CAPITULO 7
Pérdida de un hijo
La muerte de una persona querida es el
suceso más estresante en la cual puedo pensar y entre todas las muertes
imaginables la pérdida de un hijo es, a mi entender, la peor. Alrededor de un
20% de los padres que lo vivieron aseguran, diez años después, que nunca
llegarán a superarlo del todo. Es que en la muerte de un hijo, al dolor, a la
congoja y a la sensación de aniquilamiento afectivo hay que agregarle la
vivencia de mutilación. La mayoría de los padres viven este acontecimiento como
la pérdida de una parte central de sí mismos y como la destrucción de las
perspectivas y esperanzas de futuro. La muerte de un hijo es considerada en
todas las culturas un hecho antinatural, una inversión del ciclo biológico
normal, y por eso racional y emocionalmente inadmisible. Es clásico mencionar que
ni siquiera existe una palabra, equivalente a huérfano o viudo, que nombre a
los que penan un hijo muerto. El duelo no sólo va asociado a mecanismos
psicológicos, sino que también se producen reacciones biológicas y
neurovegetativas. Por ejemplo, se incrementa la producción de catecolaminas, se
producen alteraciones en la segregación de la hormona cortisol, que repercuten
en los ritmos biológicos; se debilita el sistema inmunológico. Las
somatizaciones más comunes son alteraciones del sueño y del apetito, vómitos,
mareos, taquicardias y temblor. En el primer año del duelo aumenta el número de
consultas al médico. Se incrementa también el consumo de alcohol, tabaco y
otras drogas. Entre las mujeres se incrementa el cáncer de mamas y entre los
hombres infecciones y accidentes. El estrés que causa esta pérdida es tan
intenso que en algunas estadísticas aparece como causante inmediato de un
elevado índice de mortalidad en los primeros años del duelo. A veces las
diferencias entre estilos de los hombres y de las mujeres hacen a algunos
momentos intrínsecamente difíciles porque: mientras ÉL ve la situación global
Ella percibe cada detalle de la realidad. mientras Él piensa qué hacer Ella
actúa intuitivamente mientras Él es lógico
Ella se vuelve cada vez más sensible.
mientras Él se pelea con el adentro. Ella se enfrenta con el afuera. mientras
Él solamente suspira Ella se anima a llorar. Y entonces frente a la muerte de
un hijo muchas veces sucede que: Ella necesita hablar sobre la muerte y vuele
sobre los detalles. Él se siente incómodo con el tema y preferiría no hablar
más sobre el asunto. Ella no consigue empezar a adaptarse a los 18 o 24 meses.
Él empieza a acomodar su vida a los seis u ocho meses. Ella siente deseos
frecuentes de visitar la tumba. Él prefiere no volver a pisar el cementerio.
Ella lee libros, escucha conferencias o asiste a grupos. Él se refugia en el
trabajo, su hobby o las tareas de la casa. Ella no tiene prácticamente ningún
deseo sexual. Él quiere hacer el amor para buscar un mejor encuentro. Ella sabe
que su vida ha cambiado para siempre. Él quisiera que ella vuelva a ser la de
antes. Mantener la pareja unida es, pues, todo un desafío. Es importante
mantenerse lo más unidos posible, sin asfixiar ni colgarse de la compañía del
otro. Es imprescindible aprender a poner en palabras lo que está pasando para
ayudarse mutuamente, porque es casi imposible pasar por este dolor y
sobrellevar esta situación sin tu pareja.
Algunos problemas más frecuentes entre
los padres que han perdido a un hijo son: Sentirse abandonado y o tenido en
cuenta. Sentir que la relación de pareja ha pasado a un segundo plano. Estar
inhibido para opinar, actuar o proponer por temor a molestar a su pareja. Temor
de ser mal interpretado en sus actitudes. Sentir que su cariño por quien ha
muerto no es valorado en su justa medida. Sentirse afuera del proceso de duelo
de su pareja. Sentir que las etapas felices, alegres y apasionadas de la
relación son irrecuperables. Sentirse obligado
a permanecer en la pareja sólo por
solidaridad frente al dolor.
Temor a la disolución del vínculo. Culpa
frente al supuesto fracaso en la protección de sus hijos. Dificultades para
aceptar que la pareja viva la pérdida a su manera. Necesidad de parecer fuerte.
Ideas de que el otro es de alguna manera responsable de la muerte. Sentimientos
de impaciencia e irritabilidad hacia el otro. Falta de sincronicidad en los
momentos de mayor dolor o las recaídas. Falta de coincidencia en las
necesidades sexuales.
Después de enunciar todas estas
diferencias y dificultades es fácil entender por qué una de cada cuatro parejas
termina separándose. Es necesario decidir desde el comienzo mantener un diálogo
que permita sincerar los sentimientos, las fantasías y los miedos de cada uno,
para evitar sentirse distanciados o recíprocamente incomprendidos, lo que
sumaría al comprensible dolor el riesgo de quedar en soledad en momentos en que
la relación de pareja representa el mayor y el mejor apoyo frente a la trágica
pérdida. Es imprescindible alejarse todo lo que se pueda de la gente desubicada
que quiere "ayudar" en este momento tan difícil. Porque la mayoría de
los conocidos o familiares cercanos no tiene ni idea de qué hacer con este tema
y dice pavadas porque cree pavadas. Es sorprendente escuchar a los que sostienen
por ejemplo que "cuanto más pequeño mejor". Algunos tratan de
prorratear el dolor. Por ej., si un niño de diez años muere, nuestro dolor será
"x",...si un bebé de un año muere, el dolor deberá ser de
"x" dividido 10.
Ridículo. ¿Sería más fácil enterrar a nuestro
hijo cuando lo hicimos o un año después? Es una pregunta imposible de
responder. No hay mejor tiempo, ni menos dolor. Perder a un hijo es una
tragedia terrible pase cuando pase. La mayor parte de los padres asegura que el
dolor nunca se va por completo y es muy molesto soportar a los que nos informan
que ya deberíamos estar mejor. Algunos se ocupan de acercarnos alguna pastilla
o insisten en forzarnos a beber alcohol porque "nos va a hacer bien",
lo cual significa una manera de alejarnos del dolor. Pero hay que comparar el
dolor con un préstamo.
Debemos devolver el préstamo algún día.
Entre más tardemos en hacerlo, más altos serán los intereses y las multas.
Nadie tiene mala intencionalidad, pero los que te quieren, que no soportan
verte sufrir, son capaces de sugerir para solucionar la amenaza a SU integridad
que representa tu dolor: "Que otro hijo es la solución a tu dolor"
"Que necesitas olvidar a tu hijo y seguir con tu vida" "Que
tenés que sacar las fotos de tu hijo de tu casa" "Que hay que pensar
en otras cosas". Lo cierto es que nada saben de lo que nos pasa. Quizás
por eso la elaboración de la muerte de un hijo es el evento más solitario y más
aislante en la vida de una persona ¿Cómo puede entender alguien que no ha
pasado por lo mismo, la profundidad de este dolor? Muchos padres dicen que los
amigos se convierten en extraños y muchos extraños se convierten en amigos. Lo
mejor para hacer es aceptar la profundidad del dolor como la reacción normal de
la experiencia más difícil que una persona puede vivir. Los grupos de apoyo o
de autoayuda son un paraíso seguro para que los padres que han perdido un hijo
compartan lo más profundo de su pena con otros que han pasado por los mismos
sentimientos. Muchos grupos de apoyo están llenos de personas fuertes y
comprensivas dedicadas a ayudar a padres que recién sufren la pérdida de su
hijo para que encuentren esperanza y paz en sus vidas. En estos grupos los
padres aprenden a: A saber que no están enloqueciendo. A sentirse solidarios en
un todo con lo sucedido- A aceptar que les pasa lo mismo que a muchos otros A
compartir el duelo con autenticidad basado en el amor por su pareja y en el
sincero cariño que sentían por quien hoy no está. A permitirse su propio duelo,
sin imitar ni comparar el propio dolor con las expectativas del otro. A asumir
con responsabilidad la función de contener, apoyar y entender al otro, y
aceptar con amor los cambios transitorios y comprensibles que pueden darse en
su pareja. A darse cuenta de que si no permiten que el trágico suceso destruya
la pareja, terminará por afianzarla.
Pérdida de un embarazo.
"Me hice yo misma la prueba de
embarazo y cuando se formó el aro en el medio, yo tomé la primera foto de mi
bebé. Aborté dos meses después. No pude creer cuánto se podía extrañar a alguien
desconocido. No me parece que lo entienda todavía verdaderamente." La
pérdida de un bebé sin nacer es la pérdida de sueños y fantasías hechas.
Muchas veces esta pérdida y este
sufrimiento duran más que la pérdida de alguien al que has conocido. Dejar salir
esta pena es la clave de cómo manejar este trauma emocional después de una
pérdida de embarazo. Nunca hay un tiempo límite para completar las etapas del
duelo pero en el caso de un aborto espontáneo temprano, la diferencia la aporta
no sólo el tiempo de elaboración más variable, sino una constante: el proceso
es muy solitario. El médico obstetra a veces no es el mejor consejero. Un
obstetra poco humanitario puede sentir, cuando se pierde un embarazo, que no
hay nada para hacer con esta paciente hasta su nueva preñez y retirarse para
aliviar su propio dolor e impotencia Desgraciadamente la comunidad médica tiene
poco conocimiento sobre algunos abortos espontáneos; una mujer puede que nunca
tenga las respuestas a sus preguntas producidas por su experiencia. En vez de
eso, ella queda con la incertidumbre de no saber por qué sucedió, ni entender cómo, y seguir
preguntándose "¿Y...la próxima vez?". Y recuerdo ahora una frase que
encontré hace años en los labios de una mujer que había perdido a su hijo de 42
años en un accidente de trenes. "Sólo hay una cosa que me puedo imaginar
más terrible que la muerte de mi hijo No haberlo siquiera
conocido." Para terminar esa sesión
le regalé a cambio, este viejo cuento que amo: Cuentan que había una vez un
señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había
muerto. Desde la muerte y durante años no podía dormir.
Lloraba y lloraba hasta que amanecía. Un
día, cuenta el cuento, aparece un ángel en su sueño. Le dice: - Basta ya. - Es
que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice: -¿Lo
quieres ver? Entonces lo agarra de la mano y los sube al cielo. - Ahora lo vas
a ver, quedate acá. Por una acera enorme empieza a pasar un montón de chicos,
vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las
manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice:
-¿Quiénes son? Y el ángel responde: - Estos son todos los chicos que han muerto
en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son
puros... - ¿Mi hijo está entre ellos? -Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos
y cientos de niños. – Ahí viene -avisa el ángel. Y el hombre lo ve. radiante
como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico
que tiene la vela apagada y él siente una enorme pena y una terrible congoja
por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él.
Él lo abraza con fuerza y le dice: - Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no
encienden tu vela como a los demás? - Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de
todos, pero ¿sabés lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía.
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