Me dice que me ama cuando
escucho llover,
me dice que me ama
con un atardecer.
lo dice sin palabras con
las olas del mar,
lo dice en la mañana
con mi respirar
CORO:
me dice que me ama y
que conmigo quiere estar
me dice que me busca
cuando salgo yo a pasear
que ha hecho lo que existe para
llamar mi atencion
que quiere conquistarme
y alegrar mi corazon
me dice que me ama
cuando veo la cruz
sus manos extendidas
asi tan grande es su amor
lo dice en las heridas de
sus manos y pies
me dice que me ama
una y otra vez
CORO X2
sábado, 28 de abril de 2018
viernes, 27 de abril de 2018
Los Ideales (Parte II) - Osho
UN SACERDOTE LE DIJO AL MULÁ NASRUDÍN:
—Dios te ama.
El muid replicó:
—¿Cómo va a amarme si ni siquiera me conoce?
Y el sacerdote contestó:
—Por eso puede amarte. Nosotros, que te conocemos, no podemos amarte. Resulta demasiado difícil.
O si te acercas A un hindú, te dirá: «Tú eres Dios mismo». No el hijo de Dios, sino Dios mismo. Pero tú sigues con tu dolor de cabeza, tu migraña, preguntándote cómo
puede Dios tener dolor de cabeza... y el problema queda sin resolver.
Si quieres preguntar: «¿Quién soy yo?», no recurras a nadie. Guarda silencio y profundiza en tu ser. Deja que la pregunta resuene en tu interior, no verbal, sino existencialmente. Permite que la pregunta te penetre como una flecha te atravesaría el corazón. «¿Quién soy yo?», y repite la pregunta.
Y no tengas prisa por encontrar la respuesta, porque si la encuentras, te la habrá dado otra persona, un sacerdote, un político, u otra cosa, como una tradición. No respondas con la memoria, porque toda tu memoria es algo prestado. Tu memoria es como un ordenador, algo muerto. La memoria no tiene nada que ver con el conocimiento. La memoria es como el programa del ordenador, de modo que cuando preguntas: «¿Quién soy yo?», y la memoria contesta: «Eres una gran alma», ojo. No caigas en la trampa. Líbrate de toda esa porquería, porque no es más que eso, porquería.
Sigue preguntando: «¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?» y un día verás que también la pregunta se ha desvanecido. Solo queda un ansia: «¿Quién soy?», pero solo esa ansia, no la pregunta. «¿Quién soy?», mientras todo tu ser vibra con ese anhelo.
Y un día lo verás, que solo existe el ansia. Y en ese estado de apasionamiento, tan intenso, de pronto te darás cuenta de que algo ha estallado. De repente te verás cara a cara contigo mismo y sabrás quién eres.
No tiene sentido que le preguntes a tu padre: «¿Quién soy?». Ni siquiera él sabe quién es. Tampoco tiene sentido preguntárselo a tu abuelo o a tu bisabuelo. No hay que preguntar, no hay que preguntar ni a la madre, ni a la sociedad, ni a la cultura, ni a la civilización.
Hemos de preguntar a nuestro ser más íntimo.
Si realmente quieres conocer la respuesta, ve a tu interior, y a partir de esa experiencia interior se producirá el cambio.
Me preguntas cómo puedes cambiar esto. No puedes cambiarlo. En primer lugar tienes que enfrentarte a tu realidad, y ese encuentro te cambiará.
—Dios te ama.
El muid replicó:
—¿Cómo va a amarme si ni siquiera me conoce?
Y el sacerdote contestó:
—Por eso puede amarte. Nosotros, que te conocemos, no podemos amarte. Resulta demasiado difícil.
O si te acercas A un hindú, te dirá: «Tú eres Dios mismo». No el hijo de Dios, sino Dios mismo. Pero tú sigues con tu dolor de cabeza, tu migraña, preguntándote cómo
puede Dios tener dolor de cabeza... y el problema queda sin resolver.
Si quieres preguntar: «¿Quién soy yo?», no recurras a nadie. Guarda silencio y profundiza en tu ser. Deja que la pregunta resuene en tu interior, no verbal, sino existencialmente. Permite que la pregunta te penetre como una flecha te atravesaría el corazón. «¿Quién soy yo?», y repite la pregunta.
Y no tengas prisa por encontrar la respuesta, porque si la encuentras, te la habrá dado otra persona, un sacerdote, un político, u otra cosa, como una tradición. No respondas con la memoria, porque toda tu memoria es algo prestado. Tu memoria es como un ordenador, algo muerto. La memoria no tiene nada que ver con el conocimiento. La memoria es como el programa del ordenador, de modo que cuando preguntas: «¿Quién soy yo?», y la memoria contesta: «Eres una gran alma», ojo. No caigas en la trampa. Líbrate de toda esa porquería, porque no es más que eso, porquería.
Sigue preguntando: «¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?» y un día verás que también la pregunta se ha desvanecido. Solo queda un ansia: «¿Quién soy?», pero solo esa ansia, no la pregunta. «¿Quién soy?», mientras todo tu ser vibra con ese anhelo.
Y un día lo verás, que solo existe el ansia. Y en ese estado de apasionamiento, tan intenso, de pronto te darás cuenta de que algo ha estallado. De repente te verás cara a cara contigo mismo y sabrás quién eres.
No tiene sentido que le preguntes a tu padre: «¿Quién soy?». Ni siquiera él sabe quién es. Tampoco tiene sentido preguntárselo a tu abuelo o a tu bisabuelo. No hay que preguntar, no hay que preguntar ni a la madre, ni a la sociedad, ni a la cultura, ni a la civilización.
Hemos de preguntar a nuestro ser más íntimo.
Si realmente quieres conocer la respuesta, ve a tu interior, y a partir de esa experiencia interior se producirá el cambio.
Me preguntas cómo puedes cambiar esto. No puedes cambiarlo. En primer lugar tienes que enfrentarte a tu realidad, y ese encuentro te cambiará.
jueves, 26 de abril de 2018
La Naranja Exprimida
Me estaba preparando para dar una conferencia y decidí llevar una NARANJA al escenario como una proposición para mi clase...
Abrí una conversación con un joven brillante que estaba sentado en la primera fila, y le dije:
- Si yo exprimiera esta naranja tan fuerte como pueda, ¿qué podría salir?
Él me miró como si estuviera un poco loco y dijo: - Jugo, ¡por supuesto!
- ¿Crees que jugo de manzana podría salir de ella?
- ¡No! (él se reía).
- ¿Y jugo de toronja?
- ¡Tampoco!
- ¿Qué saldría de ella?
- Jugo de naranja, obviamente.
- ¿Por qué?,
¿por qué cuando exprimo una naranja sale jugo de naranja?
¿por qué cuando exprimo una naranja sale jugo de naranja?
- Bueno, es una naranja y eso es lo que hay dentro.
Asentí con la cabeza y le dije:
- Cierto.
Vamos a suponer que ésta naranja no es una naranja, sino que eres tú y alguien te aprieta, pone presión sobre ti, y te dice algo que a ti no te gusta; te ofende y fuera de ti sale ira, odio, amargura, miedo. ¿Por qué sale esto?
Vamos a suponer que ésta naranja no es una naranja, sino que eres tú y alguien te aprieta, pone presión sobre ti, y te dice algo que a ti no te gusta; te ofende y fuera de ti sale ira, odio, amargura, miedo. ¿Por qué sale esto?
La respuesta que dio el joven fue:
- Porque eso es lo que hay dentro.
Ésta es una de las grandes lecciones de la vida:
¿Qué sale de ti cuando la vida te aprieta, cuando alguien te produce dolor o te ofende?
Si la ira, el dolor y el miedo salen de ti, es porque eso es lo que hay dentro.
No importa quién hace la contracción, si es tu MADRE, tu HERMANO, tus HIJOS, tu JEFE, TU ESPOSA(o) etc...
Si alguien dice algo acerca de ti que no te gusta, lo que sale de ti es lo que hay dentro; y lo que está dentro sólo depende de ti, ¡es tu elección!
Cuando alguien te presiona y sale amor, es porque eso es lo que has permitido que esté en tu interior.
Hoy hay una naranja para ti y para mí.
Ahora, nos toca reflexionar qué es lo que hay dentro de tí y de mí, porque "de la abundancia del corazón habla la boca" [Mat 15:18].
A Jesús lo "exprimieron" y sólo salió de él, perdón, sangre de amor y misericordia por nosotros.
Nos dio vivo ejemplo de que, aunque lo insultaron, lo laceraron, lo humillaron y lo trataron peor que a un criminal, ¡de él sólo salió amor!
Tratemos de llenarnos de ese AMOR gratuito y vivamos cada día siguiendo su ejemplo...
miércoles, 25 de abril de 2018
Cuando Me Ame De Verdad
Por Charles Chaplin
Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.
martes, 24 de abril de 2018
Impotencia Y Responsabilidad Personal
«Debido a nuestra incapacidad para aceptar las responsabilidades personales, nos creábamos nuestros propios problemas.»
Texto Básico, p. 15
Cuando nos negamos a asumir la responsabilidad de nuestra vida abandonamos todo nuestro poder personal. Debemos recordar que somos impotentes ante nuestra adicción, no ante nuestro comportamiento personal.
Muchos usábamos equivocadamente el concepto de impotencia para evitar tomar decisiones o para aferrarnos a cosas que habían quedado atrás. Alegábamos impotencia ante todas nuestras acciones.
Muchos usábamos equivocadamente el concepto de impotencia para evitar tomar decisiones o para aferrarnos a cosas que habían quedado atrás. Alegábamos impotencia ante todas nuestras acciones.
Culpábamos a otros de nuestras circunstancias en lugar de tomar medidas efectivas para cambiarlas. Si seguimos evitando la responsabilidad afirmando que somos «impotentes», nos disponemos a ir en busca de la misma desesperación e infelicidad de nuestra adicción activa. La posibilidad de pasar años en recuperación creyéndonos víctimas es muy real.
En vez de vivir la vida sin dar la cara, podemos aprender a tomar decisiones responsables y a correr riesgos. Quizás nos equivoquemos, pero podemos aprender de esos errores. Una elevada conciencia de nosotros mismos y una creciente buena voluntad para aceptar las responsabilidades personales nos brindan la libertad para cambiar, elegir y crecer.
En vez de vivir la vida sin dar la cara, podemos aprender a tomar decisiones responsables y a correr riesgos. Quizás nos equivoquemos, pero podemos aprender de esos errores. Una elevada conciencia de nosotros mismos y una creciente buena voluntad para aceptar las responsabilidades personales nos brindan la libertad para cambiar, elegir y crecer.
Sólo Por Hoy:
Mis sentimientos, acciones y decisiones son mías.
Seré responsable de ellos.
(Del libro de las reflexiones diarias "Solo Por Hoy" Copyright © 1995, NA World Services, Inc. All Rights Reserved)
lunes, 23 de abril de 2018
Los Ideales (Parte I) - Osho
Érase una vez un osito polar que le preguntó a su madre:
—¿Papá también era un oso polar?
—Pues claro que tu padre era un oso polar.
—Pero mamá, dime una cosa: ¿el abuelo también era un oso polar? —añadió el osezno al cabo de un rato.
—Sí, también era un oso polar.
Pasa otro rato y el osezno pregunta:
—¿Y mi bisabuelo también era un oso polar?
—Sí, también. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque estoy muerto de frío.
Osho, me han dicho que mi padre era un oso polar, que mi abuelo también, pero estoy muerto de frío. ¿Cómo puedo cambiar esto?
Da la casualidad de que conozco a tu padre, y a tu abuelo, y también da la casualidad de que conozco a tus bisabuelos: todos se morían de frío. Y sus madres les contaron la misma historia, que tu padre era un oso polar, y tu abuelo, y también tu bisabuelo.
Si te mueres de frío, te mueres de frío y no hay más que hablar. Esas historias no ayudan a nadie. Solo sirven para confirmar que incluso los osos polares pasan frío. Hay que ver la realidad, no centrarse en las tradiciones ni volver al pasado. Si tienes frío, tienes frío y no hay más que hablar. Y el hecho de ser un oso polar no es ningún consuelo.
Esa es la clase de consuelo que se le ha ofrecido a la humanidad. Cuando estás a punto de morir, estás a punto de morir, y a alguien se le puede ocurrir decirte: «No tengas miedo, porque el alma es inmortal». Pero tú te estás muriendo.
Me han contado la historia de un judío moribundo que se había caído en una calle, de un ataque al corazón. Se congregó toda una multitud, y buscaron a alguien que creyera en la religión, a un sacerdote o algo, porque el hombre estaba a punto de morir. De entre la multitud surgió un sacerdote católico, que no sabía quién era el moribundo. Se acercó a él y le preguntó:
—¿Crees en Dios? ¿Afirmas que crees en la Santísima Trinidad, en Dios Padre, en Dios Hijo y en el Espíritu Santo?
El judío moribundo abrió los ojos y replicó:
—Me estoy muriendo y me viene con acertijos. ¿Qué pasa con la trinidad esa? Me estoy muriendo. ¿Qué estupideces me está contando?
Una persona está a punto de morir y la consolamos con la idea de la inmortalidad del alma. Ese consuelo no sirve para nada. Alguien está sufriendo y le dices: «No sufras.
Es algo puramente psicológico». ¿Cómo va a ayudar una cosa así? Lo único que conseguirás es que lo pase aún peor. Esas teorías no sirven de gran cosa, porque han sido inventadas para consolar, para engañar.
Si tienes frío, tienes frío y ya está. En lugar de preguntar si tu padre era un oso polar, haz ejercicio. Vete a caminar, a pegar saltos, a hacer meditación dinámica, y así no sentirás frío: te lo aseguro. Olvídate de padres, abuelos y bisabuelos y presta atención a tu realidad. Si te mueres de frío, haz algo. Y siempre se puede hacer algo. Pero si no paras de preguntar, no encontrarás el camino. Ya puedes preguntar y preguntar, que tu pobre madre siempre te ofrecerá consuelo.
Y la pregunta es maravillosa, llena de significado, de una tremenda trascendencia.
Así es como sufre la humanidad. Fijaos en ese sufrimiento, observad el problema y no intentéis buscar soluciones fuera del problema. Mirad directamente el problema y siempre encontraréis la solución en él. Fijaos en la pregunta; no pidáis la respuesta.
Por ejemplo, puedes preguntar, una y otra vez: «¿Quién soy yo?». Si acudes a un cristiano te dirá: «Eres hijo de Dios, y Dios te ama». Y tú te quedarás confuso porque, ¿cómo puede amarte Dios?
—¿Papá también era un oso polar?
—Pues claro que tu padre era un oso polar.
—Pero mamá, dime una cosa: ¿el abuelo también era un oso polar? —añadió el osezno al cabo de un rato.
—Sí, también era un oso polar.
Pasa otro rato y el osezno pregunta:
—¿Y mi bisabuelo también era un oso polar?
—Sí, también. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque estoy muerto de frío.
Osho, me han dicho que mi padre era un oso polar, que mi abuelo también, pero estoy muerto de frío. ¿Cómo puedo cambiar esto?
Da la casualidad de que conozco a tu padre, y a tu abuelo, y también da la casualidad de que conozco a tus bisabuelos: todos se morían de frío. Y sus madres les contaron la misma historia, que tu padre era un oso polar, y tu abuelo, y también tu bisabuelo.
Si te mueres de frío, te mueres de frío y no hay más que hablar. Esas historias no ayudan a nadie. Solo sirven para confirmar que incluso los osos polares pasan frío. Hay que ver la realidad, no centrarse en las tradiciones ni volver al pasado. Si tienes frío, tienes frío y no hay más que hablar. Y el hecho de ser un oso polar no es ningún consuelo.
Esa es la clase de consuelo que se le ha ofrecido a la humanidad. Cuando estás a punto de morir, estás a punto de morir, y a alguien se le puede ocurrir decirte: «No tengas miedo, porque el alma es inmortal». Pero tú te estás muriendo.
Me han contado la historia de un judío moribundo que se había caído en una calle, de un ataque al corazón. Se congregó toda una multitud, y buscaron a alguien que creyera en la religión, a un sacerdote o algo, porque el hombre estaba a punto de morir. De entre la multitud surgió un sacerdote católico, que no sabía quién era el moribundo. Se acercó a él y le preguntó:
—¿Crees en Dios? ¿Afirmas que crees en la Santísima Trinidad, en Dios Padre, en Dios Hijo y en el Espíritu Santo?
El judío moribundo abrió los ojos y replicó:
—Me estoy muriendo y me viene con acertijos. ¿Qué pasa con la trinidad esa? Me estoy muriendo. ¿Qué estupideces me está contando?
Una persona está a punto de morir y la consolamos con la idea de la inmortalidad del alma. Ese consuelo no sirve para nada. Alguien está sufriendo y le dices: «No sufras.
Es algo puramente psicológico». ¿Cómo va a ayudar una cosa así? Lo único que conseguirás es que lo pase aún peor. Esas teorías no sirven de gran cosa, porque han sido inventadas para consolar, para engañar.
Si tienes frío, tienes frío y ya está. En lugar de preguntar si tu padre era un oso polar, haz ejercicio. Vete a caminar, a pegar saltos, a hacer meditación dinámica, y así no sentirás frío: te lo aseguro. Olvídate de padres, abuelos y bisabuelos y presta atención a tu realidad. Si te mueres de frío, haz algo. Y siempre se puede hacer algo. Pero si no paras de preguntar, no encontrarás el camino. Ya puedes preguntar y preguntar, que tu pobre madre siempre te ofrecerá consuelo.
Y la pregunta es maravillosa, llena de significado, de una tremenda trascendencia.
Así es como sufre la humanidad. Fijaos en ese sufrimiento, observad el problema y no intentéis buscar soluciones fuera del problema. Mirad directamente el problema y siempre encontraréis la solución en él. Fijaos en la pregunta; no pidáis la respuesta.
Por ejemplo, puedes preguntar, una y otra vez: «¿Quién soy yo?». Si acudes a un cristiano te dirá: «Eres hijo de Dios, y Dios te ama». Y tú te quedarás confuso porque, ¿cómo puede amarte Dios?
domingo, 22 de abril de 2018
Honestidad En Las Relaciones
Podemos ser honestos y directos sobre nuestros límites en las relaciones y sobre los parámetros de una relación particular.
Quizá ninguna área de nuestra vida refleja nuestra singularidad e individualidad en la recuperación más que nuestras relaciones. Algunos de nosotros estamos en una relación comprometida. Algunos de nosotros estamos saliendo. Algunos de nosotros no estamos saliendo. Algunos de nosotros estamos viviendo con alguien. Algunos de nosotros deseamos estar saliendo. Algunos de nosotros deseamos estar en una relación comprometida. Algunos de nosotros entramos en nuevas relaciones después de la recuperación. Algunos de nosotros permanecemos en la relación en la que estábamos antes de que comenzáramos a recuperarnos.
También tenemos otras relaciones. Tenemos amistades Las relaciones con los niños, con los padres, con la familia extendida. Tenemos relaciones profesionales: relaciones con personas en el trabajo.
Necesitamos ser capaces de ser honestos y directos en nuestras relaciones. Un área sobre la que podemos ser honestos y directos es sobre los parámetros de nuestras relaciones. Podemos definir nuestras relaciones con las personas, una idea escrita por Charlotte Kasl y otros, y podemos pedirles que sean honestos y directos sobre la definición de su visión de la relación con nosotros.
Es confuso estar en una relación y no saber dónde nos encontramos, ya sea en el trabajo, en una amistad, con miembros de la familia o en una relación de amor. Tenemos derecho a ser directos acerca de cómo definimos la relación, qué queremos que sea. Pero las relaciones son iguales a dos personas que tienen los mismos derechos. La otra persona también debe ser capaz de definir la relación. Tenemos derecho a saber y preguntar, Ellos también.
La honestidad es la mejor política.
Podemos establecer límites. Si alguien quiere una relación más intensa que nosotros, podemos ser claros y honestos sobre lo que queremos, sobre nuestro nivel deseado de participación. Podemos decirle a la persona qué esperar razonablemente de nosotros, porque eso es lo que queremos dar.
Cómo se enfrenta la persona es su problema. Si le decimos a la persona o no, es nuestra.Podemos establecer límites y definir amistades cuando éstas causan confusión.
Incluso podemos definir relaciones con niños, si esas relaciones se han vuelto pegajosas y han excedido nuestros parámetros. Necesitamos definir las relaciones de amor y lo que eso significa para cada persona. Tenemos derecho a preguntar y recibir respuestas claras. Tenemos el derecho de hacer nuestras propias definiciones y tener nuestras propias expectativas. También lo hace la otra persona.
La honestidad y la franqueza es la única política. A veces no sabemos lo que queremos en una relación. Algunas veces la otra persona no sabe. Pero cuanto antes podamos definir una relación, con la ayuda de la otra persona, antes podremos decidir sobre un curso de conducta apropiado para nosotros.
Cuanto más claros podamos ser al definir las relaciones, más podremos cuidarnos a nosotros mismos en esa relación. Tenemos derecho a nuestros límites, deseos y necesidades. También lo hace la otra persona. No podemos obligar a alguien a tener una relación o participar en un nivel que deseemos si él o ella no quiere. Todos nosotros tenemos el derecho de no ser forzados.
La información es una herramienta poderosa, y tener la información sobre lo que es una relación particular -los límites y las definiciones de la misma- nos permitirá cuidar de nosotros mismos en ella.
Las relaciones tardan un tiempo en formarse, pero en algún momento podemos esperar razonablemente una definición clara de lo que es esa relación y cuáles son sus límites. Si las definiciones entran en conflicto, somos libres de tomar una nueva decisión basada en la información adecuada sobre lo que debemos hacer para cuidarnos.
“Hoy, lucharé por la claridad y la franqueza en mis relaciones. Si ahora tengo algunas relaciones turbias y mal definidas, y si les he dado el tiempo adecuado para formarse, comenzaré a tomar medidas para definir esa relación. Dios, ayúdame a dejar de lado mis temores sobre la definición y comprensión de la naturaleza de mis relaciones actuales. Guíeme hacia un pensamiento claro y saludable. Ayúdame a saber que lo que quiero está bien. Ayúdame a saber que si no puedo obtener eso de la otra persona, lo que quiero todavía está bien, pero no es posible en este momento. Ayúdame a aprender a no renunciar a lo que quiero y necesito, sino que me capacite para tomar decisiones apropiadas y saludables sobre dónde conseguirlo.”
Melody Beattie de su Libro El Lenguaje del Adiós
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