"Odiar es ocupar espacio en tu corazón por alguien que ya no tiene ninguna importancia en tu vida. ¡Perdona, supera y disfruta!"
Si hay algún Consuelo en la tragedia de perder a alguien a quien amamos, es la esperanza, siempre necesaria, de qué tal vez haya sido mejor así.
Dios está donde lo dejan entrar.
Dios es amor, generosidad y perdón; si creemos en esto, nunca nos dejaremos paralizar por nuestras debilidades
La energía del odio no te va a llevar a ningún sitio; pero la energía del perdón, que se manifiesta a través del amor, conseguir a transformar positivamente tu vida.
En la vida todas las batallas sirven para enseñarnos algo, incluso aquellas que perdemos.
Si Dios cierra una puerta, abre una ventana.
La vida de lo que sucede mientras estamos haciendo otros planes.
La semana pasada me retiré de dar órdenes al universo... Y nadie lo ha notado todavía.
Deberíamos emplear más tiempo en agradecer a Dios los beneficios que hemos recibido de su mano, que el que empleamos en pedírselos.
El corazón tiene su propio lenguaje en el que los hechos hablan mucho más fuerte que las palabras.
Cuando Yo oigo a alguien que dice "la vida es dura", siempre tengo la tentación de preguntar "comparada con qué".
Un hombre de familia es aquel que ha reemplazado los billetes de su carrera por fotografías a su esposa y sus hijos.
No es el camino el que hiere al pie, si no la piedrita que llevas en el zapato.
Si un joven puede ganar suficiente dinero para pagarse su educación, no necesito ir al colegio.
No importa qué tan importante te creas ni cuántos premios hayas recibido, si recuerdas una sola cosa te mantendrás humilde: la soledad de tu funeral dependerá del buen o mal tiempo que haya ese día.
La religión se enseña mejor mediante el ejemplo
El temor a equivocarnos es la puerta que no se encierra en el castillo de la mediocridad.
Mi vida es maravillosa, pues es un reflejo del amor de Dios.
Que el amor sea siempre mi guía
viernes, 5 de abril de 2019
jueves, 4 de abril de 2019
El Piloto
Hace unos días venía en un avión por un viaje de trabajo. En un momento del viaje, el avión empezó a moverse a causa de una turbulencia.
Las palabras del capitán en esa ocasión fueron: “mantengan la calma, estamos dominando la situación”.
Al principio me asusté, fue fuerte el movimiento de la nave, pero después de unos segundos todo se calmó.
Di gracias a Dios por haber salido del susto, y en medio de mi oración me quedé pensando por un momento en la necesidad que tenemos nosotros también de aprender a dominar las situaciones que nos hacen tambalear en la vida, hasta el punto de decir que podemos mantener la calma. Comparé la turbulencia con los problemas.
Claro, asusta el movimiento brusco del avión que pasa por una turbulencia, como nos asustan los problemas, pero el piloto sabe que es sólo eso, turbulencia, algo pasajero, pues el avión tiene capacidad para salir de tal situación, como los creyentes, que sabemos los problemas suceden, pero tenemos la capacidad para luchar ante la adversidad.
El piloto manejó con calma la situación. Pero a muchos les resulta muy complicado poder mantener el control sobre sus problemas, es allí donde llega la desesperación y corremos el riesgo de perder el control y estrellarnos.
Basta pensar en la vida como un avión del que nosotros somos pilotos y al que nosotros damos la dirección. Si no sabemos dominar los momentos, si somos débiles y permitimos que las situaciones nos dominen a nosotros, lo más probable es que acabemos estrellados, sin esperanzas.
¿Hasta qué punto estás tomando el control de tu vida? ¿Hasta qué punto las turbulencias de la vida te hacen tambalear?
Mantén la calma.
Tarea del día:
Mantén la calma en los momentos difíciles
Mantén la calma en los momentos difíciles
Alberto Linero
miércoles, 3 de abril de 2019
¿Se Cree Usted Diferente? (Parte 3)
Me llamo Luis y soy
alcohólico (79 años de edad)
Supongo que siempre he sido alcohólico. Al menos, siempre he bebido alcohol. Cuando era un bebé, mi madre solía poner unas gotitas de whisky en una botella de agua tibia y dármela para beber. Desde aquel entonces han pasado muchísimos años.
Ya de joven, abandoné la escuela y conseguí un empleo como conductor y cobrador de un coche de caballos. En aquel tiempo, seis boletos costaban un cuarto de dólar, lo mismo que un cuarto de litro de whisky. Cada día me enfrentaba a una difícil decisión: ¿Debo embolsarme el primer cuarto, o el segundo? En los días buenos, asignaba el primero a la compañía y esperaba a vender una docena antes de pararme en el bar. Los días malos, me guardaba el primero.
De todos modos, el servicio se suspendía mientras estaba en el bar. A los caballos no les molestaba esperar, y los pasajeros no me importaban un bledo. A la compañía, sin embargo, sí le importaba y, pasado un tiempo, designó a uno de sus investigadores para descubrirme. Nunca me descubrieron. Me fui yo antes.
A partir de entonces, fui de capa caída, pidiendo limosna y bebiendo. Podía poner los ojos completos en blanco. Todos se apiadaban de un ciego, especialmente uno tan joven como yo, así que conseguía el suficiente dinero para beber. Pero un día, dejé caer una moneda que una mujer me había dado, y corrí directamente al lugar donde había rodado. Ella se dio cuenta y se puso a llamar a gritos a la policía. Seguí corriendo y cogí el siguiente tren que salía del pueblo. En la ciudad donde llegué, vivía y bebía en uno de los barrios bajos, durmiendo en posadas de mala muerte, en los portales, en las cárceles.
Al llegar a los veinte años de edad, me decidí por alguna razón a trabajar. Así es que conseguí un empleo en los ferrocarriles, donde seguí trabajando hasta jubilarme a la edad de 73 años. Trabajaba como revisor de cargos. Una vez que me encerraba en el furgón de cola, nadie me podía ver ni saber lo que estaba haciendo. Y lo que hacía, la mayoría de las veces, era beber. Bebía todo tipo de alcohol: whisky, ginebra, oporto, moscatel, líquido de embalsamar, fluido en lata, etc. Las llagas ya han desaparecido, pero todavía tengo las cicatrices.
No sé cuántas veces en mi vida me han arrestado — 30 ó 40 quizás. La primera vez fue por mendigar. Después de jubilarme, me arrestaron 17 veces por estar borracho. Tenía mi pensión de jubilado, y nada que hacer sino beber. Mi mujer había muerto. Mi hija casada no quería ni hablar conmigo. Vivía solo y sin amistades, a excepción de unos cuantos borrachos como yo.
Cuando tenía 79 años, me arrestaron otra vez. Pero esta vez hubo una diferencia. El encargado de libertad condicional me preguntó si quería dejar de beber. Le dije que sí, y él se puso a hablarme acerca de Alcohólicos Anónimos, y del programa de rehabilitación del alcoholismo patrocinado por el Juzgado municipal. Me preguntó si quería probarlo y pensando que no tenía nada que perder, empecé a asistir a las reuniones que se celebraban en el palacio de justicia.
Asistí a una reunión llevando escondido en mi bolsillo un cuarto de litro de vino. Un hombre de pelo canoso de nombre Jim dijo que era alcohólico y que había estado borracho durante mucho tiempo; pero que en A.A. había aprendido a dejar de beber y comenzar a vivir. Pidió que cualquiera que tuviera una pregunta la hiciera. Le pregunté si la organización esperaba que un hombre de 79 años, que había bebido durante toda su vida, podría dejar de beber sin más rodeos. Me replicó que él lo había hecho, y que yo también podía. Me dije que tal vez tuviera razón, así es que saqué la botella de mi bolsillo y se la di al hombre sentado a mi lado. Desde aquel momento, no he tomado un solo trago.
Inmediatamente después de que empecé a asistir a las reuniones de A.A., me comenzaron a acontecer buenas cosas. La gente más agradable del mundo se convirtió en mis amigos. Son mis verdaderos hermanos y hermanas. Hace poco tiempo, en una reunión de A.A. sufrí un ataque al corazón. Me llevaron con toda rapidez al hospital y se quedaron conmigo y, aunque el médico me había dado por perdido, la amistad me salvó. Debo mi vida a esta gente. Y ahora me quiere mi hija, y puedo pasar tiempo con mis nietos y biznietos.
Los años pasan —un día a la vez— y supongo que no me queda mucho tiempo. Pero no me importa. Lo más importante es que quiero morirme sobrio. Mientras tanto, me esfuerzo por ayudar a la gente más joven a encontrar la sobriedad y la felicidad como he hecho yo. Les digo: “Si yo puedo hacerlo, ustedes también pueden.”
Supongo que siempre he sido alcohólico. Al menos, siempre he bebido alcohol. Cuando era un bebé, mi madre solía poner unas gotitas de whisky en una botella de agua tibia y dármela para beber. Desde aquel entonces han pasado muchísimos años.
Ya de joven, abandoné la escuela y conseguí un empleo como conductor y cobrador de un coche de caballos. En aquel tiempo, seis boletos costaban un cuarto de dólar, lo mismo que un cuarto de litro de whisky. Cada día me enfrentaba a una difícil decisión: ¿Debo embolsarme el primer cuarto, o el segundo? En los días buenos, asignaba el primero a la compañía y esperaba a vender una docena antes de pararme en el bar. Los días malos, me guardaba el primero.
De todos modos, el servicio se suspendía mientras estaba en el bar. A los caballos no les molestaba esperar, y los pasajeros no me importaban un bledo. A la compañía, sin embargo, sí le importaba y, pasado un tiempo, designó a uno de sus investigadores para descubrirme. Nunca me descubrieron. Me fui yo antes.
A partir de entonces, fui de capa caída, pidiendo limosna y bebiendo. Podía poner los ojos completos en blanco. Todos se apiadaban de un ciego, especialmente uno tan joven como yo, así que conseguía el suficiente dinero para beber. Pero un día, dejé caer una moneda que una mujer me había dado, y corrí directamente al lugar donde había rodado. Ella se dio cuenta y se puso a llamar a gritos a la policía. Seguí corriendo y cogí el siguiente tren que salía del pueblo. En la ciudad donde llegué, vivía y bebía en uno de los barrios bajos, durmiendo en posadas de mala muerte, en los portales, en las cárceles.
Al llegar a los veinte años de edad, me decidí por alguna razón a trabajar. Así es que conseguí un empleo en los ferrocarriles, donde seguí trabajando hasta jubilarme a la edad de 73 años. Trabajaba como revisor de cargos. Una vez que me encerraba en el furgón de cola, nadie me podía ver ni saber lo que estaba haciendo. Y lo que hacía, la mayoría de las veces, era beber. Bebía todo tipo de alcohol: whisky, ginebra, oporto, moscatel, líquido de embalsamar, fluido en lata, etc. Las llagas ya han desaparecido, pero todavía tengo las cicatrices.
No sé cuántas veces en mi vida me han arrestado — 30 ó 40 quizás. La primera vez fue por mendigar. Después de jubilarme, me arrestaron 17 veces por estar borracho. Tenía mi pensión de jubilado, y nada que hacer sino beber. Mi mujer había muerto. Mi hija casada no quería ni hablar conmigo. Vivía solo y sin amistades, a excepción de unos cuantos borrachos como yo.
Cuando tenía 79 años, me arrestaron otra vez. Pero esta vez hubo una diferencia. El encargado de libertad condicional me preguntó si quería dejar de beber. Le dije que sí, y él se puso a hablarme acerca de Alcohólicos Anónimos, y del programa de rehabilitación del alcoholismo patrocinado por el Juzgado municipal. Me preguntó si quería probarlo y pensando que no tenía nada que perder, empecé a asistir a las reuniones que se celebraban en el palacio de justicia.
Asistí a una reunión llevando escondido en mi bolsillo un cuarto de litro de vino. Un hombre de pelo canoso de nombre Jim dijo que era alcohólico y que había estado borracho durante mucho tiempo; pero que en A.A. había aprendido a dejar de beber y comenzar a vivir. Pidió que cualquiera que tuviera una pregunta la hiciera. Le pregunté si la organización esperaba que un hombre de 79 años, que había bebido durante toda su vida, podría dejar de beber sin más rodeos. Me replicó que él lo había hecho, y que yo también podía. Me dije que tal vez tuviera razón, así es que saqué la botella de mi bolsillo y se la di al hombre sentado a mi lado. Desde aquel momento, no he tomado un solo trago.
Inmediatamente después de que empecé a asistir a las reuniones de A.A., me comenzaron a acontecer buenas cosas. La gente más agradable del mundo se convirtió en mis amigos. Son mis verdaderos hermanos y hermanas. Hace poco tiempo, en una reunión de A.A. sufrí un ataque al corazón. Me llevaron con toda rapidez al hospital y se quedaron conmigo y, aunque el médico me había dado por perdido, la amistad me salvó. Debo mi vida a esta gente. Y ahora me quiere mi hija, y puedo pasar tiempo con mis nietos y biznietos.
Los años pasan —un día a la vez— y supongo que no me queda mucho tiempo. Pero no me importa. Lo más importante es que quiero morirme sobrio. Mientras tanto, me esfuerzo por ayudar a la gente más joven a encontrar la sobriedad y la felicidad como he hecho yo. Les digo: “Si yo puedo hacerlo, ustedes también pueden.”
martes, 2 de abril de 2019
Esforzándonos
Estoy convencido de que todos hemos pasado por esos momentos en los que el tedio y el sinsentido se apoderan de uno. Son días en los que nada tiene sentido, en los que se pierde la esperanza, en los que parece que todo está perdido y que no hay motivos para luchar.
Seguro todos hemos tenido complicaciones, momentos en los que quisiéramos ponernos en modo avión, olvidarnos de lo que nos rodea y pensar en que la vida debería ser de otra manera.
No está mal vivir estos momentos de cuestionamientos, porque, al final, acaban siendo oportunidades para que nosotros crezcamos y descubramos cada vez, de mejor manera, el sentido propio de nuestra vida.
Es en esos días, precisamente, en los que tenemos que aprender a ver en Jesús de Nazaret una propuesta de sentido, de ver en Él a aquel que es capaz de darnos nuevas razones para vivir, para reinventarnos.
Yo he tenido momentos a lo largo de la vida en los que nada me ha llenado, en los que he tenido muchas cosas a mi favor, pero me he sentido vacío, y he podido llenar esos espacios solamente con la presencia de Jesús en mi vida, una presencia que viene a dar nuevo orden, que viene a transformarme.
Con Dios uno aprende a ver la vida con otros ojos, con Dios uno aprende a sentir que no todo está perdido; con Dios uno aprende a valorar lo que realmente es importante y a desechar aquello que nos está dañando.
Sí, eso hace la oración de confianza en el Señor, eso es dar sentido a lo que hacemos y por lo que existimos.
Si no somos capaces de descubrir en Jesús el sentido de nuestra vida, difícilmente podremos entender su proyecto en totalidad, un proyecto que va más allá de los ritos y que se realiza en cada ser humano que busca a Dios.
Tarea del día:
Esfuérzate por encontrar en Jesús el sentido de la vida
Seguro todos hemos tenido complicaciones, momentos en los que quisiéramos ponernos en modo avión, olvidarnos de lo que nos rodea y pensar en que la vida debería ser de otra manera.
No está mal vivir estos momentos de cuestionamientos, porque, al final, acaban siendo oportunidades para que nosotros crezcamos y descubramos cada vez, de mejor manera, el sentido propio de nuestra vida.
Es en esos días, precisamente, en los que tenemos que aprender a ver en Jesús de Nazaret una propuesta de sentido, de ver en Él a aquel que es capaz de darnos nuevas razones para vivir, para reinventarnos.
Yo he tenido momentos a lo largo de la vida en los que nada me ha llenado, en los que he tenido muchas cosas a mi favor, pero me he sentido vacío, y he podido llenar esos espacios solamente con la presencia de Jesús en mi vida, una presencia que viene a dar nuevo orden, que viene a transformarme.
Con Dios uno aprende a ver la vida con otros ojos, con Dios uno aprende a sentir que no todo está perdido; con Dios uno aprende a valorar lo que realmente es importante y a desechar aquello que nos está dañando.
Sí, eso hace la oración de confianza en el Señor, eso es dar sentido a lo que hacemos y por lo que existimos.
Si no somos capaces de descubrir en Jesús el sentido de nuestra vida, difícilmente podremos entender su proyecto en totalidad, un proyecto que va más allá de los ritos y que se realiza en cada ser humano que busca a Dios.
Tarea del día:
Esfuérzate por encontrar en Jesús el sentido de la vida
Alberto Linero
lunes, 1 de abril de 2019
Características Centrales De La Amistad
Aceptación. Los amigos se
aceptan mutuamente sin tratar de cambiar al otro.
Confianza. Es el pegamento
que mantiene unida una amistad. En la amistad, la confianza implica: "no
me lastimaras ni me perjudicarás".
Respeto. los amigos más en
consideración por los derechos y sentimientos de cada uno de ellos.
Asistencia
mutua. Los amigos están siempre dispuestos a ofrecer ayuda Durante los tiempos
de necesidad.
Confidencia. Los amigos
comparten sus experiencias más privadas y sus sentimientos más profundos.
Comprensión. Los amigos sienten
que es importante para el otro.
Apertura. Cada amigo es
libre de pensar "en voz alta", sin necesidad de ocultarse detrás de
la superficialidad.
domingo, 31 de marzo de 2019
Toma Decisiones
Todos quisiéramos que la vida fuera perfecta, que no hubiese problemas y que todo nos saliera siempre bien, sin embargo, basta ir a la realidad para darnos cuenta de que no todo es así y que hay que enfrentar situaciones difíciles a diario.
Todos estamos propensos a pasar por momentos de tribulación, por pequeñas tormentas que toca enfrentar con fuerza, sin dar la espalda.
Quizá muchos de ustedes, incluso yo mismo, en este momento atravesamos una situación adversa.
Quizá muchos tienen problemas económicos o familiares, problemas en el trabajo o en los estudios, tal vez, dificultades como una enfermedad.
En medio de cada una de esas situaciones hay que aprender a descubrir la mano de Dios que nos permite salir adelante con fuerza y superar nuestras dificultades.
Te invito a que seas capaz de mirar hasta qué punto estás dando respuesta a las dificultades o si, por el contrario, les estás dando la espalda y se están acumulando en tu vida.
Por eso, hoy quiero darte tres claves para hacer una lectura sobre estos momentos de dificultad.
Primero, es necesario confiar en que Dios está a nuestro lado, saber que está dándonos fuerza y animándonos a salir adelante.
Entonces, ora, llénate de Dios, búscalo y te dará su luz.
Segundo, es necesario ser valientes, tomar control de las situaciones, entender que, aunque sean grandes, Dios nos da la capacidad para vencerlas.
Entonces, observa, analiza la situación, pros y contras.
Y tercero, es necesario dar la lucha, no quedarse quietos, no permitir que el miedo a los problemas nos petrifique.
Entonces, toma decisiones, decide qué hacer en concreto para vencer tu dificultad.
Tarea del día:
Haz frente a las dificultades. Encáralas, tú puedes vencer
Todos estamos propensos a pasar por momentos de tribulación, por pequeñas tormentas que toca enfrentar con fuerza, sin dar la espalda.
Quizá muchos de ustedes, incluso yo mismo, en este momento atravesamos una situación adversa.
Quizá muchos tienen problemas económicos o familiares, problemas en el trabajo o en los estudios, tal vez, dificultades como una enfermedad.
En medio de cada una de esas situaciones hay que aprender a descubrir la mano de Dios que nos permite salir adelante con fuerza y superar nuestras dificultades.
Te invito a que seas capaz de mirar hasta qué punto estás dando respuesta a las dificultades o si, por el contrario, les estás dando la espalda y se están acumulando en tu vida.
Por eso, hoy quiero darte tres claves para hacer una lectura sobre estos momentos de dificultad.
Primero, es necesario confiar en que Dios está a nuestro lado, saber que está dándonos fuerza y animándonos a salir adelante.
Entonces, ora, llénate de Dios, búscalo y te dará su luz.
Segundo, es necesario ser valientes, tomar control de las situaciones, entender que, aunque sean grandes, Dios nos da la capacidad para vencerlas.
Entonces, observa, analiza la situación, pros y contras.
Y tercero, es necesario dar la lucha, no quedarse quietos, no permitir que el miedo a los problemas nos petrifique.
Entonces, toma decisiones, decide qué hacer en concreto para vencer tu dificultad.
Tarea del día:
Haz frente a las dificultades. Encáralas, tú puedes vencer
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