Me llamo Patricio
y soy alcohólico (homosexual)
Hace 17 años, un desconocido con barba que
estaba sentado a mi lado en un salón de uno de
los hoteles menos elegantes de nuestra ciudad,
se volvió de repente hacia mí y me preguntó si yo
tenía un problema con la bebida. “¿Qué le hace
pensar así?” le repliqué, sabiendo que en ese
momento estaba físicamente sobrio, aunque algo
tembloroso y sin una perfecta coordinación.
No me contestó. Simplemente metió la mano en su chaqueta, que había conocido mejores días, sacó un libro mugriento y sobado y dijo algo acerca de una reunión, a la que tal vez me gustaría asistir esa noche. Me dijo que allí encontraría a “gente agradable que le entenderá”. Hizo mención también de café y tarta gratis. Eso me decidió.
Hoy le doy gracias a Dios, a quien he dado el nombre de P.S. (Poder Superior), por aquella conversación. Aún sintiéndome frío y vacío, logré controlarme y llegar a la dirección que me había dado. Por supuesto, resultó ser una reunión de A.A. Allá, por primera vez en muchos años, establecí un verdadero contacto humano con el hombre que más tarde se convertiría en mi padrino.
Pocas semanas después, volví a beber y a sufrir durante otros siete años. Pero luego regresé (gracias otra vez al P.S.), y recientemente celebré el décimo aniversario de mi sobriedad en una de las reuniones regulares de nuestro grupo A.A. de homosexuales aquí en la ciudad donde vivo.
Mi alcoholismo se remonta muy atrás, así como mi homosexualidad. Uno de los primeros recuerdos de mi niñez es beberme tragos de la cerveza de mi padre adoptivo sin que él se diera cuenta y luego poner agua en la lata para que no lo notara. Más tarde, en los últimos años de mi adolescencia, empecé a frecuentar los bares de homosexuales. Ya desde el principio, y a pesar de odiar el sabor, me gustaba la agradable sensación que me infundía la bebida.
No obstante, al poco tiempo, empecé a tener problemas con la bebida. Empecé a utilizarla no sólo porque me hacía sentir bien, sino también como soporte. Bebía para armarme del suficiente valor como para hacer cosas peligrosas. No tenía la menor idea de lo que estaba haciendo en aquel entonces; ahora me doy cuenta de que, desde el comienzo, bebía de mala manera. Recuerdo, por ejemplo, un buen amigo que veía con repugnancia mi forma de beber cuando yo apenas había cumplido los veinte años. Yo consideraba sofisticado el beber y buscar aventuras en los bares, como los demás. Pero ahora soy consciente de que la bebida pronto empezó a dominarme y a convertirse en un fin por sí misma.
Antes de llegar a A.A., no tenía nada excepto la bebida y la sexualidad. Para ambos propósitos me aprovechaba de la gente, sin pensarlo. Nadie tenía cara. Nadie era real, y yo menos que nadie. Mi padrino fue la primera persona genuina que conocí en muchos años. Y me hacía sentirme real también. Atravesaba cualquier preocupación que yo tuviera por mi homosexualidad o por cualquier otra cosa. Sin sensiblería, tranquilamente aquella primera noche, me extendió la mano, de un ser humano a otro, y lo que me entregó fue la vida.
Hoy creo que nosotros los A.A. tenemos una relación familiar, un parentesco, unos con otros. Creo que toda la gente de A.A. —homo y heterosexuales— son mis hermanos y hermanas. Después de haber logrado nuestra sobriedad, se nos depara una oportunidad de formar nuevas y sanas relaciones, para compensar aquellas que en el pasado echamos a perder. Llegamos a conocer a nuestros compañeros, queriéndolos, compenetrándonos con ellos, sufriendo cuando ellos sufren e incluso peleando cariñosamente con ellos de vez en cuando. Es un compartimiento verdadero y sincero. Algo que, con toda seguridad, nunca conocí en mi casa.
Me alegra también sentir esta intimidad especial de A.A. con mucha gente heterosexual, como nunca me hubiera sido posible imaginar. De hecho, durante muchos años logré mantener mi sobriedad, y así seguir en mi empleo, asistiendo a las reuniones de grupos compuestos principalmente por miembros heterosexuales. Hoy conozco en A.A. a algunos “aficionados de cuero” que están sobrios, a travestidos que también lo están, y a representantes de todas las preferencias sexuales que existen. Sin embargo, aquí lo único importante es que todos somos seres humanos, alcohólicos, y miembros unidos en A.A .
Nunca he ocultado el hecho de que soy homosexual, dentro o fuera de A.A. Para mí, esta ha sido una decisión correcta. Pero yo sé que no habría tenido ninguna importancia si lo hubiera hecho. Lo que hacemos en privado, y cómo elegimos hablar de ello no tiene nada que ver con A.A. Nuestra Tercera Tradición dice: El único requisito para ser miembro de A.A. es querer dejar de beber. Y esto ha significado mi propia supervivencia, desde el primer día. Créanme: Si hubiera habido otros requisitos, no los habría podido cumplir.