sábado, 25 de agosto de 2018

Síntomas de la Borrachera Seca (4° Síntoma)

Cuarto síntoma: Permanente sentimiento de culpabilidad con autodevaluación, minusvalía y
tendencia al autocastigo.

Navegando con bandera de culpable

El adicto ha sido desde siempre una persona señalada, acusada, humillada y avergonzada tan constante e intensamente que ha desarrollado un reflejo condicionado en torno a la culpa. Pero lo más terrible del caso es que su más implacable acusador resulta ser él mismo.

Es bien sabido, que el alcoholismo y la drogadicción durante muchos siglos fueron considerados un grave problema de moral. Un vicio. Hasta nuestros días, todavía muchas personas, incluyendo médicos, sacerdotes y maestros, siguen pensando que aquel que desarrolla cualquier tipo de adicción, es un vicioso que tiene que ser estigmatizado y expulsado por la sociedad. Todavía se sigue utilizando la expresión Ya agarró el vicio para referirse al desarrollo de una adicción a cualquier sustancia adictiva. Recuerden los términos que utilizan los padres para dirigirse a sus hijos que han sido sorprendidos en el consumo de drogas: ¡Eres un vicioso! ¡Un degenerado! ¡No eres digno de llevar nuestro apellido! Y quien sabe cuántas cosas más. O cómo se expresan los familiares de los alcohólicos: ¡Eres un sucio y desgraciado borracho! ¡Eres un pobre diablo! ¡Eres un mediocre bueno para nada!

La culpa genera vergüenza. Los alcohólicos y los adictos a otras drogas siempre han estado girando
alrededor de la culpa y la vergüenza. Los adictos siempre han sido objetos de la vergüenza de los demás. La familia del alcohólico se avergüenza de él. No se habla del problema en público, pero en privado siempre lo están agrediendo y humillando. Los hijos del alcohólico no quieren llevar a sus amigos a la casa pues sienten vergüenza de su padre. Los padres de los consumidores de drogas ilegales no quieren hablar del problema y se convierte en un secreto y en un tabú. Los propios adictos no quieren aceptar que tienen un problema, pues aceptarlo sería reconocer que tienen un horrible vicio. En otras palabras, el alcohólico y el adicto a drogas se avergüenzan de sí mismos.

Una gran cantidad de conductas que manifiestan los alcohólicos o los adictos durante su etapa de actividad generan culpa y vergüenza: los insultos a la esposa, la agresión a los hijos, aquel accidente automovilístico donde hubo lesionados y se tuvo que pagar mucho dinero, el empleo que se perdió, las deudas, los engaños, las mentiras descubiertas, la expulsión de la escuela, la detención en la cárcel por posesión de drogas, etcétera.

Todo lo anterior va provocando que el adicto se vaya desprestigiando. Va adquiriendo mala fama. Nadie confía en él. Este desprestigio, esta desconfianza, esta permanente estigmatización familiar y social va creando en él, un intenso y permanente sentimiento de culpa y de vergüenza que se va convirtiendo en un lastre que día con día pesa mas sobre su conciencia.

Y aunque en términos generales, el alcohólico y el adicto a las drogas, son unos rebeldes y subversivos a las normas sociales y aparentemente rechazan los señalamientos y las condenas de los demás y, hasta en ocasiones asumen una actitud de cinismo y descaro, en el fondo de su ser son ellos mismos los que más se autocondenan, los que más se rechazan y se odian a sí mismos y los que más necesidad neurótica tienen de autocastigarse.

El saboteo al éxito y el no me lo merezco 

Un miembro de AA repetía en su catarsis de tribuna una y otra vez: “La cruda física es lo que menos duele, pero la cruda moral es un sufrimiento insoportable, es un tormento intolerable que hace que te odies mas a ti mismo, que vayas perdiendo gradualmente tu autoestima y que te sientas el peor de los humanos, el más detestable. Te sientes algo peor que basura, un detestable escupitajo”.

La culpa genera vergüenza, la vergüenza provoca autodevaluación y minusvalía, todo esto da lugar a un sentimiento de autorechazo y odio a sí mismo lo cual produce una necesidad neurótica de expiación.

Cuando el alcohólico o el adicto a drogas se derrotan a sí mismos y toman la decisión de la abstinencia y en esos momentos se incorporan a un grupo de autoayuda o acuden con un profesional, llegan con ese terrible lastre de culpa, vergüenza, odio y rechazo hacia sí mismos lo cual les impedirá alcanzar la sobriedad. Por esa razón, el permanente sentimiento de culpabilidad, la autodevaluación, la minusvalía y la tendencia al autocastigo constituyen uno de los principales y más frecuentes síntomas generadores de Borrachera seca.

¿Cómo se manifiesta la necesidad neurótica de expiación? La respuesta se puede dar en dos términos muy sencillos: el saboteo al éxito y el no me lo merezco.

Como en el adicto, el sentimiento de culpa se ha vuelto un reflejo condicionado ante cualquier conducta que desarrolle, va navegando por la vida con bandera de culpable. Y aunque conscientemente se quiere recuperar y desea triunfar en todas las áreas de su vida, inconscientemente se sabotea el triunfo, pues su necesidad neurótica de expiación lo lleva a una oculta convicción de que no merece el éxito, que no merece la felicidad, que la mejor forma de castigar todas sus faltas es fracasando sistemáticamente en todos sus intentos de superación y quedarse en una condición de perdedor permanente hasta que sea purificado de sus culpas.

Y lo más terrible del caso es que muchos alcohólicos o adictos a drogas que logran una abstinencia
prolongada son perdonados por sus seres queridos, por sus amigos, por su jefe, por sus compañeros de trabajo, por su pareja. Desde luego que también son perdonados por Dios (o su Poder Superior) porque ellos mismos en sus oraciones así lo han pedido. Pero no han logrado perdonarse a ellos mismos. Resulta que, para la sentencia el juez más implacable del adicto es el propio adicto y, para el castigo, el verdugo más implacable del adicto, sea también el propio adicto.

Ante la ausencia de perdón a sí mismo va a ser imposible alcanzar la sobriedad. Mientras no suelte el lastre de la culpa, el adicto en recuperación no podrá avanzar en la vida. Sigue atado al pasado, atado a sus culpas, continúa sintiéndose avergonzado y menos que los demás y todo esto le impedirá triunfar en la vida, será un formidable obstáculo para que alcance las metas por las cuales decidió dejar el alcohol y/o las drogas y permanecerá en un estado de mediocridad y estancamiento permanentes.

Culpa, resentimiento, amargura, depresión y baja autoestima

La culpa va muy ligada al resentimiento. Casi todos los que no se han logrado liberar de sus resentimientos tampoco se han podido liberar de la culpa. Es un ancla atorada en el pasado. Todo resentimiento lleva implícito algo de culpa y toda culpa lleva implícita algo de resentimiento. El culpable y el resentido ni se perdonan ni tampoco han perdonado. Por eso, la fórmula más recomendada para superar estos dos sentimientos indeseables es: perdónate y perdona.

Otras emociones indeseables que genera la culpa son la amargura existencial y la depresión. En su
permanente miedo al triunfo, el adicto se sabotea a sí mismo, lo que lo lleva a continuos fracasos
existenciales, y como ese saboteo al éxito opera desde el inconsciente, el adicto en recuperación empieza a buscar culpables fuera de él y, por lo tanto, se siente víctima y se resiente contra los demás, esto lo lleva, no solamente a reforzar sus resentimientos y a intensificar su papel de víctima, sino que además se ahoga en la amargura existencial.
Toda esta situación, cuando se torna crónica lo hace caer en una depresión que tiende a exacerbar la culpa. No se olvide que uno de los síntomas de la depresión es una percepción distorsionada y exagerada de ciertos actos que generan un desproporcionado sentimiento de culpa. La depresión provoca apatía y estancamiento, aumenta la inseguridad y la baja autoestima y el adicto en recuperación cae en un círculo vicioso que es culpa-vergüenza-auto devaluación-necesidad neurótica de expiación-amargura depresión-apatía e inmovilidad-fracaso-más culpa.

Algunas preguntas para evitar culpas injustificadas

Ya vimos como la culpa aumenta la baja autoestima. Si el adicto ya se sentía menos que los demás antes de empezar a consumir alcohol o drogas y durante su adicción esta baja autoestima todavía se hizo más intensa, al dejar el alcohol y/o las drogas, el adicto debe tomar la determinación de liberarse de sus culpas.

¿Cómo se logra esto? Adquiriendo un concepto de nosotros mismos más fuerte y positivo y mantenerlo más allá de nuestra pericia o falta de ella en cualquier ámbito particular, y más allá de la aprobación o desaprobación de cualquier otra persona” (Nathaniel Branden: Como mejorar su autoestima, Paidós, 1995).

Y es que las personas culpígenas, con baja autoestima, generalmente son muy estrictas cuando emiten un juicio en relación con sus conductas que les generan culpa (los adictos, en general, son muy perfeccionistas).

Para evitar este mal juicio, la persona debe evaluar su conducta lo más objetivamente posible, ser tolerante, comprensivo y benévolo con él mismo para evitar un veredicto injusto, que lo lleve a autocondenarse y, consecuentemente, a autocastigarse.

El ya mencionado Branden sugiere que la persona evalúe objetivamente su conducta haciéndose las
siguientes preguntas:
 ¿Según los parámetros de quién juzga usted su conducta: los suyos o los de otra persona?
 ¿Trata usted de comprender por qué actuó como lo hizo?
 ¿Considera las circunstancias, el contexto, las opciones que, según usted percibió, estaban a su disposición en ese momento?
 ¿Evalúa usted su conducta como si fuera la de otro?
 ¿Identifica las áreas o circunstancias específicas en las que tiene lugar su conducta, o generaliza en exceso y dice: "Lo ignoro" cuando en realidad ignore un tema particular pero conozca bien muchos otros temas?
 ¿O dice: "Soy débil", cuando en realidad puede faltarle coraje o fuerza en una esfera particular pero no en otras?
 Si lamenta sus acciones, ¿trata de aprender de ellas, para que en su conducta futura no repita las mismas equivocaciones?
 ¿O simplemente sufre por el pasado y sigue pasivamente atado a patrones de conducta que sabe
inadecuados?

Necesito la aprobación de los demás 

Un elemento típico en el perfil psicológico del alcohólico y del adicto a drogas es la necesidad neurótica de obtener la aprobación de los demás. Su inseguridad y la baja valoración que tienen de ellos mismos los convierten en personas pasivas que siempre están pensando: ¿Qué esperan los demás de mí? No tienen metas propias ni un plan de vida personal. Siempre esperan a que los demás decidan su conducta. No creen en ellos mismos. Esa es una de las razones fundamentales por las que caen en el alcoholismo o la drogadicción. En el historial de la mayor parte de los adictos, la primera vez que consumieron tabaco, alcohol o drogas en la adolescencia no lo decidieron hacer por ellos mismos, sino que alguien los indujo a hacerlo.

La motivación para ese primer consumo es la aceptación de los demás, pertenecer a un grupo, no quedar aislado de la mayoría dominante. En este contexto ambiental es claro entender que las primeras experiencias con tales sustancias adictivas fueron consecuencia de la expectativa: ¿Qué esperan los demás de mí? Y la respuesta: los demás esperan de ti que hagas lo que ellos hacen, que manifiestes sometimiento al grupo, que no tengas ideas propias diferentes a las de ellos, que aceptes incondicionalmente a todas las pruebas que te pongan (acabarte una botella de tequila hasta que te emborraches, o probar aquella droga nueva que nunca has consumido, etcétera.) y que a cambio de eso tú vas a ser aceptado por los demás, y así satisfacerás tu necesidad de pertenencia. Podemos calificar al adicto como un dependiente ambiental.

Esto quiere decir que depende mucho de las expectativas que giren alrededor del medio donde está sumergido.
Por eso le cuesta tanto trabajo decir NO. Muchos alcohólicos fallan en sus promesas de dejar de beber porque no conciben tener que decir NO cuando les inviten una copa en una comida o en una fiesta.

¿Qué tiene que ver lo anterior con la culpa? Pues mucho. La culpa tiene que ver con la desaprobación o condenación de otros, de personajes muy influyentes como los padres, los maestros, los amigos o los cónyuges. Cuando una persona insegura no hace lo que los demás esperan de él experimenta culpa. Pero en realidad, más que culpa tiene temor de ser repudiado, de no ser aceptado por los demás y esto constituye una importante amenaza para su seguridad.

Cuando el adicto decide dejar su droga favorita y logra la abstinencia pero persiste su necesidad neurótica de ser aprobado por los demás, esto determina un impedimento para el logro de la sobriedad. Lo que ocurre con el adicto en recuperación que continúa siendo un dependiente ambiental es que cambia una autoridad por otra. Por ejemplo: Cuando estaba activo en alcohol o drogas la autoridad estaba constituida por su grupo de amigos que influían en él. Ahora que está en recuperación la autoridad pudiera ser su grupo de AA. o su terapeuta, y él tal vez haga lo que le indiquen pero no por convicción sino para obtener la aprobación de su nueva autoridad. Por eso, muchos miembros de AA que padecen borrachera seca cambian su dependencia de la droga por una dependencia neurótica hacia el grupo, o muchos más se vuelven dependientes de su terapeuta y desarrollan la necesidad de que éste decida por ellos.

Aquí el problema de fondo, repitiendo las palabras de Nathaniel Branden es la dependencia y el miedo a la autoafirmación; mas específicamente, el miedo a desafiar los valores de otras personas influyentes. Por tanto, una gran tarea para el logro de la sobriedad es liberarse de sus culpas a través de lograr una escala de valores individual que permita construír las propias convicciones morales de cada quien y sobre las cuales desarrollará su plan de vida y a partir de ese momento se hará responsable de su conducta y de las consecuencias de la misma. Este es un hombre maduro que no le teme al que dirán, que atiende a la auténtica voz de sí mismo y respeta su propio juicio sobre las creencias de los otros que uno no comparte de manera genuina.

Del círculo vicioso al círculo virtuoso No solamente la autoafirmación en sus propios valores va a lograr la liberación de la culpa, también son importantes otros valores como la aceptación y la responsabilidad. En el caso de los adictos, la aceptación es una condición fundamental para la liberación de la culpa. Muchos alcohólicos, por ejemplo, aceptan su enfermedad de boca para afuera, pero en su yo interno, siguen pensando que son unos viciosos. El pensar que uno es vicioso genera culpa. El pensar que uno padece una enfermedad incurable, pero controlable, genera responsabilidad.

Cuando el adicto se mantiene en la línea de no aceptar su enfermedad (aunque finja que si lo hace) seguirá anclado a su culpa y caerá en el ya mencionado círculo vicioso que lo llevará al resentimiento, la amargura, el autodesprecio, la necesidad neurótica de expiación, el fracaso, la amargura, la depresión y más culpa.

En cambio, cuando el adicto acepta su enfermedad incurable, pero controlable, adquiere la responsabilidad de tomar los medios para poder controlar su enfermedad y no volver a consumir su droga favorita. Esta conciencia de padecer una enfermedad lo libera de su culpa y aunque existan antecedentes de daños y perjuicios por su adicción, los va a entender como síntomas de su enfermedad y no como terribles pecados que son imperdonables. Entonces tomará los medios para, primero, mantenerse en abstinencia, segundo, ejercer acciones para alcanzar un crecimiento emocional y lograr la madurez y, tercero, reparará, en la medida de lo posible, los daños que infringió a otras personas, como consecuencia de su enfermedad adictiva y logrará reconciliarse consigo mismo y con los demás.

Con lo anterior demostramos dos fenómenos: la persistencia de la culpa lleva a la persona a un círculo vicioso que lo hará desembocar en mayor culpa, en cambio la aceptación (tanto de la adicción como de la neurosis) hará que la persona desarrolle una responsabilidad persistente que lo llevará a un círculo virtuoso caracterizado por aceptación, perdón, responsabilidad, acción y crecimiento emocional progresivo que le permitirán alcanzar la sobriedad.

Perdonar y perdonarse 

Una vez que el adicto en recuperación logre romper el círculo vicioso y se introduzca al círculo virtuoso podrá iniciar un promisorio viaje hacia la sobriedad. Cambiar una actitud de culpa por otra de responsabilidad podrá permitirle que pueda ejecutar la tarea del autoperdón. De acuerdo a lo postulado por Branden, el autoperdón implica las siguientes condiciones:
 Reconocer (hacer real ante nosotros mismos, en lugar de negar o ignorar) que somos nosotros los que hemos realizado esa acción particular. Si otra persona ha sido herida por nuestra acción, es reconocer explícitamente ante esa persona (o personas) el daño que hemos hecho y transmitir nuestra comprensión de las consecuencias de nuestra conducta suponiendo que ello sea posible.

 Realizar todas las acciones a nuestro alcance que puedan enmendar o minimizar el daño que hemos
causado (pagar deudas, retractarse de una mentira, etcétera.)

 Comprometernos firmemente a comportarnos de una manera diferente en el futuro, porque sin un cambio de conducta recrearemos continuamente la desconfianza.

Estar dispuestos a explorar las razones por las cuales se cometió dicha acción (la que generó culpa). Si evadimos eso, no nos liberaremos de la culpa y es muy probable que repitamos el patrón de conducta inadecuado.

Ya logrado el autoperdón, se adoptará una actitud de responsabilidad ante propia conducta y se asumirá la consecuencia de la misma. Aquí ya no tenemos que buscar culpables y, automáticamente, dejamos de jugar el papel de víctimas de los demás. En ese momento queda abierto el campo para enfrentar, aceptar y superar nuestros resentimientos ya que, lo verdaderamente difícil es el autoperdón y habiéndonos perdonado a nosotros mismos es mucho más sencillo perdonar a los demás.

Si aprendemos a comprendernos y perdonarnos, siendo benevolentes y autocompasivos con nosotros
mismos, nuestra conducta tenderá a mejorar y nuestro crecimiento emocional se superará; en cambio, si continuamos autoflagelándonos y condenándonos, nuestra conducta, como nuestra autoestima tiende a empeorar.

La culpabilidad es de hecho el reverso de la medalla del orgullo. La culpabilidad lleva a la
autodestrucción, el orgullo a la destrucción de otros”. (Bill W, en Grapevine).

por el Doctor José Antonio Elizondo López

viernes, 24 de agosto de 2018

El Camino De Las Lagrimas (Cap. 1- Parte 2)

El Camino De Las Lagrimas (Jorge Bucay)

EMPEZANDO EL CAMINO

Repetimos casi sin pensarlo: "No hubiera podido seguir si lo perdía" "No puedo seguir si no tengo esto" "No podría seguir si no consigo lo otro" Cuando hablo de dependencias, digo siempre que cuando tenía algunas horas o días de vida, era claro, aunque yo no lo supiera todavía, que no podía sobrevivir sin mi mamá o por lo menos sin alguien que me diera cuidados maternales; mi mamá era entonces imprescindible para mí porque yo no podía vivir sin su existencia. Después de los tres meses de vida seguramente me hice más consciente de esa necesidad pero descubrí además a mi papá y empecé a darme cuenta de que verdaderamente no podía vivir sin ellos. Algún tiempo después ya no eran mi mamá y mi papá, era MI familia, que incluía a mi hermano, algunos tíos y alguno de mis abuelos. Yo los amaba profundamente y sentía, me acuerdo de esto, que no podía vivir sin ellos. Más tarde apareció la escuela y con ella, la Srita Angeloz, el Sr.Almejúm, La Srita Mariano y el Sr.Fernández, maestros a quienes creí a su tiempo imprescindibles en mi vida. En la escuela República de Perú conocí a mi primer amigo entrañable "Pocho" Valiente, de quién pensé en aquel momento que nunca, nunca, podría separarme.
Siguieron después mis amigos del colegio secundario y Rosita, mi primera novia, sin la cual, por supuesto, creía que no podía vivir. Y después la Universidad, pensaba que no podía vivir sin mi carrera. Hasta que a los 21 años, después de algunas novias, también imprescindibles, conocí a Perla y sentí inmediatamente que no podía vivir sin ella. Quizás por eso hicimos una familia sin la cual no sabría cómo vivir, Y así seguí sumando ideas, descubriendo más imprescindibles, mi profesión, algunos amigos, el trabajo, la seguridad económica, el techo propio y aún después, más personas, situaciones y hechos sin los cuales no podía vivir. Hasta que un día, exactamente el 23 de Noviembre de 1979, me di cuenta que no podía vivir sin mí. Yo nunca me había dado cuenta de esto, nunca noté que yo era imprescindible para mí mismo. ¿Estúpido, verdad? Todo el tiempo sabía yo sin quién no podría vivir y nunca me había dado cuenta, hasta los treinta años, de que sobre todo, no podía vivir sin mí. Fue interesante de todas formas confirmar que sería verdaderamente difícil vivir sin algunas de esas otras cosas y personas, pero esto no cambiaba el nuevo darme cuenta "Me sería imposible vivir sin mí." Entonces empecé a pensar que algunas de las cosas que había conseguido y algunas de las personas sin las cuales creía que no podía vivir, quizás un día no estuvieran. Las personas podían decidir irse, no necesariamente morirse, simplemente no estar en mi vida. Las cosas podían cambiar y las situaciones podían volverse totalmente opuestas a como yo las había conocido. Y empecé a saber que debía aprender a prepararme para pasar por estas pérdidas. Por supuesto que no es igual que alguien se vaya a que ese alguien se muera. Seguramente no es lo mismo mudarse de una casa peor a una casa mejor, que al revés. Claro que no es lo mismo cambiar un auto todo desvencijado por un auto nuevo, que a la inversa. Es obvio que la vivencia de pérdida no es la misma en ninguno de estos ejemplos, pero quiero decir desde el comienzo que siempre hay un dolor en una pérdida. Perder es dejar algo "que era", para entrar en otro lugar donde hay otra cosa "que es". Y esto "que es" no es lo mismo "que era" Y este cambio, sea interno o externo, conlleva un proceso de elaboración de lo diferente, una adaptación a lo nuevo, aunque sea para mejor. Este proceso se conoce con el nombre de "elaboración del duelo". Mejorar también es perder:
Como su nombre lo indica, los duelos...duelen. Y no se puede evitar que duelan. Quiero decir, el hecho concreto de pensar que voy hacía algo mejor que aquello que dejé es muchas veces un excelente premio consuelo, que de alguna manera compensa con la alegría de esto que vivo el dolor que causa lo perdido.
Pero atención: COMPENSA pero no EVITA APLACA pero no CANCELA ANIMA a seguir pero no ANULA la pena. Siempre recuerdo el día que dejé mi primer consultorio Era un depto alquilado realmente rasposo, de un solo ambiente chiquitito, oscuro, interno, bastante desagradable. A veces digo que no soy psicoanalista porque el paciente acostado no entraba en ese consultorio, había que estar sentando. Y un día, cuando me empezó a ir mejor, decidí dejar ese depto. para irme a un consultorio más grande, de dos ambientes, mejor ubicado. Para mí era un salto impresionante. Y sin embargo, dejar ese.consultorio, donde yo había empezado, me costó muchísimo. Si no hubiera sido por mi hermano que vino a ayudarme a sacar las cosas, me habría quedado sentado, como estaba cuando él llegó, mirando las paredes, el techo, las grietas del baño, mirando el calefón eléctrico...porque no hubiera podido ni empezar a poner las cosas en los canastos. Él me había venido a ayudar, y empezó a descolgar los cuadros y a ponerlos en el piso...él sacaba y yo ponía...así durante horas para poder dejar ese lugar y partir hacía algo mejor, hacía el lugar que había elegido para mi futuro y mi comodidad... Lo increíble es que yo lo sabía y lo tenía muy presente, pero esto no evitaba el dolor de pensar en aquello que dejaba. Las cosas que uno deja siempre tiene que elaborarse. Siempre tiene uno que dejar atrás las cosas que ya no están aquí, aun cuando de alguna forma sigan estando...(?) Quiero decir, hace 26 años que estoy casado con mi esposa, yo sé que ella es siempre la misma, tiene el mismo nombre, el mismo apellido, la puedo reconocer, se parece bastante a aquella que era, pero también sé que no es la misma.- Desde muchos ángulos es totalmente otra. Por supuesto que físicamente hemos cambiado ambos (yo más que
ella), pero más allá de eso cuando pienso en aquella Perla que Perla era, de alguna manera se me confronta con esta que hoy es. Y en las más de las cosas me parece que ésta me gusta mucho más que la otra. Y digo, es fantástica esta Perla comparada con aquella, es maravilloso darse cuenta de cuánto ha crecido, es espectacular; pero esto no quiere decir que yo no haya tenido que hacer un duelo por aquella Perla que fue. Y fíjense que no estoy hablando de la muerte de nadie, ni del abandono de nadie, simplemente estoy hablando de alguien que era de una manera y que hoy es de otra. Que el presente sea aun mejor que el pasado no quiere decir que yo no tenga que elaborar el duelo. El mapa no es el territorio. Hay que aprender a recorrer este camino, que es el camino de las pérdidas, hay que aprender a sanar estas heridas que se producen cuando algo cambia, cuando el otro parte, cuando la situación se acaba, cuando ya no tengo aquello que tenía o creía que tenía o cuando me doy cuenta de que nunca lo tendré lo que esperaba tener algún día (y ni siquiera es importante si verdaderamente lo tuve o no). Este sendero tiene sus reglas, tiene sus pautas. Este camino tiene sus mapas y conocerlos ayudará seguramente a llegar más entero al final del recorrido. Un ingeniero que se llamaba Korzybski decía que en realidad todos construimos una especie de esquema del mundo en el que habitamos, un "mapa" del territorio y en él, vivimos. Pero el mapa, aclara, NO es el territorio. El mapa es apenas nuestro mapa. Es la idea que nosotros tenemos de cómo es la realidad, aunque muchas veces esté teñida por nuestros prejuicios. Aunque no se corresponda exactamente con los hechos, es en ESE mapa donde vivimos. No vivimos en la realidad sino en nuestra imagen de ella. Si en mi mapa tengo registrado que aquí en mi cuarto hay un árbol, aunque no lo haya, aunque nunca haya existido, aunque el árbol no esté en el de Uds. y todos pasen por este lugar sin miedos ni registro alguno, yo voy a vivir esquivando este árbol por el resto de mi vida. Y cuando me vean esquivar el tronco Uds. me van a decir: -¿Qué hacés, estás loco? Y yo voy a pensar "los locos son ustedes". Desde afuera de mi mapa esta conducta puede parecer estúpida y hasta graciosa, en los hechos puede resultar bastante peligrosa Dicen que una vez un borracho caminaba distraído por un campo. De pronto vio que se le venían encima dos toros, uno era verdadero y el otro imaginario.
El tipo salió corriendo para escapar de ambos hasta que consiguió llegar a un lugar donde vio dos enormes árboles. Un árbol era también imaginario pero el otro por suerte era verdadero. Borracho como estaba, el pobre desgraciado trató de subirse al árbol imaginario y lo agarró el toro real... Y por supuesto...colorín...colorado. Es decir, depende de cómo haya trazado este mapa de mi vida, depende del lugar que ocupa cada cosa en mi esquema, depende de las creencias que configuran mi ruta, así voy a transitar el proceso de la pérdida.

jueves, 23 de agosto de 2018

FRASES #64

Era insegura, grosera, nada amorosa, vivía despeinada. Era algo así como perfecta

Si con mi mente matara a todos los que alguna vez desee matar, probablemente hasta yo estaría muerto

Lo bueno de irme es que no tendré que verte y sentir pena

Quienes no tienen nada que perder jamás piensan en la vida eterna

Hoy tengo ganas de hacer negocio contigo. Te cambio tus mentiras por mis verdades, tus gritos por mis pláticas y una Llamada mía por una tuya, que dices ¿ACEPTAS?

A veces dos personas necesitan alejarse para darse cuenta de lo mucho que las necesitan

Nada puede competir con la euforia contagiosa de los sueños colectivos

La lengua no pesa prácticamente nada… Pero son muy pocas las personas que la pueden sostener

No pienso preocuparme más por aquellos no te valoran. Si me quieren, los quiero; si me olvidan, los olvido, así de fácil

Tal vez no sea boxeador, pero prometo luchar por ti

Te amare mientras haya playas con arena donde pueda escribir tu nombre

Un hombre lleno de amor a Dios, hace sentir a su mujer como una reina

"El ingrediente más importante en la fórmula del éxito es saber cómo tratar a la gente

El lobo será siempre el malo si sólo escuchamos a Caperucita.

A veces las cosas buenas terminan, solo para que otras mejores puedan empezar.

Engañar al que engaña es doblemente entretenido.

Aunque lo niegues, todavía sigues esperando su mensaje de buenos días.

Cada arbitrariedad se ampara, la mayoría de las veces, en una disposición escrita.

Aprende a alejarte de las personas que te demuestran que no te necesitan.

Por esos abrazos en los que no quieres soltar a esa persona

Si no te atreves a hacerlo, nunca va a ser posible que veas tu sueño cumplido. Debes atreverte, hazlo. Mañana es Tarde.

Cada vez que tu mamá te dice que desea lo mejor para ti, te está hablando de mí.

Querer controlar las decisiones de tu pareja es ejemplo de lo pendejo que eres como persona.

Te escogí porque veo en ti lo que no veo en nadie más.

Esos mismos que te piden comprensión, son los que jamás se ponen en tu lugar

miércoles, 22 de agosto de 2018

Síntomas de la Borrachera Seca (3er Síntoma)

Tercer síntoma: amargura e insatisfacción existencial por persistencia de los resentimientos.

El escorpión amargado

El alcohólico (y el adicto en general) cuando inicia su proceso de recuperación se enfrenta a dos serios problemas de insanidad mental: La culpa y el resentimiento. Ambos son sentimientos disruptivos que ponen en evidencia que la persona en recuperación no ha logrado desencadenarse del pasado. No ha logrado su verdadera liberación. Sigue atrapado por los fantasmas del ayer que le impiden un correcto y adecuado manejo del presente. Es el alcohólico en recuperación que no ha logrado ni perdonarse (culpa) ni perdonar a los demás (resentimiento).

La culpa será motivo de un análisis posterior dentro de los doce síntomas de la borrachera seca. Ahora analizaremos uno de los más frecuentes y que con más tenacidad impiden el verdadero crecimiento del adicto en recuperación: el resentimiento.

El escorpión, llamado también alacrán, es un arácnido de vida nocturna, que pasa el día oculto bajo las piedras y por la noche sale a cazar. Su característica más llamativa es el agudo aguijón en que termina su cola. Este aguijón está provisto de una glándula venenosa y cada vez que pica segrega una tóxica ponzoña con la que suele destruir o dañar a sus víctimas. Se dice que cuando el escorpión no logra picar a su víctima, se clava a sí mismo su venenoso aguijón provocando su muerte.

A veces los seres humanos y, en especial, los adictos en recuperación, que no han tenido la posibilidad de liberarse de sus resentimientos, se comportan de una manera similar a estos arácnidos y, a pesar de que están en abstinencia de alcohol o limpios de drogas, la persistencia de sus resentimientos los hace caer en una crónica amargura existencial que les impide alcanzar el estado de sobriedad. Éste es otro tipo de borracho seco a quien hemos nombrado el "escorpión amargado".

El resentido vaga por el mundo como escorpión; envenena todo, y cuando su aguijón falla en su intento de agredir, se pica a sí mismo provocando su propia destrucción.

El resentimiento es un sentimiento natural. Todos lo hemos sentido. De hecho, en algunas ocasiones, el resentimiento (positivamente manejado) puede ser útil, por ejemplo, cuando provoca que una persona se levante y actúe en forma positiva, sin embargo, lo que generalmente ocurre con los alcohólicos y adictos es que manejan el resentimiento negativamente lo cual empeora su situación.

Existen muchos alcohólicos y adictos a drogas que, aunque ya no beben ni consumen drogas, siguen
resentidos. Resentidos con la vida, resentidos con sus padres, con sus hermanos, con su exnovia, con su cónyuge, con algún amigo o con su jefe. Y aunque están abstemios, el resentimiento persistente ha impedido esa liberación que les permitirá disfrutar de todas aquellas cosas agradables de la vida que generan serenidad y plenitud.

En otras palabras, el resentimiento provoca amargura y la amargura impide la plenitud de vida.
Resentimiento quiere decir volver a sentir. El resentido está atrapado en ese sufrimiento psicológico que provoca el rencor. El resentido sigue sintiendo esa desagradable sensación porque de alguna manera se mantiene encadenado al recuerdo. Está atrapado. No puede salir.

El resentido está anclado en el pasado. La situación que generó el resentimiento queda guardada en su
memoria emocional y, cada vez que evoca, en su interrelación con otras personas a lo largo de su vida
situaciones semejantes, vuelve a sentir (re-sentimiento) el dolor psicológico de la primera experiencia, repitiendo lo ocurrido una y otra vez en su mente. Al repetir esto durante mucho tiempo, el resentimiento se alimenta solo y el resultado es que el resentido se envuelva en la auto conmiseración.

Lo anterior hace que el resentimiento se vuelva la fuerza propulsora de sus vidas; por supuesto, una fuerza propulsora muy negativa que convierte al resentido en ese escorpión que va emponzoñando a todo el que se le acerca y que finalmente termina destruido por su propio veneno.

Hay resentidos famosos en la historia que hicieron de su resentimiento la fuerza propulsora de sus vidas. Tal es el caso de Adolfo Hitler, que con su resentimiento ancestral hacia los judíos desencadenó el terrible holocausto, o el reciente caso del terrorista saudita Osama Bin Laden que tanta destrucción provocó con su rencor hacia los estadounidenses.

Cuando te encuentras ocupado resintiendo a alguien o algo, ese alguien o algo está controlando tu vida en ese momento. Tu resentimiento ocupa todo tu tiempo y energía y no deja espacio para el desarrollo de tu salud mental y espiritual.

"El resentimiento es el ofensor número uno. Destruye más alcohólicos que cualquier otra cosa, de esto se derivan todas las formas de enfermedad espiritual..." (Libro grande de AA, pág. 60).

"Es evidente que una vida en la que hay resentimientos profundos sólo conduce a la futilidad y a la
infelicidad. En el grado exacto en que permitamos que esto ocurra, malgastamos más horas que pudieron haber sido algo que valiera la pena" (Op. cit., pág. 62).

¿Hacia quién se tienen resentimientos?

Uno puede estar resentido con personas. Estas personas pueden ser miembros de la familia o individuos fuera de ella. Podemos tener resentimientos muy antiguos o más actuales. También podemos estar resentidos con personas vivas o con quienes ya murieron.
El resentimiento también se puede dirigir a las instituciones: el gobierno, la policía, las escuelas, la iglesia, las empresas trasnacionales, el ejército, etcétera.

También se puede estar resentido contra ciertos principios: leyes, códigos morales, los diez mandamientos, las reglas de la moda, el reglamento de tránsito, las obligaciones fiscales, entre otros.
Es importante la identificación de los resentimientos, por ello se recomienda a todos los adictos en recuperación que hagan una lista cuidadosa de las personas, las instituciones y los principios con los que están resentidos.

Causas del resentimiento

Una vez elaborada esta lista de personas, hay que reflexionar en cada uno de ellos y analizar cuál fue la causa del resentimiento. En muchas ocasiones, las raíces del resentimiento son inconscientes y ciertos mecanismos de defensa psicológicos impiden a la persona llegar a las verdaderas causas, por lo que en estos casos se hace necesaria la ayuda de un psicoterapeuta profesional que ayude a esclarecer los verdaderos motivos. En otros casos, la simple reflexión o trabajar un cuarto y quinto paso con los compañeros del grupo permite conocer la causa de este dolor psicológico.

Por ejemplo: Óscar F., alcohólico en rehabilitación, mencionaba en su historial que sentía un gran
resentimiento hacia sus padres y su hermano menor, porque cuando éste nació, lo desplazó de su posición de hijo consentido, lo que le hizo bajar su autoestima, posteriormente, el hermano menor fue más afortunado en sus estudios y con las mujeres, lo que agudizó los complejos y el resentimiento de Óscar. (resentimiento contra personas).

Alfonso P. mencionaba sentirse muy resentido con la policía, porque en una ocasión lo acusaron
injustamente, lo ridiculizaron y lo amenazaron con encarcelarlo, por lo que tuvo que darles dinero para que lo soltaran. A raíz de esa experiencia, Alfonso no solamente odia a la policía sino a toda persona que represente autoridad (resentimiento contra instituciones).

Alicia Z. comedora compulsiva y con muchos sentimientos de minusvalía y baja autoestima por ser obesa, sentía una gran animadversión contra todo lo que fuera reglas de la moda, culto al cuerpo esbelto o prendas de vestir femeninas que exaltaran la figura delgada. Inclusive sentía antipatía por actrices o cantantes de moda que eran admiradas por su buen cuerpo (resentimiento contra principios).

El que está resentido contra instituciones o principios, hostiliza a las personas que representan, simbolizan o simplemente los asocia con tales instituciones o principios.
Reflexionar sobre los resentimientos, hablar sobre ellos, analizarlos, asociarlos con otros fenómenos
emocionales e investigar sobre sus posibles causas, permitirá descubrir muchos factores irracionales que giran en torno a ellos. Este es un buen principio para empezar a superarlos.

¿Qué afecta mi resentimiento?

El resentimiento no es más que una forma de enojo, porque algo o alguien está amenazando las
necesidades instintivas de pertenencia y aceptación social (autoestima, orgullo y relaciones interpersonales positivas), de seguridad (emocional y material), de relaciones sexuales así como de las ambiciones en general (sexo, poder y prestigio).
Es muy importante que quien trabaje en sus resentimientos logre conectar con quién está resentido, la causa del resentimiento y las necesidades instintivas que estén amenazadas por la causa del resentimiento.
Por ejemplo, en el caso de Óscar F, él se sentía resentido con su hermano menor porque por su causa sus padres lo relegaron (al menos, ésta es su vivencia subjetiva). Al sentirse rechazado y falto de afecto, sintió seriamente amenazadas sus necesidades instintivas de autoestima, orgullo y relaciones personales positivas.

El mal manejo del resentimiento 

Generalmente, el resentido maneja inadecuadamente sus sentimientos hostiles y, casi siempre, este mal manejo lleva a empeorar su situación.

En nuestro ejemplo de Óscar F, el resentido reacciona con soberbia agrediendo a su hermano y asumiendo una actitud de enojo y de rebeldía ante sus padres, sin tener la posibilidad de comunicar la verdadera causa de su enojo. Siempre utiliza el juego de "Adivinen por qué estoy enojado". Su conducta se vuelve retadora y rebelde. Empezar a beber excesivamente o consumir drogas es parte de este juego y, desde luego, el inicio de su alcoholismo y adicción a las drogas (el escorpión auto agrediéndose). Esto provocará una relación muy conflictiva entre la persona resentida y su familia (sus padres y su hermano). En el caso de Óscar, esta mala relación fue creciendo al grado que abandonó a su familia y no quiso saber mas de ella; cayó en un severo alcoholismo, sintiéndose expulsado de su familia y rechazado por la sociedad (un típico cuadro de auto conmiseración) hasta que tocó fondo y llegó a un grupo de A.A.

Después de lograr un año de abstinencia, trabajó seriamente en su cuarto y quinto paso. Con la ayuda de su padrino y un psiquiatra especializado en adicciones, logró descubrir la causa de sus resentimientos. Hoy ha vuelto con su familia y la relación con su hermano menor a mejorado muy favorablemente e incluso se han asociado en un exitoso negocio de refacciones de automóviles. Óscar confiesa que hablar con su familia de sus ancestrales resentimientos, lo liberó de un gran peso sobre su existencia.

Por eso es importante que, además de analizar con quién estoy resentido, la causa del resentimiento y qué necesidades instintivas están amenazadas, se analice también qué es lo que se hizo para ayudar a causar o empeorar la situación. Hay cuatro posibilidades, se puede ser egoísta, deshonesto, temeroso o desconsiderado, o a veces una mezcla de dos o más de estas características.

Usualmente, si se es honesto se verá que en la mayoría de los casos hubo, parcialmente al menos, un grado de culpabilidad en la situación que provocó el resentimiento (excepto en los casos de abuso). Casi siempre el resentido, después de analizar objetivamente todos los factores causales, descubrirá que ninguno de sus resentimientos era verdadero. Simplemente había transferido su culpa a otras personas, instituciones o principios.

Uno de los factores que con más frecuencia genera Síndrome de Borrachera Seca es la persistencia de los resentimientos. Y es que no es fácil superar los resentimientos si no se trabaja estos conflictos psicológicos con otras personas, con determinación, mente abierta, honestidad, comunicación, constancia y humildad.

por el Doctor José Antonio Elizondo López

martes, 21 de agosto de 2018

Llegamos A Creer (Cap 2 - Parte 2)

NIEVE FRESCA
En contacto con la Comunidad de A.A. por más de seis años, tuve en ese período tres recaídas, episodios brutales y tenebrosos. Cada uno de ellos aumentó mi humillación y desesperación. Sobrio otra vez, me coloqué en un trabajo doméstico, y aprendí que existe la satisfacción aun en el cumplimiento de tareas interiores, y que la humildad - aplicada como aprendizaje y búsqueda de la verdad podía ser un Poder Superior disfrazado.

Entonces, inesperadamente, me fue ofrecido un empleo ejecutivo, que incluía muchas responsabilidades. Sólo pude contestar. "Tengo que pensarlo".
¿Era yo capaz de permanecer sobrio? ¿Estaba realmente sobrio o solamente seco? ¿Podría manejar las responsabilidades que entrañaba y hacer frente al renovado éxito? ¿O permitiría Dios que me castigara otra vez a mí mismo?

Llamé a una mujer amiga a la que estaba apadrinando. Lo discutimos, y ella consideró que podía y debía aceptar la oferta. Su fe me reafirmó; conocí el estímulo de saberme capaz de sentir otra vez dignidad y la gratitud simplemente por estar vivo. Esta recién adquirida sensación permaneció conmigo a través de toda la reunión de A.A. a la que asistimos esa noche. El tema a discusión era el Paso Once: "Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contracto consciente con Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer Su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla".

En casa, en la privacidad de mi cuarto, tuve otro impacto: una carta de mi hermana. La última vez la había visto en la oficina del comisario en donde, apesadumbrada, había dado fin a los continuos esfuerzos de la familia para ayudarme. "Aun nuestras oraciones parecen no tener esperanzas", había dicho, "así es que te dejo para que te defiendas por ti mismo". Ahora llegaba su carta, argumentando el saber en dónde y cómo me encontraba. Mirando por la ventana al hollín y polvo de los tejados, y después adentro, a la insignificancia de mi cuarto, pensé con amargura, "Sí, era cierto, ¡si sólo me pudieran ver ahora!". La gracia salvadora fue que no tenía más que perder y nada que pedirle a nadie. ¿O lo tenía?

Todos los ideales de mi juventud habían sido arrastrados lejos de mí por el alcohol. Ahora, todos los sueños y aspiraciones, familia, posición - todo lo que una vez había conocido - regresaron a burlarse de mí. Me recordaba escondido detrás de los árboles enfrente de mi anterior hogar para ver a mis hijos aparecer por la ventana; telefoneando a la familia para solo oír a las voces familiares decir, "Hola, hola, ¿quién habla ahí?", antes de colgar.

Sentado en la cama, tomé la carta y la leí una y otra vez. En mi angustia, no pude contenerme más. Desesperadamente, lloré, "¿Oh Dios, me has abandonado o yo te ha abandonado a Ti?"
Por cuánto tiempo estuve ahí, no lo sé. Al levantarme, me sentí atraído hacia la ventana. ¡Sentí una transformación! La suciedad de esa ciudad industrial había desaparecido bajo una cubierta de nieve fresca. Todo estaba nuevo y blanco y limpio. Cayendo de rodillas, renové ese contacto consciente con mi Dios que había conocido cuando niño. No recé, solo hablé. No pensé; solo descargué un corazón agobiado y un alma perdida. No di las gracias; solo supliqué ayuda.

Esa noche, finalmente en paz conmigo mismo por primera vez en años, dormí toda la noche y desperté sin el miedo y el terror de enfrentar otro día. Continuando mi oración de la noche anterior, dije, "Aceptaré el trabajo. Pero, querido Dios, permite que Tú y Yo juguemos juntos de ahora en adelante".

Cuando algunos días pueden solamente ofrecerme una pequeña porción de frenética serenidad, veintiséis años después reconozco aún la misma tranquilidad interior que viene con el perdón de uno mismo y la aceptación de la voluntad de Dios. Cada nueva mañana, existe la fe en la sobriedad, sobriedad no como mera abstinencia del alcohol, sino como una recuperación progresiva en cada faceta de mi vida.

Con mi amiga de A.A., ahora mi esposa desde hace veinticinco años, me he unido a mi familia para una gozosa reunión. Conocemos una vida alegra y satisfecha, en la cual mi hermana y toda la familia comparten renovados y más fuertes lazos de afecto. Desde ese día, yo confío y confían en mí.
Edmonton, Alberta, Canadá.

YO NO ESTABA MAS SOLO
Estuve dentro y alrededor de la Comunidad durante tres años, permaneciendo sobrio algunas veces, otras engañándome (a mi mismo, por supuesto) un poco o un mucho. Amaba A.A., me daba apretones de mano con todo mundo en cada puerta de todas las reuniones a las que asistía, que eran muchas. Era una especie de anfitrión de A.A. Desafortunadamente, tenía aún muchos problemas conmigo mismo.

Un miembro de mi Grupo solía decirme: "Si solamente practicaras el Paso Tres . . ." ¡Lo mismo que si hubiera estado hablando en alemán! Yo no podía comprender. Aunque yo había sido un estudiante distinguido de la escuela dominical, me había retirado muy lejos de todo lo espiritual.
En una época, me las arreglé para permanecer físicamente sobrio por seis meses. Entonces perdí mi trabajo y, a los cincuenta y cuatro años, estaba seguro de que nunca volvería a conseguir otro. Muy asustado y deprimido, sencillamente no podía encarar el futuro, y mi estúpido orgullo no me dejaba pedirle ayuda a nadie. Así es que fui al almacén de licores por mi muleta.

En los tres meses y medio que siguieron, morí cientos de veces. Aún asistía a bastantes reuniones cuando podía, pero no comentaba mis problemas con nadie. Los otros miembros habían aprendido a dejarme solo, porque ellos se sentían impotentes, y ahora comprendo por qué se sentían así.

Una mañana me desperté con la decisión de permanecer en cama todo el día, de esa forma no podría conseguir un trago. Cumplí con mi decisión, y cuando me levanté a las seis de la tarde, me sentía con seguridad, ya que las licoreras cerraban a esa hora. Esa noche me sentí desesperadamente enfermo; debería de estar en el hospital. Cerca de las siete comencé a telefonear a todos aquellos de los que pude acordarme, fueran o no A.A. Pero nadie pudo, o quiso, venir en mi ayuda. Como último esfuerzo telefoneé a un ciego. Había trabajado cocinando para él por varios años, y le pregunté si podía coger un taxi e ir a su apartamento. Yo me daba cuenta de que me estaba muriendo, le dije, y tenía mucho miedo.

Me dijo: "¡Muérete condenado! Yo no te quiero aquí". (Después me dijo que quiso cortarse la lengua, y que pensó en llamarme. ¡Gracias a Dios que no lo hizo!). Me fui a la cama seguro de que yo no me levantaría más. Mis pensamientos nunca habían sido tan lúcidos. En realidad no podía ver ninguna salida. Hacia las tres de la madrugada, aún no me había dormido. Estaba agarrado fuertemente a las almohadas y mi corazón latía con tal fuerza que parecía que se me iba a salir del pecho. Mis extremidades empezaron a adormecerse, primero las piernas arriba de las rodillas, luego los brazos arriba de los codos.

Pensé, "¡Ahora si!" Y me volví entonces hacia la única fuente a la que había sido demasiado listo (según lo veo ahora) o demasiado estúpido para recurrí antes. Grité: "Por favor, Dios mío, ¡no me dejes morir así!" Mi alma y corazón atormentados estaban en esas pocas palabras. Casi instantáneamente el adormecimiento empezó a desaparecer. Sentí una presencia en el cuarto. Ya no estaba solo.

Dios sea alabado, nunca más me volví a sentir solo. Nunca volví a tomar otra copa, y más aún, nunca la he necesitado. Fue un largo camino el de regreso a la salud, y pasó mucho tiempo para que la gente tuviera confianza en mí. Pero eso realmente no importaba. Yo sabía que estaba sobrio, y en alguna forma me di cuenta que, mientras yo viviera de la manera en que Dios quería que viviese, nunca más volvería a sentir miedo.

Recientemente se me dijo que tenía un tumor maligno. En lugar de sentirme temerosos o deprimido, agradecí a Dios por los últimos diez y seis años de tiempo prestado que El me había dado. Me extirparon el tumor, me siento extraordinariamente bien y estoy disfrutando todos los minutos de cada día. Habrá muchos más días, según creo. En tanto que Dios me tenga acá trabajo por hacer, aquí permaneceré.
Lac Carré, Quebec, Canadá.

UN HOMBRE NUEVO
Traté de ayudar a este hombre. Fue una experiencia humillante, nadie disfruta el ser un fracaso total; deja el orgullo hecho una ruina. Nada parecía funcionar bien. Lo llevaba a las reuniones y se sentaba en medio de una nube, y sabía que sólo su cuerpo estaba presente. Iba a su hogar, y él, o estaba borracho o se escapaba por la puerta trasera. Su familia estaba comenzando a entrar en un período de verdaderas penurias; podía sentir su desesperación.

Entonces vino el episodio del hospital, en la última de su larga cadena de hospitalizaciones. Entro en delírium tremens y convulsiones tan violentas, que tuvo que ser amarrado a la cama. Ya en estado de coma tuvo que ser alimentado por vía intravenosa. Cada día que lo visitaba se veía peor, aunque esto parecía imposible. Por seis días permaneció inconsciente, sin efectuar ningún movimiento, excepto los temblores periódicos.

El séptimo día lo visité otra vez. Al entrar en su cuarto me di cuenta de que le habían quitado las ligaduras que lo ataban a la cama y también los tubos de alimentación. Me sentí entusiasmado. ¡El iba a lograrlo! El doctor y la enfermera cortaron de raíz mis esperanzas. Se iba muriendo rápidamente.
Después de que hice los arreglos para traer a su esposa, se me ocurrió que siendo él un católico habían ciertos ritos de su religión que deberían ser cumplidos. Era un hospital católico, por lo que me dirigí al vestíbulo y localicé a una hermana religiosa (la madre superiora, como después me enteré). Ella avisó a su sacerdote, y junto con otra hermana me acompañaron al cuarto.

Mientras que el sacerdote entraba solo al cuarto, nosotros tres decidimos sentarnos en el banco del corredor. Sin previo acuerdo los tres inclinamos nuestras cabezas y comenzamos a rezar - la madre superiora, la hermana y yo, y un presbiteriano ordenado diácono.

No tengo forma de saber que tanto tiempo estuvimos ahí. Sé que el sacerdote ya se había ido a atender sus demás deberes. Lo que nos regresó al presente inmediato fue un ruido que oímos en el cuarto. Cuando nos asomamos, ¡el paciente estaba sentado en la cama!.

"Muy bien, Dios mío", dijo, "ya no quiero ser un jugador de la línea de retaguardia, un quarterbeck, por más tiempo. Dime qué quieres Tú que haga, y yo lo hará".

Los doctores dijeron después que en sus condiciones físicas le era imposible moverse, y menos aún sentarse. Y antes de éstas, no había proferido una sola palabra desde que ingresó al hospital. Su siguiente expresión fue: "Tengo hambre".

Pero el verdadero milagro fue lo que le sucedió durante los diez años siguientes. Empezó a ayudar a la gente. Y quiero decir esto ¡ayudar!. Ninguna llamada era demasiado difícil, demasiado inconveniente, demasiado "desesperado". Fundó el Grupo de A.A. en su pueblo, y se siente aturdido si usted menciona esto a otros o comenta la cantidad de trabajo de A.A. que él está haciendo.
El ya no es el mismo hombre con el que estuve intentando hacer el Paso Doce. Fracasé en todos mis esfuerzos para ayudar al hombre que yo conocía. Y entonces ese alguien creó un hombre nuevo.
Bernardsville, New Jersey.

FIGURA DEL MAL
Sucedió cerca de las tres de la madrugada. Había estado en nuestra Fraternidad poquito menos de un año. Estaba solo en la casa; mi tercera esposa se había divorciado de mí antes de mi entrada a Alcohólicos Anónimos. Me desperté con la sensación atemorizante de proximidad de la muerte. Estaba tembloroso y semi paralizado por el miedo. Aunque era el mes de agosto en el Sur de California, tenía tanto frío que busqué una gruesa manta y me la eché sobre los hombros. Entonces encendí la calefacción de la sala y me paré enfrente de ella, tratando de entrar en calor. En lugar de calentarme, comencé a entumecerme por completo y nuevamente sentí a la muerte aproximarse.

No había sido una persona muy religiosa, ni había estado afiliado a ninguna iglesia después de llegar a Alcohólicos Anónimos. Pero de pronto me dije a mí mismo: "Si alguna vez he necesitado orar, este es el momento". Regresé a mi cuarto y caí de rodillas al lado de la cama. Cerré los ojos, puse mi cara sobre las palmas de las manos, y descansé las manos en la cama. Había olvidado todas las palabras que dije en voz alta, pero volví a implorar "Por favor, Dios mío, ¡enséñame a orar!".

Entonces, sin levantar la cabeza ni abrir los ojos, fui capaz de "ver" la distribución completa del piso de la casa. Y podía "ver" un nombre gigante de pie al otro lado de la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho. Me mostraba su indignación mirándome con intenso odio y maldad. El era la manifestación de todo lo malo. Después de unos diez segundos, lo "vi" dirigirse hacia el cuarto de baño y también alrededor, saliendo entonces de la casa por la puerta de la cocina.

Permanecí en mi posición original de oración. Simultáneamente con su salida, pareció que me llegaba desde todas las direcciones, desde los alcances infinitos del espacio, una corriente magnética vibrante, pulsante. En unos quince segundos probablemente, esa formidable fuerza entró en contacto conmigo, permaneció en mí cinco segundos, y entonces, lentamente, regresó hacia sus orígenes. Pero la sensación de liberación que me produjo su presencia, no hay palabras para describirla. A mi manera, carente de refinamientos, di las gracias a Dios, me acosté en la cama y me dormí como un niño.

No he vuelto a tener el deseo de un trago o de cualquier intoxicante desde aquella memorable mañana hace veintitrés años. En los años que llevo en nuestra Fraternidad, he tenido el privilegio de oír a uno que otro miembro describir una experiencia casi igual a la mía. El que saliera de mi casa, aquella figura del mal, simbolizó en realidad que salieran, de mi vida, todo el mal causado por el alcoholismo, ¿tal como algunos piensan? Cualquier cosa que haya sido, la otra parte de mi experiencia simboliza para mí, el amor poderoso y purificador de un Poder Superior, al que desde entonces me siento feliz de llamarle Dios.
San Diego, California.

NAUFRAGANDO
Antes de mi reclusión en un centro alcohólico, yo había tenido un período seco en Alcohólicos Anónimos. Ahora sé que había ido a Alcohólicos Anónimos para salvar mi matrimonio, mi trabajo y mi salud, aunque nadie hubiera podido convencerme en esa época de que las metas que me guiaban en A.A. no eran las apropiadas. En siete meses, mi hígado estaba ya bien, y me emborraché durante seis semanas, con el desenlace de mi reingreso al centro de recuperación.

En mi octava noche ahí, supe que me estaba muriendo. Estaba tan débil que difícilmente podía respirar. Respiraba dando pequeñas boqueadas, bastante alejadas una de otra. Sí me hubieran puesto un trago a tras centímetros de mi mano, no habría tenido fuerza suficiente para agarrarlo. Por primera vez en mi vida estaba arrinconado en una esquina en la que no podía pelear, engañar, mentir, robar o comprar mi manera de salir de ahí. Estaba metido en una trampa. Por primera vez en mi vida, proferí una oración sincera: "Dios mío, por favor ayúdame". No regateé con El, ni le sugerí cómo o cuándo El me iba a ayudar.

Inmediatamente me llegó la paz y tranquilidad. No hubo la luz de un relámpago o el choque de un trueno, ni siquiera una pequeña voz. Estaba asustado. No sabía qué me había sucedido. Pero me fui a acostar y dormí toda la noche. Cuando me desperté a la mañana siguiente, estaba fresco, fuerte y hambriento. Pero la cosa más maravillosa fue que, por primera vez en la vida, esa oscura, misteriosa nube del miedo se había ido. Mi primer pensamiento fue escribirle a mi esposa sobre esta experiencia, y lo hice. ¡Imagínenme siendo capaz de escribir una carta después de la situación en que me había encontrado la noche anterior!.

Estoy seguro de que algunos clasificarían esta experiencia como un ejemplo de "déjalo pasar y déjaselo a Dios". ¡Pero no para este terco sujeto! Me había agarrado a la punta de un delgado hilo de mi voluntad hasta que se reventó, y entonces fui agarrado por los "brazos sempiternos". Tuve que rendirme impotente, como un hombre que se está ahogando y pelea con el que trata de salvarlo.
Regresé a Alcohólicos Anónimos, pero estuve renuente por largo tiempo a contar mi experiencia. Temía que nadie me creyera y que se rieran de mí. Más tarde me enteré que otros habían tenido experiencias similares.

Una experiencia espiritual, creo, es lo que Dios hace por un hombre, cuando el hombre está totalmente impotente de hacerlo por sí mismo. Un despertar espiritual es lo que un hombre hace por medio de su buena voluntad para que su vida sea transformada, siguiendo un programa ya comprobado de crecimiento espiritual y esta es una aventura que nunca termina.
Raleig, Carolina del Norte.

lunes, 20 de agosto de 2018

El Camino De Las Lagrimas (Cap. 1- Parte 1)

Me gustaría comenzar este nuevo libro para compartir, ya que fue uno de los primeros libros que me di a la tarea de leer completamente y me ayudo en su momento a superar algunas lagrimas que vivía. Dado que es mas fácil de conseguir este libro en varias partes, quiero decir que compartiré algunos capítulos, quiero darle a las personas que así lo quieran, la oportunidad de leerlo en la medida de lo posible. Espero poder compartirlo cada lunes y viernes como en otras ocasiones con otros libros. Así que, estén pendientes...


El Camino De Las Lagrimas (Jorge Bucay)

EMPEZANDO EL CAMINO

Así empieza el camino de las lágrimas. Así, conectándonos con lo doloroso. Porque así es como se entra en este sendero, con este peso, con esta carga. Y también con esta creencia irremediable: la supuesta conciencia de que no lo voy a soportar. Porque todos pensamos al comenzar este tramo que es insoportable. No es culpa nuestra; hemos sido entrenados por los más influyentes de nuestros educadores para creer que no soportaremos el dolor, que nadie puede superar la muerte de un ser querido, que podríamos morir si la persona amada nos deja, que la tristeza es nefasta y destructiva, que no somos capaces de aguantar ni siquiera un momento de sufrimiento extremo de una pérdida importante. Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con estos pensamientos, que como la mayoría de las creencias aprendidas son una compañía peligrosa y actúan como grandes enemigos que nos empujasen a veces a costo mayores que los que supuestamente evitan. En el caso de las pérdidas, por ej, pueden extraviarnos de la ruta hacia nuestra liberación definitiva de lo que ya no está. Hay una historia verídica, que sucedió en África. Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo. De repente un derrumbe los dejó aislados del afuera sellando la salida. En silencio cada uno miró a los demás. Con su experiencia se dieron cuenta de que el problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaba unas tres horas de aire, cuanto mucho tres horas y media. Mucha gente de afuera sabían que estaban allí atrapados, pero un derrumbe como ese significaba horadar otra vez la mina, podrían hacerlo antes  de que se termine el aire? Los mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran. Acordaron hacer el menor esfuerzo físico, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron en silencio en el piso....era difícil calcular el tiempo que pasaba... incidental- mente uno tenía reloj. Hacía él iban todas las preguntas ¿cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora? El tiempo se estiraba, cada minuto parecía una hora y la desesperación agravaba más la tensión. El jefe se dio cuenta que si seguían así, la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. ordenó a el que tenía el reloj que sólo él controlara el paso del tiempo y avisara cada media hora. Cumpliendo la orden, a la primera media hora dijo "ha pasado media hora" Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.. El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba.

Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morir sufriendo. Así que la próxima vez que les informó la media hora habían pasado 45 minutos. No había manera de notar la diferencia. Apoyado en el éxito del engaño de la tercera información la dio casi una hora después... así siguió el del reloj, cada hora completa les informaba que había pasado media hora. ...La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos.
Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia...el que tenía el reloj. Esta es la fuerza que tienen las creencias en nuestras vidas. Esto es lo que nuestros condicionamientos pueden llegar a hacer de nosotros. Cada vez que construyamos una certeza de que un hecho irremediablemente siniestro va a pasar, no sabiendo cómo (o sabiéndolo) nos ocuparemos de producir, de buscar, de disparar (o como mínimo de no impedir) que algo de lo terrible y previsto nos pase realmente. De paso y como en el cuento, el mecanismo funciona también al revés: Cuando creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de avanzar se multiplican. Claro que si la cuadrilla hubiera tardado doce horas, no habría habido pensamiento que salvara a los mineros.

NO digo que la actitud positiva por sí misma sea capaz de conjurar la fatalidad o de evitar tragedias. Digo que las creencias autodestructivas indudablemente condicionan la manera en la cual enfrento las dificultades. El cuento de los mineros debería obligarnos a pensar en estos condicionamientos. Y empiezo desde aquí porque uno de los falsos mitos culturales que aprendimos con nuestra educación es que no estamos preparados para el dolor ni para la pérdida.
Repetimos casi sin pensarlo: "No hubiera podido seguir si lo perdía" "No puedo seguir si no tengo esto" "No podría seguir si no consigo lo otro" Cuando hablo de dependencias, digo siempre que cuando tenía algunas horas o días de vida, era claro, aunque yo no lo supiera todavía, que no podía sobrevivir sin mi mamá o por lo menos sin alguien que me diera cuidados maternales; mi mamá era entonces imprescindible para mí porque yo no podía vivir sin su existencia. Después de los tres meses de vida seguramente me hice más consciente de esa necesidad pero descubrí además a mi papá y empecé a darme cuenta de que verdaderamente no podía vivir sin ellos. Algún tiempo después ya no eran mi mamá y mi papá, era MI familia, que incluía a mi hermano, algunos tíos y alguno de mis abuelos. Yo los amaba profundamente y sentía, me acuerdo de esto, que no podía vivir sin ellos. Más tarde apareció la escuela y con ella, la Srita Angeloz, el Sr.Almejúm, La Srita Mariano y el Sr.Fernández, maestros a quienes creí a su tiempo imprescindibles en mi vida. En la escuela República de Perú conocí a mi primer amigo entrañable "Pocho" Valiente, de quién pensé en aquel momento que nunca, nunca, podría separarme.
Siguieron después mis amigos del colegio secundario y Rosita, mi primera novia, sin la cual, por supuesto, creía que no podía vivir. Y después la Universidad, pensaba que no podía vivir sin mi carrera. Hasta que a los 21 años, después de algunas novias, también imprescindibles, conocí a Perla y sentí inmediatamente que no podía vivir sin ella. Quizás por eso hicimos una familia sin la cual no sabría cómo vivir, Y así seguí sumando ideas, descubriendo más imprescindibles, mi profesión, algunos amigos, el trabajo, la seguridad económica, el techo propio y aún después, más personas, situaciones y hechos sin los cuales no podía vivir. Hasta que un día, exactamente el 23 de Noviembre de 1979, me di cuenta que no podía vivir sin mí. Yo nunca me había dado cuenta de esto, nunca noté que yo era imprescindible para mí mismo. ¿Estúpido, verdad? Todo el tiempo sabía yo sin quién no podría vivir y nunca me había dado cuenta, hasta los treinta años, de que sobre todo, no podía vivir sin mí. Fue interesante de todas formas confirmar que sería verdaderamente difícil vivir sin algunas de esas otras cosas y personas, pero esto no cambiaba el nuevo darme cuenta "Me sería imposible vivir sin mí." Entonces empecé a pensar que algunas de las cosas que había conseguido y algunas de las personas sin las cuales creía que no podía vivir, quizás un día no estuvieran. Las personas podían decidir irse, no necesariamente morirse, simplemente no estar en mi vida. Las cosas podían cambiar y las situaciones podían volverse totalmente opuestas a como yo las había conocido. Y empecé a saber que debía aprender a prepararme para pasar por estas pérdidas. Por supuesto que no es igual que alguien se vaya a que ese alguien se muera. Seguramente no es lo mismo mudarse de una casa peor a una casa mejor, que al revés. Claro que no es lo mismo cambiar un auto todo desvencijado por un auto nuevo, que a la inversa. Es obvio que la vivencia de pérdida no es la misma en ninguno de estos ejemplos, pero quiero decir desde el comienzo que siempre hay un dolor en una pérdida. Perder es dejar algo "que era", para entrar en otro lugar donde hay otra cosa "que es". Y esto "que es" no es lo mismo "que era" Y este cambio, sea interno o externo, conlleva un proceso de elaboración de lo diferente, una adaptación a lo nuevo, aunque sea para mejor. Este proceso se conoce con el nombre de "elaboración del duelo". Mejorar también es perder:
Como su nombre lo indica, los duelos...duelen. Y no se puede evitar que duelan. Quiero decir, el hecho concreto de pensar que voy hacía algo mejor que aquello que dejé es muchas veces un excelente premio consuelo, que de alguna manera compensa con la alegría de esto que vivo el dolor que causa lo perdido.
Pero atención: COMPENSA pero no EVITA APLACA pero no CANCELA ANIMA a seguir pero no ANULA la pena. Siempre recuerdo el día que dejé mi primer consultorio Era un depto alquilado realmente rasposo, de un solo ambiente chiquitito, oscuro, interno, bastante desagradable. A veces digo que no soy psicoanalista porque el paciente acostado no entraba en ese consultorio, había que estar sentando. Y un día, cuando me empezó a ir mejor, decidí dejar ese depto. para irme a un consultorio más grande, de dos ambientes, mejor ubicado. Para mí era un salto impresionante. Y sin embargo, dejar ese.consultorio, donde yo había empezado, me costó muchísimo. Si no hubiera sido por mi hermano que vino a ayudarme a sacar las cosas, me habría quedado sentado, como estaba cuando él llegó, mirando las paredes, el techo, las grietas del baño, mirando el calefón eléctrico...porque no hubiera podido ni empezar a poner las cosas en los canastos. Él me había venido a ayudar, y empezó a descolgar los cuadros y a ponerlos en el piso...él sacaba y yo ponía...así durante horas para poder dejar ese lugar y partir hacía algo mejor, hacía el lugar que había elegido para mi futuro y mi comodidad... Lo increíble es que yo lo sabía y lo tenía muy presente, pero esto no evitaba el dolor de pensar en aquello que dejaba. Las cosas que uno deja siempre tiene que elaborarse. Siempre tiene uno que dejar atrás las cosas que ya no están aquí, aun cuando de alguna forma sigan estando...(?) Quiero decir, hace 26 años que estoy casado con mi esposa, yo sé que ella es siempre la misma, tiene el mismo nombre, el mismo apellido, la puedo reconocer, se parece bastante a aquella que era, pero también sé que no es la misma.- Desde muchos ángulos es totalmente otra. Por supuesto que físicamente hemos cambiado ambos (yo más que
ella), pero más allá de eso cuando pienso en aquella Perla que Perla era, de alguna manera se me confronta con esta que hoy es. Y en las más de las cosas me parece que ésta me gusta mucho más que la otra. Y digo, es fantástica esta Perla comparada con aquella, es maravilloso darse cuenta de cuánto ha crecido, es espectacular; pero esto no quiere decir que yo no haya tenido que hacer un duelo por aquella Perla que fue. Y fíjense que no estoy hablando de la muerte de nadie, ni del abandono de nadie, simplemente estoy hablando de alguien que era de una manera y que hoy es de otra. Que el presente sea aun mejor que el pasado no quiere decir que yo no tenga que elaborar el duelo. El mapa no es el territorio. Hay que aprender a recorrer este camino, que es el camino de las pérdidas, hay que aprender a sanar estas heridas que se producen cuando algo cambia, cuando el otro parte, cuando la situación se acaba, cuando ya no tengo aquello que tenía o creía que tenía o cuando me doy cuenta de que nunca lo tendré lo que esperaba tener algún día (y ni siquiera es importante si verdaderamente lo tuve o no). Este sendero tiene sus reglas, tiene sus pautas. Este camino tiene sus mapas y conocerlos ayudará seguramente a llegar más entero al final del recorrido. Un ingeniero que se llamaba Korzybski decía que en realidad todos construimos una especie de esquema del mundo en el que habitamos, un "mapa" del territorio y en él, vivimos. Pero el mapa, aclara, NO es el territorio. El mapa es apenas nuestro mapa. Es la idea que nosotros tenemos de cómo es la realidad, aunque muchas veces esté teñida por nuestros prejuicios. Aunque no se corresponda exactamente con los hechos, es en ESE mapa donde vivimos. No vivimos en la realidad sino en nuestra imagen de ella. Si en mi mapa tengo registrado que aquí en mi cuarto hay un árbol, aunque no lo haya, aunque nunca haya existido, aunque el árbol no esté en el de Uds. y todos pasen por este lugar sin miedos ni registro alguno, yo voy a vivir esquivando este árbol por el resto de mi vida. Y cuando me vean esquivar el tronco Uds. me van a decir: -¿Qué hacés, estás loco? Y yo voy a pensar "los locos son ustedes". Desde afuera de mi mapa esta conducta puede parecer estúpida y hasta graciosa, en los hechos puede resultar bastante peligrosa Dicen que una vez un borracho caminaba distraído por un campo. De pronto vio que se le venían encima dos toros, uno era verdadero y el otro imaginario.
El tipo salió corriendo para escapar de ambos hasta que consiguió llegar a un lugar donde vio dos enormes árboles. Un árbol era también imaginario pero el otro por suerte era verdadero. Borracho como estaba, el pobre desgraciado trató de subirse al árbol imaginario y lo agarró el toro real... Y por supuesto...colorín...colorado. Es decir, depende de cómo haya trazado este mapa de mi vida, depende del lugar que ocupa cada cosa en mi esquema, depende de las creencias que configuran mi ruta, así voy a transitar el proceso de la pérdida.

domingo, 19 de agosto de 2018

Toma De Decisiones

Generalmente, cuando atravesamos por las bien llamadas “crisis” en las que todo parece perder sentido, en las que no quedan ganas de salir adelante, en las que parece que no hay por qué luchar y la esperanza se va, nos apresuramos de manera rápida a tomar decisiones por el deseo que tenemos de abandonar ese estado de dificultad. 
Son momentos en los que -aparentemente- lo mejor es dejar todo tirado y tomar la decisión de desistir de un proyecto, de una meta que nos hayamos planteado, incluso, de los sueños que aún tenemos sin realizar. 
Pues es necesario saber que cuando está lloviendo, uno no debe hacer mudanzas. 
Y es que conozco gente que en medio de la crisis lo primero que hace es tomar una decisión que les termina costando mucho más caro. 
Es necesario saber tomar las decisiones acertadas, en el momento acertado. 
No podemos permitir que una baja en nuestras emociones y sentimientos nos hagan perder de vista el horizonte que nos hemos planteado. 
Hay que tener presente –muy presente, siempre- que el fracaso no tiene la última palabra, en cada cosa que nos pasa hay un aprendizaje, posibilidades siempre de salir adelante y, sobre todo, que el dolor no puede ser nuestro consejero al momento de aventurarnos a tomar decisiones trascendentales que pueden transformar nuestra vida para mal. 

Piensa, analiza y decide, no termines perdiendo todo el esfuerzo que has hecho, solo por una desilusión. 

TAREA DEL DÍA
No tomes decisiones a la ligera.

P. Alberto José Linero