UN SACERDOTE LE DIJO AL MULÁ NASRUDÍN:
—Dios te ama.
El muid replicó:
—¿Cómo va a amarme si ni siquiera me conoce?
Y el sacerdote contestó:
—Por eso puede amarte. Nosotros, que te conocemos, no podemos amarte. Resulta demasiado difícil.
O si te acercas A un hindú, te dirá: «Tú eres Dios mismo». No el hijo de Dios, sino Dios mismo. Pero tú sigues con tu dolor de cabeza, tu migraña, preguntándote cómo
puede Dios tener dolor de cabeza... y el problema queda sin resolver.
Si quieres preguntar: «¿Quién soy yo?», no recurras a nadie. Guarda silencio y profundiza en tu ser. Deja que la pregunta resuene en tu interior, no verbal, sino existencialmente. Permite que la pregunta te penetre como una flecha te atravesaría el corazón. «¿Quién soy yo?», y repite la pregunta.
Y no tengas prisa por encontrar la respuesta, porque si la encuentras, te la habrá dado otra persona, un sacerdote, un político, u otra cosa, como una tradición. No respondas con la memoria, porque toda tu memoria es algo prestado. Tu memoria es como un ordenador, algo muerto. La memoria no tiene nada que ver con el conocimiento. La memoria es como el programa del ordenador, de modo que cuando preguntas: «¿Quién soy yo?», y la memoria contesta: «Eres una gran alma», ojo. No caigas en la trampa. Líbrate de toda esa porquería, porque no es más que eso, porquería.
Sigue preguntando: «¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?» y un día verás que también la pregunta se ha desvanecido. Solo queda un ansia: «¿Quién soy?», pero solo esa ansia, no la pregunta. «¿Quién soy?», mientras todo tu ser vibra con ese anhelo.
Y un día lo verás, que solo existe el ansia. Y en ese estado de apasionamiento, tan intenso, de pronto te darás cuenta de que algo ha estallado. De repente te verás cara a cara contigo mismo y sabrás quién eres.
No tiene sentido que le preguntes a tu padre: «¿Quién soy?». Ni siquiera él sabe quién es. Tampoco tiene sentido preguntárselo a tu abuelo o a tu bisabuelo. No hay que preguntar, no hay que preguntar ni a la madre, ni a la sociedad, ni a la cultura, ni a la civilización.
Hemos de preguntar a nuestro ser más íntimo.
Si realmente quieres conocer la respuesta, ve a tu interior, y a partir de esa experiencia interior se producirá el cambio.
Me preguntas cómo puedes cambiar esto. No puedes cambiarlo. En primer lugar tienes que enfrentarte a tu realidad, y ese encuentro te cambiará.
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