de su propia imagen, tanto, que ninguna otra persona volvió a parecerle atractiva, aunque todas seguían
enamorándose de el. Ese era el resultado deseado por los dioses, el sufrimiento
infinito de verse privado del placer de amar.
Eco, por su parte, también había sido
víctima de un conjuro, la esposa de Zeus le había quitado el don del
habla.
Afrodita, la diosa del amor y de la belleza, se había compadecido de Eco y
no pudiendo deshacer el hechizo anterior, lo atenúo permitiéndole hablar pero
sólo repetir lo que otros le dijeran.
Cuenta la leyenda que un día Narciso caminaba por la orilla de un río,
triste como siempre, sufriendo su pena, y desde detrás de un matorral Eco lo
espiaba. Como todos los que se cruzaban con Narciso, también Eco se
enamoró del joven pero no se animó a salir a su paso dado que nada podría
decirle salvo que él le hablara primero. Dolorida por su condena, Eco lloró.
- ¿Quién está allí? – preguntó Narciso al escuchar el llanto.
- ¿Quién está allí? – contestó Eco.
- Soy yo, Narciso. ¿Y tú quién eres?
- Soy yo – repitió Eco.
- Sal a la luz, quiero verte – dijo el joven.
- Quiero verte – dijo Eco.
- Ven aquí entonces – comandó Narciso.
- Ven aquí – repitió Eco -, ven aquí.
Narciso temió una nueva trampa de los dioses y no se atrevió a internarse
en la espesura.
- ¿Tu no entiendes que necesito amar a alguien? – preguntó Narciso.
- Tú no entiendes – contestó Eco llorando.
- Si no sales ya mismo... – exigió Narciso - ...vete y adiós.
- Adiós – repitió Eco -, adiós... adiós...
El bello joven se dio cuenta de que el amor por fin llegaba a su corazón. Quizás porque al no ver a su amada
no había tenido una imagen con quien compararla, quizás porque su voz solo le
devolvía sus propias palabras... lo cierto es que sin razones para el, Narciso
finalmente se había enamorado.
- Vuelve por favor – gritó -. Yo te amo.
Pero era tarde... la doncella ya no podía escucharlo.
Narciso se sentó junto al río y lloró.
Lloró como nunca había llorado, toda esa tarde y también toda esa noche.
Tanto lloró Narciso que por la mañana, al salir el sol, su cuerpo se había
secado y el joven amaneció transformado en una flor: el narciso, que desde
entonces crece en las orillas de los ríos reclinado sobre el agua como llorando
sobre su imagen reflejada.
Lo que Narciso recibía de Eco era el
reflejo de su propia palabra, pero como estaba enamorado de su imagen, no tenía
mas remedio que enamorarse de su propia palabra, que era lo único que Eco
podría decir.
En el mito, el espejo no es sólo de
imagen, también de palabra.
El mundo externo es una percepción,
una abstracción. Yo tengo un registro interno del afuera. Por eso tengo que
tratar de entender que el mundo del otro no es el mío, que no hay un mundo que
podamos compartir. Podemos hacer un espacio común y transitar por el. El mundo
externo es el estímulo y el mundo interno es la percepción, pero yo no tengo
trato con el mundo externo.
Por ejemplo, yo te veo, para mi, vos
sos como yo te veo. Ahora, ¿cómo sos vos?. Que sé yo, cómo podría saberlo. Lo único que yo sé de vos es
como yo te veo. Del mismo modo, lo que vos sabés de mi es lo que vos ves, no lo
que yo soy. Es decir, no hay un mundo
externo sobre el cual se pueda referenciar. La mirada de las cosas tiene una
cuota de relatividad tan grande que las cosas se interpretan dependiendo de
cómo se vean.
Un señor llamado Paul Watzlawick cuenta que en un laboratorio donde se
hacen experimentos con animales, un investigador está tratando de hacer un
reflejo condicionado con dos ratas en un laberinto. Entonces, cuando el señor
de guardapolvo blanco entra, una ratita le dice a la otra: “¿Ves a ese señor de
guardapolvo blanco?. Lo tengo totalmente amaestrado, cada vez que yo bajo esta
palanca, me da de comer”.
Dos maneras de ver el mismo proceso,
la situación es exactamente la misma.
Admitir que el único mundo es el
interno implica confiar en la esencia del ser humano. Para creer que el único
acceso al mundo es mi percepción, tengo que imaginar al hombre esencialmente
bueno, noble, generoso y solidario. Si yo pienso que el ser humano es dañino,
perverso, cruel y demás, tengo que restringirlo, no puedo dejarlo en libertad.
Afortunadamente, hay seres humanos de
estos dos tipos y, como soy un optimista sin remedio, creo que el mundo está
compuesto mas por gente esencialmente buena, noble, amorosa y solidaria, que
por gente destructiva, cruel y dañina. Será función de quienes nos creemos
estas cosas tratar de ver cómo educamos a todos aquellos que son así. En
principio, sabiendo que si le damos espacio y lugar al otro para que se
desarrolle naturalmente, lo que el otro desarrolla es lo mejor de él, no lo peor.
Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz, que le
iluminara el camino a seguir. Todas las noches, al acostarse le pedía a Dios
que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. Así
anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi místico
buscando recibir una señal divina.
Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído,
tumbado, herido, que tenía una pata medio rota. Se quedó mirándolo y de repente
vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado, estaba a punto de ver
cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de
un solo bocado. Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso y también de
que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente,
vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado, en lugar
de comérselo, el puma empezó a lamerle las heridas.
Después se fue y volvió con unas ramas humedecidas y se las acercó al
cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua, y después se fue y
trajo un poco de hierva húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera
comer. Increíble.
Al día siguiente. Cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo
aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las
heridas y darle de beber. El hombre se dijo: esta es la señal que yo estaba
buscando, es muy clara. “Dios se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo
único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las
cosas”. Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó
ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. Pasaron dos horas,
tres, seis, un día, dos días, tres días,... pero nadie le daba nada. Los que pasaban lo
miraban y el ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le
daban nada. Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y
el pobre hombre, que estaba ya muy angustiado, le dijo:
- Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las
cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto?. Yo soy un
hombre creyente...
Y le contó lo que había visto en el bosque...
El sabio lo escuchó y luego le dijo:
- Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente, Dios no
manda señales en vano, Dios te mandó esa señal para que aprendieras.
El hombre preguntó:
- ¿Por qué me abandonó?
Entonces el sabio le respondió:
- ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote
con el cervatillo?. Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar,
encontrar a alguien que no pueda valorarse por sus propios medios.
Casi todo puede ser visto, registrado
y analizado desde varios lugares. De echo la humanidad ha mirado al hombre y su
problemática poniendo el acento en diferentes aspectos de nuestras dificultades
a lo largo del último siglo.
Rollo May dice que el eje problemático
del hombre en nuestra sociedad occidental judeocristiana ha ido variando
aproximadamente cada veinte años y por ende la psicología ha ido cambiando cada
dos décadas el foco de interés de sus planteos teóricos. May sugiere, con gran
acierto, que este viraje se debe no sólo a los hechos históricos que modifican
hábitos y posibilidades, sino sobre todo justamente a que las escuelas sociales
y psicológicas se han ocupado de esos problemas tan adecuadamente, que de
alguna manera los han resuelto.
El mejor ejemplo es el de las dos
primeras décadas del siglo XX. La problemática del hombre giraba en ese momento
alrededor de los mecanismos de represión, sobre todo de la sexualidad y la
falta de conocimiento de si mismo por
parte del individuo. En ese contexto aparece Freud y con su genialidad diseña una estructura, un
modelo y una forma de análisis y tratamiento para esa problemática. Utilizando
el psicoanálisis como herramienta, él y sus seguidores realizan tan buen
trabajo que el eje fundamental del mundo interno del hombre varía de ahí en
adelante. Ese proceso se irá repitiendo y dando espacio a lugares hegemónicos de
diferentes escuelas sociales y psicoterapéuticas que intentarán y conseguirán
esclarecer y por eso modificar el mundo en el que se desarrollan.
Como un esquema referencial, sin
ningún rigor histórico, podríamos sobrevolar las preocupaciones que tuvo nuestra
sociedad durante el siglo XX (indico entre paréntesis algunas escuelas en boga
o personas que contribuyeron con modificaciones).
1900 -1920
|
Represión sexual – Autoconocimiento
(Freud, Psicoanálisis)
|
1920 -1940
|
Poder y Conducta eficaz
(Watson, Conductismo)
|
1940 -1960
|
Desarrollo Humano y Libertad
(Tercer movimiento, Frankl, Maslow, Perls, Fromm, Rogers,
Krishnamurti)
|
1960-1980
|
Competencia y Trabajo en Grupo
(Ellis, Berne, Cognitiva, Sistemática)
|
1980-2000
|
Control Personal y Espiritualidad
(PNL, transpersonal, Silvia, Weiss, Chopra, Watts)
|
¿Cuáles son los problemas que mas nos
inquietarán en los próximos veinte años?. Cada filósofo, cada pensador, cada
analista, cada terapeuta tendrá su opinión al respecto. Para mi, el eje de
nuestro desarrollo e inquietud pasará fundamentalmente por dos puntos: la
crisis de valores y el aislamiento del individuo.
Es del último punto mencionado de lo
que intenta ocuparse este libro.
Estas hojas de ruta conducen, o
intentan conducir, al antídoto del aislamiento: El encuentro.
¿Cuáles serán las escuelas de pensamiento y
quiénes serán los líderes del camino?. No lo sabemos. Pero me parece que valdrá
la pena prestar atención a quien yo considero uno de los diez maestros mas importantes e la actualidad: el
Dr. Humberto Maturana.