Cuando intentamos controlar a la gente y a las cosas que no tenemos por qué controlar, somos controlados por ellos.
Abdicarnos a nuestro poder para pensar, sentir y actuar de acuerdo con lo que más nos conviene. A menudo perdemos el control sobre nosotros mismos.
Con frecuencia, somos controlados no sólo por la gente, también por enfermedades tales como el alcoholismo, o las tendencias compulsivas en el comer y en los juegos de apuesta. El alcoholismo y otros trastornos destructivos son fuerzas poderosas.
Nunca se debe olvidar que los alcohólicos y otras personas con problemas son expertos controladores.
Encontramos la horma de nuestro zapato cuando tratamos de controlarlos a ellos o a su enfermedad. Perdemos la batalla. Perdemos la guerra.
Nos perdemos a nosotros mismos, a nuestras vidas Como dice una frase de Al-Anón: Tú no lo provocaste; no lo puedes controlar; y no lo puedes curar. ¡Así que deja de tratar de hacerlo! Nos frustramos al máximo cuando tratarnos de hacer lo imposible. Y generalmente impedirnos que suceda lo posible
Creo que asirse fuertemente a una persona o cosa, o forzar mi voluntad sobre cualquier situación elimina la posibilidad de que mi poder superior haga algo constructivo acerca de la situación, la persona o yo. Mi afán de controlar bloquea el poder de Dios. Bloquea la capacidad de otras personas para crecer y madurar. Impide que los sucesos ocurran de una manera natural.
Me impide a mí disfrutar de la gente o de los eventos.
Melody Beattie de su Libro Ya No Seas Codependiente