ETAPAS DE UN DUELO CRÓNICO
Así como en cualquier lugar que se
interrumpa el proceso de cicatrización la herida no se sana, en cualquier lugar
que se interrumpa el duelo la cicatriz no se produce y el duelo no sana.
Todo el proceso consiste en que el
cuerpo pueda llegar a la retracción del coágulo, ¿recuerdan?. Porque ahí es
donde empieza el proceso de regeneración de los tejidos, cuando el coágulo se
achica y los bordes de la herida se acercan, el tejido nuevo empieza a surgir
desde abajo y el daño va camino a sanar.
Algo que no dijimos es que en este
momento la herida pica. Ha dejado de doler, pero cuando el coágulo se empieza a
retraer pica. El escozor es un dolor chiquitito, pero un dolor al fin y todos
tenemos el impulso de rascarnos.
Pero cuidado. Porque si uno se arranca
la cascarita, la herida empieza a sangrar y estamos otra vez atrás.
Este es el duelo patológico, el duelo de
las heridas que nunca cicatrizan. En el hospital uno ve hombres y mujeres que
vienen con heridas que tienen dos o tres años, y uno no entiende por qué pero
pregunta y descubre lo que pasa: cada vez que llegan a la casa se arrancan la
cascarita, porque les molesta, porque les pica, porque queda fea. Y vuelven a
empezar.
Nunca deja
que la herida cicatrice.
Cuidado con escaparse una y otra vez del
dolor y la desolación.
Cuidado con no querer vivir esto, porque
si para escapar de esta etapa arrancamos la cascarita volviendo atrás, el duelo
puede hacerse crónico.
Pasan quince años, veinte y cada vez que
uno llega a la desolación, le teme tanto que huye hacia la bronca, escapa a la
negación, se vuelve un niño, se queda en la culpa, corre hacia atrás, a
cualquier lado con tal de no pasar por esta tristeza infinita, con tal de no
enfrentarse con el alma en ruinas. Y si no hacemos algo para que se termine el
círculo vicioso volvemos una y otra vez para atrás y cambiamos el dolor por el
sufrimiento
y nos instalamos en él.
¿Y qué hay que hacer?
Más bien se trata de lo que no hay que
hacer.
No hay que rascarse, hay que animarse a
vivir el dolor de la etapa de la tristeza desolada y dejar que el río fluya
confiando en que somos lo suficientemente fuertes para soportar el enorme dolor
de la pena.
Hablo de seguir peleando hasta llegar al
final del camino ...
Yo creo que deberíamos ocuparnos, darnos
cuenta, buscar la manera, encontrar los lugares, descubrir el cómo, hallar las
personas, buscar los caminos para conectarnos con las mejores cosas que
tenemos.
Y las mejores cosas que tenemos son la
lucha y el deseo de seguir adelante.
Las ganas de vivir la vida que a pesar
de enfrentarnos con dolores y temores, repito, vale la pena ser vivida.
Hemos visto como detrás de un duelo
ausente o detrás de un sufrimiento eterno puede esconderse la decisión de no
vivir el duelo. La huida negadora y el cambio de dolor por sufrimiento son dos
de los tres desvíos en los que uno se puede perder en el camino de las
lágrimas. El tercer "rebusque", para no terminar de soltar al que no
está, es la idealización.
Este desvío está un poquito después de
haber pasado por la desolación y se confunde con el sendero correcto de la
identificación. Idealizar al que se murió es creer que nadie hacia esto como
él, que en aquello era maravilloso, en lo otro sensacional, y que lo poco que
hacía mal no lo recuerdo porque en realidad no tenía importancia. Pero lo que
hacía bien era espectacular y cuando no estaba haciendo nada bueno era en
realidad porque yo no lo notaba. Como Gardel, que según la leyenda, cada día
canta mejor. Esta es la necesidad de eternizar al que murió para que no nos
abandone, para no discriminarse, para no soltarlo. Una salida peligrosa, un
verdadero escape hacia adelante, porque abre la posibilidad de quedarnos
estancados en la idea de que ya no haga falta terminar con el duelo, porque
idealizando su memoria puedo mantenerlo vivo.
El desagradable nombre técnico de este
proceso es momificación de lo perdido.
Como las películas de terror, embalsamar
el cadáver para sentarlo a la mesa y servirle la comida todos los días, para
decir acá está. Este es el lugar de papá, de la abuela o del tío Juan y donde
nunca nadie más se sentó.
La salida ahora es aceptar que el que se
murió era en muchos sentidos maravilloso y en algunos otros una mierda, nos
guste o no, estamos dispuestos a admitirlo o no, todos tenemos un aspecto
oscuro y un poco "mierdoso" en nuestra manera de ser (si el tuyo es
pequeño e insignificante, tus amigos y tu familia son muy afortunados)
Tiene que ver con aceptar que cada uno
de nosotros tiene aspectos bárbaros y aspectos siniestros, que cada uno de
nosotros tiene tiene una parte buena y una parte jodida. Tiene que ver con
darse cuenta de que cada persona, cada cosa, cada situación, cada lugar, tiene
cosas que me gustan y cosas que no me gustan.
¿Por qué cuando ya no está pasa a tener
nada más que las que me gustaban?
De pronto todos los defectos, todas las
cosas horribles que detestaba eran mínimas, todo aquello por lo que puteaba no
parece importante, y todo lo bueno es único, espectacular e incomparable...
Bien, eso es idealizar..Idealizar tiene
que ver con negar todo lo malo que tenía lo perdido y con sobrevalorizar lo
bueno. En las personas de alguna manera se relaciona con no ver lo humano, con
endiosar al que se fue.
He visto, de verdad, cosas siniestras
respecto a la idealización como negar intensamente algunos aspectos deplorables
y nefastos del que se murió. Aspectos por los cuales, esa misma persona deseó
que al otro lo pisara un camión.
La idealización funciona desde muchos
lugares, poniéndole al otros cosas que en realidad no tenía y sacándole sus
peores miserias. Idealizar es deshumanizar, y también, como con los vivos es
una manera de no aceptar. Si te acepto, debería despedirte, debería aceptar que
no estás.
En cambio si te idealizo, no hace falta,
te pongo en un plano superior para poder quitarte lo terrenal y entonces
renunciar a separarme momificándote, santificándote, haciendo de tu recuerdo un
culto. Y lo que sucede en muchos casos es que la familia entera idealiza. Y
aparentemente está todo bien porque finalmente coincidimos, pero la verdad es
que tampoco sirve, y tarde o temprano, la mentira de la inmaculada esencia
queda al descubierto, o peor aún, se sostiene y nadie podrá nunca relacionarse
sin comparar al que llegue a la casa con la imagen perfecta del que murió.
Lamentablemente la muerte no hace nada
para mejorar lo que era el que murió y esto es así, más allá de todas las
creencias de la elevación del espíritu y la purificación de las almas. Me
parece importantísimo poder perdonar al difunto pero no olvidar quién fue en
vida. Perdonar en todo caso es cancelar sus deudas, pero no es olvidar que no
las pagó.
La idea es seguir luchando y peleando
para llegar al lugar de contacto genuino con la imagen real. Al lugar de la
aceptación, aunque aceptar la pérdida nos parezca imposible.