viernes, 5 de julio de 2019

Coherencia

Coherencia es la congruencia que hay entre las acciones de una persona y aquello que predica.
Se llama coherencia a la actitud consecuente de una persona en relación con una postura asumida anteriormente. En este sentido, cuando se dice que alguien es coherente, es porque se verifica que existe correspondencia y congruencia integral entre su forma de sentir, pensar, decir  y de conducirse.
La palabra congruencia deriva del latín congruentia, y según el diccionario es la “coherencia o relación lógica que se establece entre dos o más cosas”.

Una persona congruente es aquella que vive y actúa según su escala personal de valores y creencias. Hay una relación coherente directa y lógica entre lo que se piensa, se dice, se hace y se siente.

Lo contrario de llevar una vida congruente es lo que se conoce psicológicamente como “Disonancia Cognitiva”, y “hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias”
¿Por qué es importante ser congruente? Porque solo de esta forma lograremos Paz interior y viviremos en armonía con nosotros mismos, así de simple.

Un ejemplo de incongruencia sería el de la persona que es altamente religiosa, y lleva una vida con las exigencias y rigor que su religión le exige. Sin embargo, podría ser una persona inflexible, con poca tolerancia y que no acepta a las personas que no actúan, piensan o son como ella. Por lo tanto genera pensamientos, sentimientos y reacciones negativas en contra de estas personas que no comparten sus creencias. Esta persona, por más que rece, y siga todos los ritos y formalismos  relacionados con su religión, le será difícil alcanzar la paz consigo misma y no está siendo coherente con lo que deberían de ser los valores de una persona practicante.

Desgraciadamente vivimos en una sociedad donde la mayoría de personas no le dan importancia a la congruencia. Es importante tener presente que la congruencia no es algo que necesariamente genera un beneficio a la sociedad, es un beneficio altamente personal.

Los que en teoría decimos que practicamos el programa, mínimo debemos de ser coherentes.
El crecimiento espiritual se mide no por lo que piensas y expresas, más bien por la coherencia entre lo que se es, lo que se siente, los actos concretos acorde de lo que se profesa.

"Cuando el ojo de una persona dice una cosa, su lengua otra y su corazón otra distinta, vive en un conflicto con la verdad"  
 Gandhi.

jueves, 4 de julio de 2019

12 Pasos Para Dejar Atrás El Alcohol (Parte 3)

Enseñadme la salida
Segundo Paso Llegamos al convencimiento de que sólo un poder superior a nosotros mismos podría devolvernos la cordura.
Para entender el Segundo Paso, póngase en el lugar de uno de los primeros miembros de AA, antes que el Gran Libro fuera escrito, incluso antes de que la organización tuviera su nombre.
Si usted fuera un miembro del grupo, habría hecho durante su vida decenas de miles de promesas de dejar la bebida a cientos de personas diferentes. A veces lo consiguió por algunos meses, otras al cabo de una hora estaba bebiendo.
Puede haber sacrificado su trabajo, fortuna o familia por la bebida.
En realidad puede haberlo hecho en varias oportunidades

Después de años de insistencia tenaz en hacer las cosas a su manera, finalmente, a regañadientes, usted llega a la conclusión de que es impotente ante el alcohol y de que su vida está descontrolada. Pero luego se encuentra ante un nuevo dilema: si fuera impotente, incapaz de recuperarse por su propia voluntad, entonces, ¿quién o qué le proporcionará la fuerza para aprender a vivir sin alcohol? ¿Quién le dará aquello que ha sido incapaz de encontrar tantas veces en el pasado?
Obviamente la respuesta se debe encontrar fuera de usted mismo.
Aquí nace el concepto del poder superior (también conocido como el PS).
Sí, el poder superior es un concepto espiritual, pero ha perdurado para satisfacer una necesidad habitual del alcohólico en recuperación, contestando la pregunta: ¿Quién me dará la fuerza para hacer lo que debo?
Como se sabe, religión y espiritualidad no son la misma cosa. La religión es simplemente una forma que puede tomar la fe en el espíritu. El hecho de que existan muchas religiones es la evidencia de que la fe en el espíritu puede, y en efecto lo hace, tomar muchas formas.
La espiritualidad, sin embargo, trasciende estas formas. Las personas profundamente espirituales pueden ser católicos, protestantes, judíos, musulmanes, etcétera. Incluso pueden ser miembros de una iglesia no organizada.
Se ha de recordar que AA manifestó que su propósito no era excluir a causa de su religión a los que sufrían de alcoholismo, sino incluir a tantos alcohólicos como fuese posible. De este modo los Pasos, como el resto del programa de AA no forma parte de ninguna religión en particular.
Y de hecho, hay probablemente en AA tantos poderes superiores como alcohólicos.
Muchas personas en AA tienen una profunda educación religiosa, y para ellos el Poder Superior debe ser Dios en una forma u otra.
Como también hay agnósticos y ateos en AA, frecuentemente utilizan como Poder Superior cualquier cosa.
Por ejemplo, para muchos Alcohólicos Anónimos su Grupo de Acogida es su Poder Superior. Nos explican que creen que el Poder Superior se expresa mejor a través de las acciones del grupo. Poniendo en práctica los Doce Pasos, su programa espiritual es tan sólido como el de cualquiera. Más adelante narramos la historia de un alcohólico cuyo Poder Superior era un objeto inanimado.
Un punto importante: el Poder Superior jamás debe ser el alcohólico; ya sabemos que esto no funciona.
Observemos que el enunciado de este paso emplea las palabras “podría devolvernos la cordura” y no “nos devolverá la cordura” al describir lo que el Poder Superior puede hacer por el alcohólico.
¿No sería fabuloso si sólo fuera necesario creer en un poder más grande que usted mismo para que le devolviera la cordura automáticamente?
Nunca se tendría que preocupar por engañarse a sí mismo al permitirse “sólo una copa”. Sabría que decisión tomar en una crisis, no le afectarían los deseos incontrolables y estaría sereno, satisfecho de su suerte, feliz consigo mismo. Y podría pasar por alto los Pasos restantes.
Por desgracia esto no funciona de esa manera. Aunque el Segundo Paso afirma que existe algo que puede devolverle la cordura, no asegura que ese algo lo hará.
En cambio el presente Paso ofrece una especie de pacto entre el PS y el que sufre de alcoholismo. Propone una relación activa en el estilo de: “Si tú haces esto, entonces tendrás la voluntad de hacer algo más.”
¿Qué debe hacer el alcohólico para cumplir su parte del pacto?
Persistir en la abstinencia, un día entero cada vez, si es necesario.
Asistir a las reuniones.
Y ponerse a trabajar con el Tercer Paso.
Aparte del tema del Poder Superior, la parte más discutida del Segundo Paso está relacionada con la salud mental.
Mucha gente se pregunta con frecuencia: ¿Son los alcohólicos, realmente enfermos mentales?
Sí y no.
En su mayor parte los alcohólicos no son enajenados en el mismo sentido que lo podría ser un esquizofrénico o un maníaco-depresivo.
Aunque no es extraño encontrar alcohólicos que también sufren una enfermedad mental crónica, la gran mayoría no padece este tipo de dolencia.
Más aún, las investigaciones recientes nos inducen a pensar que lejos de beber para disimular o tratar una perturbación mental o emocional subyacente, el alcohólico sufre depresiones, cambios de humor, problemas de personalidad y manías en general a causa del alcoholismo y de la experiencia de la bebida.
Hay indicios manifiestos, obtenidos de estudios que abarcan algunas décadas de las vidas de los pacientes, de que los alcohólicos no muestran una frecuencia especial de perturbaciones psicológicas o de personalidad antes del comienzo del alcoholismo.
Hay, sin embargo, un tipo de trastorno que los alcohólicos comparten con casi todos los que sufren de alguna adicción o de otras enfermedades crónicas. Esta forma particular de perturbación es a menudo tan peligrosa para la salud mental y el bienestar del paciente como la esquizofrenia lo es para los que la padecen.
El desequilibrio al que nos referimos se pone de manifiesto en conductas como:
• Beber a pesar de saber que le traerá problemas.
• Beber a pesar del dolor y aflicción que provoca en aquellos que usted quiere.
• Beber a pesar del daño que usted sabe que está causando a su salud.
• Beber por alguien que lo ha desairado.
• Beber para probar que puede controlar la bebida a pesar de que su experiencia le ha demostrado que no puede.
• Romper con los amigos, la familia y con cualquiera que interfiera en su afición por la bebida.
• Culpar a otros del hecho de que usted no puede beber sin riesgos.
• Insistir, a pesar de todas las pruebas en contra, en que usted es “diferente” de otras personas que sufren de alcoholismo.
• Buscar pretextos para recaer después de haber logrado un tiempo de abstinencia.
• Resistirse a los esfuerzos de aquellos que le rodean para conseguir que busque la ayuda que necesita.
• Permitir que su orgullo se imponga a la necesidad de aceptar un tratamiento.
Todos los adictos comparten este tipo de desequilibrio y para ellos constituye, en todos sus aspectos, algo tan peligroso como una verdadera enfermedad mental.
Tal como un diabético que rechaza la insulina, o un paciente cardíaco que se empeña en trabajar dieciséis horas diarias, un alcohólico que esté dominado por la irracionalidad se resistirá a recuperar la salud y, téngalo por seguro, ésta puede ser una lucha a muerte. Si esto no es enajenación mental, no sabríamos como calificarlo.

miércoles, 3 de julio de 2019

Nosotros, Los Agnósticos

En los capítulos precedentes le hemos expuesto a usted los hechos que, así lo esperamos, le permitirán establecer claramente la distinción entre quien es alcohólico y quien no lo es. Si no puede renunciar al alcohol aunque lo desee sinceramente, o si es incapaz de detenerse cuando bebe, entonces es probable que usted sea alcohólico. Si este es el caso, su mal podría ser de aquéllos que sólo pueden ser vencidos por una experiencia espiritual.
Una experiencia de este género le puede parecer imposible a un ateo o a un agnóstico. Sin embargo, no hacer nada significa correr a la catástrofe, sobre todo si se es un alcohólico cuyo caso no presenta esperanza. Hacer frente a la disyuntiva entre morir de alcoholismo o vivir sobre una base espiritual no siempre es fácil.
Pero esto no es tan difícil. Alrededor de la mitad de nuestros primeros miembros se encontraban en este caso. Al principio, algunos trataban de evadir el tema esperando, contra toda evidencia, que no fuesen verdaderos alcohólicos. Entonces, después de cierto tiempo tuvieron que aceptar el hecho de que debían de dar a su vida un fundamento espiritual, o si no... Quizás sea el caso de usted. Pero, anímese, ya que algo así como cincuenta de nosotros nos creíamos ateos o agnósticos. Nuestra experiencia comprueba que usted no debe desconcertarse.
Si un sencillo código moral o una mejor filosofía fuesen suficientes para vencer el alcoholismo, muchísimos de nosotros ya nos hubiéramos aliviado desde hace mucho tiempo. Sin embargo, la ética y las filosofías no nos salvaron a pesar de todos los intentos que hicimos. De hecho, quisimos ser de una moralidad perfecta; quisimos con todo el corazón aferrarnos a una cierta filosofía; mas no tuvimos la fuerza necesaria. Nuestras posibilidades humanas, guiadas por nuestra voluntad, no eran suficientes; fracasamos lamentablemente.
Nuestra impotencia nos planteaba un verdadero dilema: teníamos que encontrar una fuerza gracias a la cual pudiésemos vivir, y ésta debía ser un Poder Superior a nosotros mismos, evidentemente. ¿Pero dónde y cómo encontrar este Poder?
La búsqueda de tal fuerza es justamente el tema de este libro. Su fin principal es conducirlo a descubrir un Poder Superior a usted mismo que le ayude a resolver su problema. Hemos escrito un libro que — según lo creemos — es tanto espiritual como moral. Eso quiere decir, de seguro, que vamos a hablar de Dios. Y ¡qué dificultad para los agnósticos! En cuanto nos ponemos a hablar con un recién llegado, vemos enseguida la esperanza dibujarse en su rostro cuando platicamos sobre su alcoholismo y cuando le explicamos cómo funciona nuestra agrupación. Pero vemos que su semblante se ensombrece cuando se toca la espiritualidad y, sobre todo, cuando mencionamos el nombre de Dios, pues acabamos de recordarle un tema que creía haber evadido totalmente, y que no tenía que tomar en cuenta por el resto de sus días.
Sabemos lo que siente. Como él, tuvimos prejuicios y dudamos sinceramente. Algunos de nosotros se han mostrado violentamente antirreligiosos. Para otros, la palabra „Dios‖ evocaba una idea peculiar de Aquél que se les había tratado de imponer durante su infancia.
Quizás nosotros rechazamos esta concepción particular porque nos parecía vacía. Creímos así haber abandonado por completo la idea de Dios. Creer en una fuerza exterior y depender de ella nos parecía una prueba de debilidad y hasta de falta de coraje. Esta idea nos disgustaba. Mirábamos con profundo escepticismo este mundo de individuos en guerra, de religiones enemigas, de calamidades inexplicables. Mirábamos con desprecio a las personas que se decían piadosas. ¿Cómo podría un Ser Supremo estar mezclado con todo eso? Y de todas maneras ¿quién podría entender a una entidad semejante? Sin embargo, bajo el encanto de un cielo estrellado, por ejemplo, llegaba a
nuestra mente la necesidad de preguntarnos: „Pero, ¿quién creó todo esto?‖ Estábamos por un momento llenos de admiración y maravillados, pero no era más que una impresión pasajera que se esfumaba.
Sí, nosotros los agnósticos así lo pensamos y lo vivimos. Sin embargo, vamos a tranquilizarlo enseguida. Tan pronto como pudimos hacer a un lado nuestros prejuicios y demostramos el más pequeño deseo de creer en un Poder Superior, en ese momento los resultados empezaron a sentirse, aun cuando fuese imposible para cualquiera de nosotros definir y comprender ese Poder que es Dios.
Para nuestro gran alivio, descubrimos que no era necesario apegarnos a la concepción de Dios que tuviese alguna otra persona.
Nuestra concepción personal, con todo lo inexacta que fuese, nos permitía acercarnos a Él y establecer un contacto. Tan pronto como admitimos la posible existencia de una Inteligencia Creadora, de un Espíritu del Universo sosteniendo la totalidad de las cosas, sentimos que nos invadía una fuerza y una dirección. Sin embargo, debíamos
dar otros pasos simples. Nos dimos cuenta de que Dios no se muestra tan exigente ante aquéllos que Lo buscan. Para nosotros, el Reino del Espíritu es largo y vasto; lo engloba todo; jamás excluye; jamás se cierra a aquéllos que lo buscan con devoción. Está abierto, así lo creemos, a todos los hombres.
Por consecuencia, cuando se trata de Dios, nosotros hablamos de nuestra propia concepción de Dios. Eso se aplica también a todas las otras formas de expresión espiritual que usted encontrará en este libro. No permita que alguno de sus prejuicios contra los términos de la espiritualidad le impida preguntar honestamente lo que en el fondo puedan significar para usted. Al principio, esta actitud nos bastó para comenzar a crecer espiritualmente y establecer nuestras primeras relaciones conscientes con Dios, tal como nosotros Lo concebíamos.
Enseguida llegamos a aceptar muchas cosas que nos habían parecido completamente impensables. Eso es evolucionar, pero para evolucionar debíamos comenzar en alguna parte. Cada uno de nosotros tomaba su propia concepción de Dios, con lo imperfecta que dicha concepción hubiese sido.
No teníamos más que una pequeña pregunta que hacernos:
„¿Creo, o estoy dispuesto a creer, en la existencia de un Poder Superior a mí mismo? Nuestra opinión es que tan pronto como un hombre pueda afirmar que cree, o que quiere tratar de creer, incuestionablemente estará en la ruta correcta. Muchas veces se probó, entre nosotros, que sobre esta piedra angular podía ser construido un edificio espiritual estupendamente eficaz.
Para nosotros se trató de un gran descubrimiento, porque pensábamos que no podíamos servirnos de los principios espirituales sin aceptar ciegamente muchas cosas que encontrábamos difíciles de creer. Cuando alguien quería platicarnos sobre principios espirituales, cuántas veces dijimos: „Quisiera con todo mi corazón poseer lo que este hombre posee. Estoy seguro de que triunfaría si sólo fuera capaz de creer como él. Pero no puedo aceptar como verdaderas las numerosas afirmaciones de fe que, para él, son tan claras.‖ Fue entonces un gran consuelo para nosotros saber que podíamos comenzar en un grado inferior de la pequeña escala que se nos presentaba.
Además de nuestra aparente incapacidad para aceptar cualquier cosa solamente sobre la base de la fe, a menudo nos paralizaban la obstinación, la susceptibilidad y los prejuicios irracionales que teníamos. Algunos de nosotros éramos al principio así de recelosos y nos enfurecíamos ante cualquier alusión a la espiritualidad. Era necesario abandonar este modo de pensar.
Expuestos como estábamos a la destrucción alcohólica, en poco tiempo abrimos nuestra mente a las cosas espirituales, tal como lo habíamos intentado hacer con otras cosas. En este sentido, el alcohol tuvo sobre nosotros un efecto de persuasión: nos obligó finalmente a entrar en razón. El proceso a menudo fue tardado; hoy tenemos la esperanza de que nadie oculte sus prejuicios tanto tiempo como algunos de nosotros lo hicimos.
El lector probablemente se preguntará por qué debe creer en un Poder Superior a él mismo. Creemos tener buenas razones. Examinemos algunas.
El hombre práctico de hoy exige hechos y resultados. El siglo XX está abierto a toda clase de teorías, pero éstas deben estar fundamentadas sobre hechos concretos. Por ejemplo, numerosas son las teorías sobre la electricidad. Todo el mundo las acepta sin la menor duda, sin discutir. ¿Por qué? Simplemente porque es imposible explicar lo que se ve, lo que se siente, lo que se dirige o lo que se utiliza, sin una hipótesis válida como punto de partida.
En nuestros días, todo el mundo cree en una multitud de cosas consideradas como evidentes, pero de las cuales no existe ninguna prueba tangible irrevocable. Y ¿la ciencia no nos enseña acaso que no hay una prueba menos sólida que lo que llamamos justamente una prueba tangible? En el estudio que el hombre hace del mundo material, está invariablemente demostrado que las apariencias no corresponden del todo a la realidad intrínseca. Aquí tenemos un ejemplo:
Toda viga de acero consiste en una masa de electrones que gravitan alrededor de un núcleo a una velocidad inimaginable. Esos corpúsculos se rigen por leyes precisas, que son las mismas para todo el universo de la materia. Eso es lo que la ciencia nos enseña, y no tenemos ninguna razón para dudar. Por otro lado, en cuanto se nos pide considerar que el origen de este mundo material y de esta vida, tales como los vemos, es obra de una inteligencia creadora, directora y todopoderosa, de inmediato nuestros perversos instintos salen a la superficie y nos las ingeniamos para persuadirnos de lo inverosímil de esta hipótesis. Leemos enormes volúmenes y nos enfrascamos en discusiones sin sentido, opinando que creemos que no hay necesidad de Dios para dar una explicación del universo. Si nuestras suposiciones estuvieran fundadas, la vida no tendría un origen, no significaría nada y no llevaría a ninguna parte.
En lugar de reconocer que somos sólo los agentes inteligentes y las puntas de lanza de un universo siempre en evolución y creado por Dios, nosotros — agnósticos y ateos — habíamos escogido creer que la inteligencia humana era la primera y la última palabra; el alfa y el omega del universo. Un poco pretencioso. ¿No lo cree usted?
Nosotros, que recorrimos ese camino tortuoso, le suplicamos hacer a un lado todos sus prejuicios, aun aquéllos contra las organizaciones religiosas. Aunque algunas no lo suficientemente humanas, descubrimos que las religiones
han ofrecido a millones de personas un fin y una dirección a seguir. Los fieles de estas religiones llevan una vida razonable. Nosotros, ninguna. Nos divertíamos al escandalizarnos con cinismo de las diversas creencias religiosas,
cuando a veces pudimos haber observado que en los creyentes de cualquier raza, color o fe religiosa había una estabilidad y una felicidad por sentirse útiles. A estos valores nos debimos haber acercado nosotros mismos.
Preferíamos interesarnos en las debilidades humanas de esas personas y, a veces, nos apoyábamos sobre sus deficiencias para condenarlos en masa. Hablábamos de intolerancia, cuando nosotros mismos éramos intolerantes. Nos privábamos de la realidad y de la belleza del bosque, al dejarnos distraer por la fealdad de algún árbol decrépito. No habíamos mirado el aspecto espiritual de la vida con la debida honestidad.
En nuestros testimonios individuales encontrará muchas formas de abordar y concebir un Poder Superior a usted mismo. Poco importa la forma de acercarse a la idea particular de Dios a la cual adherirse; la experiencia nos ha enseñado que, para nuestros fines, no debemos preocuparnos por esto. Cada individuo debe solucionar por sí mismo este problema.
Sin embargo, en un punto los hombres y las mujeres están de acuerdo en forma notable: todos ellos han encontrado un Poder Superior y todos ellos creen. Y este Poder Superior, en todo caso, ha operado el milagro, lo humanamente imposible. Como lo dijo un famoso estadista americano: «Veamos la historia».
Un ciento de hombres y mujeres, de carne y hueso, afirman categóricamente que después de haber llegado a creer en un Poder Superior a ellos mismos, de haber adoptado una cierta actitud hacia este Poder y de haber aceptado hacer unas cosas simplísimas, una transformación se operó en su forma de vivir y de pensar. Al borde de la desesperación, del colapso y del fracaso total de sus recursos humanos, se sintieron invadidos por un sentimiento de fuerza, de paz, de dicha y de certeza. Este cambio se produjo poco tiempo después que aceptaron, de buen grado, llenar ciertas exigencias.
Confusos y desconcertados como estaban ante la futilidad aparente de la existencia, vieron las razones profundas de su dificultad de vivir. Haciendo a un lado la cuestión del alcohol, ellos explican por qué su vida era tan insatisfactoria. Nos muestran cómo se produjo en ellos el cambio. Una vez que cientos de personas pueden afirmar que la conciencia de la Presencia de Dios es ahora lo más importante de su vida, tenemos una fuerte motivación para creer.
El mundo que nos rodea hizo más progresos sobre el plano material en el curso del último siglo que durante todos los milenios precedentes. Casi todos conocen la razón. Aquéllos interesados en la historia nos dicen que, intelectualmente, los hombres de la antigüedad eran iguales a las más grandes mentes de nuestro tiempo. Sin embargo, en la antigüedad el progreso material era de una lentitud penosa. Los métodos de investigación y el espíritu de invención de la ciencia eran casi desconocidos. En lo que se refiere a lo material, el espíritu del hombre estaba aprisionado por las supersticiones, las tradiciones y toda clase de ideas establecidas. En tiempos de Cristóbal Colón,
muchos consideraron una locura creer que la Tierra fuese redonda. Otros llegaron hasta el punto de condenar a muerte al sabio Galileo por las herejías que propagaba en materia de astronomía.
Nosotros nos hemos preguntado si algunos de nosotros no éramos tan prejuiciosos e irracionales en relación con el aspecto espiritual, como las personas de la antigüedad en relación con lo material.
Asimismo, en el curso del siglo que vivimos, los diarios americanos han titubeado en publicar la crónica del primer vuelo aéreo realizado con éxito por los hermanos Wright en Kittyhawk. ¿No habían fracasado todos los vuelos anteriores? ¿No se había caído la máquina voladora del profesor Langley al fondo del Potomac? ¿Acaso los mejores matemáticos no habían demostrado que el hombre jamás podría volar? ¿No se había comprendido ya que Dios había reservado ese privilegio a los pájaros? Apenas treinta años más tarde, la conquista del cielo casi se había convertido en historia antigua y la aviación estaba en su pleno apogeo.
Nuestra generación ha sido testigo de una liberación total del pensamiento. Si le enseñamos a un estibador de puerto un periódico dominical en donde se hable de un viaje a la luna en un cohete, él nos dirá: „Apuesto que lo harán y en poco tiempo.‖ Nuestra época se caracteriza por la facilidad con que abandonamos viejas ideas por nuevas. Sin muchos problemas nos desembarazamos de una teoría o de una cosa que no funciona, en provecho de una cosa nueva que sí funcione.
Nos hemos preguntado si no podríamos tomar la misma actitud frente a nuestros problemas humanos y aceptar cambiar también nuestros puntos de vista. Teníamos dificultades en nuestras relaciones personales; no podíamos controlar nuestra naturaleza emocional; éramos presas de la tristeza y la depresión; éramos incapaces de ganarnos la vida, no le encontrábamos ningún objetivo a nuestra existencia; éramos presas del miedo; éramos desdichados; no creíamos poder hacer nada por los demás. Entonces, ¿no era más importante encontrar un remedio de largo plazo a nuestras frustraciones que estar viendo en los diarios las columnas sobre los vuelos a la luna? Claro que sí.
Una vez que vimos a otros resolver sus problemas simplemente mediante su confianza en el Espíritu del Universo, no pudimos hacer otra cosa que ya no dudar en el poder de Dios. Nuestras ideas nos llevaban a la nada. La idea de Dios funcionaba.
Fue su fe ingenua lo que llevó a los hermanos Wright a creer que podrían construir una máquina voladora. Y triunfaron. Sin esta confianza, no habrían hecho nada. Nosotros, agnósticos y ateos, vivíamos convencidos de que podríamos resolver nuestros problemas con sólo nuestro poder. Cuando otros nos enseñaron que habían podido salir adelante gracias al Poder de Dios, empezamos a sentirnos un poco como aquéllos que habían pensado a principios de siglo que los hermanos Wright jamás podrían volar.
La lógica es una gran cosa. Nos gustaba y nos sigue gustando.
No es por casualidad que se nos haya favorecido con la facultad de razonar, de examinar los mensajes de nuestros sentidos y de sacar conclusiones. Ése es uno de los maravillosos atributos del hombre.
A causa de nuestro agnosticismo, no nos satisfacían las proposiciones que no se prestasen a un estudio y una interpretación racionales. Por eso es que estamos haciendo todo lo posible para explicar por qué nuestra fe es racional, por qué nosotros encontramos más sano y más lógico creer que no creer, por qué nuestra antigua forma de pensar era descuidada, indolente, y encogíamos los hombros con aire de incredulidad y decíamos : „¡No sé!‖
Para nosotros los alcohólicos, atormentados por una crisis profunda de la cual éramos los primeros responsables y de la cual no podíamos escapar, fue necesario examinar sin temor la afirmación de que Dios es todo o Él es nada, de que Dios es o Él no es. ¿Cuál iba a ser nuestra selección?
Reunidos en este punto, nos encontrábamos frente al problema de la fe. Imposible evitarlo. Algunos ya habían saltado sobre el Puente de la Razón, hacia la playa deseada de la Fe. La Tierra Prometida había hecho brillar los ojos cansados de quien se consumía en su espíritu, proporcionándole un nuevo ánimo. Manos amigas se extendían hacia nosotros, dándonos la bienvenida. Le agradecíamos a la Razón el habernos guiado tan bien. Mas no podíamos arribar a esa ribera. Tal vez nos aferrábamos demasiado a la razón; en esta última etapa de nuestro viaje no queríamos perder nuestro sostén.
Era natural, pero razonemos un poco al respecto. ¿No habíamos sido llevados, sin saberlo, al punto en que nos encontrábamos, a causa de una cierta fe? ¿No era la seguridad de nuestro razonamiento la que nos impulsaba a creer? ¿No era la nuestra una especie de fe?
Sí, nosotros habíamos creído, y creído de una manera servil, en el Dios de la Razón. ¡Así habíamos descubierto que, de un modo u otro, se trataba de fe!
Habíamos descubierto de manera simultánea que éramos adoradores. ¡Cuántas veces el solo hecho de pronunciar esta palabra hacía que a nosotros los intelectuales se nos pusiese la piel de gallina!
¿No habíamos adorado, de diversos modos, a las personas, los sentimientos, las cosas, el dinero y a nosotros mismos? ¿Y después, con motivos seguramente más nobles, no habíamos visto con adoración la puesta del sol, el mar o simplemente una flor? ¿Y cuántos de estos sentimientos, de estos amores, de estas formas de adoración, tenían que ver con la pura razón? ¿Quién de nosotros no había amado algo o a alguien? ¿No constituía todo eso la materia de que estaba hecha nuestra vida? ¿No eran adecuados estos sentimientos para determinar el curso de nuestra existencia? Era imposible afirmar que nosotros no tuvimos la capacidad de creer, de amar o de adorar.
Habíamos vivido, de cualquier modo, de una fe o por una fe.
¡Imagínese una vida sin fe! Si nos hubiese dado sólo la razón, ¡qué cosa sería la vida ! Pero creíamos en la vida, evidentemente que creíamos. Ciertamente no podíamos dar una prueba de la vida, tal como se demuestra que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, pero ahí estaba la vida. ¿Podíamos decir otra vez que todo eso no era mas que una masa de electrones creados de la nada, sin ningún significado y en rotación hacia un destino ignoto surgido de la nada? Evidentemente que no. Los mismos electrones parecían más inteligentes que esto. Así lo afirman los mismos químicos.
Entonces vimos que la razón no era todo. Tal como la utilizamos, tampoco es enteramente confiable, aun cuando emane de los cerebros más brillantes. Pensamos en aquéllos que habían demostrado que el hombre jamás volaría por los aires.
Habíamos asistido, en una u otra forma de vuelo, a la liberación del espíritu humano; habíamos visto a personas que se elevaban sobre sus propios problemas. Esto era gracias a Dios — decían ellos — y nosotros sólo nos limitábamos a sonreír. Habíamos sido los testigos de una liberación espiritual, pero preferíamos decir que no era verdad.
Nos engañábamos recíprocamente en aquel tiempo, porque en cada hombre, mujer y niño está profundamente arraigada la idea de Dios. Ésta puede estar enmascarada por la desdicha, la vanidad, el culto a otros valores; pero la idea de Dios está ahí; en cualquier forma, siempre está ahí. La fe en un Poder Superior a nosotros mismos y las manifestaciones milagrosas de esta fuerza en la vida de los seres humanos son hechos tan antiguos como el hombre mismo.
Finalmente, descubrimos que la fe en Dios, sin importar de qué tipo de dios se hable, era parte de nuestra naturaleza, como los sentimientos que experimentamos por un amigo. A veces debimos buscar mucho, pero Él estaba ahí. Su existencia era tan real como la nuestra. Descubrimos la Gran Realidad dentro de nuestra alma. En el último análisis es solamente ahí donde se le puede encontrar. Así nos ocurrió a nosotros.
Todo lo que nosotros podemos hacer es despejar un poco el camino para los demás. Si nuestro testimonio le ayuda a librarse de sus prejuicios, lo hace capaz de reflexionar honestamente, lo anima a buscar diligentemente dentro de usted, entonces, si quiere, puede unirse a nosotros en el Gran Camino. Si usted está dispuesto hasta este punto, no podrá fallar. Necesariamente tomará conciencia de su propia fe.
Encontrará en este libro la historia de un hombre que se creía ateo. Su testimonio es tan interesante que queremos anticipar algo aquí. Su metamorfosis interior fue espectacular, emotiva y convincente.
Nuestro amigo era hijo de un ministro protestante. Frecuentó la escuela religiosa, donde se rebeló contra todo aquello que le parecía excesivo en la enseñanza religiosa. En los años siguientes se sintió perseguido por un sentimiento de desorden y frustración. Fracasos en los negocios, locura, enfermedad fatal, suicidio, todas las desgracias que atormentaron a su familia inmediata lo dejaron deprimido y amargado. Las desilusiones de los años de posguerra, el agravamiento de su alcoholismo y la amenaza de la ruina mental y física llevaron a este hombre a la orilla del suicidio.
Una noche, en el cuarto de un hospital, le habló un alcohólico que había vivido una experiencia espiritual. Nuestro amigo se puso a gritar con rencor : „Si hay un Dios, ciertamente que no ha hecho nada por mí‖. Más tarde, a solas en su cuarto, se preguntó: „¿Podrán todos los creyentes estar equivocados ?‖ Al reflexionar en esta pregunta vivió las torturas del infierno. Después, súbitamente, como un pensamiento fulminante, le llegó la idea que se formuló así:

¿QUIEN ERES TU PARA AFIRMAR QUE DIOS NO EXISTE?

Este hombre nos cuenta que cayó de rodillas junto a su lecho. En pocos segundos fue dominado por la convicción de que Dios estaba presente. Esta certeza se acercó a él y lo penetró con la seguridad y la solemnidad de una gran
marea. Las barreras que había erigido por años y años se desplomaron. Se encontraba en presencia del Poder y el Amor infinitos. Del puente había pasado a la playa. Por vez primera vivía en la consciente compañía de su Creador.
Así se puso en su lugar la piedra angular de la vida de nuestro amigo. Después, ninguna vicisitud lo llegó a inquietar en su vida. El problema de alcoholismo de este hombre fue eliminado. Esa misma noche, el alcohol llegó a ser cosa del pasado. Salvo en algunas ocasiones, la idea de beber no regresó jamás a nuestro amigo; y todavía más, le tomó una gran aversión a ella. Aparentemente, aunque él hubiese querido beber, no habría podido. Dios le había restituido la razón.
¿No es una curación milagrosa? Sin embargo, los elementos de que consta son simples. Este hombre se dispuso a tener fe, debido a las circunstancias. Él se ofreció humildemente al Autor de sus días — fue entonces cuando lo supo.
También nosotros recuperamos la razón por la gracia de Dios.
Para este hombre, la revelación fue repentina. Para otros, el cambio ha sido más lento. Sin embargo, Él ha venido a todos aquellos que lo han buscado con honestidad.
Cuando nos acercamos a Él, !Él se nos reveló!

martes, 2 de julio de 2019

¿Hay Un Alcohólico En Su Vida? (Parte 8)

Los Doce Pasos de A.A.

Una parte del programa de recuperación sugerido por A.A. se encuentra expresada en los Doce Pasos que aparecen a continuación. Basados en la experiencia de los primeros miembros de A.A., los Pasos constituyen una constancia de los principios y las prácticas que ellos elaboraron para mantener su sobriedad (después de haber fallado en otros muchos intentos). Si su alcohólico se resiste a la idea de tener que atarse a un código rígido de conducta, usted puede tranquilizarle. Cada miembro utiliza los Pasos de la manera que le parece indicada. Los Pasos se sugieren como programa de recuperación. Aunque la experiencia demuestra que, para muchos miembros, su comodidad en la sobriedad depende, hasta cierto punto, de su comprensión y aceptación de los Pasos, no se obliga a ningún miembro a aceptarlos — ni aun leerlos. Le toca al individuo decidir cuándo y cómo va a utilizarlos.

¿Cómo funciona A.A.?

Hay que destacar el hecho de que el único requisito para ser miembro de A.A. es el deseo de dejar la bebida. Nada más. A.A. no exige juramentos ni compromisos personales de ninguna clase. Durante sus días de bebedores, muchos A.A. hicieron votos solemnes, juramentos de abstinencia, y muchos frecuentemente lograban abstenerse — sin resultados perdurables. El enfoque de A.A. es más práctico. Se basa en la idea de que cada bebedor problema, en una u otra época, ha pasado, por lo menos, 24 horas sin beber. Por esto, los miembros no se comprometen a dejar de beber para siempre, ni por ningún plazo largo de tiempo. Se dan cuenta de que hoy no se puede hacer nada respecto al trago que deseen mañana. Los A.A. se concentran en mantenerse sobrios hoy — durante estas 24 horas. Del mañana se ocuparán cuando llegue.

Debido a que asistir asiduamente a las reuniones de A.A. desempeña una parte decisiva en el mantenimiento de la sobriedad, los seres queridos de un alcohólico tal vez se preguntarán dónde encajan ellos dentro del programa de recuperación. Algunas de estas personas asisten a las reuniones abiertas de A.A. Les deparan una oportunidad para participar en el viaje del alcohólico hacia una vida sana. Ofrecen también la oportunidad de ver cómo otra gente está respondiendo al reto de vivir con un bebedor problema que ya no bebe. Las reuniones de Al-Anon, anteriormente mencionadas, les ofrecen otras oportunidades para reunirse y hablar de sus problemas con gente que se encuentra en circunstancias similares a las suyas.

Es probable que la mayoría de la gente, al asistir a una reunión de A.A., así como en sus contactos con miembros de la Comunidad, se impresione mucho con la frecuencia con que la gente ríe y con el ambiente de camaradería calurosa y de buen humor que existe. Esto es característico de A.A. Por lo general, los miembros toman su alcoholismo en serio, pero no a sí mismos. Una parte del proceso de recuperación es reírse de las experiencias que una vez le hicieron llorar.

lunes, 1 de julio de 2019

¿Se Cree Usted Diferente? (Parte 15-FIN)

Ahora, juntos, todos somos diferentes

Por singulares que sean las historias de este folleto, ¿se dio cuenta de que había un tema que muchas de ellas tenían en común? En las palabras, por ejemplo, de cuatro de nuestros protagonistas:

Luis: “Son mis verdaderos hermanos y hermanas.”

Patricio: “Todos somos seres humanos, alcohólicos, y miembros de A.A.”

María: “Hay un lugar para cada persona que busca ayuda.”

Jorge: “…la gente de todas clases que son Alcohólicos Anónimos.”

Este es el tema que se oye repetidas veces en nuestras reuniones: el tema de la comunidad y del compartimiento. Gloria dice, “nosotros los A.A., llevamos nuestros paraguas con los que protegemos a nuestros vecinos.” La mayoría de nosotros, tarde o temprano, llegamos a expresar esta verdad sobre nuestra Comunidad.

En algunas ciudades grandes, se pueden encontrar reuniones especiales de A.A. — para la policía, el clero, los miembros LGBTQ, reuniones hispanoparlantes, para principiantes, sólo para mujeres. Asistir a algunas de éstas cuando somos novatos en A.A., puede facilitar el camino hacia la recuperación al comienzo; no obstante, parece que los que asisten a todo tipo de reuniones disfrutan de una más sana y alegre recuperación.

Hemos encontrado conveniente no limitar el círculo de nuestros compañeros de A.A. a los que son exactamente como nosotros. Tal segregación da a nuestra “singularidad” un énfasis malsano. Nos parece más agradable y curativo echarnos a la corriente principal de la vida A.A., y mezclarnos con todos, no sólo con los “diferentes”.

Aquí estamos. Todos somos diferentes. Todos somos personas bastante especiales. No obstante, todos somos también alcohólicos, sobrios y unidos en A.A. En esto, tenemos más parecido que diferencia.

En A.A. encontramos la humanidad común que nos hace posible llevar nuestras muy diferentes vidas y perseguir nuestros varios destinos individuales. Usted es bienvenido a unirse con nosotros.