UN CAMINO NECESARIO
Pérdidas grandes y pequeñas pérdidas:
Cada pérdida, por pequeña que sea, implica la necesidad de hacer una
elaboración; no sólo las grandes pérdidas generan duelos sino que, repito, TODA
pérdida lo implica. Por supuesto que las grandes pérdidas generan comúnmente
duelos más difíciles, pero las pequeñas también implican dolor y trabajo. Un
trabajo que hay que hacer, que no sucede solo. Una tarea que casi nunca
transcurre espontáneamente, conmigo como espectador.
Si bien hay cierta parte que ocurre
naturalmente, la elaboración implica como mínimo cierta concientización, un
darme cuenta y un hacer lo que debo. Un camino no por elegido y necesario
forzosamente placentero. Como ya está dicho, un camino doloroso. "Bueno,
pero no hay que ser dramático, ¿por qué tendría que estar pensando que me voy a
separar de las cosas?
Podría haber y de hecho hay muchas cosas
que tomo para toda la vida. A ellas puedo aferrarme tranquilo porque estarán a
mi lado hasta mi último minuto, porque yo he decidido que estén conmigo para
siempre" Respuesta: ¡MENTIRAS! Este es el primero de los aprendizajes del
ser adultos. Me guste o no, voy a ser abandonado por cada persona, por cada
cosa, por cada situación, por cada etapa, por cada idea, tarde o temprano, pero
inevitablemente. Y si así no fuera, si yo me muriera antes de que me dejen y no
quiero aceptar que de todas maneras todo seguirá sin mí, deberé admitir que
seré yo el que abandona y sería innoble que no estar alerta, para no retener,
para no atrapar, para no apegar, para no encerrar, para no mentir falsas
eternidades incumplibles. ¿Cuánto puedo yo disfrutar de algo si estoy cuidando
que nada ni nadie me lo arrebate? Supongamos que esta estatuita en tu
escritorio, ese adorno o aquel cenicero están hechos de un material cálido y
hermoso al tacto, de paso, estamos tan poco acostumbrados a registrar
táctilmente las cosas que el ejemplo suena impertinente, tenemos muy poca
cultura en el mundo sobre la importancia del sentido del tacto, uno puede
encontrar en los negocios de regalos de todo el mundo objetos para satisfacer
la vista y el oído, dulces y alimentos para satisfacer el gusto, perfumes y
otras cosas para satisfacer el olfato, todo se vende, pero casi no hay cosas a
la venta para disfrutar con el tacto. Es una cosa particular, no hay una
cultura táctil, como si las manos sólo sirvieran para sostener, agarrar,
pegarle a otro o cuando mucho acariciar; pero no hay buen registro del placer
de lo táctil. Vamos a imaginar que esa estatuilla es, pues, una de las pocas
cosas diseñadas para ser agradables al tacto. Supongamos ahora que yo la agarro
porque me parece que alguien me la quiere sacar, La aprieto muy fuerte para
evitar que me la quiten. Es muy probable que yo retenga el objeto, pero dos
cosas van a pasar: la primera es que se acabó el placer, no hay ninguna
posibilidad de que yo disfrute táctilmente lo que defiendo (pruébenlo ahora,
pongan algo fuertemente entre sus manos y aprieten. Fíjense que no pueden
percibir cómo es al tacto. Lo único que pueden percibir es que están agarrando,
que están tratando de evitar que esto se pierda). La segunda cosa que va a
pasar cuando retengo, es el dolor (sigan aferrando el objeto con fuerza para
que nadie pueda quitárselo y vean lo que sigue). Lo que sigue a aferrarse
siempre es el dolor. El dolor de la mano cerrada, el dolor de una mano apretada
que obtiene un único placer posible, el placer del que no ha perdido, el único
placer que tiene la vanidad, el de haber vencido a quien me lo quería sacar,.el
placer de "ganar". Pero ningún placer que provenga de mi relación con
el objeto en sí mismo. Esto pasa en la estúpida necesidad de mantener algunos
bienes inútiles. Esto pasa con cualquier idea retenida como baluarte. Esto pasa
con la posesividad en cualquier relación, aún en aquellos vínculos más amorosos
(padres e hijos, parejas). Lo que hace que mis vínculos, sobre todo los más
amorosos, sean espacios disfrutables, es poder abrir la mano, es aprender a no
vincularnos desde el lugar odioso de atrapar, controlar o retener sino de la
situación del verdadero encuentro con el otro, que como ya debo haber aprendido
en el Camino del Encuentro, sólo puede ser disfrutado en libertad. Mucha gente
cree que no aferrar significa no estar comprometido Un concepto que yo no
comparto pero entiendo. La distorsión se deduce de pensar que como sólo me
aferro a quienes son importantes para mí, entonces mi aferrarme es símbolo de
mi interés y por lo tanto (¿?)... mi no aferrarme queda sindicado como la falta
de compromiso del desamor (??). Esto es lo mismo que deducir que como los
muertos no toman Coca- Cola, si tomas Coca-Cola te volverás inmortal. Tiene el
mismo fundamento pensar que si tu pareja no te cela quiere decir que no te
quiere. Que es la misma idea de aquellos que creen que si uno no se enoja no se
pone en movimiento. Que es lo mismo que creer que si no te obliga la situación
nunca haces nada. Que es la misma idea de que si los abogados no tuvieran un
día límite para entregar sus escritos nunca los entregarían (...bueno, eso es cierto).
Que es lo mismo que justificar el absurdo argumento de las guerras que se hacen
para garantizar la paz. En la otra punta están los que creen lo mismo pero
proponen lo contrario: Evitar el sufrimiento del duelo no comprometiéndose con
nada ni con nadie.
Continuará....
Creo que es una posibilidad. Una manera
de vivir en el mundo, una pauta cultural, enseñada, aprendida y muchas veces
ensayada, pero de ninguna manera una posibilidad elegible. Si uno quiere un
seguro contra el sufrimiento, no amar podría ser la prima a pagar. No enredarse
afectivamente con nada ni con nadie. Posiblemente no consigas no sufrir pero
sufrirás mucho menos; lo que seguramente perderás en el trato es la posibilidad
de disfrutar. Porque no hay forma de disfrutar si estoy escapando obsesivamente
del sufrimiento. Y la manera de no padecer "de más" no es no amar
sino que es no quedarse pegado a lo que no está. La manera es disfrutar de esto
y hacer lo posible para que sea maravilloso, mientras dure. Quiero decir, vivo
comprometidamente cada momento de mi vida, pero no vivo mañana pensando en este
día de ayer que fue tan
maravilloso. Porque mañana debo
comprometerme con lo que mañana esté pasando para poder hacer de aquello
también una maravilla. MI idea del compromiso es la del anclaje a lo que está
pasando a cada momento y no a lo que vendrá después. Y creo que quedarse pegado
a las cosas es vivir cultivando el pasado, cultivando lo que ya no es. Es
ocuparme de los tomates que ya no están,, descuidando la lechuga que necesita
de mí ahora.
¿Qué pasa si uno se anima a descubrir su
relación con el otro cada día, qué pasa si uno renueva su compromiso con el
otro cada noche? ¿Será esto una actitud "light", poco comprometida?
Yo digo que no. La herramienta para no
sufrir no debería ser el no compromiso sino el desapego. Si mañana esto que
tanto placer te da se termina, sé capaz de dejarlo ir, pero mientras está, TODO
debe ser compromiso. Yo no soy ejemplo de nada pero tengo sobre el punto una
postura que comparto con mi pareja. Mi esposa y yo tenemos un pacto entre
nosotros que establecimos hace más de treinta años y que determina claramente
que el día que alguno de los dos decida que no quiere estar más al lado del
otro, deberemos separarnos, no el día después, ese día. Creer que por esto yo
no estoy comprometido con mi esposa después de 26 años de casado, me parece una
liviandad. Yo creo que vivimos como cada persona que se compromete por amor en
lugar de creer que ama por compromiso Y esto no implica aferrar, ni pensar que
tu vida depende de ello, ni quedarse colgando del otro, ni retener a nadie. No
creo que la solución sea ser "light". Creo que la solución es estar
comprometidamente mientras dure y comprometidamente salirte cuando se terminó.
Comprometidamente pesquisar, detectar y
evaluar si esto que tengo es lo que tengo o es el cadáver de aquello que tuve.
Y si es el cadáver asumir el compromiso de deshacerme de él. No estoy para nada
de acuerdo con la falta de compromiso. Lo que pasa es que creo que compromiso
no quiere decir apego, quiere decir poner toda mi energía al servicio de esto
que está pasando, y también en función de separarme de lo que se terminó. Y yo
digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con
soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos
intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la
caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos de las ideas, a las personas y
a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los
lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar.
Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y
aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la
muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando
por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.
Lo que sigue: Cuando hablamos del camino
de las lágrimas hablamos de aprender a enfrentarnos con las pérdidas desde un
lugar diferente. Quiere decir no sólo desde el lugar inmediato del dolor que,
como dijimos, siempre existe, sino también desde algo más, desde la posibilidad
de valorar el recorrido a la luz de lo que sigue. Y lo que sigue, después de
haber llorado cada pérdida, después de haber elaborado el duelo de cada ausencia, después de habernos animado a
soltar, es el encuentro con uno mismo. Enriquecido por aquello que hoy ya no
tengo pero pasó por mí y también por la experiencia vivida en el proceso. Pero
es horrible admitir que cada pérdida conlleva una ganancia Que cada dolor
frente a una pérdida terminará necesariamente con un rédito para mí. Y sin
embargo no hay pérdida que no implique una ganancia, un crecimiento personal.
Me dirás: "Es horrible pensar que la muerte de un ser querido significa
una ganancia para mí" Yo entiendo, y puedo dejar afuera de esta
conversación la muerte de un ser querido, puedo ponerla en el casillero de las
excepciones aunque no me lo creo. Lo que nos complica en este punto es pensar
en lo "deseable" de la idea de ganancia mezclado con lo
"detestable" de la idea de la pérdida de un ser querido. Quizás sea
más fácil aceptar lo que digo si te
aclaro que de alguna manera estoy hablando de un crecimiento que se cosecha
como consecuencia del indeseable momento del duelo y no de lo beneficioso de
pasar por la situación de la muerte de un ser querido. En todo caso la muerte
de algún ser querido es un hecho inevitable en nuestras vidas y el crecimiento
que de eso deviene también. De todas maneras podemos establecer provisoriamente
que estas son situaciones especiales. Dejemos aparte la muerte de los que
amamos y vamos a hablar por el momento de todas las otras pérdidas.
Vamos a tratar de mostrar y demostrar
durante todo este capítulo que en cada pérdida hay una ganancia que es un
pasaporte para vivir mejor. Cuando le preguntamos a la gente cómo le va, nos
enteramos de que la mayoría de la gente dice que no le va bien. Si uno ahora le
pregunta si sufre, nos dice que sí. Algunos mucho, otros poco, pero la mayoría
dice que sufre. Y a nadie le gusta sufrir. ¿Por qué cosas sufre la gente?
Sufrimos, dicen los que saben, porque
hay algo deseado que no tenemos, porque algo estamos perdiendo, porque creemos
que para algunas cosas ya es tarde. Pero el sufrimiento, decía Buda, tiene una
sola raíz y esa raíz es el anhelo. Y el anhelo al que Buda refiere es el deseo.
Y como esto es la raíz del sufrimiento, dice Buda, el sufrimiento tiene
solución. La solución es dejar de desear. Dejá de pretender tener todo lo que
querés y el sufrimiento va a desaparecer. El sacerdote jesuita Anthony De Mello
jugaba a veces en sus charlas: - ¿Quieres ser feliz? -decía-. Yo puedo darte la
felicidad en este preciso momento, puedo asegurarte la felicidad para siempre.
¿Quién acepta? Y varios de los presentes levantaban la mano... - Muy bien
-seguía De Mello- Te cambio tu felicidad por todo lo que tienes, dame todo lo
que tienes y yo te doy la felicidad. La gente lo miraba. Creían que él hablaba
simbólicamente. - Y te lo garantizo -confirmaba-No es broma. Las manos
empezaban a descender... y él decía: -Ahhh... No quieren. Ninguno quiere. Y
entonces él explicaba que identificamos nuestro ser felices con nuestro
confort, con el éxito, con la gloria, con el poder, con el aplauso, con el
dinero, con el gozo y con el placer instantáneo. No parecemos dispuestos a
renunciar a nada de lo deseado. Aunque
sabemos que gran parte de nuestro sufrimiento proviene de lo que hacemos
diariamente para tener estas cosas, nadie consigue hacernos creer que si
renunciamos a esto dejaríamos de sufrir.
Y sin embargo es tan claro. Somos como
el alpinista, aferrados a la búsqueda de las cosas como si fuera la soga que
nos va a salvar. No nos animamos a soltar este pensamiento porque pensamos que
sin posesiones lo que sigue es el cadalso, la muerte, la desaparición. Y
entonces no hay ninguna posibilidad de dejar de sufrir, porque esta idea, la de
soltar las cosas para recorrer el camino más liviano, es desconocida. Sabemos
que lo conocido nos ocasiona sufrimiento pero no estamos dispuestos a renunciar
a ello. Todo esto genera en nosotros una cierta contradicción. Porque nos es
imposible dejar de desear y también es imposible poseer infinitamente y para
siempre todo lo que deseo. No somos omnipotentes, ninguno de nosotros puede ni
podrá jamás tener todo lo que desea ¿Existe la solución? Yo creo que existe. Es
la posibilidad de entrar y salir del deseo. Es desarrollar la habilidad de
desear sin quedarme pegado a este deseo, querer sin agarrarme como se agarra un
alpinista a la soga que cree que le va a salvar la vida. Aprender a soltar. Por
supuesto que me gusta viajar en el auto más caro que hay de aquí a cinco
cuadras, ¿pero debería sufrir si ese auto no está disponible para mí? Yo digo
que si el auto está sería maravilloso disfrutar de un paseo en ese auto, pero
si no está ese auto, quizás haya otro auto y si no quizás pueda caminar, y si
llueve, quizás pueda conseguir un paraguas, y si
no quizás pueda renunciar a ir... Y si
me apurás mucho y renuncio a ciertos hábitos, quizás, gracias a que el auto no
está disponible, quizás pueda disfrutar de caminar bajo la lluvia. Si yo puedo
ser feliz en cualquiera de estos casos, si yo puedo tener grados de alegría en
cada una de estas situaciones, entonces no hay ningún sufrimiento que me
espere. Pero si yo fijo gran parte de mis ilusiones en que este auto me
lleve...
"Ahhh...qué gran defraudación"
"Ohhh...qué terrible pérdida"
"Ehhh...siempre fui en auto"
"Uhhh...yo no puedo soportar tener que caminar". Ahora el sufrimiento
está garantizado. Sin embargo es obvio que mi felicidad no puede pasar por ir
en auto. Si me doy cuenta de que de ninguna manera pasa por ir o no en auto,
debe pasar por otro lado. ¿Se trata de una conducta masoquista? Tampoco.
¿Entonces? ¿Qué es lo que me hace sufrir? El tema está en mi apego, en mi
manera de relacionarme con mis deseos. El problema es no saber entrar y salir
de las situaciones. No poder aceptar la conexión y la desconexión con las
cosas. No haber aprendido que el obtener y el perder son parte de la dinámica normal
de la vida considerada feliz. Te preguntarás por qué me desvío hacia la
felicidad, el apego y la
capacidad de entrar y salir si estoy
hablando de pérdidas, de lágrimas, de abandonos, de muertes. Porque muerte,
cambio y pérdida están íntimamente relacionados desde el comienzo con la vida.
Para la psicología, para la antropología y para la historia de la humanidad
cada símbolo tiene arquetípicamente un significado Y estos símbolos se repiten
una y otra vez en todas las culturas y en todos los tiempos. Si pensamos en un
lenguaje simbólico en funcionamiento, en la estructura simbólica de pensamiento
por antonomasia, deberíamos siguiendo a Jung evocar las representaciones de las
cartas del Tarot. En el Tarot existe una carta que representa y simboliza la muerte:
el arcano número 13, que la tradición popular identifica con la famosa
calavera, la guadaña y la túnica, la imagen misma de la muerte.
Pero a pesar de lo aterrador de la
imagen, como símbolo esta carta no representa la llegada de la muerte en sí
misma, representa el cambio. Simboliza el proceso por el que algo deja de ser
como es para dar lugar a otra cosa que va a ocupar el lugar que aquello ocupaba
antes. La sabiduría popular o el inconsciente colectivo sabe desde siempre que
las pequeñas muertes cotidianas y quizás también los más tremendos episodios de
muerte simbolizan internamente procesos de cambio. Vivir esos cambios es
animarnos a permitir que las cosas dejen de ser para que den lugar a otras
nuevas cosas.
Elaborar un duelo es aprender a soltar lo
anterior. Sin embargo, si tengo miedo de las cosas que vienen y me agarro de
las cosas que hay, si me quedo centrado en las cosas que tengo porque no me
animo a vivir lo que sigue, si creo que no voy a soportar el dolor que
significa que esto se vaya, si voy a aferrarme a todo lo anterior... Entonces
no podré conocer, ni disfrutar, ni vivir lo que sigue. Casi te escucho:
"...pero cuando uno pierde cosas que quiere, siente que le duele y a veces
sufre mucho por lo que no está". Sí; el tema está justamente en ver cómo
hacemos para quedarnos con el dolor; renunciando al sufrimiento. Hay miles de
cosas que te invitan a recorrer el camino de las lágrimas, porque además de
personas que uno pierde hay situaciones que se transforman, hay vínculos que
cambian, hay etapas de la propia vida que quedan atrás, hay momentos que se
terminan y cada uno de ellos es una pérdida para elaborar. Todas estas cosas de
alguna manera van a pasar y es mi responsabilidad enriquecerme al despedirlas.
Imaginate que yo me aferrara a aquellas cosas hermosas de mi infancia, que yo
me quedara pensando en lo lindo que fue ser niño, o que me quedara aferrado a
la época cuando era un bebé y mi mamá me daba la teta y se ocupaba de mí y yo
no tenía nada que hacer más de lo que tuviera ganas, o me quedara aferrado,
dentro del útero de mi mamá, pensando que este estado supuestamente es ideal.
Imaginate que me quedara en cualquier
etapa anterior a mi vida, que decidiera no seguir adelante. Imaginate que
decidiera que algunos momentos del pasado han sido tan buenos, algunos vínculos
han sido tan gratificantes, algunas personas han sido tan importantes, que no
los quiero perder y me agarro como a una soga salvadora de estos lugares que ya
no estoy.
Esto no serviría, esto no sería bueno
para mí ni para nadie.
Seguramente moriría allí, paralizado. Y
sin embargo, dejar cada uno de estos lugares fue doloroso, dejar mi infancia
fue doloroso, dejar de ser el bebé de los primeros días fue doloroso, dejar el
útero fue doloroso, dejar nuestra adolescencia fue doloroso. Todas estas
vivencias implicaron una pérdida, pero gracias a haber perdido algunas cosas
hemos ganado algunas otras. Puedo poner el acento en esto diciendo que no hay
una ganancia importante que no implique de alguna forma una renuncia, un costo
emocional, una pérdida. Esta es la verdad que se descubre al final del camino
de las lágrimas: Que los duelos son imprescindibles para nuestro proceso de
crecimiento personal, que las pérdidas son necesarias para nuestra maduración y
que ésta a su vez nos ayuda a recorrer el camino: madurar es aprender a soltar;
aprender a soltar es madurar. En la medida en que yo aprenda a soltar, más
fácil va a ser que el crecimiento se produzca; cuanto más haya crecido menor
será el desgarro ante lo perdido; cuanto menos me desgarre por aquello que se
fue, mejor voy a poder recorrer el camino que sigue. Madurando seguramente
descubra que por propia decisión dejo algo dolorosamente para dar lugar a lo
nuevo que deseo. -Gran maestro -dijo el discípulo-, he venido desde muy lejos
para aprender de ti. Durante muchos años he estudiado con todos los iluminados
y gurús del país y del mundo y todos han dejado mucha sabiduría en mí. Ahora
creo que tú eres el único que puede completar mi búsqueda. Enséñame, maestro,
todo lo que me falta saber. Badwin el sabio le dijo que tendría mucho gusto en
mostrarle todo lo que sabía pero que antes de empezar quería invitarlo con un
té. El discípulo se sentó junto al maestro mientras él se acercaba a una
pequeña mesita y tomaba de ella una taza llena de té y una tetera de cobre. El
maestro alcanzó la taza al alumno y cuando éste la tuvo en sus manos empezó a
servir más té en la taza que no tardó en resbalsarse. El alumno con la taza
entre las manos intentó advertir al anfitrión: - Maestro...maestro Badwin como
si no entendiera el reclamo siguió vertiendo té, que después de llenar la taza
y el plato empezó a caer sobre la alfombra. - Maestro –gritó ahora el alumno-,
deja ya de echar té en mi taza. ¿No puedes ver que ya está llena? Badwin dejó
de echar té y le dijo al discípulo: - Hasta que no seas capaz de vaciar tu taza
no podrás poner más té en ella. Hay que vaciarse para poder llenarse. Una taza,
dice Krishnamurti, sólo sirve cuando está
vacía. No sirve una taza llena, no hay
nada que se pueda agregar en ella. Manteniendo la taza siempre llena ni
siquiera puedo dar, porque dar significa haber aprendido a vaciar la taza.
Parece obvio que para dar tengo que explorar el soltar, el desapego, porque
también hay una pérdida cuando decido dar de lo mío. Para crecer entonces voy a
tener que admitir el vacío.
El espacio donde por
decisión, azar o naturaleza ya no está lo que antes podía encontrar. Esta es mi
vida. Voy a tener que deshacerme del contenido de la taza para poder llenarla
otra vez. Mi vida se enriquece cada vez que yo lleno la taza, pero también se
enriquece cada vez que la vacío...porque cada vez que yo vacío mi taza estoy
abriendo la posibilidad de llenarla de nuevo. Continuará.....