miércoles, 17 de octubre de 2018

Llegamos A Creer (Cap. 7 - Parte 2)

UNA NOCHE LLUVIOSA
Había estado sobrio durante unos cuatro años, cuando tuve varios problemas que no pude encarar. Huí de estos problemas sin la ayuda de la botella, pero la reacción de esta experiencia fue grave. Lo que muchos de nosotros llamamos una borrachera en seco. Fue muy atemorizante; estaba cansada por toda clase de miedos, y no podía distinguir entre la realidad, y las alucinaciones.

Estaba viviendo en un cuarto en una playa de verano, en los meses fuera de temporada, mientras trataba varias maneras de enderezar mis pensamientos. Pequeños quehaceres familiares como lavar mis calcetines y shorts me ocupaba una hora. Me llevaba una cantidad interminable de tiempo vestirme, tanto, que muchas veces no me acordaba si me estaba vistiendo o desvistiendo. Me detenía, me sentaba y trataba de orar; pero no podía pasar de "Padre Nuestro" de la Oración del Padre nuestro. Entonces me salía y caminaba de quince a veinte kilómetros, tratando de quedar lo suficientemente exhausto como para poder dormir.

Esto continuó sucediendo cerca de un mes, y durante este período, mi familia me abandonó. Mi salud estaba menguando había bajado de 96 kg. a 53 kg. y me estaba desesperando. Parecía haber toda clase de complots contra mí. Si me cruzaba en la calle con gentes que estaban hablando, me imaginaba que maquinaban algo en contra mía. También me imaginaba que alguien estaba poniendo alucinógenos en mis alimentos. Era incapaz de dormir.

En el pueblo veraniego, visité la oficina de un abogado para recoger un dinero que me había llegado. Habiéndome conocido cuando yo estaba normal, intentó ayudarme mandándome a la biblioteca a buscar algo para él. Pensó que esto podría ayudarme a olvidar mis problemas. Entré en la biblioteca, y (debido a la muerte, supongo, de uno de los patriarcas del pueblo) las paredes tenían listones negros. En mi confusa mente, pensé que el luto era por mí y que representaba una especia de mandato. En otras palabras, que había llegado el final de mi tiempo.

La biblioteca cerraba a las 6 p.m. y tuve que irme. Era una fría y lluviosa noche de marzo, pero aún así me dirigí hacia el malecón para mi caminata nocturna. Creía que ese aparente mandato me había ordenado que caminara hasta internarme en el océano. Había un muelle desierto como a un kilómetro y medio más allá del malecón, y planeé caminar hasta éste y saltar. Lleno de miedo, caminé a lo largo, procurándome de

que me llegara a faltar el valor para cumplir con lo indicado por el mandato y pidiéndole al Poder Superior fortaleza y ayuda para hacer lo que creía que se me exigía.
Cuando ya estaba a una cuadra más o menos del muelle, vi a un hombre que se aproximaba a mí caminando en dirección contraria con la cabeza agachada, bajo la lluvia. Cuando estuvo frente a mí, se detuvo y sonrió, y yo lo reconocí como un sacerdote de mi pueblo. Le dije que estaba muy enfermo. Entonces se sentó conmigo en un bando mientras la lluvia seguía cayendo y me aseguró que a su tiempo todos mis problemas pasarían y que llegaría el día en que los comprendería. Me dijo que no fuera a cometer ninguna tontería, sino que pidiera ayuda a Dios, y que de alguna manera todo se solucionaría.

LA sensación de que tenía que destruirme a mí mismo se desvaneció. Aunque seguí muy enfermo durante varios meses más, el pensamiento de la autodestrucción no volvió a entrar en mi mente.
He pasado bastante tiempo. Una vez más, estaba bien y era un miembro activo dentro de A.A. Una noche, asistí a una reunión y ahí estaba el mismo sacerdote, como orador invitado. Decidí preguntarle si recordaba haberse encontrado conmigo aquella noche de marzo mientras caminaba bajo la lluvia. Para esta fecha estaba convencido de que había sido una alucinación. Pero me dijo que sí lo recordaba y que se sentía muy contento de que yo estuviera bien y de nuevo en la ruta. Me explicó de educadores. Se sentía enfermo de estar sentado en su cuarto del hotel; así que, con lluvia o sin ella, salió a respirar aire fresco. Ahora creo que Uno que cuida de mí, tuvo que darle un pequeño empujón.
Desde entonces, hace casi trece años, he sido un miembro exitoso del programa.
Spring Lake Heights, New Jersey.


DIOS FUE EL CARTERO
Todo comenzó en un sombrío día de octubre, cuando desperté con el recuerdo de Pat, mi segunda esposa. Mientras reflexionaba, sobriamente, sobre nuestros veinte meses de matrimonio, recordé sus aptitudes carismáticas, su admirable mentalidad, su tranquilo encanto, y sus repetidos, inútiles esfuerzos de permanecer sobria dentro de A.A., en donde os conocimos. Yo había estado sobrio entonces durante tres años, pero supongo que no había tenido un verdadero despertar espiritual dentro de A.A. Por esa razón básica, es lo más probable, volví a beber después de que Pat murió, y me sumergí en un nuevo fondo aterrador. Siempre existe un nuevo fondo, ya lo saben.

En esa mañana de octubre, el segundo aniversario de su muerte, me encontraba en la tercera semana de mi reecontrada sobriedad. Me deprimí mucho cuando recordé nuestra vida en común, y me dirigí a una reunión de A.A., en la que describí el regreso a la aflicción y la soledad. Ahí me fueron dadas la comprensión y la compasión que levantaron mi resquebrajado espíritu.

Durante casi un año, bloqueado por mi olvido alcohólico y mi auto-lástima, no había escrito a mis dos hijos adolescentes. Rehusé, con mi manera de pensar irracional, admitir que ellos pudieran preocuparse porque yo estaba bebiendo otra vez. Pero ahora les había escrito dos cartas que había sido capaz de escribir únicamente porque había vuelto a unirme a A.A. Les había pedido que me perdonaran, admití mi bebida, admití mi auto-consentida negligencia respecto a ellos, y recé para que me respondieran de alguna manera. Durante días conservé mis ojos fijos en el buzón con angustia y miedo. Miedo de que ninguno de mis hijos me contestara.

En ese día de octubre, el cartero llegó con una carta de mi hijo de quince años, quien había tenido que someterse a un tratamiento psiquiátrico después de que su madre me abandonó. Sus palabras fueron particularmente conmovedoras considerando que no había estado expuesto a Alateen, sino más bien, a la amargura que por mi culpa, aún siente por su madre, mi primera esposa. Su carta dice:
"Hoy recibí tu segunda carta. La primera llegó hace una semana, pero hasta hoy me puse a escribirte. Estoy muy apenado.

"Te quiero mucho. No sabes lo contento que me puse al tener noticias tuyas.
"No creo en que la gente deba ser condenada. Nunca te condené, y el día en que lo haga, me moriré. El condenar es propio de gente que es tan baja que procura poner a otros más abajo para sentirse superiores.

"Te amo y te perdono. Sería un mentiroso si te dijera que no estaba desilusionado. Pero todo eso pertenece ya al pasado. El pasado se ha ido. Está muerto. No podemos revivirlo o regresarlo.
"Sé que te debes sentir culpable y avergonzado. No te preocupes. Yo estoy de tu lado. Puedes contar conmigo para tratar de comprenderte y ayudarte".
Cuando leí la carta, lloré, dulce y agradecidamente. Si, Pat estaba muerta; pero su muerte era, como mi bebida, cosa de ayer.

La sencilla carta de mi hijo, impregnada de amor, no me había llegado, por mera coincidencia, en ese día que ponía a prueba mi corazón. Dios fue el cartero. El quiso asegurarse de que recibiría su inspiración, la cual a su vez vino a ser mi comprensión de Su revelación. Y El me entrega
cada día (si lo busco) un fresco mensaje de amor, perdón, bondad, esperanza y oportunidad: el mensaje que miles, como el de Pat, no pueden o no quieren ver.
Southgate, Michigan.

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