Las personas, las relaciones, el trabajo, las experiencias que a diario tenemos pueden ser gratificantes, pero la velocidad de la vida no nos permite gozarlas a plenitud. Considero que se necesita vivir la vida con mayor atención, sabiendo hacer pausas y tratando de no perder el sentido de cada una de las situaciones que vivimos. Se trata de vivir a profundidad y ser capaces de no caer en esas dinámicas superficiales que nos llevan a aburrirnos y creer que la vida misma no tiene sentido.
Una buena experiencia espiritual nos conecta con la vida, no nos aísla de ella. El trascender del Espíritu sólo tiene sentido si nos devuelve a la maraña histórica de las relaciones diarias, con fuerza, significado, sentido y con la capacidad de poder explicarlas. Por eso considero que una de las prácticas espirituales más significativas para la vida diaria es aprender a agradecer. Quien sabe agradecer todo lo que tiene y vive es capaz de descubrir el valor de cada persona y de cada situación.
A la vez, tenemos también que entender las lecciones que las dificultades nos dejan. Hacer una pausa, cerrar los ojos y agradecer lo que tenemos y somos nos ayuda a estar mejor preparados para realizar nuestro proyecto de vida. Quien quiere agradecer está dispuesto a encontrar todo lo positivo que hay en su vida y a disfrutarlo de la mejor manera. No hay nada mejor que dar gracias por todo lo que somos, hacemos y tenemos
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