viernes, 28 de junio de 2019

12 Pasos Para Dejar Atrás El Alcohol (Parte 2)

Algo no marcha bien cuando bebo
Primer Paso Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol; que nuestras vidas eran incontrolables

Evidentemente, nadie que esté en su juicio intentará resolver un problema a menos que crea que éste existe. Todo tratamiento efectivo del alcoholismo debe basarse en el reconocimiento del alcohólico de su propia enfermedad.
Este reconocimiento, de impotencia y de una vida descontrolada, es la piedra angular del Programa de los Doce Pasos. Sin ese reconocimiento el alcohólico comprobaría que es casi imposible utilizar los Pasos restantes con éxito.
¿Por qué?
Para comenzar, el alcohólico probablemente todavía bebe y nada, absolutamente nada, interfiere en la claridad de ideas, buen juicio y la acción eficaz de una manera tan poderosa como el ciclo de intoxicación y abandono.
De este modo hemos llegado a creer, junto a muchos alcohólicos en recuperación que conocemos, que toda la capacidad de un alcohólico para restablecer su cordura a través de los Doce Pasos depende del reconocimiento de la necesidad de una abstinencia total. Creemos que algunas medidas poco eficaces, como la sustitución de alcohol por tranquilizantes o la alternancia de pequeñas “recaídas” con períodos de abstinencia, son casi tan destructivas como la ebriedad permanente.
Sin abstinencia, el alcohólico puede sentirse un poco mejor pero en realidad no se siente “bien”.
Sólo se menciona el alcohol en el Primer Paso y su significado es claro: en él reside la idea fundamental para conseguir la abstinencia ininterrumpida.
Tal vez, más que en cualquier otro modelo de alcoholismo, el modelo de enfermedad crónica considera la abstinencia como un prerrequisito para la recuperación, ya que los procesos fisiológicos asociados a la enfermedad son en gran medida involuntarios. En pocas palabras, cuando el organismo del alcohólico entra en contacto con el alcohol o drogas similares, tiene lugar un proceso patológico que comienza a ejercer una reacción corporal.
Mediante el control de esta reacción, la enfermedad provoca en el alcohólico el deseo del alcohol y la recurrencia al mismo.
El alcoholismo dice al alcohólico cuándo, dónde, con qué frecuencia y cuánto debe beber. El alcoholismo hace del alcohol la única medicina eficiente contra el estrés y las tensiones del bebedor. El alcoholismo lleva al alcohólico a poner la bebida por encima de cualquier otro interés y hace que la víctima beba a pesar de los problemas que le causa la bebida.
La progresión de esta enfermedad, a la larga, deja al alcohólico indefenso bajo el poder del alcohol, haciendo que pierda todo control sobre su vida. Y es la capacidad para reconocer y admitir esta realidad la que motiva la recuperación.
He aquí como el alcoholismo produce este grado de impotencia y falta de control.

Síntomas de impotencia
Tolerancia
Los alcohólicos tienen fama de consumir alcohol en cantidades mayores que la normal sin que su sobriedad se altere de manera perceptible.
Esto es un síntoma de tolerancia alcohólica.
En nuestra sociedad la tolerancia se considera como una ventaja social antes que como un posible síntoma de alcoholismo. En efecto, es una ventaja para el bebedor ser capaz de consumir una considerable cantidad de alcohol en el transcurso de una noche sin dormirse, ofuscarse o ser desagradable con los demás.
Muchos ven esto como un indicio de una fuerza de voluntad superior o de firmeza de carácter y comprensiblemente nos preocuparemos más por una persona que se embriaga que por otra que permanece sobria.
Durante la mayor parte de la historia, la medicina dio por sentado que la legendaria gran tolerancia del alcohólico era invariablemente el resultado de beber en exceso. Pero para muchos alcohólicos, esta tolerancia aparece relativamente pronto en su formación como bebedores, y en realidad sirve para estimular el consumo de cantidades de alcohol cada vez más grandes.
Si la bebida no entorpece tus actividades, ¿por qué no beber más?
Esta tolerancia no deja ver al alcohólico, ni a aquellos que lo rodean, el aumento de la cantidad o la frecuencia con que bebe.
En realidad, la tolerancia alcohólica es, probablemente, una adaptación compleja del cerebro y el hígado al alcohol, y posiblemente esta adaptación comienza pronto en el proceso de la enfermedad.
Como otras facetas del alcoholismo, la tolerancia tiende a cambiar a medida que la enfermedad avanza. Después de años de “protección” contra los efectos sedantes y embriagadores del consumo excesivo de alcohol, la tolerancia puede abandonar al alcohólico, y éste descubre que ahora tiene ataques de embriaguez, perceptibles para todos los que lo rodean, incluso si bebe menos que hace unos pocos años.
Así como el alcohólico es impotente ante la tolerancia, también lo es para deshacerse de ella.

Dependencia física
El segundo indicio del avance del alcoholismo es la aparición de síntomas de dependencia física.
Como muchos aspectos de esta enfermedad, los síntomas de dependencia son ligeros al comienzo, y empeoran según avanza la enfermedad.
Los primeros indicios de dependencia física son insomnio, ansiedad, irritabilidad, y nauseas, especialmente después de las comidas. El alcohólico atribuye estos síntomas al estrés, las resacas, un resfriado, o a la gripe.
Más tarde, la ansiedad puede convertirse en ataques paralizantes de un miedo inespecífico que sólo un trago parece aliviar. Además el insomnio ocasional puede llegar a ser crónico y el alcohol es el único remedio efectivo.
Las náuseas pueden transformarse en vómitos diarios, a menudo con el estómago vacío. La irritabilidad se torna constante, y va acompañada por un temblor de manos que se podría identificar como un síntoma de alcoholismo.
El efecto virtual de la adicción física es el cambio del motivo que tiene el alcohólico para beber. El alcohol ya no es un pasatiempo o una droga para estimular la sociabilidad. Ahora se ha convertido en una medicina.
El alcohol funciona mejor, más rápido y más efectivamente que cualquier medicamento porque el organismo se ha adaptado a él.
Aunque algunas personas no lo sepan, el alcohol es tan efectivo precisamente porque estas personas se han convertido en alcohólicas.
Es fácil darse cuenta de cómo la dependencia dicta la cantidad de bebida y su frecuencia. El alcohólico bebe tanto como necesita para calmar su sistema nervioso perturbado por la abstinencia no sin antes contrapesar esta necesidad fisiológica con la compulsión por la bebida dentro de lo socialmente aceptable. Si beber en las horas de trabajo se traduce en la pérdida del mismo, usted probablemente se resistirá a beber en esas horas.
Pero cuando sale de su trabajo, una copa será su primera preocupación. Y a medida que la dependencia aumenta, la “bebida socialmente aceptable” llegará a ser irrelevante, y la necesidad fisiológica de alcohol, arrolladora.

Pérdida de control
Para muchos alcohólicos el síntoma final e incuestionable de impotencia es la pérdida de control.
Esta aparece generalmente en tres áreas principales: cantidad, tiempo y lugar, y duración del descontrol.
Supongamos que un alcohólico asiste a una fiesta con la intención de beber solamente algunas copas. En cambio, bebe hasta un punto que excede su tolerancia e intenta conquistar a la mujer de un amigo suyo.
En realidad, él no quería emborracharse, incluso habría preferido no haber tenido que pasar por ese mal trance, pero lo hizo. Esto es un síntoma de pérdida de control sobre la cantidad de bebida.
Supongamos, por otra parte, que como resultado del episodio relatado y otros semejantes, promete a su mujer que se abstendrá completamente de beber durante un mes. Pero descubre que la vida sin alcohol es tan desdichada que bebe a escondidas cada vez que puede, cuidando de que su mujer no lo descubra. Y entonces, para poder beber un sábado que pasa en casa con la familia, tiene que hacer varias excursiones al garaje para “verificar la batería del coche”, o pretextos similares. Mientras está allí bebe algunos tragos de su provisión secreta de coñac; o tal vez haya escondido una botella en el cuarto de baño para que lo ayude a sobrevivir a un plácido y tranquilo fin de semana
en casa con los niños.
Ese es un síntoma de pérdida de control sobre el tiempo y el lugar de la bebida: generalmente en nuestra sociedad no se confunde el depósito del retrete con el mueble bar.
Otro ejemplo: imaginemos una alcohólica que aguarda la vuelta de su marido de un viaje de negocios.
“Beberé unas copas el jueves, se dice. Cuando él llegue el viernes por la noche no habrá ninguna botella a la vista y jamás se dará cuenta.”
En cambio, él la encuentra dos días después, aturdida en el sofá de la sala y rodeada de botellas.
Ella no lo había planeado así.
Como el primer centenar de alcohólicos en AA eran bebedores empedernidos, muy avanzados en el desarrollo de su enfermedad, todos habían experimentado pruebas inequívocas de pérdida de control.
Tal vez por esta razón escogieron el término “impotente” para describir su relación con el alcohol.
Estamos convencidos de que los orígenes de esta impotencia se encuentran en la tolerancia física al alcohol que puede comenzar años antes que los síntomas evidentes de pérdida de control.

Los olvidos del alcohólico
Una cosa es ser violento, hacer tonterías o algo peligroso mientras se está borracho. Otra cosa es hacerlo y luego no recordarlo.
Es difícil creer que un bebedor que no recuerda lo que hizo o dijo mientras estaba borracho tenía un dominio completo de sus actos. Tal vez lo tenía o tal vez no.
A veces oímos decir a un alcohólico: “¿Y qué si se me fue el santo al cielo?, me comporté correctamente, ¿no?”.
Lo que equivale a decir: “¿Y qué si me puse delante de un autobús? Él me esquivó, ¿no?”
Hay millones de historias de amnesia de AA, pero una de nuestras favoritas es la de una mujer que, no habiendo bebido durante tres meses, decide asistir a un cóctel con su marido. Vestida elegantemente y llevando unas empanadillas calientes en una fuente cubierta, tomó un taxi para reunirse con su marido en la fiesta. En el camino decidió detenerse y tomar un par de copas en un bar.
Unas horas más tarde, se despertó de un profundo sueño en la sala de espera de un aeropuerto. Horrorizada, preguntó a un empleado dónde podía tomar un taxi, pensando en qué diría a su marido por no haber ido a la fiesta.
El empleado le contestó en un idioma desconocido para ella.
Había volado a París. Las empanadillas, nos contaba después, estaban frías.

Deterioro fisiológico
Si hay algo que atemoriza al alcohólico es la posibilidad de tener una enfermedad como la cirrosis hepática. Pero esta enfermedad refleja sólo una pequeña parte del deterioro fisiológico que acompaña al alcoholismo.
El alcoholismo es la causa, directa o indirectamente, de más ingresos hospitalarios que cualquier otro factor. Sin embargo esta implicación puede no ser evidente porque frecuentemente ingresan alcohólicos en el hospital con un diagnóstico que no es el de alcoholismo.
No nos engañemos: un número significativo de víctimas de ataques cardíacos son alcohólicos. También lo son muchos de los ingresados por úlceras, pancreatitis, gastritis, problemas pulmonares y un sin fin de enfermedades.
Muchos internos con lesiones cerebrales en unidades para patologías crónicas, que ni siquiera pueden recordar su nombre llegan a este estado a causa del alcoholismo.
Por más que una enfermedad física pueda atemorizar a un alcohólico, lo más probable es que sin un tratamiento específico para alcoholismo, éste siga bebiendo aunque tenga otra enfermedad.
¿Por qué? Porque ésa es la naturaleza del alcoholismo y es otro excelente ejemplo de hasta que punto un alcohólico llega a ser impotente ante el alcohol.

Cómo se pierde el control de la vida
La segunda parte del Primer Paso está relacionada con el descontrol cotidiano.
Como otras enfermedades que afectan al cerebro, el alcoholismo produce un número de síntomas psicosociales que se presentan como problemas relacionados con el alcohol.
Estos son muchos y variados y se acumulan a medida que la enfermedad avanza.
En las primeras etapas el alcohólico tiene relativamente pocos problemas a causa del alcohol, a pesar de que ya está enfermo.
En etapas posteriores, a veces la vida misma parece una cadena de problemas relacionados con el alcohol.
Sin embargo hay algo que nos llama la atención: los alcohólicos, junto a sus familiares, amigos, médicos y la mayoría de las personas, tienden a confundir estos resultados del alcoholismo con sus causas.
Supongamos que observamos un alcohólico que sufre pérdidas de control en las etapas intermedias de la enfermedad. Con regularidad (aunque no cada vez que bebe) consume más alcohol. El resultado es que llega a casa con una “tajada” impresionante. Su mujer empieza a creer que se pasa de la raya y se queja de ello.
Ahora bien, si este problema continúa a pesar de sus quejas, la esposa imaginará que su marido ha hecho cierta elección consciente.
Ella jamás sospechará que su marido, en otros aspectos, una persona muy competente, puede tener dificultades con la bebida.
Tampoco lo sospecha el alcohólico. Igualmente ella, cree que la bebida en exceso es en gran parte un asunto de ceder a la tentación o de falta de voluntad. Naturalmente, él se enfadará por la opinión que su esposa tiene de él pues cree que no tiene fuerza de voluntad o es un irresponsable. Desgraciadamente no hay manera de resolver este conflicto.
Puesto que el alcohólico pierde el control sobre la cantidad, frecuencia y ocasión de beber, continuará, de un modo cada vez más asiduo, bebiendo más de lo que su mujer cree que debería.
Puesto que ella cree que para su marido sus sentimientos son indiferentes, se enfadará aún más y se volverá hostil en su relación con él.
Luego él llegará a creer que es la hostilidad que ella le muestra la que lo empuja hacia el alcohol. Ella llegará a convencerse de que él es personalmente responsable de su creciente enfado. Lo que falta es una comprensión del proceso patológico.
Cuando este estancamiento de la relación se extiende para convertirse también en incompatibilidad sexual, discusiones familiares y económicas, y en una casi total interrupción de la comunicación, es fácil olvidar que estos conflictos son el resultado de un alcoholismo desatendido. Si no hay alcoholismo, no hay problemas. Quizás otros problemas, pero no éstos.
Cinco años más tarde, después de un doloroso divorcio, este alcohólico acude a tratarse. ¿Desde cuándo cree él que comenzó a beber en exceso? Con regularidad, desde las últimas etapas de su matrimonio.
Olvida, o tal vez nunca entendió, el papel que el alcoholismo jugó en la ruptura de su matrimonio.
Como el alcohol dificulta el funcionamiento cerebral, el alcohólico de las etapas intermedias y últimas descubre que es cada vez más difícil resolver algunos aspectos de la vida que antes habría resuelto con facilidad. Atrapado entre la intoxicación y su abandono, cada vez menos capaz de beber sin dificultades, sufrirá el alcoholismo en cada aspecto de su vida.
En cierto modo, sufre más, de culpa, preocupación, ansiedad, confusión mental, inseguridad, y un claro malestar físico, cuando no está bebiendo que cuando lo está, lo cual refuerza aún más su creencia de que dejar el alcohol podría acabar con él.
No es raro para un asistente social o un médico encontrarse con un alcohólico que tenga problemas matrimoniales, legales, familiares, económicos, sexuales, laborales y emocionales, todos al mismo tiempo y que pueden tener su origen en el consumo del alcohol.
A menudo son estos problemas los que motivan al que fuera en otro tiempo un alcohólico reacio a buscar ayuda.
En muchas sociedades, las personas que tienen dificultades para solucionar sus asuntos miran de rodearse de otras cuya misión es solucionarles la vida. Estas personas son jueces, médicos, oficiales de justicia, asistentes sociales y religiosos.
Si usted comprueba que hay una o más de estas personas en su vida a causa de la bebida, eso es un indicador de alcoholismo.

Es importante recordar que en el modelo patológico, la impotencia y el descontrol se entienden como el resultado lógico del avance del alcoholismo. Sólo son un estado de alteración fisiológica y su consiguiente efecto a largo plazo en la conducta del alcohólico.
De un modo similar, aunque tal vez menos dramático, los enfermos de diabetes, los cardíacos, y los pacientes con enfisema experimentan una impotencia en ciertos aspectos de su vida.

Un enfermo de enfisema debe aceptar la disminución de su capacidad pulmonar, y aprender a vivir con un poco menos de aire.
Un paciente cardíaco tal vez no sabía que su corazón se debilitaba con los años, pero una vez que se lo han diagnosticado debe aceptar la necesidad de reducir su trabajo y estrés.
A un diabético no le gusta inyectarse insulina cada día, pero sabe que sin ella no podría sobrevivir.
En cada ejemplo el tratamiento efectivo depende de la disposición individual para admitir el grado y severidad de su enfermedad y reconocer la importancia de tratarla.
Del mismo modo, los alcohólicos aprenden a vivir sin alcohol, lo que no es fácil para muchos de ellos, simplemente porque tienen que hacerlo.
Es necesario porque son impotentes ante el alcohol y han perdido todo control sobre su vida.

jueves, 27 de junio de 2019

No eres Tú, soy Yo...

Este es un ensayo de Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra, sobreviviente del holocausto y el fundador de la disciplina; que conocemos hoy como Logoterapia.

No eres Tú, soy Yo...
¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? ¿Quién controla tu vida?...
¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...

Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.

Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida.

Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.

Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.

No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a nosotros.

Si lo quisieras ver de forma más gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda. Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente.

Un claro ejemplo de la enorme dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos años alguien me dijo:

"Necesito que Enrique me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".

¡Wow! Yo me quedé de a cuatro ¿Realmente ésa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? Querer obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario voluntario para nosotros?

No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.

Las frases que normalmente se dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente irreales y falsas. No porque esté en contra del amor, al contrario, me considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer que tu corazón deje de latir.

Definitivamente nadie puede decidir por nosotros. Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no queremos, tenemos que vivir en libertad. No podemos estar donde no nos necesiten ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello que nos sucede.

La siguiente vez que pienses que alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda: No es él, no es ella... ERES TÚ quien lo permite y está en tus manos volver a recuperar el control.

"Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: La última de las libertades humanas-la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino".

miércoles, 26 de junio de 2019

¿Se Cree Usted Diferente? (Parte 14)

Me llamo Juana y soy alcohólica (agnóstica)

Mis padres me dieron una fe que más tarde perdí. No, no era una fe religiosa, aunque me expusieron a las enseñanzas de dos denominaciones; no me forzaron a aceptar ninguna de las dos. Me aparté simplemente por aburrimiento; mi frágil y superficial creencia en Dios desaparecía en cuanto trataba de pensar en ella. Lo que me dieron mis padres, amándome y respetándome como un individuo con el derecho de tomar mis propias decisiones, fue una fe en los seres humanos.

Luego, viviendo por mis propios medios, tenía todavía la sensación de estar bajo una protección benevolente. Mis jefes (hombres o mujeres) parecían estimarme con la misma bondad con la que me habían estimado mis maestros. Por extraño que parezca, mi buena suerte a veces me molestaba. “¿Qué es esto?” me preguntaba. “¿Despierto en todos un impulso paternal?” Había un elemento dentro de mí que luchaba contra la fe que tenía en la gente — un terco y furioso orgullo, un vivo deseo de independencia total. Con mis contemporáneos, siempre era dolorosamente tímida, una desventaja que, aún en aquel entonces, pude interpretar correctamente como un síntoma de egoísmo — un temor de que los demás no compartieran conmigo la alta estimación que tenía de mí misma.

Esta estimación por supuesto no incluía la imagen de una borracha. A menudo, tengo la sospecha de que el orgullo mata a tantos borrachos como la bebida. ¿Buscar ayuda? ¡Qué idea tan rara! Llegó el día en que mi orgullo fue aplastado (temporalmente), y pedí socorro. Se lo pedí a gente desconocida. Pero mi orgullo, que se engrandecía mientras recuperaba la salud, obstaculizó mis dos primeros intentos de entrar en A.A. Después de haber fracasado una vez más tratando de recuperar mi destreza como bebedora social, quedé convencida y comencé en serio mi aprendizaje en A.A.

Afortunadamente, me uní a un grupo que dedica sus reuniones cerradas a discusiones de los Pasos. La mayoría de los miembros tenía su propio concepto de Dios; la atmósfera de fe que me rodeaba era tan pronunciada que a veces creía estar a punto de entregarme a ella. Nunca lo hice. No obstante, me parecía que cada discusión revelaba nuevas profundidades en el significado de los Doce Pasos.

En el Paso Dos, el “Poder superior a nosotros mismos” era A.A.; pero no solamente los A.A. que yo conocía. Eramos todos nosotros, en todas partes, teniendo en común un interés, unos por otros, y creando así un recurso espiritual más fuerte de lo que ningún individuo pudiera facilitar por sí sólo.

Al principio, el Paso Tres representaba simplemente lo que sentía al levantarme sin malestar en las mañanas iniciales de mi sobriedad, al sentarme cerca de la ventana mirando al mundo que parecía siempre iluminado por el sol, sin probabilidad inmediata de conseguir un trabajo y, no obstante, con perfecta confianza y felicidad. Entonces, el Paso se convirtió en una feliz aceptación de mi hogar en el mundo: “No tengo la más mínima idea de Quién o Qué dirige el espectáculo, pero estoy segura de que yo no lo dirijo.” Además, lo podía ver como una sana actitud, un enfoque eficaz de la vida. “Si estoy nadando en agua salada y me invade el pánico y empiezo a manotear violentamente y a pelearme con ella, me ahogaré. Pero si me relajo y tengo confianza en ella, me mantendré a flote.”

Aunque el Paso Cuatro no hace referencia a un Poder Superior, para mí la palabra “moral” llevaba una connotación de pecado, que a mi parecer se traduce como una ofensa contra Dios. Así que consideraba el inventario como un intento honesto de describir mi carácter: en la columna en rojo aparecían las cualidades que tendían a lastimar a la gente.

No estoy segura de que estuviera trabajando en los Pasos conscientemente, pero no cabía duda de que éstos surtían efecto en mí. En mi cuarto año de sobriedad, un incidente poco importante me hizo darme cuenta de que había desaparecido mi vieja pesadilla de la timidez. Con asombro, me dije a mí misma: “Me siento cómoda en el mundo.” Ahora, pasados 18 años, sigo sintiéndome así. Durante mi vida, las ventajas de la experiencia de A.A. han pesado mucho más que los años de mi alcoholismo activo.

¿Qué fue lo que superó mi orgullo (temporalmente) y me hizo asequible? La mejor respuesta que puedo dar es lo que mi padre solía llamar “la fuerza vital.” (El era médico de cabecera que había visto brotar y fallar esa fuerza muchas veces.) Creo que está en todos nosotros; anima a todo lo que vive; mantiene girando las galaxias. No es por casualidad que empleara la metáfora del agua salada al hablar del Paso Tres; para mí el mar es un símbolo de esta fuerza. Llego a la más clara comprensión del Paso Once cuando puedo contemplar el ininterrumpido horizonte desde la cubierta de un barco. Me reduce a mi propio tamaño. Siento serenamente que formo una pequeña parte de un vasto e incognoscible total.

Pero, ¿No es el mar un símbolo algo frío? Sí. ¿Creo que se preocupa por el pececillo? ¿Por el destino de un individuo cualquiera? ¿Hablaría con él? No. Una vez, al final de mi vida de bebedora, dirigí tres palabras a algo no humano. En la oscuridad, antes del amanecer, me levanté, me puse de rodillas, apreté las manos, y dije: “Ayúdame, por favor.” Luego, me encogí de hombros, y dije: “¿A quién estoy hablando?” y me volví a acostar.

Cuando conté esta historia a una de mis madrinas, me dijo, “Pero, respondió a tu oración, ¿no?”
Puede que sí. Pero yo no lo siento. No lo discutí con ella, ni tampoco ahora acometo el misterio con pura lógica. Si me pudieras probar lógicamente que existe un Dios personal —y no creo que lo puedas hacer— aun así no me inclinaría a hablar con una Presencia que no puedo sentir. Si yo pudiera demostrarte lógicamente que no existe ningún Dios —y sé que no lo puedo hacer— tu verdadera fe no vacilaría. En otras palabras, lo que concierne a la fe está completamente fuera de la esfera de razón. ¿Existe algo fuera de la esfera de la razón humana? Creo que sí. Algo.

Entretanto, aquí estamos todos juntos — quiero decir todos los seres humanos, no solamente los alcohólicos. Nos necesitamos unos a otros.

martes, 25 de junio de 2019

12 Pasos Para Dejar Atrás El Alcohol (Parte 1)

DOCE PASOS PARA DEJAR ATRÁS EL ALCOHOL
Ronald L. Rogers
Chandler Scott McMillin
Morris A. Hill
Ronald L. Rogers y Chandler Scott McMillin dirigen centros para el tratamiento del alcoholismo, y ambos son profesores adjuntos de la Universidad de Virginia.
Morris A. Hill es un antiguo miembro de la Comisión de Consejeros para el Alcoholismo del Estado de Maryland, y trabaja como asesor en dos centros para el tratamiento de alcohólicos.
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Los Doce Pasos se publicaron por primera vez en 1939 y continúan siendo el programa más efectivo en la recuperación de la enfermedad del alcoholismo. Este alentador y conciso manual presenta el programa de los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos de una manera asequible y fácil de entender. Entre otros temas, da respuesta a las preguntas más frecuentes acerca del sentido de cada uno de los Pasos, su auténtico significado y la forma de llevarlos a la práctica.

Encontrará en esta obra una clara explicación de:
• Los cinco síntomas clásicos que demuestran que la bebida se ha convertido en una enfermedad.
• Las actitudes defensivas que con mayor frecuencia impiden la recuperación.
• Cómo los Doce Pasos pueden ayudarle a recuperar la autoestima.
• La necesidad de cambiar y cómo empezar a hacerlo.
• Cómo los Doce Pasos son un verdadero proyecto de salud mental y espiritual.
• Por qué un alcohólico no puede recuperarse de esta enfermedad devastadora por sus propios medios.
• Cómo iniciar el camino hacia la recuperación dejando atrás el alcohol.



La enfermedad del alcoholismo

“Pocas veces hemos visto fracasar a una persona que haya seguido completamente nuestro camino.” Esta afirmación, que comienza el capítulo 5 del Gran Libro de Alcohólicos Anónimos es tan exacta hoy como lo fue en el momento de su primera edición en 1939, cuando el número de miembros de AA alcanzaba el centenar. El desafío de hoy, igual que en 1939, es cómo conseguir que el “camino” sea “completamente recorrido”.
Las páginas siguientes constituyen nuestro esfuerzo para, modestamente, ayudarle a usted o permitirle ayudar a alguien a lo largo del magnífico camino hacia la sobriedad, la salud y la felicidad.
Al tratar directamente o supervisar el tratamiento de miles de alcohólicos hospitalizados observamos que nuestros pacientes debían cumplir tres objetivos o procesos para lograr su recuperación. Primero, debían autodiagnosticarse; segundo debían asumir la responsabilidad del tratamiento de su enfermedad; y tercero, debían aprender cómo usar el Programa o Pasos de Alcohólicos Anónimos para una recuperación ininterrumpida y definitiva. Si se omitía alguno de estos tres procesos nuestro paciente, en la mayoría de los casos, recaía.
Descubrimos que el modelo fisiológico o de enfermedad crónica para el alcoholismo era el de uso más fácil para el paciente en el momento de autodiagnosticarse y responsabilizarse. Transcurrido el tiempo, la investigación ha demostrado que éste es el modelo exactopara el alcoholismo, un proceso fisiopatológico crónico que se transmite genéticamente. Nuestros pacientes pueden identificar sus síntomas con el modelo fisiopatológico crónico y por consiguiente autodiagnosticarse. Ciertamente es más fácil para una persona comprender que es responsable del tratamiento de una enfermedad fisiológica y no de un problema mental o de conducta. Normalmente, estamos acos-
tumbrados a tratar gripes, resfriados y sus variados síntomas y molestias a lo largo de la mayor parte de nuestra vida; son pocas las personas que acuden al médico por un simple catarro. Pero nuestros pacientes podrían autodiagnosticarse completamente y recaer si no utilizan el Programa de AA para una recuperación ininterrumpida y definitiva.
Si usted ha leído el libro Alcohólicos Anónimos o Gran Libro, como a veces se le conoce, sabe que los Doce Pasos es el programa de Alcohólicos Anónimos, y sabe que tiene poco que ver con una enfermedad fisiológica. En realidad, sólo el Primer Paso dice algo acerca del alcohol. Los que alguna vez han usado estos Pasos como programa de recuperación ya saben como se emplean en la enfermedad fisiológica del alcoholismo. Pero para una persona que está enferma en un grado tal como para ser desintoxicada en un hospital, es penoso hacer la conexión entre los Pasos de AA y el proceso de la enfermedad.
Hay un punto que debe ser subrayado: no estamos tratando de reescribir los Doce Pasos ni de reinterpretarlos. El Programa ha sido suficientemente eficaz como para ayudar a más de un millón de personas a recuperarse de esta enfermedad potencialmente fatal. Con el tiempo toda persona en el programa de Alcohólicos Anónimos debe decidir
que significan para ella esos pasos, y por lo que hemos oído de nuestros miles de amigos en AA, el programa es ligeramente diferente para cada persona.
Lo que hemos tratado de hacer en las páginas siguientes es establecer una conexión entre los Doce Pasos, Paso a Paso, con la recuperación de un proceso fisiopatológico crónico llamado alcoholismo. Lo hemos hecho para ayudar a los que inician su recuperación utilizando los Doce Pasos y participando en el programa de Alcohólicos Anónimos, con toda la camaradería que comporta esa participación. También esperamos que los familiares y amigos de los enfermos de alcoholismo puedan aprender un poco más acerca de la enfermedad, de Alcohólicos Anónimos, y tal vez de la puesta en práctica del Programa Familiar Al-Anon. Finalmente esperamos que este libro pueda ayudar a los que ya han comenzado su recuperación a aclarar algo acerca de la enfermedad y de los Doce Pasos, por si han pasado por alto algún punto en su camino.

lunes, 24 de junio de 2019

¿Hay Un Alcohólico En Su Vida? (Parte 7)

No es una organización religiosa

Tal vez su alcohólico crea que A.A. es una organización evangelista, que recalca la religión y los sermones. De nuevo, la verdad es muy diferente.

A.A. se ha descrito esencialmente como un programa espiritual, y es verdad que no ofrece ayuda material, como lo haría una agencia de asistencia social. Pero no es bajo ningún concepto una organización religiosa. No pide a sus miembros que mantengan ningún credo formal o que hagan ningún rito, ni siquiera que crean en Dios. Sus miembros pertenecen a toda clase de iglesias. Muchos no tienen ninguna afiliación religiosa. A.A. pide solamente que sus miembros mantengan una amplitud de ideas y que respeten las creencias de los demás.

A.A. dice que el alcoholismo, además de ser una enfermedad física y emocional, es también hasta cierto punto un trastorno espiritual. Debido a que la mayoría de los alcohólicos no han podido manejar las cosas por sí mismos, parece que encuentran una terapia eficaz al entregar sus destinos a un poder superior a ellos mismos. Muchos A.A. llaman a este poder “Dios”. Otros consideran al grupo de A.A. como el poder en que pueden confiar. La palabra “espiritual” en A.A. puede interpretarse con la amplitud que el individuo desee. En las reuniones de A.A., uno siente, sin duda, un cierto espíritu de unión.