ENCUENTROS
VERTICALES
Recién después de haber recorrido el camino de
la autodependencia, estoy por fin en condiciones de encontrarme con otros.
Y dice Maturana que es justamente este encuentro
con otros lo que nos confiere humanidad a los humanos. Y dice aún mas:
El homo sapiens no se volvió sapiens por el desarrollo de su
intelecto sino por el desarrollo de su lenguaje. Es el lenguaje y su progresiva
sofisticación lo que produjo el desarrollo intelectual y no al revés. Entonces,
se pregunta el brillante chileno, ¿para que apareció el lenguaje?. ¿Para
comunicar que?. Y se contesta: el Amor.
Y por supuesto que no se refiere solamente al
amor romántico sino al liso y llano afecto por los demás. Se refiere, creo, al
encuentro afectivo con el prójimo.
SIGNIFICADO
Pero ¿de que se trata ese amor que Maturana
define como tan poderoso como para ser el responsable último de nuestro
desarrollo individual?. ¿Qué quiere decir hoy día esta palabra tan usada,
bastardeada, exagerada, malgastada y devaluada?
(si es que todavía conserva algo de su significado).
A veces, los que asisten a mis charlas me
preguntan: ¿Para que hay que ponerle definiciones a las cosas, para qué tanto
afán de llamar a las cosas por su nombre como siempre decís?.
Cuentan
que una mujer entró a un restaurante y pidió
como primer plato una sopa de espárragos. Unos minutos después, el mozo
le servía su humeante plato y se retiraba.
- ¡Mozo –
gritó la mujer -, venga para acá.
- ¿Señora?
– contestó el mesero acercándose.
- ¡Pruebe
esta soba – ordenó la clienta.
- ¿Qué
pasa, señora?. ¿No es lo que usted quería?
- ¡Pruebe
la sopa! – repitió la mujer.
- Pero que
sucede... ¿le
fatal sal?.
- ¡¡Pruebe
la sopa!!
- ¿Está
fría?.
- ¡¡PRUEBE LA SOPA!! – repetía la mujer
insistente.
- Pero
señora por favor, dígame lo que pasa... – dijo el mozo.
- Si
quiere saber lo que pasa... pruebe la sopa – dijo la mujer señalando el plato.
El mesero,
dándose cuenta de que nada haría cambiar de parecer a al encaprichada mujer, se
sentó frente al humeante líquido amarillento y le dijo con cierta sorpresa:
- Pero
aquí no hay cuchara...
- ¿Vio? –
dijo la mujer - ¿vio?... falta la cuchara.
Que bueno sería acostumbrarnos, en las pequeñas
y en las grandes cosas, a poder nombrar hechos, situaciones y emociones
directamente, sin rodeos, tal como son.
Yo no hablo d5e precisiones pero si de
definiciones. Esto es, decidir desde dónde hasta dónde abarca el
concepto del que hablamos. Quizás por eso me ocupe de aclarar, también, de que No
hablo cuando hablo de amor.
No hablo de estar enamorado cuando hablo de
amor.
No hablo de sexo cuando hablo de amor.
No hablo de emociones que sólo existen en los
libros.
No hablo de placeres reservados para los
exquisitos.
No hablo de grandes cosas.
Hablo de una emoción capaz de ser vivida por
cualquiera.
Hablo de sentimientos simples y verdaderos.
Hablo de vivencias trascendentes pero no
sobrehumanas.
Hablo del amor tan sólo como querer mucho a
alguien.
Y hablo del querer no en el sentido etimológico
de la posesión, sino en el sentido que le damos coloquialmente en nuestros
países de habla hispana.
Entre nosotros, rara vez usamos te amo, mas
bien decimos te quiero, o te quiero mucho, te quiero muchísimo.
Pero ¿qué estamos diciendo con ese “te quiero”.?
Yo creo que decimos: Me importa tu bienestar.
Nada mas y nada menos.
Cuando
quiero a alguien, me doy cuenta de la importancia que tiene para mi lo
que hace, lo que le gusta y lo que le duele a esa persona.
Te quiero significa, pues, me importa de
vos, y te amo significa me importa
muchísimo. Y tanto me importa que, cuando te amo, a veces priorizo tu bienestar
por encima de otras cosas que también son importantes para mi.
Esta definición (que me importe de vos)
no transforma al amor en una gran cosa, pero tampoco lo reduce a una
tontería...
Conducirá, por ejemplo, a la plena conciencia
de los hechos: no es verdad que te quieran mucho aquellos a quienes no les
importa demasiado tu vida y no es verdad que no te quieran los que viven
pendientes de lo que te pasa.
Repito: si de verdad me querés, ¡te importa de
mi!.
Y por lo tanto, aunque me sea doloroso
aceptarlo, si no te importa de mi, será porque no me querés. Esto no tiene nada de malo, no
habla mal de vos que no me quieras, solamente es la realidad, aunque sea una
triste realidad (dice la canción de Serrat: Nunca
es triste la verdad, lo que no tiene es remedio... Quizás haya que entender
que eso es lo triste, que no tenga remedio).
Esa diferencia solo cuantitativamente que hago
entre querer y amar es la misma diferencia que hay con la mayoría de las
expresiones afectivas que usamos para no decir Te quiero. Decimos me gustás, me caés simpático, te tengo
afecto, te tengo cariño, etc.
Si yo digo que quiero a mi perro, por ejemplo
(lo cual es profundamente cierto), puede no parecer una gran declaración, pero
no es poca cosa. No es lo mismo mi perro que cualquier otro perro, me importa
lo que le pase. Y digo que quiero a mi vecino, y al señor de enfrente, pero no
al de la vuelta, a ese no lo quiero. Y estoy diciendo que mucho no me importa,
aunque vive a la misma distancia de mi casa que aquellos a los que quiero, pero
con estos tengo algo y con aquel no tengo nada.
Y cuando viene mi mamá y me cuenta:
- No sabés quién se murió, se murió Mongo
Picho.
- Ahhh, se murió.
- ¿Te acordás que venía a casa?
- No...
- Como que no... acordate.
- Bueno me acuerdo. ¿Y?.
- Se murió.
Y a mi que me importa. La verdad, la verdad, es
que no me importa nada. Pero me importa de mi mamá, a la que amo, y
entonces, a veces, para acompañar a mi mamá, digo:
- Pobre Mongo...
y ella me dice:
- Sí, ¿viste?. Pobre...
Esto
opera desde un lugar diferente de todo lo que nos han enseñado. Porque
la moral aprendida parecería apuntar a un amor indiscriminado, al amor del
místico, al amor supuestamente altruista, a la relación con aquellos a los que
conozco y sin embargo ayudo con un genuino interés en su bienestar. Creo que ya
dije que la diferencia en este caso es que mi interés en ellos se deriva de mi
egoísta placer de ayudar, y en todo caso de un amor genérico por los demás.
Quiero decir, me importa del vecino de la vuelta y del niño de
Kosovo y del homeless de Dallas mas allá de ellos mismos, por su simple
condición de seres humanos. Pero no me refiero aquí a esto, sino a lo
cotidiano, mas allá de la caridad, mas allá de la benevolencia, mas allá de la
conciencia de ser con el todo y de aprender a amarme en los demás.
Cuando empezamos a pensar en esto, nos damos
cuenta de que en realidad no queremos a todos por igual y que es injusto andar
equiparando la energía propia de nuestro interés ocupándonos de todos
indiscriminadamente. Me parece que querer a la humanidad en su conjunto sin
querer particularmente a nadie es un sentimiento reservado a los santos o una
aseveración para los demagogos mentirosos y los discapacitados afectivos
(aquellos que no conocen su capacidad de amar y por lo tanto no aman).
Cuando me doy cuenta sin culpa de que quiero
mas a unos que a otros, empiezo a destinar mas interés a las cosas y a las
personas que mas me importan para poder verdaderamente ocuparme mejor de
aquellos a quienes mas quiero.
Parece mentira, pero en el mundo cotidiano
muchas personas viven mas tiempo ocupándose de aquellos que no les importan que
de aquellos a quienes dicen querer con
todo su corazón. Pasan mas tiempo tratando de agradar a gente que no les
interesa que tratando de complacer a la gente que ama.
Esto es necedad.
Hay que ponerlo en orden. Hay que darse cuenta.
No es inhumano que yo sea capaz de canalizar el
poco tiempo que tengo para ponerlo
prioritariamente al servicio de aquellos vínculos que construí con las
personas que mas quiero.
Tengo que darme cuenta de la distorsión que
implica pasar mas tiempo con quienes no quiero estar que con los que realmente
quiero.
Una cosa es que yo dedique una parte de mi
atención para hacer negocios y mantenga trato cordial con gente que no conozco
ni me importa, y otra cosa es la perversa propuesta del sistema que sugiere
vivir en función de ellos. Esto es enfermizo, aunque ellos sean mis clientes
mas importantes, el jefe mas influyente, un empleado eficaz o los proveedores
que me permiten ganar mas dinero, mas gloria o mas poder...
Tómense un minuto para saber de verdad quiénes
son las quince, ocho, dos o cincuenta personas en el mundo que les importan. No
se preocupen pensando que tal vez se olviden de alguien, porque si se olvidan,
quiere decir que ESE no era importante. Hagan la lista (no incluyan a los
hijos, ya sabemos que nos importan mas que nada) quizás confirmen lo que ya
sabían... o quizás se sorprendan.
Pueden completar esta historia dando vuelta la
página y, sin ver la lista anterior, escribir los nombres de las diez personas
para quienes ustedes creen ser importantes (dicho de otra manera la lista de
aquellos que nos incluirían en sus listas). No importa que sean o no las
mismas diez personas del otro lado, quizás confirmen que hay personas a quienes
queremos pero que mucho no nos quieren, y que hay gente que nos quiere pero que
nosotros mucho no queremos.
Vale la pena investigarlo. Tiene sentido la
sorpresa. Porque entonces vamos a poder discriminar con mucha mas propiedad el
tiempo, la energía, y la fuerza que usamos en función de estos encuentros.
EL AMOR ES UNO SOLO
Hay muchas cosas que yo puedo hacer para
demostrar, para mostrar, para corroborar, confirmar o legitimar que te quiero,
paro hay una sola cosa que yo puedo hacer con mi amor, y es quererte
ocuparme de vos, actuar mis afectos como yo los siento. Y como yo lo sienta
será mi manera de quererte.
Vos podés recibirlo o podés negarlo, podés darte
cuenta de lo que significa o podés ignorarlo
supinamente. Pero ésta es mi
manera de quererte, no hay ninguna otra disponible.
Cada uno de nosotros tiene una sola manera de
querer, la propia
En el campo de la salud mental, muchas veces
nos encontramos con alguien que mal aprendió, sin darse cuenta, que querer es
golpear, y termina casándose con otro golpeador para sentirse querido (muchas
de las mujeres golpeadas han sido hijas golpeadas).
Durante siglos se ha maltratado y lastimado a
los niños mientras se les decía que esto era para el bien de ellos: “Me duele
mas a mi que a vos pegarte”, dicen los padres.
Y a los cinco años, uno no está en condiciones
de juzgar si esto es cierto o no.
Y uno condiciona su conducta.
Y uno
sigue, muchas veces, comiendo mierda y creyendo que es nutritivo.
Cuando
trabajé con adictos durante la época de especialización como psiquiatra, atendí
a una mujer que tenía un padre alcohólico . la conocí en la clínica donde su
marido estaba internado. Durante muchos años ella acompañó a su esposo a los
grupos de alcohólicos anónimos para tratar de que superara su adicción, que
llevaba mas de doce años. Finalmente, le estuvo en abstinencia durante 24
meses. La mujer vino a verme para decirme que, después de 17 años de casados,
sentía que su misión ya estaba cumplida, que el ya estaba recuperado... Yo, que
en aquel entonces tenía 27 años y era un médico recibido hacía muy poco,
interpreté que en realidad lo que ella quería era curar a su papá, y entonces
había redimido la historia de curar al padre curando a su marido. Ella dijo:
“Puede ser, pero ya no me une nada a mi marido, he sufrido tanto por su
alcoholismo, que me quedé para no abandonarlo en medio del tratamiento, pero
ahora no quiero saber mas nada con el”. El caso es que se separaron. Un años
después, incidentalmente y en otro lugar, me encontré con esta mujer que había
hecho una nueva pareja. Se había vuelto a casar... con otro alcohólico.
Estas historias, que desde la lógica no se
entienden, tienen mucho que ver con la manera en que uno transita sus propias
cosas irresueltas, cómo uno entiende lo que es querer.
Querer y mostrarte que te
quiero pueden ser dos cosas distintas para mi y para vos. Y en estas, como
en todas las cosas, podemos estar en absoluto desacuerdo sin que necesariamente
alguno de los do esté equivocado.
Por ejemplo: yo se que mi mamá puede mostrarte
que te quiere de muchas maneras. Cuando te invita a su casa y cocina comida que
a vos te gusta, eso significa que te quiere, ahora, si para el día que estás invitada
ella prepara dos o tres de esas deliciosas comidas árabes que implican amasar,
pelar, hervir y estar pendiente durante cinco o seis días de la cocina, eso
para mi mamá es que te ama. Y si uno no aprende a leer esta manera, puede
quedarse sin darse cuenta de que para ella esto es igual a decir te quiero. ¿Es
eso ser demostrativa?. ¡Que sé yo!. En todo caso esta es su manera de
decirlo. Si yo no aprendo a leer el mensaje implícito en estos estilos, nunca
podré decodificar el mensaje que el otro expresa. (Una vez por semana, cuando
me peso, confirmo lo mucho que mi mamá me quería ¡y lo bien que yo decodifiqué su mensaje!).
Cuando
alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y
de su atención en vos.
Un cuento que viaja por el mundo de Internet me
parece que muestra mejor que yo lo que quiero decir:
Cuentan
que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se
levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del
lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó.
- ¿Cuánto
ganás, papá? – le preguntó
- Ehhh...
¿cómo? – preguntó el padre entre sueños.
- Que
cuánto ganás en el trabajo.
- Hijo,
son las doce de la noche, andate a dormir.
- Si papi,
ya me voy, pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?
El padre
se incorporó en la cama y en grito
ahogado le ordenó:
- ¡Te vas
a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y menos a
la medianoche!! – y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto
bajó la cabeza y se fue a su cuarto.
A la
mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y
que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la
cena el padre decidió contestarle al hijo.
- Respecto
de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con
los descuentos me quedan unos 2.200.
- ¡Uhh!...
cuánto que ganás, papi – contestó Ernesto.
- No tanto
hijo, hay muchos gastos.
- Ahh... y
trabajás muchas horas.
- Si hijo,
muchas horas.
- ¿Cuántas
papi?
- Todo el
día, hijo, todo el día.
- Ahh –
asintió el chico, y siguió – entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
- Basta de
preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un
silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa noche,
una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía
un papel con números garabateados en la mano.
- Papi
¿vos me podés prestar cinco pesos?
-
Ernesto... ¡¡son las dos de la mañana!! – se quejó el papá.
- Si pero
¿me podés...
El padre
no le permitió terminar la frase.
- Así que
este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso
impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la
pantufla... Fuera de aquí... A su cama.
Vamos.
Una vez más,
esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora
después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la
madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto
de su hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó
en su cama y le habló.
-
Perdoname si te grité, Ernesto, pro son las dos de la madrugada, toda la gente
está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
- Si papá
– contestó el chico entre mocos.
El padre
metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco
pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:
- Ahí
tenés la plata que me pediste.
El chico
se enjuagó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una
lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al
lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después
agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba
sonriendo.
- Ahora si
– dijo Ernesto – llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
- Muy bien
hijo, ¿y que vas a hacer con esa plata?
- ¿Me
vendés una hora de tu tiempo, papi?.
Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan
ver claramente cuánto le importás.
Yo puedo decidir hacer algo que vos querés que
haga en la fantasía de que te des cuenta de cuánto te quiero. A veces si y a
veces no. Aunque no esté en mi, despertarme de madrugada el 13 de diciembre,
decorar la casa y prepararte el desayuno empapelando el cuarto con pancartas,
llenándote la cama de regalos y la noche de invitados... sabiendo cuánto te
emociona, puedo hacerlo alguna vez. Cuando yo tenga ganas. Pero si me impongo
hacerlo todos los años sólo para complacerte y lo hago, no esperes que lo
disfrute. Porque si no son las cosas que yo naturalmente quiero hacer, quizás
sea mejor para los dos que no las haga.
Ahora bien, si o nunca tengo ganas de hacer
estas cosas ni ninguna de las otras que sé que te gustan, entonces algo pasa.
Con la convivencia yo podría aprender a
disfrutar de agasajarte de alguna de esas maneras que vos preferís. Y de hecho
así sucede. Pero esto no tiene nada que ver con algunas creencias, mas o menos
aceptadas por todos, que parecen contradictorias con lo que acabo de decir y
con las que, por supuesto, no estoy de acuerdo.
Hablo específicamente sobre los sacrificios en
el amor.
A veces la gente me quiere convencer de que mas
allá de la idea de ser feliz, las relaciones importantes son aquellas donde uno
es capaz de sacrificarse por el otro. Y la verdad es que yo no creo que el amor
sea un espacio de sacrificio. Yo no creo que sacrificarse por el otro garantice
ningún amor, y mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirma mi amor por
el otro.
El amor es
un sentimiento que avala la capacidad para disfrutar juntos de las cosas y no
una medida de cuánto estoy dispuesto a sufrir por vos, o cuánto soy capaz de
renunciar a mi.
En todo caso, la medida de nuestro amor no la
podemos condicionar al dolor compartido, aunque éste sea parte de la vida.
Nuestro amor se mide y trasciende en nuestra capacidad de reconocer juntos este
camino disfrutando cada paso tan intensamente como seamos capaces y aumentando
nuestra capacidad de disfrutar precisamente porque estamos juntos.
LOS “TIPOS” DE AMOR, UNA FALSA CREENCIA
Cada vez que hablo sobre estos temas en una
charla o en una entrevista, mi interlocutor argumenta “depende de que tipo de
amor hablemos”.
Yo entiendo lo que dicen, lo que no creo es que
existan clases o clasificaciones diferentes de amor determinadas por el tipo de
vínculo: te quiero como amigo, te
quiero como hermano, como primo, como gato, como tío... como
puerta (?).
Voy a hacer una confesión grupal: Esto de los diferentes tipos de afecto lo inventó
mi generación hace mas o menos 40 o 50 años, antes no existía. Dejame que te
cuente. En aquel entonces, los jóvenes adolescentes o preadolescentes
cruzábamos nuestros primeros vínculos con el sexo opuesto en las salidas “en
barra” (grupos de 10 o 12 jóvenes que salíamos los sábados o nos quedábamos en
la casa de alguno o alguna de nosotros escuchando música o aprendiendo a
bailar). En estos grupos pasaba que, pro ejemplo, yo me percataba de la hermosa
Graciela. Y entonces le contaba a mis amigos y amigas (a todos menos a ella)
que el sábado iba a hablar con Graciela y confesarle que estaba enamorado de
ella (y seguramente Graciela también se
enteraba pero hacía como que no sabía). Así, el sábado, un poco mas producido
que de costumbre (como se dice ahora) yo me acercaba a Graciela y me “tiraba”
(una especie de declaración-propuesta naïve) y ella, que no tenía la menor
intención de salir conmigo porque le gustaba Pedro, pero pertenecíamos al mismo
grupo, ¿qué me podía decir?. El grupo la podía rechazar si me hacía daño, no
podía decirme: “Salí gordo, ¿cómo pensás que me puedo fijar en vos?”. No podía.
Y entonces Graciela y las Gracielas de nuestros barrios nos miraban con cara de
carnero degollado y nos decían: ”No
dulce, yo a vos te quiero como a un amigo”, que quería decir: “no cuentes conmigo, idiota”, lo que nos
dejaba en el incómodo lugar de no saber
si festejar o ponernos a llorar, porque no era un rechazo, no, era una
confusión de amores.
Entonces no sabía (y después nunca supe muy
bien) que quería decir te quiero como a
un amigo, pero yo también empecé a usarlo: te quiero como amiga. Una historia práctica para no decir que mas
allá del afecto no quiero saber nada con vos. Una respuesta funcional que
supuestamente pone freno a las fantasías sexuales (como si uno no pudiera tener
un revuelco con un amigo...)
Así empezó y luego se extendió:
Si no existe ni siquiera la mas remota
posibilidad, entonces es: “te quiero como
a un hermano” (que quiere decir, presentame a Pedro).
Y si la persona que propone es un viejo verde o
una veterana achacada, entonces hay que decir: “te quiero como a un padre (o como a una madre)”, respuesta que,
por supuesto, nunca evita la depresión...
Vivimos hablando y calificando nuestros afectos
según el tipo de amor que sentimos...
Y sin embargo, pese a nosotros, y a los usos y
costumbres, no es así.
El amor es siempre amor, lo que cambia es el
vínculo, y esto es mucho mas que una diferencia semántica.
El ejemplo que yo pongo siempre es:
Si yo tengo una ensaladera con lechuga, le
puedo agregar tomate y cebolla y hacer una ensalada mixta, o le puedo agregar
remolacha, tomate, zanahoria, huevo duro
y un poquito de chaucha y tendré una completa. Le puedo agregar pollo, papa y
mayonesa y obtendré un salpicón de ave. Finalmente un día le puedo poner miel,
azúcar y aceite de tractor y entones quedará una basura con gusto espantoso. Y
será otra ensalada.
Las ensaladas son diferentes, pero la lechuga
es siempre la misma.
Hay algunos afectos que a mi me resultan
combinables y algunos afectos que me resultan francamente incompatibles.
Lo que cambia en todo caso es la manera en la
que expreso mi amor en el vínculo que yo establezco con el otro, pero no el
amor.
Son las otras cosas agregadas al afecto las que
hacen que el encuentro sea diferente.
Puedo ser que además de quererte me sienta
atraído sexualmente, que además quiera vivir con vos o quiera que compartamos
el resto de la vida, tener hijos y todo lo demás. Entonces, este amor será el
que se tiene en una pareja.
Puede ser que yo te quiera y que además compartamos
una historia en común, un humor que nos sintoniza, que nos riamos de las mismas
cosas, que seamos compinches, que confiemos uno en el otro y que seas mi oreja
preferida para contarte mis cosas. Entonces serás mi amigo o mi amiga.
Pero existe mi manera de amar y tu manera de amar. Por
supuesto, existen vínculos diferentes. Si te quiero, cambiará mi relación con
vos según las otras cosas que le agregamos al amor, pero insisto, no hay
diferentes tipos de cariño.
En última
instancia, el amor es siempre el mismo. Par bien y para mal, mi manera de
querer es siempre única y peculiar.
Si yo se querer a los demás en libertad y
constructivamente, quiero constructiva y libremente a todo el mundo.
Si soy celoso con mis amigos, soy celoso con mi
esposa y con mis hijos.
Si soy posesivo, soy posesivo en todas mis
relaciones, y mas posesivo cuanto mas cerca me siento.
Si soy asfixiante, cuando mas quiero mas
asfixiante soy, y mas anulador si soy anulador.
Si he aprendido a mal querer, cuando mas quiera
mas daño haré.
Y si he aprendido a querer bien, mejor lo haré
cuanto mas quiera.
Claro, esto genera problemas. Hay que advertir
y estar advertido.
Decirle a mi pareja que yo la quiero de la
misma manera que a mi mamá y a una amiga, seguramente provoque inquietud en las
tres. Pero se inquietarían injustamente, porque esta es la verdad.
Quiero a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga con
el único cariño que yo puedo tener, que es el mío. Lo que pasa es que, además,
a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga me unen cosa diferentes, y esto hace que el vínculo y la manera que tengo
de expresar lo que siento cambie de persona en persona.
Los afectos cambian solamente en intensidad.
Puedo querer mas, puedo querer menos, puedo querer un montón y puedo querer muy
poquito.
Puedo querer tanto como para llegar a aquello
que dijimos que es el amor, a que me alegre tu sola existencia mas allá de que
estés conmigo o no.
Puedo querer muy poquito y esto significará que
no me da lo mismo que vivas o que no vivas, no me da lo mismo que te pise un
tren o no, pero tampoco me ocuparía demasiado en evitarlo. De hecho casi nunca
te visito, no te llamo por teléfono, nunca pregunto por vos, y cuando venís a
contarme algo siempre estoy muy ocupado mirando por la ventana. Pensar que
podrías sentirte dolido no me da lo mismo pero tampoco me quita el sueño.
DESENGAÑO
¿Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo
quieren?
¿Basta con mirar al otro fijamente a los ojos?
¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o
preguntarme...?
Si así fuera, ¿cómo se explica tanto desengaño?
¿Por qué la gente se defrauda tan seguido si en realidad es tan sencillo darse
cuenta de cuánto les importamos o no les importamos a los que queremos?
¿Cómo puede asombrarnos el descubrimiento de la
verdad del desamor?.
¿Cómo pudimos pensarnos queridos cuando en
realidad no lo fuimos?
Tres cosas hay que impiden nuestra claridad.
La primera está reflejada en el cuento La Ejecución que relato en Recuentos para Demián.
La historia (un maravilloso cuento nacido en
Oriente hace por lo menos 1500 años) cuenta, en resumen, de un rey poderoso y
tiránico y de un sacerdote sabio y bondadoso. En el relato, el sabio sacerdote
planea una trampa para el magistrado. Varios de sus discípulos se pelean para
que el rey los condene a ser decapitados. El rey se sorprende de esta decisión
suicida masiva y empieza a investigar hasta que “descubre” en las escrituras
sagradas un texto que asegura que quien sea muerto a manos de un verdugo el
primer día después de luna llena, renacerá y será inmortal. El rey, que lo
único que teme es la muerte, decide pedirle a su verdugo que le corte la cabeza
en la mañana del día señalado.
...Eso fue
lo que sucedió y, por supuesto, por fin el pueblo se liberó del tirano. Los
discípulos preguntaron:
-
¿Cómo pudo este hombre que oprimió a
nuestro pueblo, astuto como un chacal, haberse creído algo tan infantil como la
idea de seguir viviendo eternamente después que el verdugo cortara su cabeza?
Y el
maestro contestó:
- Hay aquí
algo para aprender... Nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que aquel
que desea que la mentira sea cierta.
¿Cómo no voy a entender que miles de personas
vivan sus vidas en pareja o en compañía creyendo que son queridas por aquel que
no las quiere o por el que no las quiso nunca?
Quiero, ambiciono y deseo tanto que me quieras,
tengo tanta necesidad de que vos me quieras, que quizás pueda ver en cualquiera
de tus actitudes una expresión de tu amor.
Tengo tantas ganas de creerme esa mentira (como
el rey del cuento), que no me importa que sea evidente su falsedad.
Schopenhauer lo ilustra en una frase sugiriendo
que “se puede querer, pero no se puede querer que lo quiere”.
La segunda causa de confusión es el intento de
erigirse en parámetro evaluador del amor del prójimo. Por lo menos desde el
lugar de comparar lo que soy capaz de hacer por el amado con lo que el o ella
hacen por mi.
El otro no me quiere como yo lo quiero y mucho
menos como yo quisiera que me quiera, el otro me quiere a su manera.
El mundo está compuesto por seres individuales
y personales que son únicos y absolutamente irreproducibles. Y como ya dijimos,
la manera de el no necesariamente es la mía, es la de el, porque el es una
persona y yo soy otra. Además, si me quisiera exactamente a mi manera, el no sería
el, el sería una prolongación de mi.
Ella quiere de una manera y yo quiero de otra,
por suerte para ambos.
Y cuando yo confirmo que ella no me quiere como
yo la quiero a ella, ni tanto ni de la misma manera, al principio del camino me
decepciono, me defraudo y me convenzo de que la única manera de querer es la
mía. Así deduzco que ella sencillamente no me quiere. Lo creo porque no expresa
su cariño como lo expresaría yo. Lo confirmo porque no actúa su amor como lo
actuaría yo.
Es como si me transformara, ya no en el centro
del universo sino en el dueño de la verdad: Todo el mundo tiene que expresar
todas las cosas como yo las expreso, y si el otro no lo hace así, entonces no
vale, no tiene sentido o es mentira, una conclusión que muchas veces es falsa y
que conduce a graves desencuentros entre las personas.
En la otra punta están aquellos que frente al
desamor desconfían de lo que perciben porque atenta contra su vanidad.
A medida
que recorro el camino del encuentro, aprendo a aceptar que quizás no me quieras.
Y lo acepto tanto desde permitirme el dolor de
no ser querido como desde la humildad.
Hablo de humildad porque esta es la tercera
razón para no ver:
“¡Como no
me vas a querer a mi, que soy tan maravilloso, espectacular, extraordinario!.
Donde vas a encontrar a otro, otra, como yo, que te quiera como yo, que te
atienda como yo y te haya dado los mejores años de su vida. Cómo no vas a
quererme a mi...”
Es
fácil no quererme a mi como no querer a cualquier otro.
El afecto es una de las pocas cosas cotidianas
que no depende sólo de lo que hagamos nosotros ni exclusivamente de nuestra
decisión, sino de que, de hecho, suceda. Quizás pueda impedirlo, pero no puedo
causarlo. Sucede o no sucede, y si no sucede, no hay manera de hacer que
suceda, ni en mi ni en vos.
Si me sacrifico, me mutilo y cancelo mi vida
por vos, podré conseguir tu lástima, tu desprecio, tu conmiseración, quizás
hasta tu gratitud, pero no conseguiré que me quieras, porque eso no depende de
lo que yo pueda hacer.
Cuando mamá o papá no nos daban lo que les
pedíamos, les decíamos “sos mala/o, no te quiero mas” y ahí terminaba todo.
La decisión de dejar de amar como castigo.
Pero los adultos sabemos que esto es imposible.
Sabemos que no existe nuestro viejo conjuro infantil “corto mano y corto
fierro...”.
LA CREENCIA DEL AMOR ETERNO
Quizás el mas dañoso y difundido de los mitos
acerca del amor es el que promueve la falsa idea de que el “verdadero amor” es
eterno. Los que lo repiten y sostienen pretenden convencernos de que si alguien
te ama, te amará para toda la vida, y que si amás a alguien, esto jamás
cambiará.
Y sin embargo, a veces, lamentable y
dolorosamente, el sentimiento se aletarga, se consume, se apaga y se termina...
Y cuando eso sucede, no hay nada que se pueda hacer para impedirlo.
Estoy diciendo que se deja de querer.
Claro, no siempre, pero se puede dejar de
querer.
Cree que el amor es eterno es vivir encadenado
al engaño infantil de que puedo reproducir en lo cotidiano aquel vínculo que
alguna vez tuve real o fantaseado: el amor de mi madre: un amor infinito,
incondicional y eterno.
Dice Lacan que es éste el vínculo que
inconscientemente buscamos reproducir, un vínculo calcado de aquel en muchos
aspectos.
Ya hablaremos de esta búsqueda y de la supuesta
eternidad cuando lleguemos al tema de la pareja, pero mientras tanto
deshagamos, si es posible para siempre,
de la idea del amor incólume y asumamos
con madurez, como Vinicius de Moraes, que
el amor es
una llama que consume
y consume porque es fuego,
un
fuego eterno... mientras dure.
Mi consultorio, en problemas afectivos, se
divide en tres grandes grupos de personas: aquellas que quieren ser queridas
mas de lo que son queridas, aquellas que quieren dejar de querer a aquel que no
las quiere mas porque les es muy doloroso, y aquellas que les gustaría querer
mas a quien ya no quieren, porque todo sería mas fácil.
Lamentablemente, todos se enteran de las mismas
malas noticias: no solo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino que
tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.
Que fácil sería todo si se pudiera elevar el
quererómetro apretando un botón y querer al otro mas o menos de lo que uno lo
quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción
con el mío.
Pero las cosas no son así. La verdad es que no
puedo quererte mas que como te quiero, no podés quererme ni un poco mas ni un
poco menos de lo que me querés.
Bien, ya sabemos lo que No Es. Pero ¿qué es
realmente el amor?.
NOTAS SOBRE EL VINCULO AFECTIVO
Eres
el camino y eres la meta,
no
hay distancia entre tú y la meta.
Eres
el buscador y eres lo buscado,
no
hay distancia entre la búsqueda
y
lo encontrado.
Eres
el adorador y eres lo adorado.
Eres
el discípulo y eres el maestro.
Eres
los medios y eres el fin.
Este
es el gran camino.
Osho (El libro de la nada)
En sus orígenes, el término vínculo y el término afecto nos remite a conceptos o acciones
que pueden ser tanto negativas como afirmativas, es decir a conceptos
neutrales. Ninguno de ellos nos hace explícitos si el lazo con lo otro es
positivo o negativo. Debemos establecer entonces que el amor es un vínculo
afectivo y que el odio también lo es, y que tanto el placer del encuentro como
el dolor del desencuentro nos vinculan afectivamente.
Siendo esquemáticos, se podría clasificar los
vínculos en tres grandes grupos según el punto de atención del encuentro
afectivo.
El vínculo con un ente metafísico (Dios,
fuerzas cósmicas, la naturaleza, etc.).
El vínculo con un objeto (una obra de arte, un
objeto valioso, etc.).
El vínculo con el humano (amigo, novio,
familiar o uno mismo).
El primero lo asociamos comúnmente con la
religión. En el segundo podemos hablar de “materialismo”, de consumismo, o
incluso de fetichismo.
El encuentro con lo humano en su mejor dimensión, está representado por el amor
del que hablo y, según Rousseau, es fuente del genuino y primigenio
vínculo interpersonal.
AMOR Y AMISTAD
Cuando me enredo en estas delirantes
divagaciones y pienso en vos que me leés, me pregunto si podrás compartir
conmigo mi pasión por los orígenes de las palabras.
A modo de disculpa y justificación dejame que
te cuente un cuento:
La función
de cine está por comenzar. Sobre la hora, una mujer muy elegante llega,
presenta su ticket y sin esperar al acomodador avanza pro el pasillo buscando
un lugar de su agrado.
En la
mitad de la sala ve a un hombre con aspecto de vaquero tejano, con botas y
sombrero, vestido con jeans y una estridente camisa con flecos, indudablemente
borracho y literalmente desparramado por encima de las butacas centrales de las
filas 13, 14, 15, y 16. Indignada, la mujer sale de la sala a buscar al
responsable y lo trae tironeándolo mientras le dice:
- No puede
ser... dónde vamos a parar, es una falta de respeto... bla, bla, bla,...
El
acomodador llega hasta el tipo, que le sonríe desde detrás de su elevada
alcoholemia, y sorprendido por su aspecto lo
increpa:
- ¿Usted
de dónde salió?
Y el
borracho, tratando de articular su respuesta, le contesta extendiendo el dedo
hacia arriba:
- DEL...
SU... PER PUL...MAN.
No digo
siempre, pero a veces, saber de dónde vienen las cosas ayuda a
comprender lo que quieren decir.
La discusión filosófica con respecto al amor
empieza con los griegos, que como se preguntaban por la naturaleza de todas las
cosas, también se preguntaban por el amor (lo que ya implicaba que el amor
tiene una “naturaleza”, porque sólo aquello que posee una naturaleza puede
cuestionarse). Cual era esa naturaleza o, en nuestros términos, ¿qué es el
amo?. La respuesta implica desde ya una proposición que algunos pueden oponerse a dar como posible ya que se
tiene por creencia de antemano que el amor es conceptualmente irracional, en el
sentido de que no se puede describir en proposiciones racionales o
significativas. Para tales críticos, el amor se limita a una expulsión de
emociones que desafía el examen racional.
La palabra amor
posiblemente no llegue al español en forma directa del latín. De hecho, el correspondiente verbo “amar” nunca se ha empleado popularmente en la
mayoría de países de lengua latina. Según Ortega y Gasset, los romanos la
aprendieron de los etruscos, un pueblo mucho mas civilizado que dominó a Roma y
que influyó poderosamente en su idioma, su arte y su cultura. ¿Pero de dónde
viene la palabra etrusca amor?. Puede ser que tenga alguna relación con la
palabra “madre” (en español antiguo en euskera y en otras lenguas, la palabra ama significa “madre”). corominas, sin
embargo, sostiene que el latín amare
y todos sus derivados (amor, amicus,
amabilis, amenus) son de origen indoeuropeo y que su significado inicial
hacía referencia al deseo sexual (también en inglés love se deriva de formas
germánicas del sánscrito lubh =
deseo).
En todo caso, siempre fue difícil definir el
concepto de “amor”, aún etimológicamente, y hasta cierto punto la ayuda podría
venirnos una vez mas de la referencia a otros términos griegos. Ellos nos
hablan de tres sentimientos amorosos: eros, philia y ágape.
El término eros (erasthai) refiere a menudo un deseo sexual (de ahí la noción
moderna de “erótico”). La posición socrático-platónica sostiene que eros se
busca aunque se sabe de antemano que no pude alcanzarse en vida, lo cual nos
evoca desde el inicio la tragedia.
La reciprocidad no es necesaria porque es la
apasionada contemplación de lo bello, mas que la compañía de otro, lo que deber
perseguirse.
Eros es hijo de Poros (riqueza) y Penia
(pobreza). Es, pues, carencia y deseo y también abundancia y posesividad.
Platón describe el amor emparentado con la
locura, con el delirio del hombre por el conocimiento, plateado como recuerdo
de un saber ya adquirido por el alma, que el hombre recupera yendo a través de
los sentidos hacia la unidad de la idea.
Queda claro cómo la filosofía griega, sobre
todo en la platónica, se da este amor una significación de búsqueda que es, a
la vez, conocimiento.
Por contraste al deseo y el anhelo apasionado
de eros, philia trae consigo el cariño y la apreciación del otro. Para
los griegos, el término philia incorporó no
sólo la amistad, sino también las lealtades a la familia y al polis
(ciudad).
La primera condición para alcanzar la elevación
es para Aristóteles que el hombre se ame a si mismo. Sin esta base egoísta,
philia no es posible.
Ágape en cambio, se refiere
al amor de honra y un cuidado que se da básicamente entre Dios y el hombre y
entre el hombre y Dios, extendido desde allí al amor fraternal con toda la
humanidad. Ágape utiliza los elementos tanto de eros como de philia. Se
distingue en que busca una clase perfecta de amor que es inmediatamente un
trascender el particular, una philia sin la necesidad de la reciprocidad.
Todos los filósofos han hablado desde entonces
del amor y su significado, pero dos aportaciones que me parecen fundamentales
son la del psicoanálisis de Freud y la
del existencialismo de Sartre.
Según Freud, el amor es de alguna manera
sublimación de un instinto (pulsión) que
nos concreta con la vida, “eros” que se enfrentará en nuestra vida con un
instinto de muerte “thanatos”, transformando nuestro devenir en una lucha entre
dos fuerzas, una constructiva y la otra aniquiladora.
Para Sartre, amar es, en esencia, el proyecto
de hacerse amar.
Como la libertad del otro es irreductible, si
deseamos poseer su interés y su atención no basta con poseer el cuerpo, hay que
adueñarse de su subjetividad, es decir, de su amor, “el amor, - dice el
existencialismo – es una empresa
contradictoria condenada de antemano al fracaso”... El imposible aparece en
la incompatibilidad entre renunciar a la subjetividad (amar) y la resistencia a
perder la libertad (virtud existencial).
Aunque quizás... quizás no sea así.
Cuenta una
vieja leyenda de indios sioux, que una vez hasta la tienda del viejo brujo de
la tribu llegaron, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable
de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las mas
hermosas mujeres de la tribu.
- Nos
amamos – empezó el joven.
- Y nos
vamos a casar – dijo ella.
- Y nos
queremos tanto que tenemos miedo.
- Queremos
un hechizo, un conjuro, un talismán.
-
Algo que nos garantice que podremos
estar siempre juntos.
- Que nos
asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de
la muerte.
- Por
favor – repitieron -, ¿hay algo que podamos hacer?
El viejo
los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes
esperando su palabra.
- Hay
algo... – dijo el viejo después de una larga pausa -. Pero no se... es una
tarea muy difícil y sacrificada.
- No
importa – dijeron los dos.
- Lo que
sea – ratificó Toro Bravo.
- Bien –
dijo el brujo -, Nube Alta ¿ves el monte al norte de nuestra aldea?. Deberás
escalarlo sola y sin mas armas que una red y tus manos, y deberás cazar el
halcón mas hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna
llena. ¿Comprendes?.
La joven
asintió en silencio.
- Y tú,
Toro Bravo – siguió el brujo -, deberás escalar la montaña del trueno y cuando
llegues a la cima, encontrar la mas bravía de todas las águilas y solamente con
tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mi, viva, el
mismo día en que vendrá Nube Alta... Salga ahora.
Los
jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a
cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur...
El día
establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas
bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo
les pidió que con mucho cuidado las sacaran de sus bolsas. Los jóvenes hicieron
y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran
verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.
¿Volaban
alto? – preguntó el viejo.
- Si, sin
dudas. Como lo pediste... ¿Y ahora? – preguntó el joven -. ¿Los mataremos y
beberemos el honor de sus sangre?
- No –
dijo el viejo.
- Los
cocinaremos y comeremos el valor en su carne – propuso la joven.
- No –
repitió el viejo -. Hagan lo que les digo. Tomen las aves y átenlas entre si
por las patas con estas tiras de cuero.... Cuando las hayan anudados,
suéltenlas y que vuelen libres.
El
guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros.
El águila
y el halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse en el
piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron
a picotazos entre si hasta lastimarse.
- Este es
el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Ustedes como un águila y un halcón,
si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán
arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al
otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos pero jamás
atados.
A esta lista de Eros, Philia y Ágape, me
gustaría añadir entonces un concepto adicional, un modelo de encuentro: la
intimidad.
INTIMIDAD, EL GRAN DESAFIO
Estar
en contacto íntimo no significa abusar de los demás ni vivir feliz eternamente.
Es comportarse con honestidad y compartir logros y frustraciones. Es defender
tu integridad, alimentar tu autoestima y fortalecer tus relaciones con los que
te rodean. El desarrollo de esta clase de sabiduría es una búsqueda de toda la vida que requiere
entre otras cosas mucha paciencia.
Virginia
Satir
Como ya
sabemos, hay diferentes intensidades en los vínculos afectivos que establecemos
con los demás. En un extremo están los vínculos cotidianos sin demasiado
compromiso ni importancia, a los que mas que encuentros prefiero llamar genéricamente cruces. Y los llamo así
porque funcionan como tales: el camino de un hombre y de una mujer se acerca, y
se acercan hasta que consiguen tocarse, pero en ese mismo instante de unión
empiezan a alejarse, alejarse y alejarse.
En el otro extremo están los vínculos más
intensos, mas duraderos. Nuestros caminos se juntan y durante un tiempo
compartimos el trayecto, caminamos juntos. A estos encuentros, cuando son profundos
y trascendentes, me gusta llamarlos vínculos íntimos.
No me refiero a la intimidad como sinónimo de
privacidad ni de vida sexual, no hablo de la cama o de la pareja, sino de todos
los encuentros trascendentes. Hablo de las relaciones entre amigos, hermanos,
hombres y mujeres, cuya profundidad permita pensar en algo que va mas allá de
lo que en el presente compartimos.
Las
relaciones íntimas tienen como punto de mira la idea de no quedarse en la
superficie, y es esta búsqueda de profundidad la que les da la estabilidad para
permanecer y trascender en el tiempo.
Una relación íntima es una relación afectiva
que sale de lo común porque empieza en el acuerdo tácito de la cancelación del
miedo a exponernos y en el compromiso de ser quienes somos.
La palabra compromiso viene de “promesa”, y da
a la relación una magnitud diferente. Un vínculo es comprometido cuando está
relacionado con honrar las cosas que nos hemos dicho, con la posibilidad de que
yo sepa, anticipadamente, que puedo contar con vos. Sólo sintiendo honestamente el deseo de que me
conozcas puedo animarme a mostrarme tal como soy, sin miedo a ser rechazado pro
tu descubrimiento de mi.
Al decir de Carl Rogers, cuando percibo tu aceptación total, entonces, y solo entonces puedo
mostrarte mi yo mas amoroso, mi yo mas creativo, mi yo mas vulnerable.
La
relación íntima me permite, como ninguna, el ejercicio absoluto de la
autenticidad.
La franqueza, la sinceridad y la confianza son
cosas demasiado importantes como para andar regalándoselas a cualquiera.
Siempre digo que hay una gran diferencia entre sinceridad y sincericidio
(decirle a mi jefe que tiene cara de caballo se parece mas a una conducta
estúpida que a una decisión filosófica).
En la vida cotidiana no ando mostrándole a todo
el mundo quién soy, porque la sinceridad es una actitud tan importante que hay
que reservarla sólo para algunos vínculos, como veremos mas adelante.
Intimidad
implica entrega y supone un entorno suficientemente seguro como para abrirnos.
Sólo en la intimidad puedo darte todo aquello que tengo para darte.
Porque la idea de la entrega y la franqueza
tiene un problema. Si yo me abro, quedo en un lugar forzosamente vulnerable.
Desde luego que si, la intimidad es un
espacio vulnerable por definición y por lo tanto inevitablemente riesgos. Con
el corazón abierto, el daño que me puede hacer aquel con quien intimo es mucho
mayor que en cualquier otro tipo de vínculo.
La entrega implica sacarme la coraza y quedarme
expuesto, blandito y desprotegido.
Intimar es darle al otro las herramientas y la
llave para que pueda hacerme daño teniendo la certeza de que no lo va a hacer.
Por eso, la intimidad es una relación que no se
da rápidamente, sino que se construye en un proceso permanente de desarrollo y
transformación. En ella, despacito, vamos encontrando el deseo de abrirnos,
vamos corriendo uno por uno todos los riesgos de la entrega y de la
autenticidad, vamos develando nuestros misterios a medida que conquistamos mas
espacios de aceptación y apertura.
Una de las
características fundamentales de estos vínculos es el respeto a la
individualidad del otro.
La intimidad sucederá solamente si soy capaz de
soslayarme, regocijarme y reposarme sobre nuestras afinidades y semejanzas,
mientras reconozco y respeto todas nuestras diferencias.
De hecho, puedo intimar únicamente si soy capaz
de darme cuenta de que somos diferentes y si tomo, no sólo la decisión de
aceptar eso distinto que veo, sino además la determinación de hacer todo lo
posible para que puedas seguir siendo así, diferente, como sos.
Las semejanzas llevan a que nos podamos juntar.
Las diferencias permiten que nos sirva estar
juntos.
Por supuesto que también puede pasar que, en
ese proceso, cuando finalmente esté cerca y consiga ver con claridad el
pasajero dentro del carruaje, descubra que no me gusta lo que veo.
Puede suceder y sucede. A la distancia, el otro
me parece fantástico, pero a poco de caminar juntos me voy dando cuenta de que
en realidad no me gusta nada lo que empiezo a descubrir.
La pregunta es: ¿Puedo tener una relación
íntima con alguien que no me gusta?
La respuesta es NO.
Para poder construir una relación de intimidad
hay ciertas cosas que tienen que pasar.
Tres aspectos de los vínculos humanos que son
como el trípode de la mesa en la cual se apoya todo que constituye una relación
íntima.
Esas tres patas son:
Amor
Atracción
Confianza
Uno puede estudiar y trabajar para comunicarse
mejor, uno puede aprender a respetar al otro porque no sabe, uno puede aprender
a abrir su corazón... pero hay cosas que no
se aprenden porque no se hacen, suceden. Hay cosas que tienen que pasar.
Sin estas tres patas, la intimidad no existe.
Tan así es, que si en una relación construida con intimidad desaparece el
afecto, la confianza y la atracción, toda la intimidad conquistada se derrumba.
El vínculo se transforma en una buena relación interpersonal, una relación
intensa o agradable, pero no tendrá mas la característica de una relación
íntima.
Para que la relación íntima perdure, es decir,
para que | |el trípode donde se apoya la relación permanezca incólume,
tengo que ser capaz de seguir queriéndote, tengo que poder confiar en vos,
tenés que seguir resultándome una persona atractiva.
Para que
tengamos intimidad, es imprescindible que me quieras, que confíes en mi y que
te guste.
Esto de las tres patas no sería tan
problemático si no fuera por ese pequeño, diminuto y terrible detalle: Ninguna
de estas tres cosas (amor, confianza y atracción) dependen de nuestra
voluntad.
Lo dramáticamente importante es que yo no puedo
elegir que suceda ninguna de estas tres cosas. Se dan o no se dan, no dependen
de mi decisión. Yo no decido quererte, no decido confiar en vos y no decido que
me gustes. Por mucho que yo me esfuerce no hay nada que yo pueda hacer si no me
pasa.
Por eso, la intimidad es algo que se da
cuando, en una relación de dos, a ambos
nos están pasando estas tres cosas: nos
queremos, confiamos en el otro y nos sentimos atraídos. El resto lo podemos
construir.
Ni siquiera podemos hacer nada para querer a
alguien que ya no queremos, para que nos guste alguien que ya no nos gusta ni
para confiar en alguien en quien ya no confiamos.
Por supuesto, no estoy diciendo que sentir o no
sentir estas tres cosas sea independiente de lo que el otro sea o haga. Es más,
sin demasiado trabajo nos podemos dar cuenta de que si está bien es cierto que
no puedo hacer nada para quererte, para que me atraigas o para confiar en vos,
vos si podés hacer algo.
Yo puedo hacer cosas para que vos te des cuenta
de que soy confiable, y puedo hacer cosas para tratar de agradarte y para
despertar en vos amor por mi.
Pero no hay nada que yo pueda hacer para sentir
lo mismo por vos si no está sucediéndome.
Si mi afecto, mi atracción y mi confianza
dependen de alguien, es mucho mas de vos que de mi.
Del amor hemos hablado y seguiremos hablando,
pero quiero ocuparme aquí de las otras dos patas de esta mesa.
Para que
haya una verdadera relación íntima, el otro me tiene que atraer.
No importa si es un varón, una mujer, un amigo,
un hermano... el otro tiene que ser atractivo para mi. Me tiene que gustar lo
que veo, lo que escucho, lo que es el otro es. No todo, pero me tiene que
gustar.
Si en verdad el otro no me gusta, si no hay
nada que me atraiga, podremos tener una relación cordial, podremos trabajar
juntos, podremos cruzarnos y hacer cosas de a dos, pero no vamos a poder
intimar.
Para poder intimar, además de la apertura, la
confianza, la capacidad para exponerme, el vínculo afectivo, la afinidad, la
capacidad de comunicación, la tolerancia mutua, las experiencias compartidas,
los proyectos, el deseo de crecer y demás, como si fuera poco el otro,
fundamentalmente, tiene que gustarme, tengo que poder ser atraído por el otro.
El gusto por el otro no es necesariamente
físico. Puede gustamre su manera de decir las cosas su manera de hacer, su
pensamiento su corazón. Pero, repito, la atracción tiene que estar.
Existen algunas parejas a las que les gustaría mucho intimar, pro se
encuentran con quien si bien es cierto que se quieren muchísimo y que pueden
confiar, algo ha pasado con la posibilidad de gustarse mutuamente: se ha
perdido. Entonces llegan a un consultorio, hablan con una pareja amiga o con un
sacerdote y dicen: “No se qué nos pasa, nada es igual, no tenemos ganas de
vernos, no sé si nos queremos o no”, y a veces, lo único que pasa es que la
atracción ha dejado de suceder hace tiempo.
Anímense a hacer un ejercicio.
Elijan a alguien con quien creen que tienen una
relación íntima y hagan cada uno por separado una lista de todo lo que creen
que hoy les atrae de esa persona. Atención, digo HOY. No lo que les atrajo allá
y entonces, sino lo que les gusta de ese otro ahora. Después, siéntense
un largo rato juntos y compartan sus listas. Aprovechen a decírselo en
palabras. Es tan lindo escuchar al otro decir: “Me gusta de vos...”.
De las tres patas, la de la atracción tiene una
característica especial: es la única que no tiene memoria.
Yo no
puedo sentirme atraído por lo que fuiste, sino por lo que sos.
Sin embargo yo recuerdo aquel día en que te conocí.
Pienso en ese momento y se alegra el alma al rememorar. Es verdad, pero eso no
es atracción, es nostalgia.
Puedo
amarte por lo que fuiste, por lo que representaste en mi vida, por
nuestra historia. De hecho, confio en vos por lo que ha pasado entre nosotros,
por lo que has demostrado ser. Pero la atracción funciona en el presente porque
es amnésica.
La tercera pata de la mesa es la confianza y
hablar de ella requiere la comprensión de algunos conceptos previos.
Hace muchos años, cuando pensaba por primera
vez en estas cosas para la presentación del tema en las charlas de docencia
terapéuticas, diseñé un esquema que a pesar de no representar fielmente la
realidad absoluta como todos los esquemas), nos permitirá espero, comprender
algunas de nuestras relaciones con los demás.
Digo que es justamente el manejo de la
información que poseemos sobre lo interno y lo externo lo que clasifica los
vínculos en tres grandes grupos:
Las
relaciones cotidianas.
Las
relaciones íntimas.
Las
relaciones francas.
En las relaciones del primer grupo, que son la
mayor parte de mis relaciones, yo soy el que decido si soy sincero, si miento o
si oculto. Es mi decisión, y no las
reglas obligadas por el vínculo, la que decide mi acción.
¿Pero cómo?. ¿Es lícito mentir?. Veinte años
después sigo pensando lo que escribí en Cartas
para Claudia: el hecho de que yo sepa que puedo mentir es lo que hace
valioso que sea sincero.
En las relaciones íntimas, en cambio, no hay
lugar para la mentira. Puedo decir la verdad o puedo ocultarla, pero por definición estas relaciones no admiten la
falsedad.
¿Pero cual es la diferencia entre mentir y
ocultar?
Ocultar, en el sentido de no decir, es parte de
mi libertad y de mi vida privada. Y tener una relación íntima con alguien no
quiere decir terminar con mi libertad ni con mi derecho a la privacidad. Intimar con alguien no significa que yo no
pueda reservar un rinconcito para mi solo.
Si yo tengo una relación íntima con mi esposa,
entonces es parte de lo pactado que no le miento ni me miente. Supongamos que
me encuentro con mi hermano y tengo una charla con el y por alguna razón decido
que no quiero contarle a Perla lo que
hable con Cacho porque presumo, digamos, que a el no le gustaría. Es obvio que es mi derecho no decirle lo que hablé con mi hermano si no
quiero, porque pertenece a mi vida y en todo caso a la de mi hermano. Pero cuando llego a mi casa, inocentemente mi
esposa me dice: “¿De donde venís?”. Tenemos un pacto de no mentirnos, no puedo
contestarle: “Del banco”, porque eso sería falos. Entonces le digo: “De estar
con mi hermano”, deseando que no siga preguntando. Pero en el ejemplo ella me
dice: “Ah... ¿y que dice tu hermano?. No puedo decirle: “Nada”, porque sería
mentirle. No puedo decirle: “No te puedo decir”, porque también sería mentira
(de hecho, como poder, puedo). Entonces ¿qué hago?. No quiero contare y tampoco
quiero mentirle. Con tengo una relación íntima con ella, un vínculo que permite
ocultar pero no mentir, entonces le digo, simplemente: “No quiero contarte”.
Lo hablado con Cacho pertenece a mi vida personal, y he decidido ocultar de que hablamos, pero no
estoy dispuesto a mentir.
¿No sería mas fácil una mentirita sin
importancia en lugar de tantas historia? ¿Algo como “el me pidió que no lo contara” o “estuvimos
hablando de negocios”?. Claro que sería mas fácil. Pero aunque parezca menor,
esa sola mentira derrumbaría toda la estructura de nuestra intimidad. Si vas a
tomarte el derecho de decidir cuándo es mejor una pequeña mentira, entonces
nunca podré saber cuándo me estás diciendo la verdad.
En este nivel vincular yo no puedo saber si me
estás diciendo toda la verdad, pero tengo la certeza de que todo lo que me
estás diciendo es verdad.
Respecto del último estrato, la franqueza,
reservo este espacio para aquellos vínculos excepcionales, uno o dos en la vida, que uno establece con su
amigo o su amiga del alma. Un vínculo
donde ni siquiera hay lugar para ocultar.
Cuando en términos de intimidad hablo de
confianza, me refiero a la certeza a priori de que no estás mintiendo. Puede
ser que decidas no contarme algo, que decidas no compartir algo conmigo, es tu
derecho y tu privilegio, pero no me vas a mentir, lo que decidas decirme es la
verdad, o al menos lo que honestamente vos creés que es la verdad. Podés estar
equivocado, pero no me estás mintiendo.
La
confianza en una relación íntima implica tal grado de sinceridad con el otro,
que yo no contemplo la posibilidad de mentirle.
Es importante acceder a este desafío: darse
cuenta de que el amor, la atracción y la confianza son cosas que suceden o que
no suceden. Y si no suceden, la relación
puede ser buena, pero no será íntima y trascendente.
Siempre digo que la vida es una transacción no
comercial, una transacción a secas donde uno da y recibe. La intimidad está muy
relacionada con aquello que doy y aquello que recibo. Y esto algo que a veces
cuesta aprender.
Hay gente que va por el mundo creyendo que
tiene que dar todo el tiempo sin permitir que le den nada, creyendo que con su
sacrificio están contribuyendo a sostener el vínculo. Si supieran lo odioso que
es estar al lado de alguien que da todo
el tiempo y no quiere recibir, se llevarían una sorpresa.
Creen que son buenos porque están todo el
tiempo dando, “sin pedir nada a cambio”. Es muy fastidioso estar al lado de
alguien que no puede recibir.
Una cosa es no pedir cosas a cambio de lo que
doy y otra muy distinta es negarme a recibir algo que me dan o rechazarlo
porque yo decidí que no me lo merezco. Muy en el fondo el mensaje es “lo que
das no sirve”, “tu opinión no importa”,
“lo tuyo no vale” y “vos no sabés”.
Hay que saber el daño que le hacemos al otro
por negarnos a recibir lo que el otro, desde el corazón, tiene para darnos.
La transacción que es la vida permite la
entrega mutua que es, por supuesto, un pasaporte a la intimidad.
Como en todas las mesas, cada pata es
indispensable. Pero en la mesa de tres, la necesidad es mucho mas rigurosa.
En una mesa de cuatro patas, hasta cierto
punto puedo equilibrar lo que apoyé en
ella aunque falte una pata. En las mesas de tres, en cambio, basta que una esté
ausente o dañada para que la mesa y todo lo que sostenía se venga abajo.
No creo
que todos los encuentros deban terminar siendo relaciones íntimas, pero si
sostengo que sólo éstas le dan sentido al camino.
EL AMOR A LOS HIJOS
El mecanismo de identificación proyectiva, por
el cual me identifico con algo que proyecté, es muchas veces el comienzo de lo
que comúnmente llamamos “querer a alguien”. De esto se trata el
sentimiento afectivo. Sucede así con
todas las relaciones, pareja, amigos, primos, hermanos, sobrinos, tíos, cuñadas
y amantes, sucede con todos menos con los hijos. Y la excepción se debe a una
sola razón: A los hijos no se los vive como otros.
Como dije en El camino a la autodependencia cuando un hijo nace lo sentimos como
una prolongación nuestra, literalmente. Y si bien es un ser íntegro y separado,
que está afuera, no dejamos de vivirlo de este modo.
Hay una patología psiquiátrica que se llama
personalidad psicopática. Puede tratarse de criminales, delincuentes,
torturadores o cualquier cosa, lo único que les importa a los psicópatas es la
propia satisfacción de sus ambiciones personales y, dada su estructura
antisocial, no tienen inconvenientes en matar al prójimo si con ellos pueden
conseguir lo que desean.
Se trata de personas que no aceptan límites.
Los psicópatas no pueden decir “si yo fuera el”, no pueden ni por un momento
pensar en función del otro, sólo pueden pensar en si mismos. Si no pueden
identificarse tampoco pueden hacer el mecanismo de identificación proyectiva y
como el afecto empieza por la identificación, entonces no pueden querer a
nadie.
Sin embargo, cuando por alguna razón un
torturador tiene hijos, con ellos puede ser entrañable. Un psicópata puede
llegar a hacer por los hijos cosas que no ha hecho nunca por ninguna otra
persona, y lo hace aunque a la madre de esos mismos hijos, la maltrate, la golpee, la humillo o
simplemente la ignore. Porque los hijos son vividos como una parte de el mismo,
y entonces los trata como tal, con lo
mejor y lo peor de su trato consigo mismo.
Esto confirma para mi, que el mecanismo de
identificación proyectiva es para con todos menos para con mis hijos, porque
para quererlos a ellos este mecanismo no es necesario. para nosotros, que no
somos psicópatas, los hijos son también una parte nuestra con vida afuera o, como
diría Atahualpa refiriéndose a la amistad, “como uno mismo en otro pellejo”.
Todos tratamos a nuestros hijos de la misma
manera, con el mismo amor, y a veces, tristemente, con el mismo desamor que
tenemos por nosotros mismos.
Alguien que se trata bien a si mismo podrá
tratar muy bien a sus hijos.
Alguien que se maltrate va a terminar
maltratando a sus hijos.
Y posiblemente, alguien que viva abandonándose
a si mismo, es capaz de abandonar a un hijo.
Porque no hay otra posibilidad mas que hacerles
a nuestros hijos lo mismo que nos hacemos a nosotros.
Sin embargo, como hijos de nuestros padres,
nosotros no sentimos que ellos sean una prolongación nuestra, y de hecho
no lo son.
Mis hijos son para mi un pedazo de mi vida y
por eso los amo incondicionalmente, pero yo no lo soy para ellos.
La
sensación de pertenencia y de la incondicionalidad es de los padres para con
los hijos, pero de ninguna manera de los hijos para con los padres.
¿Serán capaces los hijos de sentir esto alguna
vez?
Si... por sus hijos. Pero no por mi.
El amor de los padres es un amor desparejo que
se completa en la generación siguiente. Se trata de un caso de reciprocidad
diferida o mas bien, debo decir, desplazada, devolverás en tus hijos lo que
yo te di.
No es ningún mérito querer a los hijos, pero
para que ellos puedan querernos, van a tener que tomarse todo el trabajo....
Van a tener que empezar por ver un pedazo de nosotros en el cual se pueden
proyectar... identificarse luego con él... y transformar esa identificación en
amor. Y entonces nos querrán (o no) dependiendo de lo que les haya pasado en
ese vínculo.
Estoy hablando
del amor de la madre y del padre. La vivencia de la prolongación no es
una cosa selectiva de la mamá, es una vivencia de la mamá y del papá.
Hay mujeres que, además del privilegio del
embarazo, creen tener el oscuro derecho de negar que a los hombres también nos
sucede esto con nuestros hijos,
En una de mis charlas, una señora me dijo:
“Yo
estudié que el amor de la madre por el hijo se da naturalmente, y que el amor
del padre por el hijo se da a través del deseo por la madre”.
Y siguió ante la mirada de la sala.
“No lo
digo desde mi, sino por estudios que se han hecho...”.
Lo que
ocurre es que algunos de los primeros terapeutas eran bastante antiparentales.
Yo creo que era una manera de confrontar la tradicional verticalidad de la educación escolástica. En
verdad, no se que habrá pasado con aquellos psicoanalistas y sus hijos, pero lo
que me pasó a mi y lo que le pasa a la gente que yo conozco, es que siente el
amor por lo hijos desde todos lados y mas allá de la historia del amor por su
madre. de lo contrario, no se entendería como un padre es capaz de dar su vida
por el hijo y no siempre por su esposa. Algo debe pasar. A mi no me coincide.
Es mas, creo que si alguien quiere a su hijo a partir del amor de la esposa,
algo muy complicado le está pasando en la cabeza. Mas allá de lo que digan los
libros.
Si bien es verdad que porcentualmente se ven mas hijos abandonados
por los padres que por las madres, habría que ver si esto demuestra que los
padres son incapaces de querer a los hijos como una prolongación propia, o si
es el afecto de una derivación social, donde el lugar que se le da al padre
motiva esta actitud.
Si
dejáramos a los padres sentir las cosas que las madres dicen sentir en
exclusividad, quizás no existirían tantos papás abandonando a sus hijos.
Si la madre cree tener unívocamente derecho a la posesión sobre los hijos y la
sociedad se la avala, ¿qué lugar le queda al papá?. Es responsabilidad del papá la manutención
económica y de la mamá la contención y la presencia afectiva.
Así, la estructura social dice que a la madre
no se la puede separar del chico, con toda razón, y que si se puede separar al
padre del chico, con no se cuánta razón.
Y sin embargo eso dicen los expertos. ¿Podemos
creerles?.
En la película “Juego de seducción”, un hombre
de aspecto rural cuenta en cámara la siguiente historia:
Cuando yo
tenía 8 años, encontré el Río Perdido. Nadie sabía dónde estaba, nadie en mi
condado podía decirte cómo llegar, pero todos hablaban de el. Cuando llegué por
primera vez al Río Perdido, me di cuenta rápidamente de que estaba allí. Uno se
da cuenta cuando llegue. ¡Era el lugar mas hermoso que jamás vi, había árboles
que caían sobre el río y algunos peces enormes navegaban en las aguas
transparentes!. Así que me saqué la ropa y me tiré al río y nadé entre los
peces y sentí el brillo del sol en el agua, y sentí que estaba en el paraíso.
Después de pasar la tarde de ahí, me fui marcando todo el camino hasta llegar a
mi casa y allí le dije a mi padre:
- Papá,
encontré el Río Perdido.
Mi papá me
miró rápidamente y se dio cuenta de que
no mentía. Entonces me acarició la cabeza y me dijo:
- Yo tenía
mas o menos tu edad cuando lo vi por primera vez. Nunca pude volver.
Y yo le
dije:
- No,
no... Pero yo marqué el camino, dejé huellas y corté ramas, así que podemos
volver juntos.
Al día
siguiente, cuando quise volver, no puede encontrar las marcas que había hecho,
y el río se volvió perdido también para mi. Entonces me quedó el recuerdo y la
sensación de que tenía que buscarlo una vez mas.
Dos años
después, una tarde de otoño, fuimos a la dirección de guardaparques del condado
porque mi papá necesitaba trabajo. Bajamos a un sótano, y mientras papá
esperaba un una fila para ser entrevista, vi que en una pared había un mapa
enorme que reproducía cada lugar del condado: cada montaña, cada río, cada
accidente geográfico estaba ahí. Así que me acerqué con mis hermanos, que eran
menores, para tratar de encontrar el Río Perdido y mostrárselo a ellos.
Buscamos y buscamos, pero sin éxito.
Entonces
se acercó un guardaparques grandote, con bigotes, que me dijo:
- ¿Qué
estás buscando, hijo?
- Buscamos
el Río Perdido - dije yo, esperando su
ayuda.
Pero el
hombre respondió:
- No existe
ese lugar.
- ¿Cómo
que no existe?. Yo nadé ahí.
Entonces
el me dijo:
- Nadaste
en el Río Rojo.
Y yo le
dije:
- Nadé en
los dos, y se la diferencia.
Pero el
insistió:
- Ese
lugar no existe.
En eso
regresó mi papá, le tiré del pantalón y le dije:
- Decile,
papá, decile que existe el Río Perdido.
Y entonces
el señor de uniforme dijo:
- Mirá
niño, este país depende de que los mapas sean fieles a la realidad. Cualquier
cosa que existiera y no estuviese aquí en el mapa del servicio oficial de
guardaparques de los Estados Unidos, sería una amenaza contra la seguridad del
país. Así que si en este mapa dice que el Río Perdido no existe, el Río Perdido
no existe.
Yo seguí
tirando de la manga de mi papá y le dije:
- Papá,
decile...
Mi papá
necesitaba el trabajo, así que bajó la cabeza y dijo:
- No hijo,
el es experto, si el dice que no existe...
Y ese día
aprendí algo: Cuidado con los expertos. Si nadaste en un lugar, si mojaste tu
cuerpo en un río, si te bañaste de sol en una orilla, no dejes que los expertos
te convenzan de que no existe. Confiá mas en tus sensaciones que los expertos,
porque los expertos, son gente que se moja pocas veces.
¿Cuántos hijos habrán tenido esos expertos que
excluyen del vínculo emocional a los padres?.
¿En que río no habrán nadado?
La verdad, ¿qué imprta lo que digan los
psicólogos?. Que imprta lo que diga yo, lo que digan los libros, ¡que importa
lo que diga nadie!. Lo que importa en el amor es lo que cada uno siente.
Porque cada uno sabe perfectamente cuánto
quiere a sus hijos, porque en todo caso este es tu Río Perdido, el que no está
en ningún mapa.
El primer embarazo de mi esposa no lo
diagnosticó el obstetra, lo diagnosticó
mi clínico. Sucedió que en dos semanas yo engordé 5 kilos, me sentía mareado,
tenía náuseas, y fui a ver a mi médico. El me revisó y me dijo:
- ¿No
estará embarazada Perli?
Yo le dije que no porque realmente no sabíamos
nada. Así que volvía a casa y le dije a mi esposa:
- ¿Estás embarazada vos?
- No, tengo un atraso de una semana, pero no
creo...
Y ocho meses después nacía Demián.
Todos los hombres han sentido envidia de no ser
capaces de llevar en la panza a sus hijos, y esta envidia tiene muchos matices
y redunda en muchas actitudes. Pero sobre todo, en una sociedad que carga al
varón con mucho peso respecto de la responsabilidad, una sociedad que frente a
un embarazo lo que les dice a las mujeres es: “Que suerte, te felicito”, y a
los hombres le dice: “Se acabó la joda, macho, ahora si que vas a tener que
yugar”... yo me pregunto: ¿Cómo el hombre no va a tener ganas de irse al
cuerno?. ¿No seremos nosotros los que
estamos condicionando estas respuestas
dándole tanto lugar de privilegio al amor de la madre y desplazando el
lugar amoroso del padre?.
Desde el punto de vista de mi especialidad,
siempre sé que hay un trastorno severo previo en alguien que no querer a su
propio hijo. Pero también se que no necesariamente hay un trastorno estructural
severo en alguien que no quiere a su papá o a su mamá. Sufrirá, y padecerá la
historia de no quererlos, pero no forzosamente tiene un trastorno de
personalidad.
Uno podría pensar que, por la continuidad
genética, este fenómeno de la vivencia de prolongación sucede sólo con los
hijos biológicos. Pero no es así. A los hijos adoptivos se los quiere exactamente igual, con la misma intensidad y
la misma incondicionalidad que a los hijos naturales, y esto es fantástico.
Adoptar no quiere decir criar ni anotar oficialmente a alguien en nuestra
libreta matrimonial, significa darle a ese nuevo hijo el lugar de ser una
prolongación nuestra.
Cuando yo adopto verdaderamente desde el corazón, mi hijo es vivido por mi
como si fuera un pedazo mío, exactamente igual, con la misma amorosa actitud y
con la misma terrible fusión que siento con u n hijo biológico.
Y así como ambos llegaron a nuestras vidas por
una decisión que tomamos, así, nuestros hijos, biológicos o adoptados, son
vividos como una materialización de nuestro deseo y también como la respuesta a
alguna insatisfacción o necesidad de reparación. Por eso los condicionamos con
nuestras historias, las buenas y malas. Los educamos desde nuestras estructuras
mas sanas y también desde nuestro lado mas neurótico, lo cual, como digo
siempre un poco en broma y un poco en serio, quizás no sea tan malo para ellos.
Pobres de mis hijos si les hubiese tocado tener dos padres normales, carentes
de un nivel razonable de neurosis. ¡Imagínense!, aterrizar sin entrenamientos
en un mundo como el que vivimos, lleno
de neuróticos... sería un martirio.
Con Perla y conmigo, mis afortunados hijos simplemente
salieron a la calle y dijeron:
“¡Ah!. ¡Es
como en mi casa!. ¡Está todo bien!”...
Aprendieron a manejarse con padres neuróticos
para poder manejarse en la vida. Lo digo en tono irónico, pero es cierto.
A nuestros hijos les sirve nuestra neurosis
porque, les guste o no, van a vivir inmersos en una sociedad neurótica. Decía
Erich Fromm: “Si a mi consultorio llega un hombre sano, mi función sería
neurotizarlo suficientemente para que pudiera vivir adaptado”.
DIVORCIO DE LOS PADRES
Antes de ser adultos, los hijos son casi
exclusivamente nuestra responsabilidad, y ésta implica un cierto compromiso de
sostener la institución familiar para ellos.
Cuando mis colegas, mas viejos que yo,
transitaban los comienzos de la psicología, la línea era mas simplista en
cuanto a la separación. Se decía:
“Siempre
es mejor para los hijos ver a los padres felices y separados que verlos juntos
y pelándose”.
Se hablaba con un exceso de soltura, una cierta
liviandad que rozaba la desfachatez y que hoy nos asombran. Los terapeutas
hemos cambiado mucho.
En nuestros días, ya no estamos tan seguros de
que sea siempre así.
La mayoría de las personas que trabajamos con
parejas pensamos que la estructura familiar y la relación amorosa entre padre y
madre frente a los hijos (sobre todo cuanto mas chicos sean) es importante para
el establecimiento de su identidad y, por ende, de su salud futura.
Nadie sabe con certeza los efectos que pueden
causar en la psiquis de un chico menor de dos años la separación de sus padres.
Es muy probable que si no hay “tironeos”
del niño, las consecuencias sean leves. Sin embargo, aun cuando la
posibilidad de dañar sea pequeña, creo que hay que ser cautelosos con esta
responsabilidad empezando desde el momento de tomar la decisión de tener hijos.
Una pareja
viene a verme y me dice:
- Nos
vamos a casar, queremos tener hijos...
Entonces
yo les digo:
- Saben
ustedes que si quedan embarazados a partir de aquí, nueve meses, mas dos años,
no pueden separarse pase lo que pase entre ustedes?
- ¿Cómo
que no nos podemos separar?. ¿Quién lo dice?.
- Yo.
Igual no me escuchan, pero es lo que yo creo y
por lo tanto les aviso.
Insisto: la amenaza que representa para un
chico una situación como esta no se puede medir.
Dense cuenta.
Tener un hijo es algo maravilloso, pero no es
poca cosa e implica una responsabilidad superior, que dura, en forma gradual,
enormemente hasta que tiene dos años, prioritariamente hasta que tiene cinco,
especialmente hasta que tiene diez, mucho hasta que tiene quince, y bastante
hasta que tiene veinticinco.
¿Y después?.
Después harás de tu vida lo que quieras. Porque
la verdad es que no vas a cambiar gran cosa lo que tu hijo sea, piense o diga
con lo que haga.
¿Es mejor que sigan peleándose y tirándose
platos?
Depende del caso, digo yo.
Hay casos y casos. Si papá corre a mamá con un
cuchillo por la casa, es mejor que separen, no hay duda. Si no es así, habrá
que pensar en cada situación. Por supuesto, no alcanza con el famoso “no nos
queremos mas”...
Recuerdo que hace unos años, durante un
entrenamiento como terapeuta de familia, presencié detrás de un cristal una
sesión de terapia de pareja manejada por un colega genial.
El y ella
de unos veinticinco años cada uno, exponían sus puntos mas o menos similares:
“No va mas. Nos queremos separar... Se terminó”. El terapeuta preguntó por la
edad de los hijos y la mujer contestó: “El mayor tiene tres años y la bebita
seis meses”. Entonces el terapeuta sugirió que la separación podría dañar a los
niños, y el marido dijo: “Es que no somos felices...”.
“Si no son
felices – dijo el colega – por su bienestar deben separarse, pero me pregunto
¿quién se va a ocupar de la infelicidad de los chicos?. ¿No son felices?.
Bánquense la historia, esperen un poquito, busquen la manera de convivir, sean
cordiales... Lo lamento, pero hay un tema de responsabilidad para asumir. Si no
querían asumirla debieron pensarlo antes. Hoy es tarde. Quizás volverá a ser el
momento, pero dudo que lo sea ahora. Yo entiendo... Hay fatalidades. No
pudieron evitarlo, no quisieron evitarlo, son dos tarambanas, irresponsables,
no lo pensaron, se les escapó, se les pinchó, hicieron mal los cálculos... Qué
pena... pero ahora, ahora háganse cargo. Nada de lo que dicen es una excusa
para permitirse dañar a los que no se pueden defender... Lo siento”.
Y yo estoy de acuerdo. Antes de separarse hay
que evaluar muy bien. Sobre todo cuando los hijos son menores de dos años.
Abandonar la estupidez que sostiene los que nada saben: “Cuánto antes, mejor” (?). No creo .
No hay que menospreciar el daño que se puede
causar a un bebé que es una esponja y que, si bien entiende todo, no puede
preguntar nada.
Una pareja
que tiene hijos de cualquier edad no debería separase hasta no haber agotado todos
los recursos... Todos.
Por supuesto, hay veces que no hay nada mas
para hacer. Los recursos se agotaron y la pareja se separa. Y así como soy de
lapidario antes de la separación después de consumada creo que es bueno saber
que la vida no termina en fracaso porque se caiga un proyecto.
Si los padres no quisieron, no pudieron o no
supieron seguir juntos para los hijos, es bueno pensar que papá y mamá
pueden ser queridos por otra persona, que pueden llegar a armar una
nueva pareja. Y los hijos valoran esto, aunque en un primer momento se opongan.
Porque si mamá por ejemplo, se queda sola para
siempre, los hijos van a terminar acusando a papá por aquella soledad.
LOS CHICOS CRECEN
Cuando una pareja se constituye y decide parir
hijos, aunque no piense en lo que va a pasar, está asumiendo una responsabilidad
fantástica, pero también dramática a futuro. Y uso esta palabra porque siempre es dramático
darme cuenta de que aquel a quien amo tanto como a mi mismo, o mas, me va a
abandonar, me va a criticar, me va a despreciar, va a decidir en algún momento
vivir su vida sin mi.
Y esto es lo que nuestros hijos van a hacer, lo
que deben hacer, lo que debemos enseñarles que hagan. Con un poco de suerte los
veremos abandonar el nido aunque carguen con las carencias de nuestras miserias
y aunque a veces tengan que padecer los condicionamientos de nuestros aciertos.
Recomiendo una pequeña tarea.
Tomen una página y divídanla en dos columnas:
una encabezada por “Recibí” y la otra por “Me faltó”. En la primera columna,
anoten todo lo que ustedes hayan recibido en sus casas de origen, y la segunda,
todo lo que crean que les ha faltado.
Si yo tuviera que escribir esto para mi, diría
que recibí mucho amor, cuidado, protección, estímulo, normas y conciencia de la
importancia del trabajo, y diría que me faltó presencia, reconocimiento,
caricias y juegos.
Esta es mi historia, como yo la cuento, la de
ustedes será diferente.
Las cosas que he recibido y las cosas queme han
faltado condicionaron mi manera de ser
en el mundo. Indudablemente, este que soy está claramente determinado por
aquellas cosas que recibí y aquellas cosas que me faltaron.
La lista de ustedes ocasiona que sean de una
determinada manera. Y serían de otra forma si hubieran recibido y les hubieran
faltado otras cosas.
Ahora bien, saquémosle el juego al ejercicio.
Cuando yo salga de la casa de mis padres para
ir al mundo a buscar mi propia vida, voy a tener tendencia (no condicionamiento
absoluto) a elegir a alguien, o algunos, que en principio me puedan dar lo que
me faltó. ¿Cómo podría no ir a buscar a aquellos que me den las cosas que me
faltaron?.
Y entonces, seguramente, yo, fue al mundo a
buscar a alguien que estuviera siempre presente, que me valorara y me
reconociera, que me diera las caricias que a veces me faltaron y que fuera
capaz de jugar y de divertirse conmigo (lo que recuerdo que me faltó).
Cuando crecemos, en lugar de transformar esa
falta en una acusación hacia los padres, salimos a buscar lo que sentimos que
nos faltó.
Sin duda, nuestra manera de evaluar lo que nos
faltó está condicionada por lo que somos, pero no se trata ya de mis padres,
sino de mi.
Este juego está aquí para mostrar cómo mi historia puede condicionar mi libertad
para elegir, pero también para establecer que esa libertad no puede evitarse.
Y si es cierto que salgo a buscar lo que me
faltó, también es verdad que lo que mas tengo para ofrecer es lo que recibí. Y
entonces, aunque suene incoherente, a cambio de todas mis demandas, yo voy a
tener tendencias a ofrecer, mi amor, mi cuidado, mi protección, mi estímulo,
mis normas y mi conciencia de la importancia de trabajar.
Y esta es mi manera de ser en el mundo.
Salimos al
mundo a buscar lo que nos faltó ofreciendo a cambio de lo que recibimos.
Y mismo estoy bastante satisfecho de dar mi
amor, mi cuidado, mi protección y mis normas, cuando el otro viene y me dice:
acá estoy, yo te reconozco, vení que te acaricio, vamos a jugar... Esto no
tiene nada de malo.
Lo que no sería muy sano es que yo
conteste enojado:
“Ah, no.
¡No es el momento!. Porque ahora... ¡hay que trabajar!...”.
a veces, la disparidad entre las cosas que
pedimos y las que damos a cambio puede ser muy grande. Por supuesto, uno puede
elegir para dar a cambio otras cosas que las que recibió en casa de sus padres.
Porque aunque la tendencia natural es a dar estas cosas, uno ha crecido, se ha
nutrido, ha aprendido.
Ojalá descubra que si bien hay un
condicionamiento en lo que recibí, puedo
conocerme y librarme de el para dar lo que elijo dar, y si no puedo hacerlo
solo, puedo pedir ayuda.
Cuidado, ayuda no es sinónimo de terapia, es
mas, lamentablemente hay cosas que la terapia no enseña, cosas que hay que
aprenderlas viviendo la vida. Con respecto a esas cosas, un terapeuta sirve
cuando las otras instancias para recibir lo que necesito han fracasado. Sólo
ahí.
Y pese a lo que ustedes crean, la mayor parte
de mis colegas está de acuerdo con esto y asume con vocación y responsabilidad
el rol reparador o de sustituto que el paciente necesaria. Creo que cuando uno no ha recibido en la casa de
los padres estas cosas que le han faltado,
las va a buscar afuera. Y si uno busca, en realidad siempre encuentra. Y la
verdad es que la única posibilidad de que alguien reciba algo de su terapia es
que se vincule humanamente con el terapeuta. No pasa pro una técnica, sino por
el vínculo sano entre ellos.
Una vez, en un grupo terapéutico, una mujer que
estaba muy afectada y muy dolida, en una situación personal muy complicada,
hizo el ejercicio delante del grupo. Pensó mucho tiempo y dijo: ¿Qué recibí?. Y
anotó: “Nada”. Y agregó: “Por lo tanto me faltó : Todo”.
Cuando hice la devolución, tuvo que darse
cuenta que ella vivía en el mundo
exigiendo “todo” a cambio de lo cual no daba “nada”.
Y por supuesto que lloraba todo el tiempo sus
carencias y su soledad.
Y por supuesto que se quejaba de la injusticia
de que nadie le quisiera dar lo que ella necesitaba.
Porque estaba puesta en este lugar: buscaba a
alguien que le diera “todo” a cambio de “nada”.
La vida es una transacción: dar y recibir son
dos caras de la misma moneda. Si la moneda tiene una sola cara, es falsa,
cualquiera sea la cara que falte. Es de todas formas dramático que alguien no
quiera recibir “nada” a cambio de darlo “todo”.
Había una
vez, en las afueras de un pueblo, un árbol enorme y hermoso que generosamente
vivía regalando a todos los que se acercaban el frescor de su sombra, el aroma
de sus flores y el increíble canto de los pájaros que anidaban entre sus ramas.
El árbol
era querido por todos en el pueblo, pero especialmente por los niños, que se
trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su complicidad
complaciente.
Si bien el
árbol tenía predilección por la compañía de los mas pequeños, había un niño
entre ellos que era su preferido. Éste aparecía siempre al atardecer, cuando
los otros se iban.
- Hola
amiguito – decía el árbol, y con gran esfuerzo bajaba sus ramas al suelo para
ayudar al niño en la trepada, permitiéndole además cortara algunos de sus
brotes verdes para hacerse una corona de hojas aunque el desgarro le doliera un
poco. El chico se balanceaba con ganas y le contaba al árbol las cosas que le
pasaban en la casa.
Con el
correr del tiempo, cuando el niño se volvió un adolescente, de un día para otro
de visitar al árbol.
Años
después, una tarde, el árbol lo ve caminando a lo lejos y lo llama con entusiasmo:
- Amigo...
amigo... Vení, acercate... Cuánto hace que no venís... Trepate y charlemos.
- No tengo
tiempo para esas estupideces –dice el muchacho.
- Pero
disfrutábamos tanto juntos cuando eras chico...
- Antes no
sabía que se necesitaba plata para vivir, ahora busco plata. ¿Tenés plata para
darme?.
El árbol
se entristeció un poco, pero se repuso enseguida.
- No tengo
plata, pero tengo mis ramas llenas de frutos. Podés subir y llevarte algunos,
venderlos y obtener la plata que querés...
- Buena
idea – dijo el muchacho, y subió por la rama que el árbol le tendió para que se
trepara cuando era chico.
Luego
arrancó todos los frutos del árbol, incluidos los que todavía no estaban
maduros. Llenó con ellos unas bolsas de arpillera y se fue al mercado. El árbol
se sorprendió de que su amigo no le dijera ni gracias, pero dedujo que tendría
urgencia por llegar antes que cerraran los compradores.
Pasaron
casi diez años hasta que el árbol vio
otra vez a su amigo. Era un adulto ahora.
- Que
grande estás – le dijo emocionado -, vení subite como cuando eras chico,
contame de vos.
- No
entendés nada, como para trepar estoy yo... Lo que necesito es una casa.
¿Podrías acaso darme una?
El árbol
pensó unos minutos.
- No, pero
mis ramas son fuertes y elásticas. Podrías hacer una casa muy resistente con
ellas.
El joven
salió corriendo con la cara iluminada. Una hora mas tarde llegó con una sierra
y empezó a cortar ramas, tanto secas como verdes. El árbol sintió el dolor,
pero no se quejó. No quería que su amigo se sintiera culpable. Una por una,
todas las ramas cayeron dejando el tronco pelado. El árbol guardó silencio
hasta que terminó la poda y después vio al joven alejarse esperando inútilmente
una mirada o gesto de gratitud que nunca sucedió.
Con el
tronco desnudo, el árbol se fue secando. Era demasiado viejo para hacer crecer
nuevamente ramas y hojas. Que lo alimentaran. Quizás por eso, cuando diez años
después lo vio venir, solamente dijo.
- Hola.
¿Qué necesitás esta vez?
- Quiero
viajar. Pero ¿qué podés hacer vos?. No tenés ramas ni frutos para vender.
- Qué
importa, hijo –dijo el árbol -, podés cortar mi tronco, total yo no lo uso. Con
él podrías hacer una canoa para recorrer el mundo.
- Buena
idea – dijo el hombre.
Horas
después volvió con un hacha y taló el árbol. Hizo su canoa y se fue. Del árbol
quedó sólo el pequeño tocón al ras del suelo.
Dicen que
el árbol aún espera el regreso de su amigo para que le cuente de su viaje.
Nunca se
dio cuenta de que ya no volverá. El niño ha crecido y esos hombres no vuelven
donde no hay nada para tomar. El árbol espera, vació aunque sabe que no tiene
nada mas para dar.
Repito. Nuestros condicionamientos han hecho de
nosotros estos que somos, pero seguimos pudiendo elegir.
Cuando yo asuma que no es posible encontrar a
alguien que pueda darme presencia, reconocimiento, caricias y juegos soportando
mis normas, mis exigencias y mi exceso de trabajo... quizás empiece a corregir
lo que doy. Quizás aprenda a dar otras cosas. Quizás aprenda algo nuevo.
Puede suceder que en este ejercicio te
encuentres sintiendo que aquello que te faltó, en realidad es lo que mas das. A
veces pasa...
Es que en el camino aprendo a dar lo que
necesito.
Es una explosión muy interesante, una jugada
maestra para tratar de obtener lo que quiero.
Por ejemplo, voy por el mundo mostrando que
acepto a todos, no porque quiera aceptarlos, sino porque en realidad es lo que
busco, alguien que me acepte incondicionalmente. Un pequeño intento para ver si
me vuelve lo mismo que yo estoy necesitando.
Vuelvo a los hijos. Decía yo hasta su adultez
los hijos son nuestra responsabilidad. Y si uno no está dispuesto a asumir una
responsabilidad como esta, es deseable que no tenga hijos.
No es obligatorio.
En muchos países de Europa hay una tendencia a
no tener hijos. Cada vez hay mas parejas en el mundo que deciden no tenerlos.
En la Argentina también se da este fenómeno. El argumento esgrimido es:
- En un
mundo de sufrimiento y de crisis, donde los valores se han perdido... ¿por qué
vamos a traer a otros a sufrir?
Algunas parejas me han dicho esto en España,
adonde viajo a menudo, y en mi discusión con ellos les dije que su actitud me
parecía razonable, que lo podía entender intelectualmente pero sugerí:
- Adopten
uno, porque ya está, ya fue parido, y va a sufrir mucho mas si ustedes no lo
crían...
- No
bueno... Nosotros tenemos mucho para disfrutar... y en realidad...
Entonces, el argumento es otro. Siempre lo fue.
- Nosotros
no queremos tener hijos porque queremos pasarla bien y disfrutar. Mi pareja y
yo estamos para nosotros, no queremos usar ni un poco de nuestro tiempo para
nadie...
Será una postura rara de comprender para los
que somos padres, pero se entiende. El argumento anterior no. Quizás por el
hecho de ser médico, que me inclina a pensar que, de todas maneras, siempre la vida
es mejor que la no vida. O acaso por que no estoy tan seguro de que el mundo
vaya en camino de ese lugar tan agorero y nefasto.
Mi
pronóstico no es el de un mundo
siniestro y terrible, sino el de un mundo incierto.
Gran parte de estas cosas que no pasan tienen
origen en la velocidad de la comunicación.
Entre el año 400 – cuando se empieza a llevar
registro concreto del conocimiento - y
el año 1500, el conocimiento de la humanidad se multiplicó por dos. Desde el año 1500 hasta que se
volvió a duplicar, pasaron 250 años. Es decir, llevó mil cien años que el
conocimientos e duplicara por primera vez, y llevó 250 para que volviera a
multiplicarse por dos.
La siguiente vez que se midió el conocimiento
global fue en 1900, y ya era 2,5 (mas que el doble), pero llevó menos tiempo:
150 años. De allí en adelante, la velocidad de multiplicación del conocimiento
se fue achicando. Hoy, en el año 2001, se supone que el conocimiento global de
la humanidad, en algunas ciencias mas, se multiplica por dos cada veinte años.
Se calcula que para el año 2020 el conocimiento global de la humanidad se va a multiplicar cada seis meses. Cada
seis meses la humanidad va a saber el doble de lo que sabía 180 días antes en
casi todas las áreas.
Entonces, yo me pregunto...
¿Qué les voy a explicar a mis hijos? ¿Qué?.
Todo lo que yo les enseñe, cuando ellos sean
grandes, no les va a servir demasiado.
Salvo que les enseñe... cómo buscar sus propias
repuestas.
Esta es la línea pedagógica actual, que los
padres estamos aprendiendo de los maestros:
- Papi...
¿cómo está compuesta el agua?
- Mirá, este es el atlas, esta es la
enciclopedia, vamos a buscarlo...
¡Aunque yo lo sepa!. ¿Para que? ¿Para hacerle
creer que no lo se?. No. Para enseñarle la manera de encontrar sus propios
datos.
Claro, para eso hay que renunciar a la vanidad
del padre de decir:
¡Yo te
digo, pibe... H2O, Carlitos, H2O!.
El problema está en asumir que las referencias
mías me sirven a mi, no les sirven a mis todos. Yo puedo enseñarles a mis hijos
mis referencias, pero aclarándoles que son mías. Lo que no puedo hacer es
esneñarles a mis hijos referencias pretendiendo que sean las de ellos y que las
tomen como propias.
La actitud inteligente es transmitir a nuestros
hijos lo que aprendimos sabiendo que podría no servirles. Tenemos que tener la
humildad. Saber que ellos van a poder tomar de nosotros lo que les sirve y
descartar el resto.
La conducta efectiva se apoya no sólo en el
aprendizaje académico, sino también en el desarrollo de la inteligencia
emocional y en la experiencia de vida.
Y esta es la incertidumbre. Una incertidumbre
que no es académica, que es un hecho concreto vinculado con nuestra probada
incapacidad para prever el mundo en el cual vamos a vivir.
Cuando yo estaba en el colegio secundario, mi
papá me decía:
“Si vos
estudiás una carrera, si vos sos trabajador, si sos honesto, si no sos vago, si
no estafás a la gente, si sos consecuente, yo no te puedo asegurar que vas a
ser rico, pero vas a poder darle de comer a tu familia, vas a tener una casa,
vas a tener un auto, vas a poder irte de vacaciones y vas a poder educar a tus
hijos y casarlos para que ellos estén bien”.
Cuando mi papá me lo decía, eso era verdad. No
era conocimiento académico, era conocimiento de vida, él lo había aprendido así
y era cierto. Si hoy le dijera eso a mi hijo, le estaría mintiendo. Porque yo
no puedo asegurarle que si estudia una carrera y es un trabajador honesto, va a
poder comer todos los días. Y el lo sabe.
El mundo es incierto para nuestros hijos. No es
nuestra culpa, pero es así.
El mundo de hoy es otro, y esto tiene que ver
con el conocimiento. El mundo no cambia sólo en lo académico, cambia también en
estas cosas.
Y entonces, yo voy a tener que aprender que no
puedo seguir diciéndole estas estupideces a mi hijo, porque son mentiras. Yo lo
se y el también lo sabe.
Tengo que enseñarle mis referencias, que
incluyen mis valores y mis habilidades emocionales, pero tengo que tener la
suficiente humildad para saber que son reglas que el puede cuestionar.
Mi papá me decía: “¡Si yo te digo que es así... es así!”.
Si yo le digo a mi hijo esto hoy... ¡se
atraganta de risa!. Y tiene razón. ¿Por qué va a ser así porque yo digo que es
así?
La certeza de mi papá era honesta. Mi
incertidumbre también.
Pero atención, no digo que no haya que decirles
nada y pensar: "total... que se arreglen”. No.
Tenemos que empezar a tomar conciencia de esta
situación para centrarnos mas en transmitir lo mismo que transmitimos con mas
énfasis todavía en los valores y en las cosas que creemos, pero sabiendo que
ellos van a tener que adaptarlas a su propio mundo, traducirlas a sus propios
códigos. No van a poder tomarlas tal cual se las decimos.
Cada vez que hablo de este tema en una charla,
alguien salta y dice:
“No,
porque mi generación fue la mas jodida...”.
Todas las generaciones creen que son la
bisagra, la que mas sufrió... No hay una sola generación que no me haya dicho
esto.
Claro, ¡como no van a saltar!. Saltan porque yo
les estoy diciendo: Todos sus esfuerzos son inútiles. ¿Por qué no se dejan de molestar
a los pobres chicos?.
Voy a darnos un mensaje para nosotros mismos:
Nuestra generación de padres no es la peor, la
peor es la de mis viejos. ¿Por qué?. Porque la generación que hoy tiene entre
70 y 80 años es la que sufrió el odioso cambio de jerarquías.
Cuando mi
viejo era chico y se cocinaba pollo, que era todo un acontecimiento, mi abuela
lo servía y mi abuelo, que le gustaba la pata, agarraba las dos patas de pollo,
se las servía para el y dejaba el resto para que los hijos agarraran. Y a nadie
se le ocurría cuestionar el derecho de mi abuelo. Era un derecho del padre de
familia servirse primero.
Cuando mi
viejo tuvo a sus hijos. ¡Le cambiaron las reglas! ¿Es casi una maldad!.
Lo que le pasó a la generación de mi viejo no
tiene nada que ver con lo que nos pasó a nosotros.
Nuestra generación ha sido privilegiada. Y la
de nuestros hijos también.
Nosotros pasamos por tener el lugar de elegir.
¡Nuestros viejos nunca!.
Mi abuelo, que no era el privilegiado cuando
era chico, si lo fue de grande. Es decir, en algún momento ligó. Y nosotros
también. ¡Los viejos que nacieron en el primer cuarto de siglo, no!. Esos no
ligaron nunca.
LA FAMILIA COMO TRAMPOLIN
La casa donde vivió el niño que fui y las
personas con las que compartí mi vida familiar fueron el trampolín hacia mi
vida adulta.
La familia siempre es un trampolín y en algún
momento tenemos que plantarnos allí y saltar al mundo de todos los días.
Si al saltar del trampolín me quedo colgado,
dependo, y finalmente nunca hago mi viaje.
Que bueno sería animarse a saltar del trampolín
de una manera espectacular.
Esto es posible si el trampolín es saludable.
Si la relación familiar es sana. Si la pareja es soportativa.
Este trampolín tiene cuatro pilares
fundamentales. Tan fundamentales que si no son sólidos, ningún chico puede
caminar por el sin caerse.
El primer
pilar es el amor
Un hijo
que no se ha sentido amado por sus padres tiene una historia grave: le será muy
difícil llegar a amarse a si mismo. El amor por uno mismo se aprende del amor
que uno recibe de los padres. No quiere decir que no se pueda aprender en otro
lado, sólo que este es el mejor lugar donde se aprende. Por supuesto que además
un niño que no ha sido amado no puede amar, y si esto sucediera para que
saldría a encontrarse con los otros.
El trampolín que no tiene este pilar es
peligroso. Es difícil caminar por el. Es un trampolín inestable.
El segundo
pilar es la valoración
Si la familia no ha tenido un buen caudal de
autovaloración, si los padres se juzgaban a si mismo como poca cosa, entonces
el hijo también se siente poca cosa.
Si uno viene de una casa donde no se lo valora,
a uno le cuesta mucho valorarse. Las casas con un buen nivel de autoestima
tiene trampolines adecuados. Dice Virginia Satir: “En las buenas familias la
olla de autoestima de la casa está llena”. Quiere decir: los papás creen que
son personas valiosas, creen que los hijos son valiosos, papá cree que mamá es
valiosa, mamá cree que papá es valioso, papá y mamá creen que su familia es
valiosa y ambos están orgullosos del grupo que armaron.
Cuando un hijo llega a la casa y dice: “¡Que
linda es esta familia!”, ahí sabemos que el trampolín está entero.
Cuando el chico llega a la casa y dice: “¿Me
puedo ir a vivir a lo de la tía Margarita?”... estamos en problemas.
Cuando un padre le dice a un hijo: “¡Porque no
te vas a vivir con la tía Margarita!”, también algo complicado está pasando.
El tercer
pilar
Las normas deben existir con la sola condición
de no ser rígidas, sino flexibles, elásticas, cuestionables, discutibles y
negociables. Pero tienen que estar.
Así como creo que las reglas en una familia
están para ser violadas y que será nuestro compromiso crear nuevas, creo
también que este proceso debe apoyarse en un tiempo donde se haya aprendido a
madurar en un entorno seguro y protegido. Este es el entorno de la familia. Las
normas son el marco de seguridad y previsibilidad necesario para mi desarrollo.
Una casa sin normas genera un trampolín donde el hijo no puede plantarse para saltar...
El último
pilar es la comunicación
Para que el salto sea posible, es necesaria una
comunicación honesta y permanente.
Ningún tema ha sido mas tratado por los libros
de psicología como el de la comunicación. Léanlos en pareja, discútanlo con sus
hijos, chárlenlos entre todos con el televisor apagado... Esta es una manera de
fortalecer la comunicación, pero no es la mas importante. La fundamental es
aquella que empieza con las preguntas dichas desde el corazón: ¿Cómo estás.
¿Cómo pasaste el día?. ¿Querés que charlemos?...
Y sobre este pilar, exclusivamente sobre este
pilar, se apoya la posibilidad de reparar los demás pilares.
Amor,
valoración, normas y comunicación: sobre este trampolín el hijo salta a su vida
para recorrer, primero, el camino de la autodependencia y luego, el camino del
encuentro con los otros.
Piensen en sus casas... ¿Qué pilares estaban
firmes?. ¿Cuáles un poco flojos?. ¿Cuáles faltaron?.
Y una vez saltado el trampolín, como hijo debo
saber que mi vida depende ahora de mi, que soy responsable de lo que hago, que
libero a mis padres de todo compromiso que no sea el afectivo, de toda
obligación y de toda deuda que crea tener con ellos. Conservarán su amor por
mi, pero no sus obligaciones. Afirmo esto con absoluta conciencia de lo que
digo. Todo lo que un papá o una mamá quieran dar a sus hijos después que éstos
sean adultos, será parte de su decisión de dárselo, pero nunca de su
obligación. Por supuesto, antes del fin de la adolescencia estamos obligados
para con nuestros hijos, allí no es un tema de decisión.
Si le preguntan a mi mamá cómo está compuesta
su familia, seguramente dirá: “Mi familia está compuesta por mi marido, mis dos
hijos, mis dos nueras y mis tres nietos”. Si me preguntan a mi cómo está
compuesta mi familia, yo digo: “Mi esposa y mis dos hijos”, no digo: “Mi
esposa, mis dos hijos, mi mamá y mi papá”.
Esto no quiere decir que mi mamá no sea de mi familia, o que yo no la quiera.
Mi mamá sigue queriendo que la familia seamos
todos, y tiene razón.
Pero es diferente para ella que para mi.
Como padre debo saber que el trampolín debe
estar listo para la partida de mis hijos, porque el encuentro con ellos es el
encuentro hasta el trampolín. Luego habrá que construir nuevos encuentros, sin
obligaciones no obediencias, encuentros apoyados solamente en la libertad y en
el amor.
Cuando un hijo se vuelve grande, los padres
tenemos que asumir el último parto.
Hacemos varios partos con los hijos. Uno cuando
el chico nace, otro cuando va al colegio primario y deja la casa, otro cuando
se va por primera vez de campamento y duerme fuera de la casa, otro cuando
tiene su primer novio o novia, otro cuando se recibe en el colegio secundario,
y el último cuando termina su adolescencia o decide dejar definitivamente la
casa paterna.
En el último parto, finalmente le damos a nuestro
hijo la patente de adulto. Asumimos que es autodependiente, que no tiene que
pedirnos permiso para hacer lo que se le de la gana.
En algún momento, le damos el último
empujoncito que yo llamo el último pujo, le deseamos lo mejor y, a partir de
allí le delegamos el mando.
Quedás a cargo de vos mismo, quedás a cargo de
cómo te vaya, quedás a cargo de darle de comer a tu familia, quedás a cargo de
pagar el colegio de tus hijos, quedás a cargo de todo lo que quieras para vos y
para los tuyos, y en lo que no puedas hacerte cargo, renunciá.
Hace unos años atendí a una pareja que tenía un
hijo al que querían ayudar. Eran “tan buenos”.
El hijo era un médico recién egresado que
ganaba 1.200 pesos en el puesto del hospital y la nuera ganaba 700 trabajando
como maestra jardinera en la escuela del barrio. Entre los dos casi llegaban a
2.000 pesos, que no es poco. Pero los cuatro padres, que los querían tanto, se
pusieron de acuerdo y les regalaron “a
los chicos” un departamento en Libertador y Tagle cuyas expensas eran de 1.650
pesos por mes.
¿Cuál es la ayuda que les estamos dando a esos
chicos?.
Cuando estos dos pagan las expensas, la luz, el
gas y el teléfono, ya no les queda un peso para vivir. Esta es la ayuda de
algunos papás buenos, una cosa sin sentido, o peor, con un sentido nefasto:
esclavizar a los hijos a depender de los padres.
Hay que aprender a terminar con la función de
padre y con la función de hijo. Esto significa olvidarse de la función y
centrarse en el sentido del amor. Todas las obligaciones mutuas que nos
teníamos (las mías: sostenerte, bancarte, ayudarte, etc, y las tuyas: haceme
caso, pedirme permiso, hacer lo que yo diga) se terminaron.
Hay que dejar que los hijos se equivoquen, que
pasen algunas necesidades y soporten algunas renuncias, dejarlos que se
frustren y se duelan, que aprendan a
achicarse cuando corresponde. Que dejen de pedirles a los padres que se
achiquen para no achicarse ellos.
Me gustaría tener la certeza que Demián y
Claudia podrán arreglárselas con sus vidas cuando yo ya no esté. Eso me dejaría
muy tranquilo. Voy a hacer todo lo necesario para poder ver antes de partir lo
bien que se arreglan sin mi.
Lo que nuestros hijos necesitan es que hagamos
lo posible para que no nos necesiten. Esta es nuestra función de padres.
MIS HIJOS SON HERMANOS
Cuando pensaba en este apartado del libro, me
di cuenta de que poco énfasis se ha puesto en la bibliografía sobre familia
acerca de la relación entre hermanos.
Un hecho misterioso si pensamos que el
aprendizaje de este vínculo es verdaderamente la primera experiencia con pares,
donde las creencias y los condicionamientos puestos por nuestra educación serán
indudablemente de peso en todas las restantes relaciones grupales o
individuales que encontremos en nuestra vida.
Además de este mencionado hecho de los pares,
el tema de los hermanos es muy importante por una razón: un hermano es en
muchos sentidos el único testigo de la historia de mi infancia. Mis amigos y
mis compañeros de escuela no estaban allí cuando aquellos hechos que quizás
hirieron al niño que fui sucedieron.
Y mas allá de que el recuerdo está teñido de
nuestra selección y ciertamente los hermanos no recuerdan los mismos hechos ni
el mismo significado de los mismos hechos, el compartir esta historia vivida es
un handicap adicional a favor de la salud.
Las estadísticas son claras y significativas.
Al hacer una evaluación de la patología neurótica, en todas las culturas los
estudios coinciden en mostrar el mismo resultado: Los índices patológicos mas
altos se dan entre los hijos únicos. Y se confirma con el siguiente grupo de
incidencia. Los segundos en el ranking son los hijos mayores, esto es, los que
alguna vez fuero únicos.
Obviamente, el compartir un espacio con otro me
entrena para próximos encuentros mas sofisticados. Las envidias, los celos, las
manipulaciones y hasta las peleas entre hermanos funcionan como un trabajo de
campo del futuro social.
Por supuesto que cuanto mejor resuelta esté la
relación de los hermanos, la ventaja de lo fraternal quedará mas en evidencia.
Muchas veces, la relación está impregnada de
aquello que los padres hayan sembrado a conciencia o sin saberlo entre los
hermanos. Los padres encuentran muchas veces en sus hijos un escenario ideal
donde mover de forma diferente los personajes de su propia infancia para resolv
er sus antiguos conflictos familiares. Otras veces, los hermanos son tomados
como aliados propios o de la otra parte en los conflictos de pareja. En las
demás familias, los hijos siempre tienen asignado algún rol específico en los guiones
de sus padres. Estoy diciendo que los padres usan a los hijos como escenario,
como aliados o como actores de reparto, y que nadie puede liberarse de alguna
de estas tres cosas.
Así como quisiera bajar la responsabilidad de
los padres en las conductas neuróticas que desarrollan a los hijos, porque creo
que desde la ciencia se sobrevalora el poder de los padres en ese sentido,
quisiera aumentar la responsabilidad en este aspecto que creo que se
menosprecia.
Yo pienso que, la mayoría de las veces, los
padres somos casi únicos responsables de la mala relación entre hermanos,
porque ésta tiene absolutamente que ver
con cómo los hemos educado y, especialmente, con lo que les hemos enseñado al
mostrarles nuestra relación con nuestros propios hermanos y hermanas. Desde el
punto de vista del afecto fraternal, nunca dejan de sorprenderme las peleas
entre hermanos por la herencia, por el dinero, por el afecto de los padres, por
las historias de las frases que empiezan con ... “Mirá tu hermano”... o terminan con “Por que no hacés como tu hermano”...
Aquel que
tiene un hermano con el que no se relaciona, de alguna manera tiene un agujero
en su estructura: ha perdido un pedazo de su vida.
Creo que no exagero si sostengo que en los
conflictos entre hermanos el 75% del problema ha sido enseñado por los
educadores.
La historia de los hermanos es fatal cuando
alguno de los hijos queda excluido del amor de los padres, o por lo menos, de
su cuidado y de su atención.
No digo que se quiere a los hijos por igual,
porque no es verdad. Después de un tiempo empiezan las afinidades y los padres
se relacionan con cada uno de los hijos de diferente manera en diferentes
momentos y con distintos grados de sintonía.
Aquella exclusión siempre es dañina, pero es
peor cuando estas historias se destapan después de la muerte de los padres,
cuando ya no se puede hacer nada para arreglarlo.
Con el tiempo entran en juego algunos
parentescos que suelen complicar los vínculos con resultantes poco felices,
como el de la nuera o el yerno...
Desde las asociaciones de los nombres, estas
dos relaciones vienen signadas por la mala onda. Etimológicamente, la palabra
“yerno” viene de “engendro”, no porque el yerno sea un engendro, sino porque en
realidad el yerno se elegía para engendrar la prole con la hija. Pero de todas
maneras de allí viene. Sobre el término “nuera” hay un viejo chiste que dice
que la palabra la inventaron las madres de los novios: “NUERA”... nuera... nu
era para mi hijo esa chica”...
Los problemas con el yerno y con la nuera suceden
porque, de alguna manera, son sindicados por los ahora suegros como impostores,
usurpadores de parentesco, ladrones de afectos, y por supuesto, responsable
excluyentes de todo lo que nuestros hijos hacen equivocadamente.
Si los
hijos son vividos como una prolongación, la familia política es muchas veces
vivida como un grupo e personas extrañas que ocupan un lugar en la mesa sin ser
uno de nosotros.
Sucede que ese casi extraño, no es ni mas ni
menos que la persona que mi hijo o hija eligió para compartir su vida. Y además
algunos estudios demuestran que quizás las viejas y tan tradicionales
rivalidades con las suegras no estén generadas por estas vivencias, sino mucho
mas simbólicamente porque, tres de cada cuatro veces, la manera de ser de la
suegra es estructuralmente bastante parecido a la del yerno.
Cuando hablo de amores y competencia entre
hermanos, afortunadamente, no puedo dejar de acordarme del cuento del labrador
y su testamento.
Cuentan
que el viejo Nicasio se asustó tanto con su primer dolor en el pecho que mandó
a llamar al notario para dictarle un testamento.
El viejo
siempre había conservado el mal gusto que le dejó la horrible situación
sucedida entre sus hermanos a la muerte de sus padres. Se había prometido que
nunca permitiría que esto pasara entre Fermín y Santiago, sus dos hijos. Dejó
por escrito que a su muerte un agrimensor viniera hasta el campo y lo midiera
al milímetro.
Una vez
hecho el registro debía dividir el campo en dos parcelas exactamente iguales y
entregar la mitad del lado este a Fermín, que ya vivía en una pequeña casita en
la mitad con su esposa y sus dos hijos, y la otra mitad a Santiago, que a pesar
de ser soltero pasaba algunas noches en la casa vieja que estaba en la mitad
oeste del campo. La familia había vivido toda su existencia del labrado de ese
terreno, así que no dudaba que esto debía dejarles los suficiente como para
tener siempre que comer.
Pocas
semanas después de firmar este documento y contarles a sus hijos su decisión,
una noche Nicasio se murió.
Como
estaba establecido, el agrimensor hizo el trabajo de medición y dividió el
terreno en dos partes iguales clavando dos estacas a cada lado del terreno y
tendiendo una cuerda entre ella.
Siete días
habían pasado cuando Fermín, el mayor de los hijos del finado, entró en la
iglesia y pidió hablar con el sacerdote, un viejo sabio y bondadoso que lo
conocía desde que lo había bautizado.
- Padre –
dijo el mayor de los hermanos -, vengo lleno de congoja y arrepentimiento, creo
que por corregir un error estoy cometiendo otro.
- ¿De que
se trata? – preguntó el párroco.
- Le diré,
padre. Antes de morir el viejo, el estableció que el terreno se dividiera en
partes iguales. Y la verdad, padre, es que me pareció injusto. Yo tengo esposa
y dos hijos y mi hermano vive solo en la casa de la colina. No quise discutir
con nadie cuando me enteré, pero la noche de su muerte me levanté y corrí las
estacas hasta donde debían estar... Y aquí viene la situación. Padre. A la
mañana siguiente, la soga y las estacas habían vuelto a su lugar. Pensé que
había imaginado el episodio, así que a la noche siguiente repetí el intento y a
la mañana otra vez la cuerda estaba en su lugar. Hice lo mismo cada noche desde
entonces y siempre con el mismo resultado. Y ahora padre, pienso que quizás mi
padre esté enojado conmigo por vulnerar su decisión y su alma no pueda ir al
cielo por mi culpa. ¿Puede ser que el espíritu de mi padre no se eleve por
esto, padre?.
El viejo
cura lo miró por encima de sus anteojos y le dijo:
- ¿Sabe ya
tu hermano de esto?
- No,
padre – contestó el muchacho.
- Andá
decile que venga que quiero hablar con él.
- Pero
padrecito... mi viejo...
- Después
vamos a hablar de eso, ahora traéme a tu hermano.
Santiago entró en el pequeño despacho y se sentó
frente al cura, que no perdió tiempo:
-
Decime... ¿Vos no estuviste de acuerdo con la decisión de tu padre sobre la
división del terreno en partes iguales, verdad?.
- El
muchacho no entendía muy bien como el sacerdote sabía de sus sentimientos – y a
pesar de no estar de acuerdo no dijiste nada ¿no es cierto?.
- Para no
enojar a papá – argumentó el joven.
- Y para
no enojarlo te viniste levantando todas las noches para hacer justicia con tu
propia mano, corriendo las estacas, ¿no es así?.
El
muchacho asintió con la cabeza entre sorprendido
y avergonzado.
- Tu
hermano está ahí afuera, decile que pase –ordenó el cura.
Unos
minutos después los dos hermanos estaban sentados frente al sacerdote mirando
silenciosamente el piso.
- ¡Qué
vergüenza!... Su padre debe estar llorando desconsolado por ustedes. Yo los
bauticé, yo les di la primera comunión, yo te casé a vos Fermín, y bauticé a
tus hijos mientras que vos, Santiago les
sostenías las cabecitas en el altar. Ustedes en su necedad han creído que su
padre regresaba de la muerte a imponer su decisión, pero no es así. Su padre se
ha ganado el cielo sin lugar a dudas y allí estará para siempre. No es esa la
razón del misterio. Ustedes dos son hermanos, y como muchos hermanos, son
iguales. Así fue como cada uno por su lado, guiado por el mezquino impulso de
sus intereses, se ha levantado cada noche desde la muerte de su padre a correr
las estacas. Claro, a la mañana las estacas aparecían en el mismo lugar.
Claro ¡si el otro las había cambiado en sentido contrario!.
Los dos
hermanos levantaron la cabeza y se encontraron en las miradas.
- ¿De
verdad Fermín que vos...?
- Si,
Santiago, pero nunca pensé que vos... Yo creí que era el viejo enojado...
El mas
joven se rió y contagió a su hermano.
- Te
quiero mucho, hermanito – dijo Fermín emocionado.
- Yo te
quiero a vos – contestó Santiago poniéndose de pie para abrazar a Fermín.
El cura
estaba rojo de furia.
- ¿Qué
significa esto?. Ustedes no entienden nada. Pecadores, blasfemos. Cada uno de
ustedes alimentaba su propia ambición y encima se felicitan por la
coincidencia. Esto es muy grave...
-
Tranquilo padrecito... El que no entiende nada, con todo respeto, es usted –
dijo Fermín -. Todas las noches yo pensaba que no era justo que yo, que vivo
con mi esposa y mis hijos, recibiera igual terreno que mi hermano. Algún día, me dije, cuando
seamos mayores, ellos se van a hacer cargo de la familia, en cambio Santiago
está solo, y pensé que era justo que el tuviera un poco mas, porque lo iba a
necesitar mas que yo. Y me levanté cada noche a correr las estacas hacia mi
lado para agrandar el terreno de el...
- Y yo...
– dijo Santiago con una gran sonrisa -. ¿Para que necesitaba yo tanto terreno?.
Pensé que no era justo que viviendo solo recibiera la misma parcela que Fermín
que tiene que alimentar cuatro bocas. Y entonces, como no había querido
discutir con papá en vida, me levanté
cada una de estas noches para correr las estacas y agrandar el campo de mi
hermano..
EL AMOR A UNO MISMO
Si
yo no pienso en mi, quién lo hará
Si pienso sólo en mi, quién soy
Si no es ahora, cuándo
(del
Talmud)
Autoestima y egoísmo son tomados generalmente
como términos antagónicos, aunque ambos comparten un significado muy
emparentado: la idea de quererse, valorarse, reconocerse y ocuparse de si
mismo.
Cuenta una
vieja historia que había una vez un señor muy poco inteligente al que siempre
se le perdía todo. Un día alguien le dijo:
- Para que
no se te pierdan las cosas, lo que tenés que hacer es anotar dónde las dejás.
Esa noche,
al momento de acostarse, agarró un papelito y pensó: “Para que no se me pierdan
las cosas...”.
Se sacó la
camisa, la puso en el perchero, agarró un lápiz y anotó: “la camisa en el
perchero”, se sacó el pantalón, lo puso a los pies de la cama y anotó: “el
pantalón a los pies de la cama”, se sacó los zapatos y anotó: “los zapatos
debajo de la cama”, se sacó las medias y anotó: “las medias dentro de los
zapatos debajo de la cama”.
A la
mañana siguiente, cuando se levantó, buscó las medias donde había anotado que
las dejó, se las puso, los zapatos donde estaban anotados, los encontró y se
los puso, lo mismo sucedió con la camisa y el pantalón. Y entonces preguntó:
- ¿Y yo
dónde estoy?
Se buscó
en la lista una y otra vez, y como no se vio anotado, nunca mas se encontró a
si mismo.
A veces nos parecemos mucho a este señor
estúpido. Sabemos donde está cada cosa y cada persona que queremos, pero muchas
veces no sabemos dónde estamos nosotros.
Nos hemos olvidado de nuestro lugar en el mundo. Podemos rápidamente
ubicar el lugar de los demás, el lugar que los demás tienen en nuestra vida, y
a veces hasta podemos definir el lugar que nosotros tenemos en la vida de
otros, pero no olvidamos de cuál es el lugar que nosotros tenemos en
nuestra propia vida.
Nos gusta enunciar que no podríamos vivir sin
algunos seres queridos. Yo propongo hacer nuestra la irónica frase con la que
sintetizo mi real vínculo conmigo:
No puedo vivir sin mi.
La primera cosa que se nos ocurre hacer con
alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de el, escucharlo, procurarle las
cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que
mas quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que mas le agradan, facilitarle
las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y compresión.
Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo
mismo.
Ahora, me pregunto: ¿Por qué no hacer estas
cosas con nosotros mismos?.
Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara
a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas mas
fáciles, de regalarme las cosas que mas me gustan, de buscar mi comodidad en
los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que quiero, de escucharme y
comprenderme.
Tratarme como trato a los que mas quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor
es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi
vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será
complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.
El mundo actual golpea a nuestra puerta para
avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y
morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado (les hace el juego a algunos comerciantes del
alma).
He hablado mucho del tema en estos años, y gran
parte de estos conceptos están ya publicados en mi libro De la autoestima al egoísmo,
al que te remito para no repetir.
Si hay
alguien que debería estar conmigo todo el tiempo ese alguien soy yo.
Y para poder estar conmigo debo empezar por aceptarme
tal como soy. Y no quiere decir que renuncie a cambiar a través del tiempo.
Quiere decir replantear la postura. Porque frente a alguna característica de mi
que no me guste hay siempre dos caminos para resolver el problema.
El primero, el mas común es la solución
clásica: intentar cambiar.
El segundo camino, el que propongo es dejar de
detestar esa característica y como única actitud, permitir que, por si misma,
esa condición se modifique.
Incluso para cambiar algo el camino realmente
comienza cuando dejo de oponerme. Nunca voy a adelgazar si no acepto que estoy
gordo.
El ejemplo que siempre pongo es una historia
real que me tiene como protagonista:
Yo suelo
ser bastante distraído. Cuando tenía mi
primer consultorio muy frecuentemente me olvidaba las llaves, entonces llegaba
a la puerta y me daba cuenta de que me había olvidado el llavero en mi casa.
Eso generaba un problema, porque tenía
que ir al cerrajero, pedirle que me abriera, hacer un duplicado de la llave,
era toda una historia.
La segunda
vez que me pasó decidí, furioso que no podía pasarme mas. Así que puse un
cartelito en el parabrisas del auto que decía: “laves”. Me subía al auto, veía
el cartelito, entraba de nuevo a mi casa y me llevaba las llaves. Funcionó
bárbaro las primeras cuatro semanas, hasta que me acostumbré al cartelito.
Cuando te acostubrás al cartelito ya no lo ves mas. Un día me olvidé las llaves
otra vez, así que le pedí a mi esposa que me hiciera acordar de las llaves.
Todas las mañanas ella me decía: ¿Llevás las llaves?. Pero el día que ella se
olvidó, yo me olvidé y, por supuesto le eché la culpa a ella, pero igual tuve
que pagar el cerrajero.
Un día me
di cuenta de que, indudablemente, no había manera que yo era un despistado y
que de vez en cuando me iba a olvidar las llaves. Por lo tanto, hice una cosa
muy distinta a todas las anteriores.
Hice
varias copias de las llaves y le di una al portero, una al heladero de la
esquina (que era amigo mío), otra a un colega que tenía el consultorio a cinco
cuadras, enganché una con las llaves del auto y me quedé con una suelta. Tenía
cinco copias rondando por ahí.
Este
relato no tendería nada de gracioso si no fuera porque, a partir de ese día
nunca mas me olvidé las llaves.
Todavía
hoy el portero del departamento de la calle Serrano, cuando me ve, me dice: “No
se para que me dio esta llave si nunca la usó”.
La teoría paradojal del cambio dice que
solamente se puede cambiar algo cuando uno deja de pelearse con eso.
Y si mi relación conmigo mismo me condiciona
tanto por dejar de vivir forzándome a ser diferente, imaginemos cómo condiciona
mi relación con los demás creer que ellos tienen que cambiar.
Uno de los aprendizajes a hacer en el camino
del encuentro es justamente la aceptación del otro tal como es. Y eso sólo es posible si antes aprendí a
aceptarme.
Enojarse con el otro por como es significa que,
para que yo pueda quererlo, tiene que ser como yo quiero que sea. Si tu
amiga es impuntual y la esperás una hora cada ve que te citás con ella, no te
enojes. ¿Quién te obliga a esperarla?. Cuando yo espero a alguien que es
usualmente impuntual, la razón de mi espera es porque elijo esperarlo y
no porque él llegó tarde. ¿Debo hacer responsable al otro de mis propias
decisiones?.
Mi esposa
y yo decidimos hacer nuestra ceremonia de casamiento a un horario inusual: la
hora que realmente anunciaba la tarjeta de invitación.
Esperamos
quince minutos. Mas de la mitad de la gente nunca llegó, o mejor dicho,
llegaron mucho después y se quedaron como media hora en la puerta pensando que
nosotros todavía no habíamos llegado
cuando en realidad ya nos habíamos ido.
Son
estilos, maneras de plantear las cosas.
Cada uno
espera cuanto quiere esperar.
Tu concepto de la puntualidad es tuyo y yo no
lo comparto.
No tenés que ser como yo, pero no me pidas que
sea como vos.
Ser adulto significa hacerse responsable de la
vida que uno lleva, saber que las cosas que uno vive en gran medida las vive
porque se ocupa de que así sea y, a partir de allí, animarse a quererme
incondicionalmente, por egoísta que parezca.
//*
Un día, mientras escuchaba a Enrique Mariscal,
se me ocurrió transformar un cuento suyo en este que llamé El temido Enemigo y
que quiero volver a contar aquí:
Había una vez, en
un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba mucho sentirse
poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, el necesitaba,
además, que todos lo admiraran por ser
poderoso. Así como a la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse
bella, también el necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que
era. El no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y
sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si el era el mas poderoso del
reino.
Invariablemente todos le decían lo mismo:
- Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el
mago tiene un poder que nadie posee: El
conoce el futuro.
(En aquel tiempo, alquimistas, filósofos,
pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”.)
El rey estaba muy celoso del mago del reino pues
aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generosos, sino además,
el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que el existiera y viviera
allí.
No decían lo mismo del rey.
Quizás porque necesitaba demostrar que era el quien
mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.
Un día cansado de que la gente le contara lo
poderoso y querido que era el mago, o motivado por esa mezcla de celos y
temores que genera la envidia, el rey urdió un
plan: Organizaría una fiesta a la cual invitaría al mago. Después de la
cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y
delante de los cortesanos, le preguntaría al mago si era cierto que sabía leer
el futuro. El invitado
tendría dos posibilidades: es decir que si, confirmado
el motivo de su fama , o decir que no
defraudando así la admiración de los demás. El
rey estaba seguro de que escogería la primera
posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del
reino iba a morir. Este daría una respuesta cualquiera, no importaba cuál. En
ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con
esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para
siempre, la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al
futuro, ya que se había equivocado en su predicción. Se acabarían, en una sola
noche, el mago y el mito de sus poderes...
Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy
pronto el día del festejo llegó...
...Después de la gran cena, el rey hizo pasar al mago al centro y le preguntó:
-¿Es cierto
que puedes leer el futuro?
- Un poco, dijo el mago.
-¿Y puedes leer tu propio futuro?, preguntó el rey.
- Un poco, dijo el mago.
- Entonces quiero que me des una prueba, dijo el
rey. ¿Qué día morirás?... ¿Cuál es la fecha de tu muerte?...
El mago sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.
-¿Qué pasa mago?, dijo el rey sonriente. ¿No
sabes?... ¿No es cierto que puedes ver
el futuro?.
- No es eso, dijo el mago, pero lo que sé, no me
animo a decírtelo.
-¿Cómo que no te animas, dijo el rey. Yo soy tu
soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy
importante para el reino saber cuando perderemos a sus personajes mas
eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?.
Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y le
dijo:
- No puedo
precisarte la fecha, pero se que el mago morirá exactamente un día antes que el
rey...
Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un
murmullo corrió por entre los invitados.
El rey siempre había dicho que no creía en los magos
ni en sus adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.
Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en
silencio...
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.
Se dio cuenta de que se había equivocado.
Su odio había sido el peor consejero.
- Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede?.,
pregunto el invitado.
- Me estoy sintiendo mal, contestó el monarca. Voy a
ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.
Y con un gesto confuso giró en silencio
encaminándose a sus habitaciones...
El mago era astuto, había dado la única respuesta
que evitaría su muerte.
¿Habría leído su mente?.
La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿y si lo
fuera?... Estaba aturdido.
Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo
al mago camino a su casa.
El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:
- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te
ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana
sobre algunas decisiones reales.
-¡Majestad!... será un gran honor..., dijo el
invitado con una reverencia.
El rey dio órdenes a sus guardias personales para
que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y
custodiasen su puerta asegurándose de que nada le pasara...
Esa noche el soberano no pudo conciliar el
sueño. Estuvo muy inquieto pensando que
pasaría si el mago le hubiera caído mal la
comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente
durante la noche, o so, simplemente, le hubiera llegado su hora.
Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las
habitaciones de su invitado.
El nunca en su vida había pensado en consultar
ninguna de sus decisiones, pero esta
vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.
Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta
correcta, creativa y justa.
El rey, casi sin escuchar la respuesta, alabó a su
huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más,
supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo
quería asegurarse de que nada le pasara).
El mago, que gozaba de libertad que sólo conquistan
los iluminados, aceptó.
Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba
hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una
nueva consulta al día siguiente.
No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera
cuenta de que los consejos de su nuevo asesor
eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en
cuenta en cada una de sus decisiones.
Pasaron los meses y luego los años.
Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve
al que no sabe mas sabio.
Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo mas y
mas justo. Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar demostrar su
poder.
Empezó a aprender que la humildad también podía tener sus ventajas.
Empezó a reinar de una manera mas sabia y bondadosa.
Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como
nunca lo había querido antes.
El rey ya no iba a ver al mago investigando por su
salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente
para charlar.
El rey y el mago habían llegado a ser excelentes
amigos.
Hasta que un día, a mas de cuatro años de aquella
cena, sin motivo, el rey recordó.
Recordó que este hombre, a quien consideraba ahora
su mejor amigo, había sido su mas odiado enemigo.
Recordó aquel plan que alguna vez urdió para
matarlo.
Y se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo
este secreto sin sentirse un hipócrita.
El rey tomó coraje y fue hasta la habitación, del
mago. Golpeó la puerta y apenas entró, le dijo:
- Hermano mío, tengo algo para contarte que me
oprime el pecho.
- Dime, dijo el mago, y alivia tu corazón.
- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te
pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro,
planeaba matarte frente a cualquier cosa que me dijeras, quería que tu muerte
inesperada desnitrificara tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te
amaban... Estoy avergonzado... El rey suspiró profundamente y siguió:
- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que
somos amigos, y mas que amigos,
hermanos, me aterra pensar todo lo que hubiera perdido si lo hubiera
hecho.
Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi
infamia. Necesité decirte todo esto para que tu me perdones o me desprecies,
pero sin ocultamientos.
El mago lo miró y le dijo:
- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo, pero
de todas maneras, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me
permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y acariciaste
con la mano el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía
falta ser adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, el mago sonrió y
puso su mano en el hombro del rey.
Como justa devolución a tu sinceridad, debo decirte
que yo también te mentí... Te confieso que inventé esa absurda historia de mi
muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy
estás en condiciones de aprender, quizás la mas importante cosa que yo te haya
enseñado:
Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de
los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o
inútiles... y sin embargo, si nos damos
tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos constaría vivir
sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.
Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el
día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy
viejo, y mi día seguramente está cerca. No hay ninguna razón para pensar que tu
partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no
nuestras muertes.
El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando
por la confianza que cada uno sentía en esta relación que habían sabido
construir juntos...
Cuenta la leyenda...
que misteriosamente...
esa misma noche...
el mago...
murió durante el sueño.
El rey se enteró de la mala noticia a la mañana
siguiente... y se sintió desolado.
No estaba
angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a
despegarse hasta de su permanencia en este mundo.
Estaba triste por la muerte de su amigo.
¿Que coincidencia extraña había hecho que el rey le
pudiera contar esto al mago justo la noche anterior a su muerte?.
Tal vez de alguna manera desconocida el mago había
hecho que el pudiera decirle esto para
poder quitarle su fantasía de morirse un día después.
Un último acto de amor para liberarlo de sus temores
de otros tiempos...
Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias
manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.
Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó
al lado del montículo de tierra, llorando como sólo se llora ante la perdida de
los seres mas queridos.
Y recién entrada la noche, el rey volvió a su
habitación.
Cuenta la leyenda... que esa misma noche...
veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho
mientras dormía...
quizás por casualidad...
quizás de dolor...
quizás
para confirmar la última enseñanza de su maestro.
Este cuento es la expresión de dos cosas: el
amor y el egoísmo.
Se supone que el egoísmo es patológico cuando
va en desmedro del otro, cuando me impide compartir. Pero ¿por qué el otro se
vería dañado y afectado por el hecho de que yo me quiera mucho?.
Sabemos ya que el amor no se agota, que mi capacidad
de amar es ilimitada, y por lo tanto, que es ridículo pensar que por quererme
mucho a mi mismo no me va a quedar espacio para querer a los demás.
Con el egoísmo pasa exactamente lo mismo que lo
que le pasaba al rey con el mago.
El egoísmo
es para mi un mago poderoso, capaz de revelarnos algunas verdades sobre
nosotros mismos. Pero vivimos rechazándolo, lo queremos matar, sin darnos
cuenta de que no podríamos vivir sin él.
Si conseguimos, como en el cuento, hacernos
amigos del mago, amigarnos con nuestro egoísmo, entonces no sólo podremos
servirnos de el para engrandecernos sino que podremos volvernos mas generosos,
mas nobles, mas sabios, mas solidarios, y mas inteligentes.
Todo lo
que cada uno se quiere a si mismo es poco. Con seguridad, a todos todavía nos
falta querernos mas.
Ocurre que cuando al individuo se le prohibe ser egoísta, para
encontrar un lugar donde quereres, cuidarse, y atenderse, se vuelve mezquino,
ruin, codicioso, canalla y jodido. El individuo se vuelve despreciable porque
cree que tiene que elegir entre el y el otro, y cuando se elige a si mismo cree
que lo hace en contra de su moral. La idea que anima a concebir el egoísmo como
un desmedro de los otros es plantearse la vida como una batalla mortal. Pero
eso no siempre es cierto. Habrá habido, y seguramente seguirá habiendo,
batallas a muerte, pero analizar el mundo de este modo en todo momento es una
visión limitada con la cual no comulgo.
Hasta que el individuo no descubre su mejor
egoísmo, el poderoso mago dentro de el, no se da cuenta de que el es el centro
de su existencia y decimos entonces que está descentrado. Quiero decir, que
vive y gira alrededor de cosas externas, que hace centro en otras cosas.
Por supuesto, algunos aspectos de nuestro mundo
están compartidos, vos y yo podemos
charlar, podemos ponernos de acuerdo y también en desacuerdo, podemos tener
espacios en el mundo del otro y espacios comunes a los dos. Pero cuando vos te
vas... te vas con tu mundo y yo me quedo con el mío.
Si yo renuncio a ser el centro de mi mundo,
alguien va a ocupar ese espacio. Si giro alrededor tuyo empiezo a estar
pendiente de todo lo que digas y hagas. Entonces vivo en función de lo que me
permitas, de lo que me des, de lo que me enseñes, de lo que me muestres de lo
que me ocultes...
Y por otro lado, cuando me doy cuenta de que
soy el centro del mundo del otro, me empiezo a asfixiar, me pudro, me canso y
quiero escapar...
Mi idea del encuentro es: Dos personas
centradas en ellas mismas que comparten su camino sin renunciar a su centramiento.
Si no estoy centrado en mi, es como si no existiera. Y si no existo ¿cómo
podría encontrarte en el camino?.
¿Por qué
es tan difícil aceptar esta idea del encuentro?
Porque va en contra de todo lo que aprendimos.
Hemos aprendido que si algo para vos es importante, debe serlo también para mi.
Porque estamos entrenados en privilegiar al prójimo.
Pero vengo yo, Jorge Bucay, y provoco,
escandalizo, pateo la puerta y digo:
¡Para nada!. En realidad, lo que yo miro es mas
importante que lo que mira el otro, mis ojos son prioritarios a los ojos del
otro.
Cada vez que explico este pensamiento alguien
salta indignado: ¡eso es egocéntrico!. Y yo digo: Si, claro que es egocéntrico.
Como todas las posturas individualistas, esta postura es egocéntrica. Es individualista,
es egocéntrica y saludable, las tres cosas.
Indefectiblemente, para aprender esta idea del
encuentro hay que desandar la otra, la de la dependencia. Se nos mezclan,
seguramente, pero hay que seguir trabajando.
Hay que
tener el coraje de ser el protagonista de nuestra vida. Porque si se cede el
protagónico, no hay película.
Cuando estamos en una negociación el otro pude
decir muy enojado:
“Pero al
final vos estás haciendo lo que a vos te conviene”.
Si, estoy negociando para hacer lo que mas me
conviene a mi, ¿para que otra cosa negociaría?.
¿Desde que lugar negociaría si no me prefiriera
a mi antes que a vos?.
Negocio con otro porque es imposible hacer todo
lo que yo quiero, y si pudiera hacerlo, sin dañar al otro, quizás lo haría.
¿Por qué no?
Puedo quererte y estar dispuesto a ceder un
poco porque además de quererme a mi te quiero a vos, pero entre los dos, no hay
ninguna duda de que me prefiero a mi.
Así como
en El camino de la autodependencia
expliqué que había dos tipos de egoísmo, uno que se oponía a la solidaridad (de
ida) y otro que coincide con la solidaridad (de vuelta), y que este último se educaba, creo que también se educa y hay un buen gusto en la moral.
No se nace sabiendo disfrutar el compartir,
tampoco es obligatorio, pero se puede aprender.
Al principio, la música clásica parece medio
chirriante, pero después de aprender a escuchar a Tchaicovsky, después ballet,
y después, si uno se anima un poquito mas, empieza a encontrarle el placercito
a lo barroco, y después empieza a escuchar música sinfónica. Uno va educando su
oído y no se pierde el gusto por lo anterior, porque está aprendiendo. Y va
creciendo hasta, quizás, escuchar y disfrutar de la ópera...
Cuando no hemos sido entrenados para mirar
pintura, vemos un cuadro famoso y no entendemos. Pero así como se aprende a
escuchar música, se aprende a entender pintura. Se lee sobre pintura y se
aprende a mirar.
La moral también se aprende.
Nadie puede hacer que me guste Goya, nadie
puede obligarme a que me guste Picasso, pero si yo aprendo, si yo crezco, si yo
educo mi buen gusto, va a crecer la posibilidad de que me gusten esas cosas,
voy a encontrar aquello que realmente está ahí, para poder extraerlo y
disfrutarlo.
Cuando mas disfruto, cuanto mas placer soy
capaz de sentir, mas entrenado está mi amor por mi. Si cuidarte y darte desde
el amor me da placer, por que no pensar que es desde la búsqueda de este placer
que yo actúo y ejerzo el amor que te tengo.
Cómo o va a ser así, si el amor por vos
proviene del amor por mi.
Hay que darse cuenta de que hay en el mundo
personas, cosas y hechos muy importantes, pero ninguna mas importante para mi
que yo mismo. Porque nos guste o no nos guste, repito, cada uno de nosotros es
el centro del mundo en el que vive.
Si en un grupo decís:
- Yo defiendo bien mis lugares porque tengo la
autoestima bien elevada.
El otro dice:
- Che, que bien, ¿quién es tu terapeuta?
En cambio, si decís:
- Yo defiendo muy bien mis lugares porque soy
bien egoísta.
El otro dice:
- Che, estás loco, boludo, cambiá de terapeuta.
Apuesto con todo mi corazón por nosotros. Pero
si vas a forzarme a elegir...
entre
vos y yo... yo.
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