jueves, 1 de noviembre de 2018

El Camino Del Encuentro (PARTE II)


ENCUENTROS VERTICALES


Recién después de haber recorrido el camino de la autodependencia, estoy por fin en condiciones de encontrarme con otros.
Y dice Maturana que es justamente este encuentro con otros lo que nos confiere humanidad a los humanos. Y dice aún mas:
El homo sapiens no  se volvió sapiens por el desarrollo de su intelecto sino por el desarrollo de su lenguaje. Es el lenguaje y su progresiva sofisticación lo que produjo el desarrollo intelectual y no al revés. Entonces, se pregunta el brillante chileno, ¿para que apareció el lenguaje?. ¿Para comunicar que?. Y se contesta: el Amor.
Y por supuesto que no se refiere solamente al amor romántico sino al liso y llano afecto por los demás. Se refiere, creo, al encuentro afectivo con el prójimo.

SIGNIFICADO

Pero ¿de que se trata ese amor que Maturana define como tan poderoso como para ser el responsable último de nuestro desarrollo individual?. ¿Qué quiere decir hoy día esta palabra tan usada, bastardeada, exagerada, malgastada y devaluada?  (si es que todavía conserva algo de su significado).
A veces, los que asisten a mis charlas me preguntan: ¿Para que hay que ponerle definiciones a las cosas, para qué tanto afán de llamar a las cosas por su nombre como siempre decís?.

Cuentan que una mujer entró a un restaurante y pidió  como primer plato una sopa de espárragos. Unos minutos después, el mozo le servía su humeante plato y se retiraba.
- ¡Mozo – gritó la mujer -, venga para acá.
- ¿Señora? – contestó el mesero acercándose.
- ¡Pruebe esta soba – ordenó la clienta.
- ¿Qué pasa, señora?. ¿No es lo que usted quería?
- ¡Pruebe la sopa! – repitió la mujer.
- Pero que sucede... ¿le fatal sal?.
- ¡¡Pruebe la sopa!!
- ¿Está fría?.
- ¡¡PRUEBE LA SOPA!! – repetía la mujer insistente.
- Pero señora por favor, dígame lo que pasa... – dijo el mozo.
- Si quiere saber lo que pasa... pruebe la sopa – dijo la mujer señalando el plato.
El mesero, dándose cuenta de que nada haría cambiar de parecer a al encaprichada mujer, se sentó frente al humeante líquido amarillento y le dijo con cierta sorpresa:
- Pero aquí no hay cuchara...
- ¿Vio? – dijo la mujer - ¿vio?... falta la cuchara.

Que bueno sería acostumbrarnos, en las pequeñas y en las grandes cosas, a poder nombrar hechos, situaciones y emociones directamente, sin rodeos, tal como son.

Yo no hablo d5e precisiones pero si de definiciones. Esto es, decidir desde dónde hasta dónde abarca el concepto del que hablamos. Quizás por eso me ocupe de aclarar, también, de que No hablo cuando hablo de amor.
No hablo de estar enamorado cuando hablo de amor.
No hablo de sexo cuando hablo de amor.
No hablo de emociones que sólo existen en los libros.
No hablo de placeres reservados para los exquisitos.
No hablo de grandes cosas.
Hablo de una emoción capaz de ser vivida por cualquiera.
Hablo de sentimientos simples  y verdaderos.
Hablo de vivencias trascendentes pero no sobrehumanas.
Hablo del amor tan sólo como querer mucho a alguien.
Y hablo del querer no en el sentido etimológico de la posesión, sino en el sentido que le damos coloquialmente en nuestros países de habla hispana.
Entre nosotros, rara vez usamos te amo, mas bien decimos te quiero, o te quiero mucho, te quiero muchísimo.
Pero ¿qué estamos diciendo con ese “te quiero”.?
Yo creo que decimos: Me importa tu bienestar.
Nada mas y nada menos.
Cuando  quiero a alguien, me doy cuenta de la importancia que tiene para mi lo que hace, lo que le gusta y lo que le duele a esa persona.
Te quiero significa, pues, me importa de vos, y te amo  significa me importa muchísimo. Y tanto me importa que, cuando te amo, a veces priorizo tu bienestar por encima de otras cosas que también son importantes para mi.
Esta definición (que me importe de vos) no transforma al amor en una gran cosa, pero tampoco lo reduce a una tontería...
Conducirá, por ejemplo, a la plena conciencia de los hechos: no es verdad que te quieran mucho aquellos a quienes no les importa demasiado tu vida y no es verdad que no te quieran los que viven pendientes de lo que te pasa.
Repito: si de verdad me querés, ¡te importa de mi!.
Y por lo tanto, aunque me sea doloroso aceptarlo, si no te importa de mi, será porque  no me querés. Esto no tiene nada de malo, no habla mal de vos que no me quieras, solamente es la realidad, aunque sea una triste realidad (dice la canción de Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio... Quizás haya que entender que eso es lo triste, que no tenga remedio).

Esa diferencia solo cuantitativamente que hago entre querer y amar es la misma diferencia que hay con la mayoría de las expresiones afectivas que usamos para no decir Te quiero. Decimos me gustás, me caés simpático, te tengo afecto, te tengo cariño, etc.

Si yo digo que quiero a mi perro, por ejemplo (lo cual es profundamente cierto), puede no parecer una gran declaración, pero no es poca cosa. No es lo mismo mi perro que cualquier otro perro, me importa lo que le pase. Y digo que quiero a mi vecino, y al señor de enfrente, pero no al de la vuelta, a ese no lo quiero. Y estoy diciendo que mucho no me importa, aunque vive a la misma distancia de mi casa que aquellos a los que quiero, pero con estos tengo algo y con aquel no tengo nada.
Y cuando viene mi mamá y me cuenta:

- No sabés quién se murió, se murió Mongo Picho.
- Ahhh, se murió.
- ¿Te acordás que venía a casa?
- No...
- Como que no... acordate.
- Bueno me acuerdo. ¿Y?.
- Se murió.
Y a mi que me importa. La verdad, la verdad, es que no me importa nada. Pero me importa de mi mamá, a la que amo, y entonces, a veces, para acompañar a mi mamá, digo:

- Pobre Mongo...
y ella me dice:
- Sí, ¿viste?. Pobre...

Esto  opera desde un lugar diferente de todo lo que nos han enseñado. Porque la moral aprendida parecería apuntar a un amor indiscriminado, al amor del místico, al amor supuestamente altruista, a la relación con aquellos a los que conozco y sin embargo ayudo con un genuino interés en su bienestar. Creo que ya dije que la diferencia en este caso es que mi interés en ellos se deriva de mi egoísta placer de ayudar, y en todo caso de un amor genérico por los demás. Quiero decir, me importa del vecino de la vuelta y del niño de Kosovo y del homeless de Dallas mas allá de ellos mismos, por su simple condición de seres humanos. Pero no me refiero aquí a esto, sino a lo cotidiano, mas allá de la caridad, mas allá de la benevolencia, mas allá de la conciencia de ser con el todo y de aprender a amarme en los demás.

Cuando empezamos a pensar en esto, nos damos cuenta de que en realidad no queremos a todos por igual y que es injusto andar equiparando la energía propia de nuestro interés ocupándonos de todos indiscriminadamente. Me parece que querer a la humanidad en su conjunto sin querer particularmente a nadie es un sentimiento reservado a los santos o una aseveración para los demagogos mentirosos y los discapacitados afectivos (aquellos que no conocen su capacidad de amar y por lo tanto no aman).
Cuando me doy cuenta sin culpa de que quiero mas a unos que a otros, empiezo a destinar mas interés a las cosas y a las personas que mas me importan para poder verdaderamente ocuparme mejor de aquellos a quienes mas quiero.

Parece mentira, pero en el mundo cotidiano muchas personas viven mas tiempo ocupándose de aquellos que no les importan que de aquellos a quienes  dicen querer con todo su corazón. Pasan mas tiempo tratando de agradar a gente que no les interesa que tratando de complacer a la gente que ama.
Esto es necedad.

Hay que ponerlo en orden. Hay que darse cuenta.
No es inhumano que yo sea capaz de canalizar el poco tiempo que tengo para ponerlo  prioritariamente al servicio de aquellos vínculos que construí con las personas que mas quiero.
Tengo que darme cuenta de la distorsión que implica pasar mas tiempo con quienes no quiero estar que con los que realmente quiero.
Una cosa es que yo dedique una parte de mi atención para hacer negocios y mantenga trato cordial con gente que no conozco ni me importa, y otra cosa es la perversa propuesta del sistema que sugiere vivir en función de ellos. Esto es enfermizo, aunque ellos sean mis clientes mas importantes, el jefe mas influyente, un empleado eficaz o los proveedores que me permiten ganar mas dinero, mas gloria o mas poder...

Tómense un minuto para saber de verdad quiénes son las quince, ocho, dos o cincuenta personas en el mundo que les importan. No se preocupen pensando que tal vez se olviden de alguien, porque si se olvidan, quiere decir que ESE no era importante. Hagan la lista (no incluyan a los hijos, ya sabemos que nos importan mas que nada) quizás confirmen lo que ya sabían... o quizás se sorprendan.
Pueden completar esta historia dando vuelta la página y, sin ver la lista anterior, escribir los nombres de las diez personas para quienes ustedes creen ser importantes (dicho de otra manera la lista de aquellos que nos incluirían en sus listas). No importa que sean o no las mismas diez personas del otro lado, quizás confirmen que hay personas a quienes queremos pero que mucho no nos quieren, y que hay gente que nos quiere pero que nosotros mucho no queremos.
Vale la pena investigarlo. Tiene sentido la sorpresa. Porque entonces vamos a poder discriminar con mucha mas propiedad el tiempo, la energía, y la fuerza que usamos en función de estos encuentros.


EL AMOR ES UNO SOLO

Hay muchas cosas que yo puedo hacer para demostrar, para mostrar, para corroborar, confirmar o legitimar que te quiero, paro hay una sola cosa que yo puedo hacer con mi amor, y es quererte ocuparme de vos, actuar mis afectos como yo los siento. Y como yo lo sienta será mi manera de quererte.
Vos podés recibirlo o podés negarlo, podés darte cuenta de lo que significa o podés ignorarlo  supinamente. Pero ésta es mi  manera de quererte, no hay ninguna otra disponible.

Cada uno de nosotros tiene una sola manera de querer, la propia

En el campo de la salud mental, muchas veces nos encontramos con alguien que mal aprendió, sin darse cuenta, que querer es golpear, y termina casándose con otro golpeador para sentirse querido (muchas de las mujeres golpeadas han sido hijas golpeadas).
Durante siglos se ha maltratado y lastimado a los niños mientras se les decía que esto era para el bien de ellos: “Me duele mas a mi que a vos pegarte”, dicen los padres.
Y a los cinco años, uno no está en condiciones de juzgar si esto es cierto o no.
Y uno condiciona su conducta.
Y uno  sigue, muchas veces, comiendo mierda y creyendo que es nutritivo.

Cuando trabajé con adictos durante la época de especialización como psiquiatra, atendí a una mujer que tenía un padre alcohólico . la conocí en la clínica donde su marido estaba internado. Durante muchos años ella acompañó a su esposo a los grupos de alcohólicos anónimos para tratar de que superara su adicción, que llevaba mas de doce años. Finalmente, le estuvo en abstinencia durante 24 meses. La mujer vino a verme para decirme que, después de 17 años de casados, sentía que su misión ya estaba cumplida, que el ya estaba recuperado... Yo, que en aquel entonces tenía 27 años y era un médico recibido hacía muy poco, interpreté que en realidad lo que ella quería era curar a su papá, y entonces había redimido la historia de curar al padre curando a su marido. Ella dijo: “Puede ser, pero ya no me une nada a mi marido, he sufrido tanto por su alcoholismo, que me quedé para no abandonarlo en medio del tratamiento, pero ahora no quiero saber mas nada con el”. El caso es que se separaron. Un años después, incidentalmente y en otro lugar, me encontré con esta mujer que había hecho una nueva pareja. Se había vuelto a casar... con otro alcohólico.

Estas historias, que desde la lógica no se entienden, tienen mucho que ver con la manera en que uno transita sus propias cosas irresueltas, cómo uno entiende lo que es querer.

Querer y mostrarte que te quiero pueden ser dos cosas distintas para mi y para vos. Y en estas, como en todas las cosas, podemos estar en absoluto desacuerdo sin que necesariamente alguno  de los do esté equivocado.

Por ejemplo: yo se que mi mamá puede mostrarte que te quiere de muchas maneras. Cuando te invita a su casa y cocina comida que a vos te gusta, eso significa que te quiere, ahora, si para el día que estás invitada ella prepara dos o tres de esas deliciosas comidas árabes que implican amasar, pelar, hervir y estar pendiente durante cinco o seis días de la cocina, eso para mi mamá es que te ama. Y si uno no aprende a leer esta manera, puede quedarse sin darse cuenta de que para ella esto es igual a decir te quiero. ¿Es eso ser demostrativa?. ¡Que sé yo!. En todo caso esta es su manera de decirlo. Si yo no aprendo a leer el mensaje implícito en estos estilos, nunca podré decodificar el mensaje que el otro expresa. (Una vez por semana, cuando me peso, confirmo lo mucho que mi mamá me quería ¡y lo bien que  yo decodifiqué su mensaje!).

Cuando alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y de su atención en vos.

Un cuento que viaja por el mundo de Internet me parece que muestra mejor que yo lo que quiero decir:
Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó.
- ¿Cuánto ganás, papá? – le preguntó
- Ehhh... ¿cómo? – preguntó el padre entre sueños.
- Que cuánto ganás en el trabajo.
- Hijo, son las doce de la noche, andate a dormir.
- Si papi, ya me voy, pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?
El padre se incorporó en la cama  y en grito ahogado le ordenó:
- ¡Te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y menos a la medianoche!! – y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto.
A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo.
- Respecto de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los descuentos me quedan unos 2.200.
- ¡Uhh!... cuánto que ganás, papi – contestó Ernesto.
- No tanto hijo, hay muchos gastos.
- Ahh... y trabajás muchas horas.
- Si hijo, muchas horas.
- ¿Cuántas papi?
- Todo el día, hijo, todo el día.
- Ahh – asintió el chico, y siguió – entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
- Basta de preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.
- Papi ¿vos me podés prestar cinco pesos?
- Ernesto... ¡¡son las dos de la mañana!! – se quejó el papá.
- Si pero ¿me podés...
El padre no le permitió terminar la frase.
- Así que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla... Fuera de aquí... A su cama.
Vamos.
Una vez más, esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó en su cama y le habló.
- Perdoname si te grité, Ernesto, pro son las dos de la madrugada, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
- Si papá – contestó el chico entre mocos.
El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:
- Ahí tenés la plata que me pediste.
El chico se enjuagó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.
- Ahora si – dijo Ernesto – llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
- Muy bien hijo, ¿y que vas a hacer con esa plata?
- ¿Me vendés una hora de tu tiempo, papi?.

Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente cuánto le importás.
Yo puedo decidir hacer algo que vos querés que haga en la fantasía de que te des cuenta de cuánto te quiero. A veces si y a veces no. Aunque no esté en mi, despertarme de madrugada el 13 de diciembre, decorar la casa y prepararte el desayuno empapelando el cuarto con pancartas, llenándote la cama de regalos y la noche de invitados... sabiendo cuánto te emociona, puedo hacerlo alguna vez. Cuando yo tenga ganas. Pero si me impongo hacerlo todos los años sólo para complacerte y lo hago, no esperes que lo disfrute. Porque si no son las cosas que yo naturalmente quiero hacer, quizás sea mejor para los dos que no las haga.
Ahora bien, si o nunca tengo ganas de hacer estas cosas ni ninguna de las otras que sé que te gustan, entonces algo pasa.
Con la convivencia yo podría aprender a disfrutar de agasajarte de alguna de esas maneras que vos preferís. Y de hecho así sucede. Pero esto no tiene nada que ver con algunas creencias, mas o menos aceptadas por todos, que parecen contradictorias con lo que acabo de decir y con las que, por supuesto, no estoy de acuerdo.
Hablo específicamente sobre los sacrificios en el amor.
A veces la gente me quiere convencer de que mas allá de la idea de ser feliz, las relaciones importantes son aquellas donde uno es capaz de sacrificarse por el otro. Y la verdad es que yo no creo que el amor sea un espacio de sacrificio. Yo no creo que sacrificarse por el otro garantice ningún amor, y mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirma mi amor por el otro.

El amor es un sentimiento que avala la capacidad para disfrutar juntos de las cosas y no una medida de cuánto estoy dispuesto a sufrir por vos, o cuánto soy capaz de renunciar a mi.

En todo caso, la medida de nuestro amor no la podemos condicionar al dolor compartido, aunque éste sea parte de la vida. Nuestro amor se mide y trasciende en nuestra capacidad de reconocer juntos este camino disfrutando cada paso tan intensamente como seamos capaces y aumentando nuestra capacidad de disfrutar precisamente porque estamos juntos.

LOS “TIPOS” DE AMOR, UNA FALSA CREENCIA

Cada vez que hablo sobre estos temas en una charla o en una entrevista, mi interlocutor argumenta “depende de que tipo de amor hablemos”.
Yo entiendo lo que dicen, lo que no creo es que existan clases o clasificaciones diferentes de amor determinadas por el tipo de vínculo: te quiero como amigo, te quiero como hermano, como primo, como gato, como tío... como puerta (?).
Voy a hacer una confesión grupal: Esto  de los diferentes tipos de afecto lo inventó mi generación hace mas o menos 40 o 50 años, antes no existía. Dejame que te cuente. En aquel entonces, los jóvenes adolescentes o preadolescentes cruzábamos nuestros primeros vínculos con el sexo opuesto en las salidas “en barra” (grupos de 10 o 12 jóvenes que salíamos los sábados o nos quedábamos en la casa de alguno o alguna de nosotros escuchando música o aprendiendo a bailar). En estos grupos pasaba que, pro ejemplo, yo me percataba de la hermosa Graciela. Y entonces le contaba a mis amigos y amigas (a todos menos a ella) que el sábado iba a hablar con Graciela y confesarle que estaba enamorado de ella (y seguramente Graciela  también se enteraba pero hacía como que no sabía). Así, el sábado, un poco mas producido que de costumbre (como se dice ahora) yo me acercaba a Graciela y me “tiraba” (una especie de declaración-propuesta naïve) y ella, que no tenía la menor intención de salir conmigo porque le gustaba Pedro, pero pertenecíamos al mismo grupo, ¿qué me podía decir?. El grupo la podía rechazar si me hacía daño, no podía decirme: “Salí gordo, ¿cómo pensás que me puedo fijar en vos?”. No podía. Y entonces Graciela y las Gracielas de nuestros barrios nos miraban con cara de carnero degollado y nos decían: ”No dulce, yo a vos te quiero como a un amigo”, que quería decir: “no cuentes conmigo, idiota”, lo que nos dejaba en el incómodo  lugar de no saber si festejar o ponernos a llorar, porque no era un rechazo, no, era una confusión de amores.
Entonces no sabía (y después nunca supe muy bien) que quería decir te quiero como a un amigo, pero yo también empecé a usarlo: te quiero como amiga. Una historia práctica para no decir que mas allá del afecto no quiero saber nada con vos. Una respuesta funcional que supuestamente pone freno a las fantasías sexuales (como si uno no pudiera tener un revuelco con un amigo...)
Así empezó y luego se extendió:
Si no existe ni siquiera la mas remota posibilidad, entonces es: “te quiero como a un hermano” (que quiere decir, presentame a Pedro).
Y si la persona que propone es un viejo verde o una veterana achacada, entonces hay que decir: “te quiero como a un padre (o como a una madre)”, respuesta que, por supuesto, nunca evita la depresión...

Vivimos hablando y calificando nuestros afectos según el tipo de amor que sentimos...
Y sin embargo, pese a nosotros, y a los usos y costumbres, no es así.
El amor es siempre amor, lo que cambia es el vínculo, y esto es mucho mas que una diferencia semántica.
El ejemplo que yo pongo siempre es:
Si yo tengo una ensaladera con lechuga, le puedo agregar tomate y cebolla y hacer una ensalada mixta, o le puedo agregar remolacha, tomate, zanahoria, huevo  duro y un poquito de chaucha y tendré una completa. Le puedo agregar pollo, papa y mayonesa y obtendré un salpicón de ave. Finalmente un día le puedo poner miel, azúcar y aceite de tractor y entones quedará una basura con gusto espantoso. Y será otra ensalada.
Las ensaladas son diferentes, pero la lechuga es siempre la misma.
Hay algunos afectos que a mi me resultan combinables y algunos afectos que me resultan francamente incompatibles.
Lo que cambia en todo caso es la manera en la que expreso mi amor en el vínculo que yo establezco con el otro, pero no el amor.
Son las otras cosas agregadas al afecto las que hacen que el encuentro sea diferente.
Puedo ser que además de quererte me sienta atraído sexualmente, que además quiera vivir con vos o quiera que compartamos el resto de la vida, tener hijos y todo lo demás. Entonces, este amor será el que se tiene en una pareja.
Puede ser que yo te quiera y que además compartamos una historia en común, un humor que nos sintoniza, que nos riamos de las mismas cosas, que seamos compinches, que confiemos uno en el otro y que seas mi oreja preferida para contarte mis cosas. Entonces serás mi amigo o mi amiga.


          Pero existe mi manera de amar y tu manera de amar. Por supuesto, existen vínculos diferentes. Si te quiero, cambiará mi relación con vos según las otras cosas que le agregamos al amor, pero insisto, no hay diferentes tipos de cariño.

En última instancia, el amor es siempre el mismo. Par bien y para mal, mi manera de querer es siempre única y peculiar.

Si yo se querer a los demás en libertad y constructivamente, quiero constructiva y libremente a todo el mundo.
Si soy celoso con mis amigos, soy celoso con mi esposa y con mis hijos.
Si soy posesivo, soy posesivo en todas mis relaciones, y mas posesivo cuanto mas cerca me siento.
Si soy asfixiante, cuando mas quiero mas asfixiante soy, y mas anulador si soy anulador.
Si he aprendido a mal querer, cuando mas quiera mas daño haré.
Y si he aprendido a querer bien, mejor lo haré cuanto mas quiera.

Claro, esto genera problemas. Hay que advertir y estar advertido.
Decirle a mi pareja que yo la quiero de la misma manera que a mi mamá y a una amiga, seguramente provoque inquietud en las tres. Pero se inquietarían injustamente, porque esta es la verdad.
Quiero a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga con el único cariño que yo puedo tener, que es el mío. Lo que pasa es que, además, a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga me unen cosa diferentes, y esto  hace que el vínculo y la manera que tengo de expresar lo que siento cambie de persona en persona.
Los afectos cambian solamente en intensidad. Puedo querer mas, puedo querer menos, puedo querer un montón y puedo querer muy poquito.
Puedo querer tanto como para llegar a aquello que dijimos que es el amor, a que me alegre tu sola existencia mas allá de que estés conmigo o no.
Puedo querer muy poquito y esto significará que no me da lo mismo que vivas o que no vivas, no me da lo mismo que te pise un tren o no, pero tampoco me ocuparía demasiado en evitarlo. De hecho casi nunca te visito, no te llamo por teléfono, nunca pregunto por vos, y cuando venís a contarme algo siempre estoy muy ocupado mirando por la ventana. Pensar que podrías sentirte dolido no me da lo mismo pero tampoco me quita el sueño.

DESENGAÑO

¿Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo quieren?
¿Basta con mirar al otro fijamente a los ojos? ¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o preguntarme...?
Si así fuera, ¿cómo se explica tanto desengaño? ¿Por qué la gente se defrauda tan seguido si en realidad es tan sencillo darse cuenta de cuánto les importamos o no les importamos a los que queremos?
¿Cómo puede asombrarnos el descubrimiento de la verdad del desamor?.
¿Cómo pudimos pensarnos queridos cuando en realidad no lo fuimos?
Tres cosas hay que impiden nuestra claridad.
La primera está reflejada en el cuento  La Ejecución que relato en Recuentos para Demián.

La historia (un maravilloso cuento nacido en Oriente hace por lo menos 1500 años) cuenta, en resumen, de un rey poderoso y tiránico y de un sacerdote sabio y bondadoso. En el relato, el sabio sacerdote planea una trampa para el magistrado. Varios de sus discípulos se pelean para que el rey los condene a ser decapitados. El rey se sorprende de esta decisión suicida masiva y empieza a investigar hasta que “descubre” en las escrituras sagradas un texto que asegura que quien sea muerto a manos de un verdugo el primer día después de luna llena, renacerá y será inmortal. El rey, que lo único que teme es la muerte, decide pedirle a su verdugo que le corte la cabeza en la mañana del día señalado.

...Eso fue lo que sucedió y, por supuesto, por fin el pueblo se liberó del tirano. Los discípulos preguntaron:
- ¿Cómo  pudo este hombre que oprimió a nuestro pueblo, astuto como un chacal, haberse creído algo tan infantil como la idea de seguir viviendo eternamente después que el verdugo cortara su cabeza?
Y el maestro contestó:
- Hay aquí algo para aprender... Nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que aquel que desea que la mentira sea cierta.
¿Cómo no voy a entender que miles de personas vivan sus vidas en pareja o en compañía creyendo que son queridas por aquel que no las quiere o por el que no las quiso nunca?
Quiero, ambiciono y deseo tanto que me quieras, tengo tanta necesidad de que vos me quieras, que quizás pueda ver en cualquiera de tus actitudes una expresión de tu amor.
Tengo tantas ganas de creerme esa mentira (como el rey del cuento), que no me importa que sea evidente su falsedad.
Schopenhauer lo ilustra en una frase sugiriendo que “se puede querer, pero no se puede querer que lo quiere”.

La segunda causa de confusión es el intento de erigirse en parámetro evaluador del amor del prójimo. Por lo menos desde el lugar de comparar lo que soy capaz de hacer por el amado con lo que el o ella hacen por mi.
El otro no me quiere como yo lo quiero y mucho menos como yo quisiera que me quiera, el otro me quiere a su manera.
El mundo está compuesto por seres individuales y personales que son únicos y absolutamente irreproducibles. Y como ya dijimos, la manera de el no necesariamente es la mía, es la de el, porque el es una persona y yo soy otra. Además, si me quisiera exactamente a mi manera, el no sería el, el sería una prolongación de mi.

Ella quiere de una manera y yo quiero de otra, por suerte para ambos.
Y cuando yo confirmo que ella no me quiere como yo la quiero a ella, ni tanto ni de la misma manera, al principio del camino me decepciono, me defraudo y me convenzo de que la única manera de querer es la mía. Así deduzco que ella sencillamente no me quiere. Lo creo porque no expresa su cariño como lo expresaría yo. Lo confirmo porque no actúa su amor como lo actuaría yo.
Es como si me transformara, ya no en el centro del universo sino en el dueño de la verdad: Todo el mundo tiene que expresar todas las cosas como yo las expreso, y si el otro no lo hace así, entonces no vale, no tiene sentido o es mentira, una conclusión que muchas veces es falsa y que conduce a graves desencuentros entre las personas.
En la otra punta están aquellos que frente al desamor desconfían de lo que perciben porque atenta contra su vanidad.
A medida que recorro el camino del encuentro, aprendo a aceptar que quizás no me quieras.

Y lo acepto tanto desde permitirme el dolor de no ser querido como desde la humildad.
Hablo de humildad porque esta es la tercera razón para no ver:

“¡Como no me vas a querer a mi, que soy tan maravilloso, espectacular, extraordinario!. Donde vas a encontrar a otro, otra, como yo, que te quiera como yo, que te atienda como yo y te haya dado los mejores años de su vida. Cómo no vas a quererme a mi...”

Es fácil no quererme a mi como no querer a cualquier otro.

El afecto es una de las pocas cosas cotidianas que no depende sólo de lo que hagamos nosotros ni exclusivamente de nuestra decisión, sino de que, de hecho, suceda. Quizás pueda impedirlo, pero no puedo causarlo. Sucede o no sucede, y si no sucede, no hay manera de hacer que suceda, ni en mi ni en vos.
Si me sacrifico, me mutilo y cancelo mi vida por vos, podré conseguir tu lástima, tu desprecio, tu conmiseración, quizás hasta tu gratitud, pero no conseguiré que me quieras, porque eso no depende de lo que yo pueda hacer.
Cuando mamá o papá no nos daban lo que les pedíamos, les decíamos “sos mala/o, no te quiero mas” y ahí terminaba todo.
La decisión de dejar de amar como castigo.
Pero los adultos sabemos que esto es imposible. Sabemos que no existe nuestro viejo conjuro infantil “corto mano y corto fierro...”.

LA CREENCIA DEL AMOR ETERNO

Quizás el mas dañoso y difundido de los mitos acerca del amor es el que promueve la falsa idea de que el “verdadero amor” es eterno. Los que lo repiten y sostienen pretenden convencernos de que si alguien te ama, te amará para toda la vida, y que si amás a alguien, esto jamás cambiará.

Y sin embargo, a veces, lamentable y dolorosamente, el sentimiento se aletarga, se consume, se apaga y se termina... Y cuando eso sucede, no hay nada que se pueda hacer para impedirlo.
Estoy diciendo que se deja de querer.
Claro, no siempre, pero se puede dejar de querer.
Cree que el amor es eterno es vivir encadenado al engaño infantil de que puedo reproducir en lo cotidiano aquel vínculo que alguna vez tuve real o fantaseado: el amor de mi madre: un amor infinito, incondicional y eterno.
Dice Lacan que es éste el vínculo que inconscientemente buscamos reproducir, un vínculo calcado de aquel en muchos aspectos.
Ya hablaremos de esta búsqueda y de la supuesta eternidad cuando lleguemos al tema de la pareja, pero mientras tanto deshagamos, si  es posible para siempre, de la idea del amor incólume  y asumamos con madurez, como Vinicius de Moraes, que

el amor es una llama que consume
                     y consume porque es fuego,
                                             un fuego eterno... mientras dure.

Mi consultorio, en problemas afectivos, se divide en tres grandes grupos de personas: aquellas que quieren ser queridas mas de lo que son queridas, aquellas que quieren dejar de querer a aquel que no las quiere mas porque les es muy doloroso, y aquellas que les gustaría querer mas a quien ya no quieren, porque todo sería mas fácil.
Lamentablemente, todos se enteran de las mismas malas noticias: no solo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino que tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.
Que fácil sería todo si se pudiera elevar el quererómetro apretando un botón y querer al otro mas o menos de lo que uno lo quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción con el mío.
Pero las cosas no son así. La verdad es que no puedo quererte mas que como te quiero, no podés quererme ni un poco mas ni un poco menos de lo que me querés.
Bien, ya sabemos lo que No Es. Pero ¿qué es realmente el amor?.

NOTAS SOBRE EL VINCULO AFECTIVO

Eres el camino y eres la meta,
no hay distancia entre tú y la meta.
Eres el buscador y eres lo buscado,
no hay distancia entre la búsqueda
y lo encontrado.
Eres el adorador y eres lo adorado.
Eres el discípulo y eres el maestro.
Eres los medios y eres el fin.
Este es el gran camino.

Osho (El libro de la nada)

En sus orígenes, el término vínculo y el término afecto nos remite a conceptos o acciones que pueden ser tanto negativas como afirmativas, es decir a conceptos neutrales. Ninguno de ellos nos hace explícitos si el lazo con lo otro es positivo o negativo. Debemos establecer entonces que el amor es un vínculo afectivo y que el odio también lo es, y que tanto el placer del encuentro como el dolor del desencuentro nos vinculan afectivamente.
Siendo esquemáticos, se podría clasificar los vínculos en tres grandes grupos según el punto de atención del encuentro afectivo.

El vínculo con un ente metafísico (Dios, fuerzas cósmicas, la naturaleza, etc.).
El vínculo con un objeto (una obra de arte, un objeto valioso, etc.).
El vínculo con el humano (amigo, novio, familiar o uno mismo).

El primero lo asociamos comúnmente con la religión. En el segundo podemos hablar de “materialismo”, de consumismo, o incluso de fetichismo.
El encuentro con lo humano en su mejor dimensión, está representado por el amor del que hablo y, según Rousseau, es fuente del genuino y primigenio vínculo  interpersonal.

AMOR Y AMISTAD

Cuando me enredo en estas delirantes divagaciones y pienso en vos que me leés, me pregunto si podrás compartir conmigo mi pasión por los orígenes de las palabras.
A modo de disculpa y justificación dejame que te cuente un cuento:

La función de cine está por comenzar. Sobre la hora, una mujer muy elegante llega, presenta su ticket y sin esperar al acomodador avanza pro el pasillo buscando un lugar de su agrado.
En la mitad de la sala ve a un hombre con aspecto de vaquero tejano, con botas y sombrero, vestido con jeans y una estridente camisa con flecos, indudablemente borracho y literalmente desparramado por encima de las butacas centrales de las filas 13, 14, 15, y 16. Indignada, la mujer sale de la sala a buscar al responsable y lo trae tironeándolo mientras le dice:
- No puede ser... dónde vamos a parar, es una falta de respeto... bla, bla, bla,...
El acomodador llega hasta el tipo, que le sonríe desde detrás de su elevada alcoholemia, y sorprendido por su aspecto lo  increpa:
- ¿Usted de dónde salió?
Y el borracho, tratando de articular su respuesta, le contesta extendiendo el dedo hacia arriba:
- DEL... SU... PER PUL...MAN.

No digo  siempre, pero a veces, saber de dónde vienen las cosas ayuda a comprender lo que quieren decir.
La discusión filosófica con respecto al amor empieza con los griegos, que como se preguntaban por la naturaleza de todas las cosas, también se preguntaban por el amor (lo que ya implicaba que el amor tiene una “naturaleza”, porque sólo aquello que posee una naturaleza puede cuestionarse). Cual era esa naturaleza o, en nuestros términos, ¿qué es el amo?. La respuesta implica desde ya una proposición que algunos   pueden oponerse a dar como posible ya que se tiene por creencia de antemano que el amor es conceptualmente irracional, en el sentido de que no se puede describir en proposiciones racionales o significativas. Para tales críticos, el amor se limita a una expulsión de emociones que desafía el examen racional.
La palabra amor posiblemente no llegue al español en forma directa del latín. De  hecho, el correspondiente verbo “amar”  nunca se ha empleado popularmente en la mayoría de países de lengua latina. Según Ortega y Gasset, los romanos la aprendieron de los etruscos, un pueblo mucho mas civilizado que dominó a Roma y que influyó poderosamente en su idioma, su arte y su cultura. ¿Pero de dónde viene la palabra etrusca amor?. Puede ser que tenga alguna relación con la palabra “madre” (en español antiguo en euskera y en otras lenguas, la palabra ama significa “madre”). corominas, sin embargo, sostiene que el latín amare y todos sus derivados (amor, amicus, amabilis, amenus) son de origen indoeuropeo y que su significado inicial hacía referencia al deseo sexual (también en inglés love  se deriva de formas germánicas del sánscrito lubh = deseo).
En todo caso, siempre fue difícil definir el concepto de “amor”, aún etimológicamente, y hasta cierto punto la ayuda podría venirnos una vez mas de la referencia a otros términos griegos. Ellos nos hablan de tres sentimientos amorosos: eros, philia y ágape.

El término eros (erasthai) refiere a menudo un deseo sexual (de ahí la noción moderna de “erótico”). La posición socrático-platónica sostiene que eros se busca aunque se sabe de antemano que no pude alcanzarse en vida, lo cual nos evoca desde el inicio la tragedia.
La reciprocidad no es necesaria porque es la apasionada contemplación de lo bello, mas que la compañía de otro, lo que deber perseguirse.
Eros es hijo de Poros (riqueza) y Penia (pobreza). Es, pues, carencia y deseo y también abundancia y posesividad.
Platón describe el amor emparentado con la locura, con el delirio del hombre por el conocimiento, plateado como recuerdo de un saber ya adquirido por el alma, que el hombre recupera yendo a través de los sentidos hacia la unidad de la idea.
Queda claro cómo la filosofía griega, sobre todo en la platónica, se da este amor una significación de búsqueda que es, a la vez, conocimiento.

Por contraste al deseo y el anhelo apasionado de eros, philia trae consigo el cariño y la apreciación del otro. Para los griegos, el término philia incorporó no  sólo la amistad, sino también las lealtades a la familia y al polis (ciudad).
La primera condición para alcanzar la elevación es para Aristóteles que el hombre se ame a si mismo. Sin esta base egoísta, philia no es posible.

Ágape en cambio, se refiere al amor de honra y un cuidado que se da básicamente entre Dios y el hombre y entre el hombre y Dios, extendido desde allí al amor fraternal con toda la humanidad. Ágape utiliza los elementos tanto de eros como de philia. Se distingue en que busca una clase perfecta de amor que es inmediatamente un trascender el particular, una philia sin la necesidad de la reciprocidad.

Todos los filósofos han hablado desde entonces del amor y su significado, pero dos aportaciones que me parecen fundamentales son la del  psicoanálisis de Freud y la del existencialismo de Sartre.
Según Freud, el amor es de alguna manera sublimación de un instinto (pulsión)  que nos concreta con la vida, “eros” que se enfrentará en nuestra vida con un instinto de muerte “thanatos”, transformando nuestro devenir en una lucha entre dos fuerzas, una constructiva y la otra aniquiladora.
Para Sartre, amar es, en esencia, el proyecto de hacerse amar.
Como la libertad del otro es irreductible, si deseamos poseer su interés y su atención no basta con poseer el cuerpo, hay que adueñarse de su subjetividad, es decir, de su amor, “el amor, - dice el existencialismo – es una empresa contradictoria condenada de antemano al fracaso”... El imposible aparece en la incompatibilidad entre renunciar a la subjetividad (amar) y la resistencia a perder la libertad (virtud existencial).
Aunque quizás... quizás no sea así.

Cuenta una vieja leyenda de indios sioux, que una vez hasta la tienda del viejo brujo de la tribu llegaron, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las mas hermosas mujeres de la tribu.
- Nos amamos – empezó el joven.
- Y nos vamos a casar – dijo ella.
- Y nos queremos tanto que tenemos miedo.
- Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán.
- Algo  que nos garantice que podremos estar siempre juntos.
- Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte.
- Por favor – repitieron -, ¿hay algo que podamos hacer?
El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.
- Hay algo... – dijo el viejo después de una larga pausa -. Pero no se... es una tarea muy difícil y sacrificada.
- No importa – dijeron los dos.
- Lo que sea – ratificó Toro Bravo.
- Bien – dijo el brujo -, Nube Alta ¿ves el monte al norte de nuestra aldea?. Deberás escalarlo sola y sin mas armas que una red y tus manos, y deberás cazar el halcón mas hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo  aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendes?.
La joven asintió en silencio.
- Y tú, Toro Bravo – siguió el brujo -, deberás escalar la montaña del trueno y cuando llegues a la cima, encontrar la mas bravía de todas las águilas y solamente con tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mi, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta... Salga ahora.
Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur...
El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de sus bolsas. Los jóvenes hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.
¿Volaban alto? – preguntó el viejo.
- Si, sin dudas. Como lo pediste... ¿Y ahora? – preguntó el joven -. ¿Los mataremos y beberemos el honor de sus sangre?
- No – dijo el viejo.
- Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne – propuso la joven.
- No – repitió el viejo -. Hagan lo que les digo. Tomen las aves y átenlas entre si por las patas con estas tiras de cuero.... Cuando las hayan anudados, suéltenlas y que vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros.
El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre si hasta lastimarse.
- Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Ustedes como un águila y un halcón, si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos pero jamás atados.

A esta lista de Eros, Philia y Ágape, me gustaría añadir entonces un concepto adicional, un modelo de encuentro: la intimidad.

INTIMIDAD, EL GRAN DESAFIO


Estar en contacto íntimo no significa abusar de los demás ni vivir feliz eternamente. Es comportarse con honestidad y compartir logros y frustraciones. Es defender tu integridad, alimentar tu autoestima y fortalecer tus relaciones con los que te rodean. El desarrollo de esta clase de sabiduría  es una búsqueda de toda la vida que requiere entre otras cosas mucha paciencia.
Virginia Satir

Como  ya sabemos, hay diferentes intensidades en los vínculos afectivos que establecemos con los demás. En un extremo están los vínculos cotidianos sin demasiado compromiso ni importancia, a los que mas que encuentros prefiero  llamar genéricamente cruces. Y los llamo así porque funcionan como tales: el camino de un hombre y de una mujer se acerca, y se acercan hasta que consiguen tocarse, pero en ese mismo instante de unión empiezan a alejarse, alejarse y alejarse.
En el otro extremo están los vínculos más intensos, mas duraderos. Nuestros caminos se juntan y durante un tiempo compartimos el trayecto, caminamos juntos. A estos encuentros, cuando son profundos y trascendentes, me gusta llamarlos vínculos íntimos.

No me refiero a la intimidad como sinónimo de privacidad ni de vida sexual, no hablo de la cama o de la pareja, sino de todos los encuentros trascendentes. Hablo de las relaciones entre amigos, hermanos, hombres y mujeres, cuya profundidad permita pensar en algo que va mas allá de lo que en el presente compartimos.

Las relaciones íntimas tienen como punto de mira la idea de no quedarse en la superficie, y es esta búsqueda de profundidad la que les da la estabilidad para permanecer y trascender en el tiempo.

Una relación íntima es una relación afectiva que sale de lo común porque empieza en el acuerdo tácito de la cancelación del miedo a exponernos y en el compromiso de ser quienes somos.
La palabra compromiso viene de “promesa”, y da a la relación una magnitud diferente. Un vínculo es comprometido cuando está relacionado con honrar las cosas que nos hemos dicho, con la posibilidad de que yo sepa, anticipadamente, que puedo contar con vos. Sólo  sintiendo honestamente el deseo de que me conozcas puedo animarme a mostrarme tal como soy, sin miedo a ser rechazado pro tu descubrimiento de mi.

Al decir de Carl Rogers, cuando percibo tu aceptación total, entonces, y solo entonces puedo mostrarte mi yo mas amoroso, mi yo mas creativo, mi yo mas vulnerable.

La relación íntima me permite, como ninguna, el ejercicio absoluto de la autenticidad.

La franqueza, la sinceridad y la confianza son cosas demasiado importantes como para andar regalándoselas a cualquiera. Siempre digo que hay una gran diferencia entre sinceridad y sincericidio (decirle a mi jefe que tiene cara de caballo se parece mas a una conducta estúpida que a una decisión filosófica).
En la vida cotidiana no ando mostrándole a todo el mundo quién soy, porque la sinceridad es una actitud tan importante que hay que reservarla sólo para algunos vínculos, como veremos mas adelante.

Intimidad implica entrega y supone un entorno suficientemente seguro como para abrirnos. Sólo en la intimidad puedo darte todo aquello que tengo para darte.

Porque la idea de la entrega y la franqueza tiene un problema. Si yo me abro, quedo en un lugar forzosamente vulnerable.
Desde luego que si, la intimidad es un espacio vulnerable por definición y por lo tanto inevitablemente riesgos. Con el corazón abierto, el daño que me puede hacer aquel con quien intimo es mucho mayor que en cualquier otro tipo de vínculo.
La entrega implica sacarme la coraza y quedarme expuesto, blandito y desprotegido.
Intimar es darle al otro las herramientas y la llave para que pueda hacerme daño teniendo la certeza de que no  lo va a hacer.
Por eso, la intimidad es una relación que no se da rápidamente, sino que se construye en un proceso permanente de desarrollo y transformación. En ella, despacito, vamos encontrando el deseo de abrirnos, vamos corriendo uno por uno todos los riesgos de la entrega y de la autenticidad, vamos develando nuestros misterios a medida que conquistamos mas espacios de aceptación y apertura.

Una de las características fundamentales de estos vínculos es el respeto a la individualidad del otro.

La intimidad sucederá solamente si soy capaz de soslayarme, regocijarme y reposarme sobre nuestras afinidades y semejanzas, mientras reconozco y respeto todas nuestras diferencias.
De hecho, puedo intimar únicamente si soy capaz de darme cuenta de que somos diferentes y si tomo, no sólo la decisión de aceptar eso distinto que veo, sino además la determinación de hacer todo lo posible para que puedas seguir siendo así, diferente, como sos.

Las semejanzas llevan a que nos podamos juntar.
Las diferencias permiten que nos sirva estar juntos.

Por supuesto que también puede pasar que, en ese proceso, cuando finalmente esté cerca y consiga ver con claridad el pasajero dentro del carruaje, descubra que no me gusta lo que veo.
Puede suceder y sucede. A la distancia, el otro me parece fantástico, pero a poco de caminar juntos me voy dando cuenta de que en realidad no me gusta nada lo que empiezo a descubrir.
La pregunta es: ¿Puedo tener una relación íntima con alguien que no me gusta?
La respuesta es NO.

Para poder construir una relación de intimidad hay ciertas cosas que tienen que pasar.
Tres aspectos de los vínculos humanos que son como el trípode de la mesa en la cual se apoya todo que constituye una relación íntima.
Esas tres patas son:
                                 Amor
                                 Atracción
                                 Confianza

Uno puede estudiar y trabajar para comunicarse mejor, uno puede aprender a respetar al otro porque no sabe, uno puede aprender a abrir su corazón... pero hay cosas que no  se aprenden porque no se hacen, suceden. Hay cosas que tienen que pasar.
Sin estas tres patas, la intimidad no existe. Tan así es, que si en una relación construida con intimidad desaparece el afecto, la confianza y la atracción, toda la intimidad conquistada se derrumba. El vínculo se transforma en una buena relación interpersonal, una relación intensa o agradable, pero no tendrá mas la característica de una relación íntima.
Para que la relación íntima perdure, es decir, para que  |         |el trípode donde se apoya la relación permanezca incólume, tengo que ser capaz de seguir queriéndote, tengo que poder confiar en vos, tenés que seguir resultándome una persona atractiva.

Para que tengamos intimidad, es imprescindible que me quieras, que confíes en mi y que te guste.

Esto de las tres patas no sería tan problemático si no fuera por ese pequeño, diminuto y terrible detalle: Ninguna de estas tres cosas (amor, confianza y atracción) dependen de nuestra voluntad.

Lo dramáticamente importante es que yo no puedo elegir que suceda ninguna de estas tres cosas. Se dan o no se dan, no dependen de mi decisión. Yo no decido quererte, no decido confiar en vos y no decido que me gustes. Por mucho que yo me esfuerce no hay nada que yo pueda hacer si no me pasa.
Por eso, la intimidad es algo que se da cuando,  en una relación de dos, a ambos nos están pasando  estas tres cosas: nos queremos, confiamos en el otro y nos sentimos atraídos. El resto lo podemos construir.
Ni siquiera podemos hacer nada para querer a alguien que ya no queremos, para que nos guste alguien que ya no nos gusta ni para confiar en alguien en quien ya no confiamos.
Por supuesto, no estoy diciendo que sentir o no sentir estas tres cosas sea independiente de lo que el otro sea o haga. Es más, sin demasiado trabajo nos podemos dar cuenta de que si está bien es cierto que no puedo hacer nada para quererte, para que me atraigas o para confiar en vos, vos si podés hacer algo.

Yo puedo hacer cosas para que vos te des cuenta de que soy confiable, y puedo hacer cosas para tratar de agradarte y para despertar en vos amor por mi.
Pero no hay nada que yo pueda hacer para sentir lo mismo por vos si no está sucediéndome.
Si mi afecto, mi atracción y mi confianza dependen de alguien, es mucho mas de vos que de mi.

Del amor hemos hablado y seguiremos hablando, pero quiero ocuparme aquí de las otras dos patas de esta mesa.

Para que haya una verdadera relación íntima, el otro me tiene que atraer.

No importa si es un varón, una mujer, un amigo, un hermano... el otro tiene que ser atractivo para mi. Me tiene que gustar lo que veo, lo que escucho, lo que es el otro es. No todo, pero me tiene que gustar.
Si en verdad el otro no me gusta, si no hay nada que me atraiga, podremos tener una relación cordial, podremos trabajar juntos, podremos cruzarnos y hacer cosas de a dos, pero no vamos a poder intimar.

Para poder intimar, además de la apertura, la confianza, la capacidad para exponerme, el vínculo afectivo, la afinidad, la capacidad de comunicación, la tolerancia mutua, las experiencias compartidas, los proyectos, el deseo de crecer y demás, como si fuera poco el otro, fundamentalmente, tiene que gustarme, tengo que poder ser atraído por el otro.

El gusto por el otro no es necesariamente físico. Puede gustamre su manera de decir las cosas su manera de hacer, su pensamiento su corazón. Pero, repito, la atracción tiene que estar.

Existen algunas parejas  a las que les gustaría mucho intimar, pro se encuentran con quien si bien es cierto que se quieren muchísimo y que pueden confiar, algo ha pasado con la posibilidad de gustarse mutuamente: se ha perdido. Entonces llegan a un consultorio, hablan con una pareja amiga o con un sacerdote y dicen: “No se qué nos pasa, nada es igual, no tenemos ganas de vernos, no sé si nos queremos o no”, y a veces, lo único que pasa es que la atracción ha dejado de suceder hace tiempo.

Anímense a hacer un ejercicio.
Elijan a alguien con quien creen que tienen una relación íntima y hagan cada uno por separado una lista de todo lo que creen que hoy les atrae de esa persona. Atención, digo HOY. No lo que les atrajo allá y entonces, sino lo que les gusta de ese otro ahora. Después, siéntense un largo rato juntos y compartan sus listas. Aprovechen a decírselo en palabras. Es tan lindo escuchar al otro decir: “Me gusta de vos...”.

De las tres patas, la de la atracción tiene una característica especial: es la única que no tiene memoria.

Yo no puedo sentirme atraído por lo que fuiste, sino por lo que sos.

Sin embargo yo recuerdo aquel día en que te conocí. Pienso en ese momento y se alegra el alma al rememorar. Es verdad, pero eso no es atracción, es nostalgia.
Puedo  amarte por lo que fuiste, por lo que representaste en mi vida, por nuestra historia. De hecho, confio en vos por lo que ha pasado entre nosotros, por lo que has demostrado ser. Pero la atracción funciona en el presente porque es amnésica.

La tercera pata de la mesa es la confianza y hablar de ella requiere la comprensión de algunos conceptos previos.

Hace muchos años, cuando pensaba por primera vez en estas cosas para la presentación del tema en las charlas de docencia terapéuticas, diseñé un esquema que a pesar de no representar fielmente la realidad absoluta como todos los esquemas), nos permitirá espero, comprender algunas de nuestras relaciones con los demás.
Digo que es justamente el manejo de la información que poseemos sobre lo interno y lo externo lo que clasifica los vínculos en tres grandes grupos:

Las relaciones cotidianas.
Las relaciones íntimas.
Las relaciones francas.

En las relaciones del primer grupo, que son la mayor parte de mis relaciones, yo soy el que decido si soy sincero, si miento o si oculto. Es mi decisión,  y no las reglas obligadas por el vínculo, la que decide mi acción.
¿Pero cómo?. ¿Es lícito mentir?. Veinte años después sigo pensando lo que escribí en Cartas para Claudia: el hecho de que yo sepa que puedo mentir es lo que hace valioso que sea sincero.
En las relaciones íntimas, en cambio, no hay lugar para la mentira. Puedo decir la verdad o puedo ocultarla, pero  por definición estas relaciones no admiten la falsedad.
¿Pero cual es la diferencia entre mentir y ocultar?
Ocultar, en el sentido de no decir, es parte de mi libertad y de mi vida privada. Y tener una relación íntima con alguien no quiere decir terminar con mi libertad ni con mi derecho a la privacidad.  Intimar con alguien no significa que yo no pueda reservar un rinconcito para mi solo.
Si yo tengo una relación íntima con mi esposa, entonces es parte de lo pactado que no le miento ni me miente. Supongamos que me encuentro con mi hermano y tengo una charla con el y por alguna razón decido que no quiero  contarle a Perla lo que hable con Cacho porque presumo, digamos, que a el no le gustaría. Es obvio  que es mi derecho no  decirle lo que hablé con mi hermano si no quiero, porque pertenece a mi vida y en todo caso a la de mi hermano. Pero  cuando llego a mi casa, inocentemente mi esposa me dice: “¿De donde venís?”. Tenemos un pacto de no mentirnos, no puedo contestarle: “Del banco”, porque eso sería falos. Entonces le digo: “De estar con mi hermano”, deseando que no siga preguntando. Pero en el ejemplo ella me dice: “Ah... ¿y que dice tu hermano?. No puedo decirle: “Nada”, porque sería mentirle. No puedo decirle: “No te puedo decir”, porque también sería mentira (de hecho, como poder, puedo). Entonces ¿qué hago?. No quiero contare y tampoco quiero mentirle. Con tengo una relación íntima con ella, un vínculo que permite ocultar pero no mentir, entonces le digo, simplemente: “No quiero contarte”. Lo hablado con Cacho pertenece a mi vida personal, y  he decidido ocultar de que hablamos, pero no estoy dispuesto a mentir.
¿No sería mas fácil una mentirita sin importancia en lugar de tantas historia? ¿Algo como  “el me pidió que no lo contara” o “estuvimos hablando de negocios”?. Claro que sería mas fácil. Pero aunque parezca menor, esa sola mentira derrumbaría toda la estructura de nuestra intimidad. Si vas a tomarte el derecho de decidir cuándo es mejor una pequeña mentira, entonces nunca podré saber cuándo me estás diciendo la verdad.

En este nivel vincular yo no puedo saber si me estás diciendo toda la verdad, pero tengo la certeza de que todo lo que me estás diciendo es verdad.

Respecto del último estrato, la franqueza, reservo este espacio para aquellos vínculos excepcionales, uno  o dos en la vida, que uno establece con su amigo o su amiga del alma. Un vínculo  donde ni siquiera hay lugar para ocultar.

Cuando en términos de intimidad hablo de confianza, me refiero a la certeza a priori de que no estás mintiendo. Puede ser que decidas no contarme algo, que decidas no compartir algo conmigo, es tu derecho y tu privilegio, pero no me vas a mentir, lo que decidas decirme es la verdad, o al menos lo que honestamente vos creés que es la verdad. Podés estar equivocado, pero no me estás mintiendo.

La confianza en una relación íntima implica tal grado de sinceridad con el otro, que yo no contemplo la posibilidad de mentirle.

Es importante acceder a este desafío: darse cuenta de que el amor, la atracción y la confianza son cosas que suceden o que no suceden. Y si no  suceden, la relación puede ser buena, pero no será íntima y trascendente.

Siempre digo que la vida es una transacción no comercial, una transacción a secas donde uno da y recibe. La intimidad está muy relacionada con aquello que doy y aquello que recibo. Y esto algo que a veces cuesta aprender.
Hay gente que va por el mundo creyendo que tiene que dar todo el tiempo sin permitir que le den nada, creyendo que con su sacrificio están contribuyendo a sostener el vínculo. Si supieran lo odioso que es estar  al lado de alguien que da todo el tiempo y no quiere recibir, se llevarían una sorpresa.
Creen que son buenos porque están todo el tiempo dando, “sin pedir nada a cambio”. Es muy fastidioso estar al lado de alguien que no puede recibir.
Una cosa es no pedir cosas a cambio de lo que doy y otra muy distinta es negarme a recibir algo que me dan o rechazarlo porque yo decidí que no me lo merezco. Muy en el fondo el mensaje es “lo que das no  sirve”, “tu opinión no importa”, “lo tuyo no vale” y “vos no sabés”.
Hay que saber el daño que le hacemos al otro por negarnos a recibir lo que el otro, desde el corazón, tiene para darnos.
La transacción que es la vida permite la entrega mutua que es, por supuesto, un pasaporte a la intimidad.

Como en todas las mesas, cada pata es indispensable. Pero en la mesa de tres, la necesidad es mucho mas rigurosa.
En una mesa de cuatro patas, hasta cierto punto  puedo equilibrar lo que apoyé en ella aunque falte una pata. En las mesas de tres, en cambio, basta que una esté ausente o dañada para que la mesa y todo lo que sostenía se venga abajo.

No creo que todos los encuentros deban terminar siendo relaciones íntimas, pero si sostengo que sólo éstas le dan sentido al camino.


EL AMOR A LOS HIJOS


El mecanismo de identificación proyectiva, por el cual me identifico con algo que proyecté, es muchas veces el comienzo de lo que comúnmente llamamos “querer a alguien”. De esto se trata el sentimiento  afectivo. Sucede así con todas las relaciones, pareja, amigos, primos, hermanos, sobrinos, tíos, cuñadas y amantes, sucede con todos menos con los hijos. Y la excepción se debe a una sola razón: A los hijos no se los vive como otros.
Como dije en El camino a la autodependencia cuando un hijo nace lo sentimos como una prolongación nuestra, literalmente. Y si bien es un ser íntegro y separado, que está afuera, no dejamos de vivirlo de este modo.

Hay una patología psiquiátrica que se llama personalidad psicopática. Puede tratarse de criminales, delincuentes, torturadores o cualquier cosa, lo único que les importa a los psicópatas es la propia satisfacción de sus ambiciones personales y, dada su estructura antisocial, no tienen inconvenientes en matar al prójimo si con ellos pueden conseguir lo que desean.
Se trata de personas que no aceptan límites. Los psicópatas no pueden decir “si yo fuera el”, no pueden ni por un momento pensar en función del otro, sólo pueden pensar en si mismos. Si no pueden identificarse tampoco pueden hacer el mecanismo de identificación proyectiva y como el afecto empieza por la identificación, entonces no pueden querer a nadie.
Sin embargo, cuando por alguna razón un torturador tiene hijos, con ellos puede ser entrañable. Un psicópata puede llegar a hacer por los hijos cosas que no ha hecho nunca por ninguna otra persona, y lo hace aunque a la madre de esos mismos hijos,  la maltrate, la golpee, la humillo o simplemente la ignore. Porque los hijos son vividos como una parte de el mismo, y entonces los trata como tal, con lo                                                                                                                                                                                             mejor y lo peor de su trato consigo mismo.
Esto confirma para mi, que el mecanismo de identificación proyectiva es para con todos menos para con mis hijos, porque para quererlos a ellos este mecanismo no es necesario. para nosotros, que no somos psicópatas, los hijos son también una parte nuestra con vida afuera o, como diría Atahualpa refiriéndose a la amistad, “como uno mismo en otro pellejo”.
Todos tratamos a nuestros hijos de la misma manera, con el mismo amor, y a veces, tristemente, con el mismo desamor que tenemos por nosotros mismos.
Alguien que se trata bien a si mismo podrá tratar muy bien a sus hijos.
Alguien que se maltrate va a terminar maltratando a sus hijos.
Y posiblemente, alguien que viva abandonándose a si mismo, es capaz de abandonar a un hijo.
Porque no hay otra posibilidad mas que hacerles a nuestros hijos lo mismo que nos hacemos a nosotros.
Sin embargo, como hijos de nuestros padres, nosotros no sentimos que ellos sean una prolongación nuestra, y de hecho no lo son.
Mis hijos son para mi un pedazo de mi vida y por eso los amo incondicionalmente, pero yo no lo soy para ellos.

La sensación de pertenencia y de la incondicionalidad es de los padres para con los hijos, pero de ninguna manera de los hijos para con los padres.

¿Serán capaces los hijos de sentir esto alguna vez?
Si... por sus hijos. Pero no por mi.
El amor de los padres es un amor desparejo que se completa en la generación siguiente. Se trata de un caso de reciprocidad diferida o mas bien, debo decir, desplazada, devolverás en tus hijos lo que yo te di.
No es ningún mérito querer a los hijos, pero para que ellos puedan querernos, van a tener que tomarse todo el trabajo.... Van a tener que empezar por ver un pedazo de nosotros en el cual se pueden proyectar... identificarse luego con él... y transformar esa identificación en amor. Y entonces nos querrán (o no) dependiendo de lo que les haya pasado en ese vínculo.

Estoy hablando  del amor de la madre y del padre. La vivencia de la prolongación no es una cosa selectiva de la mamá, es una vivencia de la mamá y del papá.
Hay mujeres que, además del privilegio del embarazo, creen tener el oscuro derecho de negar que a los hombres también nos sucede esto con nuestros hijos,
En una de mis charlas, una señora me dijo:
“Yo estudié que el amor de la madre por el hijo se da naturalmente, y que el amor del padre por el hijo se da a través del deseo por la madre”.
Y siguió ante la mirada de la sala.
“No lo digo desde mi, sino por estudios que se han hecho...”.
Lo  que ocurre es que algunos de los primeros terapeutas eran bastante antiparentales. Yo creo que era una manera de confrontar la tradicional  verticalidad de la educación escolástica. En verdad, no se que habrá pasado con aquellos psicoanalistas y sus hijos, pero lo que me pasó a mi y lo que le pasa a la gente que yo conozco, es que siente el amor por lo hijos desde todos lados y mas allá de la historia del amor por su madre. de lo contrario, no se entendería como un padre es capaz de dar su vida por el hijo y no siempre por su esposa. Algo debe pasar. A mi no me coincide. Es mas, creo que si alguien quiere a su hijo a partir del amor de la esposa, algo muy complicado le está pasando en la cabeza. Mas allá de lo que digan los libros.
Si bien es verdad que  porcentualmente se ven mas hijos abandonados por los padres que por las madres, habría que ver si esto demuestra que los padres son incapaces de querer a los hijos como una prolongación propia, o si es el afecto de una derivación social, donde el lugar que se le da al padre motiva esta actitud.

Si dejáramos a los padres sentir las cosas que las madres dicen sentir en exclusividad, quizás no existirían tantos papás abandonando a sus hijos.

Si la madre cree tener unívocamente  derecho a la posesión sobre los hijos y la sociedad se la avala, ¿qué lugar le queda al papá?.  Es responsabilidad del papá la manutención económica y de la mamá la contención y la presencia afectiva.
Así, la estructura social dice que a la madre no se la puede separar del chico, con toda razón, y que si se puede separar al padre del chico, con no se cuánta razón.
Y sin embargo eso dicen los expertos. ¿Podemos creerles?.

En la película “Juego de seducción”, un hombre de aspecto rural cuenta en cámara la siguiente historia:

Cuando yo tenía 8 años, encontré el Río Perdido. Nadie sabía dónde estaba, nadie en mi condado podía decirte cómo llegar, pero todos hablaban de el. Cuando llegué por primera vez al Río Perdido, me di cuenta rápidamente de que estaba allí. Uno se da cuenta cuando llegue. ¡Era el lugar mas hermoso que jamás vi, había árboles que caían sobre el río y algunos peces enormes navegaban en las aguas transparentes!. Así que me saqué la ropa y me tiré al río y nadé entre los peces y sentí el brillo del sol en el agua, y sentí que estaba en el paraíso. Después de pasar la tarde de ahí, me fui marcando todo el camino hasta llegar a mi casa y allí le dije a mi padre:
- Papá, encontré el Río Perdido.
Mi papá me miró  rápidamente y se dio cuenta de que no mentía. Entonces me acarició la cabeza y me dijo:
- Yo tenía mas o menos tu edad cuando lo vi por primera vez. Nunca pude volver.
Y yo le dije:
- No, no... Pero yo marqué el camino, dejé huellas y corté ramas, así que podemos volver juntos.
Al día siguiente, cuando quise volver, no puede encontrar las marcas que había hecho, y el río se volvió perdido también para mi. Entonces me quedó el recuerdo y la sensación de que tenía que buscarlo una vez mas.
Dos años después, una tarde de otoño, fuimos a la dirección de guardaparques del condado porque mi papá necesitaba trabajo. Bajamos a un sótano, y mientras papá esperaba un una fila para ser entrevista, vi que en una pared había un mapa enorme que reproducía cada lugar del condado: cada montaña, cada río, cada accidente geográfico estaba ahí. Así que me acerqué con mis hermanos, que eran menores, para tratar de encontrar el Río Perdido y mostrárselo a ellos. Buscamos y buscamos, pero sin éxito.
Entonces se acercó un guardaparques grandote, con bigotes, que me dijo:
- ¿Qué estás buscando, hijo?
- Buscamos el Río Perdido  - dije yo, esperando su ayuda.
Pero el hombre respondió:
- No existe ese lugar.
- ¿Cómo que no existe?. Yo nadé ahí.
Entonces el me dijo:
- Nadaste en el Río Rojo.
Y yo le dije:
- Nadé en los dos, y se la diferencia.
Pero el insistió:
- Ese lugar no existe.
En eso regresó mi papá, le tiré del pantalón y le dije:
- Decile, papá, decile que existe el Río Perdido.
Y entonces el señor de uniforme dijo:
- Mirá niño, este país depende de que los mapas sean fieles a la realidad. Cualquier cosa que existiera y no estuviese aquí en el mapa del servicio oficial de guardaparques de los Estados Unidos, sería una amenaza contra la seguridad del país. Así que si en este mapa dice que el Río Perdido no existe, el Río Perdido no existe.
Yo seguí tirando de la manga de mi papá y le dije:
- Papá, decile...
Mi papá necesitaba el trabajo, así que bajó la cabeza y dijo:
- No hijo, el es experto, si el dice que no existe...
Y ese día aprendí algo: Cuidado con los expertos. Si nadaste en un lugar, si mojaste tu cuerpo en un río, si te bañaste de sol en una orilla, no dejes que los expertos te convenzan de que no existe. Confiá mas en tus sensaciones que los expertos, porque los expertos, son gente que se moja pocas veces.
¿Cuántos hijos habrán tenido esos expertos que excluyen del vínculo emocional a los padres?.
¿En que río no habrán nadado?
La verdad, ¿qué imprta lo que digan los psicólogos?. Que imprta lo que diga yo, lo que digan los libros, ¡que importa lo que diga nadie!. Lo que importa en el amor es lo que cada uno siente.
Porque cada uno sabe perfectamente cuánto quiere a sus hijos, porque en todo caso este es tu Río Perdido, el que no está en ningún mapa.

El primer embarazo de mi esposa no lo diagnosticó el obstetra,  lo diagnosticó mi clínico. Sucedió que en dos semanas yo engordé 5 kilos, me sentía mareado, tenía náuseas, y fui a ver a mi médico. El me revisó y me dijo:
- ¿No  estará embarazada Perli?
Yo le dije que no porque realmente no sabíamos nada. Así que volvía a casa y le dije a mi esposa:
- ¿Estás embarazada vos?
- No, tengo un atraso de una semana, pero no creo...
Y ocho meses después nacía Demián.

Todos los hombres han sentido envidia de no ser capaces de llevar en la panza a sus hijos, y esta envidia tiene muchos matices y redunda en muchas actitudes. Pero sobre todo, en una sociedad que carga al varón con mucho peso respecto de la responsabilidad, una sociedad que frente a un embarazo lo que les dice a las mujeres es: “Que suerte, te felicito”, y a los hombres le dice: “Se acabó la joda, macho, ahora si que vas a tener que yugar”... yo me pregunto: ¿Cómo el hombre no va a tener ganas de irse al cuerno?. ¿No  seremos nosotros los que estamos condicionando estas respuestas  dándole tanto lugar de privilegio al amor de la madre y desplazando el lugar amoroso del padre?.

Desde el punto de vista de mi especialidad, siempre sé que hay un trastorno severo previo en alguien que no querer a su propio hijo. Pero también se que no necesariamente hay un trastorno estructural severo en alguien que no quiere a su papá o a su mamá. Sufrirá, y padecerá la historia de no quererlos, pero no forzosamente tiene un trastorno de personalidad.

Uno podría pensar que, por la continuidad genética, este fenómeno de la vivencia de prolongación sucede sólo con los hijos biológicos. Pero no es así. A los hijos adoptivos se los quiere  exactamente igual, con la misma intensidad y la misma incondicionalidad que a los hijos naturales, y esto es fantástico. Adoptar no quiere decir criar ni anotar oficialmente a alguien en nuestra libreta matrimonial, significa darle a ese nuevo hijo el lugar de ser una prolongación nuestra.
Cuando yo adopto verdaderamente  desde el corazón, mi hijo es vivido por mi como si fuera un pedazo mío, exactamente igual, con la misma amorosa actitud y con la misma terrible fusión que siento con u n hijo biológico.
Y así como ambos llegaron a nuestras vidas por una decisión que tomamos, así, nuestros hijos, biológicos o adoptados, son vividos como una materialización de nuestro deseo y también como la respuesta a alguna insatisfacción o necesidad de reparación. Por eso los condicionamos con nuestras historias, las buenas y malas. Los educamos desde nuestras estructuras mas sanas y también desde nuestro lado mas neurótico, lo cual, como digo siempre un poco en broma y un poco en serio, quizás no sea tan malo para ellos. Pobres de mis hijos si les hubiese tocado tener dos padres normales, carentes de un nivel razonable de neurosis. ¡Imagínense!, aterrizar sin entrenamientos en un mundo como el que vivimos, lleno  de neuróticos... sería un martirio.
Con Perla y conmigo, mis afortunados hijos simplemente salieron a la calle y dijeron:

“¡Ah!. ¡Es como en mi casa!. ¡Está todo bien!”...

Aprendieron a manejarse con padres neuróticos para poder manejarse en la vida. Lo digo en tono irónico, pero es cierto.
A nuestros hijos les sirve nuestra neurosis porque, les guste o no, van a vivir inmersos en una sociedad neurótica. Decía Erich Fromm: “Si a mi consultorio llega un hombre sano, mi función sería neurotizarlo suficientemente para que pudiera vivir adaptado”.


DIVORCIO DE LOS PADRES

Antes de ser adultos, los hijos son casi exclusivamente nuestra responsabilidad, y ésta implica un cierto compromiso de sostener la institución familiar para ellos.
Cuando mis colegas, mas viejos que yo, transitaban los comienzos de la psicología, la línea era mas simplista en cuanto a la separación. Se decía:
“Siempre es mejor para los hijos ver a los padres felices y separados que verlos juntos y pelándose”.
Se hablaba con un exceso de soltura, una cierta liviandad que rozaba la desfachatez y que hoy nos asombran. Los terapeutas hemos cambiado mucho.
En nuestros días, ya no estamos tan seguros de que sea siempre así.
La mayoría de las personas que trabajamos con parejas pensamos que la estructura familiar y la relación amorosa entre padre y madre frente a los hijos (sobre todo cuanto mas chicos sean) es importante para el establecimiento de su identidad y, por ende, de su salud futura.

Nadie sabe con certeza los efectos que pueden causar en la psiquis de un chico menor de dos años la separación de sus padres. Es muy probable que si no hay “tironeos”  del niño, las consecuencias sean leves. Sin embargo, aun cuando la posibilidad de dañar sea pequeña, creo que hay que ser cautelosos con esta responsabilidad empezando desde el momento de tomar la  decisión de tener hijos.

Una pareja viene a verme y me dice:
- Nos vamos a casar, queremos tener hijos...
Entonces yo les digo:
- Saben ustedes que si quedan embarazados a partir de aquí, nueve meses, mas dos años, no pueden separarse pase lo que pase entre ustedes?
- ¿Cómo que no nos podemos separar?. ¿Quién lo dice?.
- Yo.

Igual no me escuchan, pero es lo que yo creo y por lo tanto les aviso.
Insisto: la amenaza que representa para un chico una situación como esta no se puede medir.

Dense cuenta.
Tener un hijo es algo maravilloso, pero no es poca cosa e implica una responsabilidad superior, que dura, en forma gradual, enormemente hasta que tiene dos años, prioritariamente hasta que tiene cinco, especialmente hasta que tiene diez, mucho hasta que tiene quince, y bastante hasta que tiene veinticinco.
¿Y después?.
Después harás de tu vida lo que quieras. Porque la verdad es que no vas a cambiar gran cosa lo que tu hijo sea, piense o diga con lo que haga.

¿Es mejor que sigan peleándose y tirándose platos?
Depende del caso, digo yo.

Hay casos y casos. Si papá corre a mamá con un cuchillo por la casa, es mejor que separen, no hay duda. Si no es así, habrá que pensar en cada situación. Por supuesto, no alcanza con el famoso “no nos queremos mas”...

Recuerdo que hace unos años, durante un entrenamiento como terapeuta de familia, presencié detrás de un cristal una sesión de terapia de pareja manejada por un colega genial.

El y ella de unos veinticinco años cada uno, exponían sus puntos mas o menos similares: “No va mas. Nos queremos separar... Se terminó”. El terapeuta preguntó por la edad de los hijos y la mujer contestó: “El mayor tiene tres años y la bebita seis meses”. Entonces el terapeuta sugirió que la separación podría dañar a los niños, y el marido dijo: “Es que no somos felices...”.
“Si no son felices – dijo el colega – por su bienestar deben separarse, pero me pregunto ¿quién se va a ocupar de la infelicidad de los chicos?. ¿No son felices?. Bánquense la historia, esperen un poquito, busquen la manera de convivir, sean cordiales... Lo lamento, pero hay un tema de responsabilidad para asumir. Si no querían asumirla debieron pensarlo antes. Hoy es tarde. Quizás volverá a ser el momento, pero dudo que lo sea ahora. Yo entiendo... Hay fatalidades. No pudieron evitarlo, no quisieron evitarlo, son dos tarambanas, irresponsables, no lo pensaron, se les escapó, se les pinchó, hicieron mal los cálculos... Qué pena... pero ahora, ahora háganse cargo. Nada de lo que dicen es una excusa para permitirse dañar a los que no se pueden defender... Lo siento”.

Y yo estoy de acuerdo. Antes de separarse hay que evaluar muy bien. Sobre todo cuando los hijos son menores de dos años. Abandonar la estupidez que sostiene los que nada  saben: “Cuánto antes, mejor” (?). No creo .

No hay que menospreciar el daño que se puede causar a un bebé que es una esponja y que, si bien entiende todo, no puede preguntar nada.

Una pareja que tiene hijos de cualquier edad no debería separase hasta no haber agotado todos los recursos... Todos.

Por supuesto, hay veces que no hay nada mas para hacer. Los recursos se agotaron y la pareja se separa. Y así como soy de lapidario antes de la separación después de consumada creo que es bueno saber que la vida no termina en fracaso porque se caiga un proyecto.
Si los padres no quisieron, no pudieron o no supieron seguir juntos para los hijos, es bueno pensar que papá y  mamá  pueden ser queridos por otra persona, que pueden llegar a armar una nueva pareja. Y los hijos valoran esto, aunque en un primer momento se opongan.
Porque si mamá por ejemplo, se queda sola para siempre, los hijos van a terminar acusando a papá por aquella soledad.


LOS CHICOS CRECEN

Cuando una pareja se constituye y decide parir hijos, aunque no piense en lo que va a pasar, está asumiendo una responsabilidad fantástica, pero también dramática a futuro. Y uso  esta palabra porque siempre es dramático darme cuenta de que aquel a quien amo tanto como a mi mismo, o mas, me va a abandonar, me va a criticar, me va a despreciar, va a decidir en algún momento vivir su vida sin mi.
Y esto es lo que nuestros hijos van a hacer, lo que deben hacer, lo que debemos enseñarles que hagan. Con un poco de suerte los veremos abandonar el nido aunque carguen con las carencias de nuestras miserias y aunque a veces tengan que padecer los condicionamientos de nuestros aciertos.

Recomiendo una pequeña tarea.
Tomen una página y divídanla en dos columnas: una encabezada por “Recibí” y la otra por “Me faltó”. En la primera columna, anoten todo lo que ustedes hayan recibido en sus casas de origen, y la segunda, todo lo que crean que les ha faltado.
Si yo tuviera que escribir esto para mi, diría que recibí mucho amor, cuidado, protección, estímulo, normas y conciencia de la importancia del trabajo, y diría que me faltó presencia, reconocimiento, caricias y juegos.
Esta es mi historia, como yo la cuento, la de ustedes será diferente.

Las cosas que he recibido y las cosas queme han faltado  condicionaron mi manera de ser en el mundo. Indudablemente, este que soy está claramente determinado por aquellas cosas que recibí y aquellas cosas que me faltaron.
La lista de ustedes ocasiona que sean de una determinada manera. Y serían de otra forma si hubieran recibido y les hubieran faltado otras cosas.

Ahora bien, saquémosle el juego al ejercicio.
Cuando yo salga de la casa de mis padres para ir al mundo a buscar mi propia vida, voy a tener tendencia (no condicionamiento absoluto) a elegir a alguien, o algunos, que en principio me puedan dar lo que me faltó. ¿Cómo podría no ir a buscar a aquellos que me den las cosas que me faltaron?.
Y entonces, seguramente, yo, fue al mundo a buscar a alguien que estuviera siempre presente, que me valorara y me reconociera, que me diera las caricias que a veces me faltaron y que fuera capaz de jugar y de divertirse conmigo (lo que recuerdo que me faltó).
Cuando crecemos, en lugar de transformar esa falta en una acusación hacia los padres, salimos a buscar lo que sentimos que nos faltó.
Sin duda, nuestra manera de evaluar lo que nos faltó está condicionada por lo que somos, pero no se trata ya de mis padres, sino de mi.
Este juego está aquí para mostrar cómo  mi historia puede condicionar mi libertad para elegir, pero también para establecer que esa libertad no puede evitarse.

Y si es cierto que salgo a buscar lo que me faltó, también es verdad que lo que mas tengo para ofrecer es lo que recibí. Y entonces, aunque suene incoherente, a cambio de todas mis demandas, yo voy a tener tendencias a ofrecer, mi amor, mi cuidado, mi protección, mi estímulo, mis normas y mi conciencia de la importancia de trabajar.
Y esta es mi manera de ser en el mundo.

Salimos al mundo a buscar lo que nos faltó ofreciendo a cambio de lo que recibimos.

Y mismo estoy bastante satisfecho de dar mi amor, mi cuidado, mi protección y mis normas, cuando el otro viene y me dice: acá estoy, yo te reconozco, vení que te acaricio, vamos a jugar... Esto no tiene nada de malo.
Lo que no sería muy sano es que yo conteste enojado:
“Ah, no. ¡No es el momento!. Porque ahora... ¡hay que trabajar!...”.

a veces, la disparidad entre las cosas que pedimos y las que damos a cambio puede ser muy grande. Por supuesto, uno puede elegir para dar a cambio otras cosas que las que recibió en casa de sus padres. Porque aunque la tendencia natural es a dar estas cosas, uno ha crecido, se ha nutrido, ha aprendido.
Ojalá descubra que si bien hay un condicionamiento  en lo que recibí, puedo conocerme y librarme de el para dar lo que elijo dar, y si no puedo hacerlo solo, puedo pedir ayuda.
Cuidado, ayuda no es sinónimo de terapia, es mas, lamentablemente hay cosas que la terapia no enseña, cosas que hay que aprenderlas viviendo la vida. Con respecto a esas cosas, un terapeuta sirve cuando las otras instancias para recibir lo que necesito han fracasado. Sólo ahí.
Y pese a lo que ustedes crean, la mayor parte de mis colegas está de acuerdo con esto y asume con vocación y responsabilidad el rol reparador o de sustituto que el paciente necesaria. Creo  que cuando uno no ha recibido en la casa de los padres  estas cosas que le han faltado, las va a buscar afuera. Y si uno busca, en realidad siempre encuentra. Y la verdad es que la única posibilidad de que alguien reciba algo de su terapia es que se vincule humanamente con el terapeuta. No pasa pro una técnica, sino por el vínculo sano entre ellos.

Una vez, en un grupo terapéutico, una mujer que estaba muy afectada y muy dolida, en una situación personal muy complicada, hizo el ejercicio delante del grupo. Pensó mucho tiempo y dijo: ¿Qué recibí?. Y anotó: “Nada”. Y agregó: “Por lo tanto me faltó : Todo”.
Cuando hice la devolución, tuvo que darse cuenta que ella vivía en  el mundo exigiendo “todo” a cambio de lo cual no daba “nada”.
Y por supuesto que lloraba todo el tiempo sus carencias y su soledad.
Y por supuesto que se quejaba de la injusticia de que nadie le quisiera dar lo que ella necesitaba.
Porque estaba puesta en este lugar: buscaba a alguien que le diera “todo” a cambio de “nada”.
La vida es una transacción: dar y recibir son dos caras de la misma moneda. Si la moneda tiene una sola cara, es falsa, cualquiera sea la cara que falte. Es de todas formas dramático que alguien no quiera recibir “nada” a cambio de darlo “todo”.

Había una vez, en las afueras de un pueblo, un árbol enorme y hermoso que generosamente vivía regalando a todos los que se acercaban el frescor de su sombra, el aroma de sus flores y el increíble canto de los pájaros que anidaban entre sus ramas.
El árbol era querido por todos en el pueblo, pero especialmente por los niños, que se trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su complicidad complaciente.
Si bien el árbol tenía predilección por la compañía de los mas pequeños, había un niño entre ellos que era su preferido. Éste aparecía siempre al atardecer, cuando los otros se iban.
- Hola amiguito – decía el árbol, y con gran esfuerzo bajaba sus ramas al suelo para ayudar al niño en la trepada, permitiéndole además cortara algunos de sus brotes verdes para hacerse una corona de hojas aunque el desgarro le doliera un poco. El chico se balanceaba con ganas y le contaba al árbol las cosas que le pasaban en la casa.
Con el correr del tiempo, cuando el niño se volvió un adolescente, de un día para otro de visitar al árbol.
Años después, una tarde, el árbol lo ve caminando a lo lejos y lo llama con entusiasmo:
- Amigo... amigo... Vení, acercate... Cuánto hace que no venís... Trepate y charlemos.
- No tengo tiempo para esas estupideces –dice el muchacho.
- Pero disfrutábamos tanto juntos cuando eras chico...
- Antes no sabía que se necesitaba plata para vivir, ahora busco plata. ¿Tenés plata para darme?.
El árbol se entristeció un poco, pero se repuso enseguida.
- No tengo plata, pero tengo mis ramas llenas de frutos. Podés subir y llevarte algunos, venderlos y obtener la plata que querés...
- Buena idea – dijo el muchacho, y subió por la rama que el árbol le tendió para que se trepara cuando era chico.
Luego arrancó todos los frutos del árbol, incluidos los que todavía no estaban maduros. Llenó con ellos unas bolsas de arpillera y se fue al mercado. El árbol se sorprendió de que su amigo no le dijera ni gracias, pero dedujo que tendría urgencia por llegar antes que cerraran los compradores.
Pasaron casi diez años  hasta que el árbol vio otra vez a su amigo. Era un adulto ahora.
- Que grande estás – le dijo emocionado -, vení subite como cuando eras chico, contame de vos.
- No entendés nada, como para trepar estoy yo... Lo que necesito es una casa. ¿Podrías acaso darme una?
El árbol pensó unos minutos.
- No, pero mis ramas son fuertes y elásticas. Podrías hacer una casa muy resistente con ellas.
El joven salió corriendo con la cara iluminada. Una hora mas tarde llegó con una sierra y empezó a cortar ramas, tanto secas como verdes. El árbol sintió el dolor, pero no se quejó. No quería que su amigo se sintiera culpable. Una por una, todas las ramas cayeron dejando el tronco pelado. El árbol guardó silencio hasta que terminó la poda y después vio al joven alejarse esperando inútilmente una mirada o gesto de gratitud que nunca sucedió.
Con el tronco desnudo, el árbol se fue secando. Era demasiado viejo para hacer crecer nuevamente ramas y hojas. Que lo alimentaran. Quizás por eso, cuando diez años después lo vio venir, solamente dijo.
- Hola. ¿Qué necesitás esta vez?
- Quiero viajar. Pero ¿qué podés hacer vos?. No tenés ramas ni frutos para vender.
- Qué importa, hijo –dijo el árbol -, podés cortar mi tronco, total yo no lo uso. Con él podrías hacer una canoa para recorrer el mundo.
- Buena idea – dijo el hombre.
Horas después volvió con un hacha y taló el árbol. Hizo su canoa y se fue. Del árbol quedó sólo el pequeño tocón al ras del suelo.
Dicen que el árbol aún espera el regreso de su amigo para que le cuente de su viaje.
Nunca se dio cuenta de que ya no volverá. El niño ha crecido y esos hombres no vuelven donde no hay nada para tomar. El árbol espera, vació aunque sabe que no tiene nada mas para dar.

Repito. Nuestros condicionamientos han hecho de nosotros estos que somos, pero seguimos pudiendo elegir.
Cuando yo asuma que no es posible encontrar a alguien que pueda darme presencia, reconocimiento, caricias y juegos soportando mis normas, mis exigencias y mi exceso de trabajo... quizás empiece a corregir lo que doy. Quizás aprenda a dar otras cosas. Quizás aprenda algo nuevo.

Puede suceder que en este ejercicio te encuentres sintiendo que aquello que te faltó, en realidad es lo que mas das. A veces pasa...
Es que en el camino aprendo a dar lo que necesito.
Es una explosión muy interesante, una jugada maestra para tratar de obtener lo que quiero.
Por ejemplo, voy por el mundo mostrando que acepto a todos, no porque quiera aceptarlos, sino porque en realidad es lo que busco, alguien que me acepte incondicionalmente. Un pequeño intento para ver si me vuelve lo mismo que yo estoy necesitando.

Vuelvo a los hijos. Decía yo hasta su adultez los hijos son nuestra responsabilidad. Y si uno no está dispuesto a asumir una responsabilidad como esta, es deseable que no tenga hijos.
No es obligatorio.
En muchos países de Europa hay una tendencia a no tener hijos. Cada vez hay mas parejas en el mundo que deciden no tenerlos. En la Argentina también se da este fenómeno. El argumento esgrimido es:
- En un mundo de sufrimiento y de crisis, donde los valores se han perdido... ¿por qué vamos a traer a otros a sufrir?
Algunas parejas me han dicho esto en España, adonde viajo a menudo, y en mi discusión con ellos les dije que su actitud me parecía razonable, que lo podía entender intelectualmente pero sugerí:
- Adopten uno, porque ya está, ya fue parido, y va a sufrir mucho mas si ustedes no lo crían...
- No bueno... Nosotros tenemos mucho para disfrutar... y en realidad...
Entonces, el argumento es otro. Siempre lo fue.
- Nosotros no queremos tener hijos porque queremos pasarla bien y disfrutar. Mi pareja y yo estamos para nosotros, no queremos usar ni un poco de nuestro tiempo para nadie...

Será una postura rara de comprender para los que somos padres, pero se entiende. El argumento anterior no. Quizás por el hecho de ser médico, que me inclina a pensar que, de todas maneras, siempre la vida es mejor que la no vida. O acaso por que no estoy tan seguro de que el mundo vaya en camino de ese lugar tan agorero y nefasto.

Mi pronóstico no es el de un mundo  siniestro y terrible, sino el de un mundo incierto.

Gran parte de estas cosas que no pasan tienen origen en la velocidad de la comunicación.
Entre el año 400 – cuando se empieza a llevar registro concreto del conocimiento -  y el año 1500, el conocimiento de la humanidad se multiplicó  por dos. Desde el año 1500 hasta que se volvió a duplicar, pasaron 250 años. Es decir, llevó mil cien años que el conocimientos e duplicara por primera vez, y llevó 250 para que volviera a multiplicarse por dos.
La siguiente vez que se midió el conocimiento global fue en 1900, y ya era 2,5 (mas que el doble), pero llevó menos tiempo: 150 años. De allí en adelante, la velocidad de multiplicación del conocimiento se fue achicando. Hoy, en el año 2001, se supone que el conocimiento global de la humanidad, en algunas ciencias mas, se multiplica por dos cada veinte años. Se calcula que para el año 2020 el conocimiento global de la humanidad  se va a multiplicar cada seis meses. Cada seis meses la humanidad va a saber el doble de lo que sabía 180 días antes en casi todas las áreas.
Entonces, yo me pregunto...
¿Qué les voy a explicar a mis hijos? ¿Qué?.
Todo lo que yo les enseñe, cuando ellos sean grandes, no les va a servir demasiado.
Salvo que les enseñe... cómo buscar sus propias repuestas.
Esta es la línea pedagógica actual, que los padres estamos aprendiendo de los maestros:
- Papi... ¿cómo está compuesta el agua?
-  Mirá, este es el atlas, esta es la enciclopedia, vamos a buscarlo...
¡Aunque yo lo sepa!. ¿Para que? ¿Para hacerle creer que no lo se?. No. Para enseñarle la manera de encontrar sus propios datos.
Claro, para eso hay que renunciar a la vanidad del padre de decir:
¡Yo te digo, pibe... H2O, Carlitos, H2O!.

El problema está en asumir que las referencias mías me sirven a mi, no les sirven a mis todos. Yo puedo enseñarles a mis hijos mis referencias, pero aclarándoles que son mías. Lo que no puedo hacer es esneñarles a mis hijos referencias pretendiendo que sean las de ellos y que las tomen como propias.
La actitud inteligente es transmitir a nuestros hijos lo que aprendimos sabiendo que podría no servirles. Tenemos que tener la humildad. Saber que ellos van a poder tomar de nosotros lo que les sirve y descartar el resto.

La conducta efectiva se apoya no sólo en el aprendizaje académico, sino también en el desarrollo de la inteligencia emocional y en la experiencia de vida.
Y esta es la incertidumbre. Una incertidumbre que no es académica, que es un hecho concreto vinculado con nuestra probada incapacidad para prever el mundo en el cual vamos a vivir.

Cuando yo estaba en el colegio secundario, mi papá me decía:
“Si vos estudiás una carrera, si vos sos trabajador, si sos honesto, si no sos vago, si no estafás a la gente, si sos consecuente, yo no te puedo asegurar que vas a ser rico, pero vas a poder darle de comer a tu familia, vas a tener una casa, vas a tener un auto, vas a poder irte de vacaciones y vas a poder educar a tus hijos y casarlos para que ellos estén bien”.
Cuando mi papá me lo decía, eso era verdad. No era conocimiento académico, era conocimiento de vida, él lo había aprendido así y era cierto. Si hoy le dijera eso a mi hijo, le estaría mintiendo. Porque yo no puedo asegurarle que si estudia una carrera y es un trabajador honesto, va a poder comer todos los días. Y el lo sabe.

El mundo es incierto para nuestros hijos. No es nuestra culpa, pero es así.

El mundo de hoy es otro, y esto tiene que ver con el conocimiento. El mundo no cambia sólo en lo académico, cambia también en estas cosas.

Y entonces, yo voy a tener que aprender que no puedo seguir diciéndole estas estupideces a mi hijo, porque son mentiras. Yo lo se y el también lo sabe.
Tengo que enseñarle mis referencias, que incluyen mis valores y mis habilidades emocionales, pero tengo que tener la suficiente humildad para saber que son reglas que el puede cuestionar.

Mi papá me decía: “¡Si yo te digo que es así... es así!”.
Si yo le digo a mi hijo esto hoy... ¡se atraganta de risa!. Y tiene razón. ¿Por qué va a ser así porque yo digo que es así?
La certeza de mi papá era honesta. Mi incertidumbre también.

Pero atención, no digo que no haya que decirles nada y pensar: "total... que se arreglen”. No.
Tenemos que empezar a tomar conciencia de esta situación para centrarnos mas en transmitir lo mismo que transmitimos con mas énfasis todavía en los valores y en las cosas que creemos, pero sabiendo que ellos van a tener que adaptarlas a su propio mundo, traducirlas a sus propios códigos. No van a poder tomarlas tal cual se las decimos.

Cada vez que hablo de este tema en una charla, alguien salta y dice:
“No, porque mi generación fue la mas jodida...”.
Todas las generaciones creen que son la bisagra, la que mas sufrió... No hay una sola generación que no me haya dicho esto.
Claro, ¡como no van a saltar!. Saltan porque yo les estoy diciendo: Todos sus esfuerzos son inútiles. ¿Por qué no se dejan de molestar a los pobres chicos?.
Voy a darnos un mensaje para nosotros mismos:
Nuestra generación de padres no es la peor, la peor es la de mis viejos. ¿Por qué?. Porque la generación que hoy tiene entre 70 y 80 años es la que sufrió el odioso cambio de jerarquías.

Cuando mi viejo era chico y se cocinaba pollo, que era todo un acontecimiento, mi abuela lo servía y mi abuelo, que le gustaba la pata, agarraba las dos patas de pollo, se las servía para el y dejaba el resto para que los hijos agarraran. Y a nadie se le ocurría cuestionar el derecho de mi abuelo. Era un derecho del padre de familia servirse primero.
Cuando mi viejo tuvo a sus hijos. ¡Le cambiaron las reglas! ¿Es casi una maldad!.

Lo que le pasó a la generación de mi viejo no tiene nada que ver con lo que nos pasó a nosotros.
Nuestra generación ha sido privilegiada. Y la de nuestros hijos también.
Nosotros pasamos por tener el lugar de elegir. ¡Nuestros viejos nunca!.
Mi abuelo, que no era el privilegiado cuando era chico, si lo fue de grande. Es decir, en algún momento ligó. Y nosotros también. ¡Los viejos que nacieron en el primer cuarto de siglo, no!. Esos no ligaron nunca.


LA FAMILIA COMO TRAMPOLIN

La casa donde vivió el niño que fui y las personas con las que compartí mi vida familiar fueron el trampolín hacia mi vida adulta.
La familia siempre es un trampolín y en algún momento tenemos que plantarnos allí y saltar al mundo de todos los días.
Si al saltar del trampolín me quedo colgado, dependo, y finalmente nunca hago mi viaje.
Que bueno sería animarse a saltar del trampolín de una manera espectacular.
Esto es posible si el trampolín es saludable. Si la relación familiar es sana. Si la pareja es soportativa.

Este trampolín tiene cuatro pilares fundamentales. Tan fundamentales que si no son sólidos, ningún chico puede caminar por el sin caerse.

El primer pilar es el amor
Un  hijo que no se ha sentido amado por sus padres tiene una historia grave: le será muy difícil llegar a amarse a si mismo. El amor por uno mismo se aprende del amor que uno recibe de los padres. No quiere decir que no se pueda aprender en otro lado, sólo que este es el mejor lugar donde se aprende. Por supuesto que además un niño que no ha sido amado no puede amar, y si esto sucediera para que saldría a encontrarse con los otros.
El trampolín que no tiene este pilar es peligroso. Es difícil caminar por el. Es un trampolín inestable.

El segundo pilar es la valoración
Si la familia no ha tenido un buen caudal de autovaloración, si los padres se juzgaban a si mismo como poca cosa, entonces el hijo también se siente poca cosa.
Si uno viene de una casa donde no se lo valora, a uno le cuesta mucho valorarse. Las casas con un buen nivel de autoestima tiene trampolines adecuados. Dice Virginia Satir: “En las buenas familias la olla de autoestima de la casa está llena”. Quiere decir: los papás creen que son personas valiosas, creen que los hijos son valiosos, papá cree que mamá es valiosa, mamá cree que papá es valioso, papá y mamá creen que su familia es valiosa y ambos están orgullosos del grupo que armaron.
Cuando un hijo llega a la casa y dice: “¡Que linda es esta familia!”, ahí sabemos que el trampolín está entero.
Cuando el chico llega a la casa y dice: “¿Me puedo ir a vivir a lo de la tía Margarita?”... estamos en problemas.
Cuando un padre le dice a un hijo: “¡Porque no te vas a vivir con la tía Margarita!”, también algo complicado está pasando.

El tercer pilar
Las normas deben existir con la sola condición de no ser rígidas, sino flexibles, elásticas, cuestionables, discutibles y negociables. Pero tienen que estar.
Así como creo que las reglas en una familia están para ser violadas y que será nuestro compromiso crear nuevas, creo también que este proceso debe apoyarse en un tiempo donde se haya aprendido a madurar en un entorno seguro y protegido. Este es el entorno de la familia. Las normas son el marco de seguridad y previsibilidad necesario para mi desarrollo. Una casa sin normas genera un trampolín donde el hijo no  puede plantarse para saltar...

El último pilar es la comunicación
Para que el salto sea posible, es necesaria una comunicación honesta y permanente.
Ningún tema ha sido mas tratado por los libros de psicología como el de la comunicación. Léanlos en pareja, discútanlo con sus hijos, chárlenlos entre todos con el televisor apagado... Esta es una manera de fortalecer la comunicación, pero no es la mas importante. La fundamental es aquella que empieza con las preguntas dichas desde el corazón: ¿Cómo estás. ¿Cómo pasaste el día?. ¿Querés que charlemos?...
Y sobre este pilar, exclusivamente sobre este pilar, se apoya la posibilidad de reparar los demás pilares.

Amor, valoración, normas y comunicación: sobre este trampolín el hijo salta a su vida para recorrer, primero, el camino de la autodependencia y luego, el camino del encuentro con los otros.

Piensen en sus casas... ¿Qué pilares estaban firmes?. ¿Cuáles un poco flojos?. ¿Cuáles faltaron?.
Y una vez saltado el trampolín, como hijo debo saber que mi vida depende ahora de mi, que soy responsable de lo que hago, que libero a mis padres de todo compromiso que no sea el afectivo, de toda obligación y de toda deuda que crea tener con ellos. Conservarán su amor por mi, pero no sus obligaciones. Afirmo esto con absoluta conciencia de lo que digo. Todo lo que un papá o una mamá quieran dar a sus hijos después que éstos sean adultos, será parte de su decisión de dárselo, pero nunca de su obligación. Por supuesto, antes del fin de la adolescencia estamos obligados para con nuestros hijos, allí no es un tema de decisión.

Si le preguntan a mi mamá cómo está compuesta su familia, seguramente dirá: “Mi familia está compuesta por mi marido, mis dos hijos, mis dos nueras y mis tres nietos”. Si me preguntan a mi cómo está compuesta mi familia, yo digo: “Mi esposa y mis dos hijos”, no digo: “Mi esposa, mis dos hijos, mi mamá y mi papá”.
Esto no quiere decir que mi mamá  no sea de mi familia, o que yo no la quiera.
Mi mamá sigue queriendo que la familia seamos todos, y tiene razón.
Pero es diferente para ella que para mi.

Como padre debo saber que el trampolín debe estar listo para la partida de mis hijos, porque el encuentro con ellos es el encuentro hasta el trampolín. Luego habrá que construir nuevos encuentros, sin obligaciones no obediencias, encuentros apoyados solamente en la libertad y en el amor.

Cuando un hijo se vuelve grande, los padres tenemos que asumir el último parto.
Hacemos varios partos con los hijos. Uno cuando el chico nace, otro cuando va al colegio primario y deja la casa, otro cuando se va por primera vez de campamento y duerme fuera de la casa, otro cuando tiene su primer novio o novia, otro cuando se recibe en el colegio secundario, y el último cuando termina su adolescencia o decide dejar definitivamente la casa paterna.
En el último parto, finalmente le damos a nuestro hijo la patente de adulto. Asumimos que es autodependiente, que no tiene que pedirnos permiso para hacer lo que se le de la gana.
En algún momento, le damos el último empujoncito que yo llamo el último pujo, le deseamos lo mejor y, a partir de allí le delegamos el mando.
Quedás a cargo de vos mismo, quedás a cargo de cómo te vaya, quedás a cargo de darle de comer a tu familia, quedás a cargo de pagar el colegio de tus hijos, quedás a cargo de todo lo que quieras para vos y para los tuyos, y en lo que no puedas hacerte cargo, renunciá.

Hace unos años atendí a una pareja que tenía un hijo al que querían ayudar. Eran “tan buenos”.
El hijo era un médico recién egresado que ganaba 1.200 pesos en el puesto del hospital y la nuera ganaba 700 trabajando como maestra jardinera en la escuela del barrio. Entre los dos casi llegaban a 2.000 pesos, que no es poco. Pero los cuatro padres, que los querían tanto, se pusieron de acuerdo  y les regalaron “a los chicos” un departamento en Libertador y Tagle cuyas expensas eran de 1.650 pesos por mes.
¿Cuál es la ayuda que les estamos dando a esos chicos?.
Cuando estos dos pagan las expensas, la luz, el gas y el teléfono, ya no les queda un peso para vivir. Esta es la ayuda de algunos papás buenos, una cosa sin sentido, o peor, con un sentido nefasto: esclavizar a los hijos a depender de los padres.

Hay que aprender a terminar con la función de padre y con la función de hijo. Esto significa olvidarse de la función y centrarse en el sentido del amor. Todas las obligaciones mutuas que nos teníamos (las mías: sostenerte, bancarte, ayudarte, etc, y las tuyas: haceme caso, pedirme permiso, hacer lo que yo diga) se terminaron.

Hay que dejar que los hijos se equivoquen, que pasen algunas necesidades y soporten algunas renuncias, dejarlos que se frustren y se duelan, que  aprendan a achicarse cuando corresponde. Que dejen de pedirles a los padres que se achiquen para no achicarse ellos.

Me gustaría tener la certeza que Demián y Claudia podrán arreglárselas con sus vidas cuando yo ya no esté. Eso me dejaría muy tranquilo. Voy a hacer todo lo necesario para poder ver antes de partir lo bien que se arreglan sin mi.
Lo que nuestros hijos necesitan es que hagamos lo posible para que no nos necesiten. Esta es nuestra función de padres.


MIS HIJOS SON HERMANOS

Cuando pensaba en este apartado del libro, me di cuenta de que poco énfasis se ha puesto en la bibliografía sobre familia acerca de la relación entre hermanos.
Un hecho misterioso si pensamos que el aprendizaje de este vínculo es verdaderamente la primera experiencia con pares, donde las creencias y los condicionamientos puestos por nuestra educación serán indudablemente de peso en todas las restantes relaciones grupales o individuales que encontremos en nuestra vida.

Además de este mencionado hecho de los pares, el tema de los hermanos es muy importante por una razón: un hermano es en muchos sentidos el único testigo de la historia de mi infancia. Mis amigos y mis compañeros de escuela no estaban allí cuando aquellos hechos que quizás hirieron al niño que fui sucedieron.
Y mas allá de que el recuerdo está teñido de nuestra selección y ciertamente los hermanos no recuerdan los mismos hechos ni el mismo significado de los mismos hechos, el compartir esta historia vivida es un handicap adicional a favor de la salud.
Las estadísticas son claras y significativas. Al hacer una evaluación de la patología neurótica, en todas las culturas los estudios coinciden en mostrar el mismo resultado: Los índices patológicos mas altos se dan entre los hijos únicos. Y se confirma con el siguiente grupo de incidencia. Los segundos en el ranking son los hijos mayores, esto es, los que alguna vez fuero únicos.

Obviamente, el compartir un espacio con otro me entrena para próximos encuentros mas sofisticados. Las envidias, los celos, las manipulaciones y hasta las peleas entre hermanos funcionan como un trabajo de campo del futuro social.
Por supuesto que cuanto mejor resuelta esté la relación de los hermanos, la ventaja de lo fraternal quedará mas en evidencia.
Muchas veces, la relación está impregnada de aquello que los padres hayan sembrado a conciencia o sin saberlo entre los hermanos. Los padres encuentran muchas veces en sus hijos un escenario ideal donde mover de forma diferente los personajes de su propia infancia para resolv er sus antiguos conflictos familiares. Otras veces, los hermanos son tomados como aliados propios o de la otra parte en los conflictos de pareja. En las demás familias, los hijos siempre tienen asignado algún rol específico en los guiones de sus padres. Estoy diciendo que los padres usan a los hijos como escenario, como aliados o como actores de reparto, y que nadie puede liberarse de alguna de estas tres cosas.

Así como quisiera bajar la responsabilidad de los padres en las conductas neuróticas que desarrollan a los hijos, porque creo que desde la ciencia se sobrevalora el poder de los padres en ese sentido, quisiera aumentar la responsabilidad en este aspecto que creo que se menosprecia.
Yo pienso que, la mayoría de las veces, los padres somos casi únicos responsables de la mala relación entre hermanos, porque ésta tiene absolutamente que  ver con cómo los hemos educado y, especialmente, con lo que les hemos enseñado al mostrarles nuestra relación con nuestros propios hermanos y hermanas. Desde el punto de vista del afecto fraternal, nunca dejan de sorprenderme las peleas entre hermanos por la herencia, por el dinero, por el afecto de los padres, por las historias de las frases que empiezan con ... “Mirá tu hermano”... o terminan con “Por que no hacés como tu hermano”...

Aquel que tiene un hermano con el que no se relaciona, de alguna manera tiene un agujero en su estructura: ha perdido un pedazo de su vida.

Creo que no exagero si sostengo que en los conflictos entre hermanos el 75% del problema ha sido enseñado por los educadores.

La historia de los hermanos es fatal cuando alguno de los hijos queda excluido del amor de los padres, o por lo menos, de su cuidado y de su atención.
No digo que se quiere a los hijos por igual, porque no es verdad. Después de un tiempo empiezan las afinidades y los padres se relacionan con cada uno de los hijos de diferente manera en diferentes momentos y con distintos grados de sintonía.

Aquella exclusión siempre es dañina, pero es peor cuando estas historias se destapan después de la muerte de los padres, cuando ya no se puede hacer nada para arreglarlo.

Con el tiempo entran en juego algunos parentescos que suelen complicar los vínculos con resultantes poco felices, como el de la nuera o el yerno...
Desde las asociaciones de los nombres, estas dos relaciones vienen signadas por la mala onda. Etimológicamente, la palabra “yerno” viene de “engendro”, no porque el yerno sea un engendro, sino porque en realidad el yerno se elegía para engendrar la prole con la hija. Pero de todas maneras de allí viene. Sobre el término “nuera” hay un viejo chiste que dice que la palabra la inventaron las madres de los novios: “NUERA”... nuera... nu era para mi hijo esa chica”...

Los problemas con el yerno y con la nuera suceden porque, de alguna manera, son sindicados por los ahora suegros como impostores, usurpadores de parentesco, ladrones de afectos, y por supuesto, responsable excluyentes de todo lo que nuestros hijos hacen equivocadamente.

Si los hijos son vividos como una prolongación, la familia política es muchas veces vivida como un grupo e personas extrañas que ocupan un lugar en la mesa sin ser uno de nosotros.

Sucede que ese casi extraño, no es ni mas ni menos que la persona que mi hijo o hija eligió para compartir su vida. Y además algunos estudios demuestran que quizás las viejas y tan tradicionales rivalidades con las suegras no estén generadas por estas vivencias, sino mucho mas simbólicamente porque, tres de cada cuatro veces, la manera de ser de la suegra es estructuralmente bastante parecido a la del yerno.

Cuando hablo de amores y competencia entre hermanos, afortunadamente, no puedo dejar de acordarme del cuento del labrador y su testamento.

Cuentan que el viejo Nicasio se asustó tanto con su primer dolor en el pecho que mandó a llamar al notario para dictarle un testamento.
El viejo siempre había conservado el mal gusto que le dejó la horrible situación sucedida entre sus hermanos a la muerte de sus padres. Se había prometido que nunca permitiría que esto pasara entre Fermín y Santiago, sus dos hijos. Dejó por escrito que a su muerte un agrimensor viniera hasta el campo y lo midiera al milímetro.
Una vez hecho el registro debía dividir el campo en dos parcelas exactamente iguales y entregar la mitad del lado este a Fermín, que ya vivía en una pequeña casita en la mitad con su esposa y sus dos hijos, y la otra mitad a Santiago, que a pesar de ser soltero pasaba algunas noches en la casa vieja que estaba en la mitad oeste del campo. La familia había vivido toda su existencia del labrado de ese terreno, así que no dudaba que esto debía dejarles los suficiente como para tener siempre que comer.
Pocas semanas después de firmar este documento y contarles a sus hijos su decisión, una noche Nicasio  se murió.
Como estaba establecido, el agrimensor hizo el trabajo de medición y dividió el terreno en dos partes iguales clavando dos estacas a cada lado del terreno y tendiendo una cuerda entre ella.
Siete días habían pasado cuando Fermín, el mayor de los hijos del finado, entró en la iglesia y pidió hablar con el sacerdote, un viejo sabio y bondadoso que lo conocía desde que lo había bautizado.
- Padre – dijo el mayor de los hermanos -, vengo lleno de congoja y arrepentimiento, creo que por corregir un error estoy cometiendo otro.
- ¿De que se trata? – preguntó el párroco.
- Le diré, padre. Antes de morir el viejo, el estableció que el terreno se dividiera en partes iguales. Y la verdad, padre, es que me pareció injusto. Yo tengo esposa y dos hijos y mi hermano vive solo en la casa de la colina. No quise discutir con nadie cuando me enteré, pero la noche de su muerte me levanté y corrí las estacas hasta donde debían estar... Y aquí viene la situación. Padre. A la mañana siguiente, la soga y las estacas habían vuelto a su lugar. Pensé que había imaginado el episodio, así que a la noche siguiente repetí el intento y a la mañana otra vez la cuerda estaba en su lugar. Hice lo mismo cada noche desde entonces y siempre con el mismo resultado. Y ahora padre, pienso que quizás mi padre esté enojado conmigo por vulnerar su decisión y su alma no pueda ir al cielo por mi culpa. ¿Puede ser que el espíritu de mi padre no se eleve por esto, padre?.
El viejo cura lo miró por encima de sus anteojos y le dijo:
- ¿Sabe ya tu hermano de esto?
- No, padre – contestó el muchacho.
- Andá decile que venga que quiero hablar con él.
- Pero padrecito... mi viejo...
- Después vamos a hablar de eso, ahora traéme a tu hermano.
Santiago  entró en el pequeño despacho y se sentó frente al cura, que no perdió tiempo:
- Decime... ¿Vos no estuviste de acuerdo con la decisión de tu padre sobre la división del terreno en partes iguales, verdad?.
- El muchacho no entendía muy bien como el sacerdote sabía de sus sentimientos – y a pesar de no estar de acuerdo no dijiste nada ¿no es cierto?.
- Para no enojar a papá – argumentó el joven.
- Y para no enojarlo te viniste levantando todas las noches para hacer justicia con tu propia mano, corriendo las estacas, ¿no es así?.
El muchacho asintió con la cabeza entre  sorprendido y avergonzado.
- Tu hermano está ahí afuera, decile que pase –ordenó el cura.

Unos minutos después los dos hermanos estaban sentados frente al sacerdote mirando silenciosamente el piso.
- ¡Qué vergüenza!... Su padre debe estar llorando desconsolado por ustedes. Yo los bauticé, yo les di la primera comunión, yo te casé a vos Fermín, y bauticé a tus hijos mientras que vos, Santiago  les sostenías las cabecitas en el altar. Ustedes en su necedad han creído que su padre regresaba de la muerte a imponer su decisión, pero no es así. Su padre se ha ganado el cielo sin lugar a dudas y allí estará para siempre. No es esa la razón del misterio. Ustedes dos son hermanos, y como muchos hermanos, son iguales. Así fue como cada uno por su lado, guiado por el mezquino impulso de sus intereses, se ha levantado cada noche desde la muerte de su padre a correr las estacas. Claro, a la mañana las estacas aparecían en el mismo lugar. Claro  ¡si el otro las había cambiado  en sentido contrario!.
Los dos hermanos levantaron la cabeza y se encontraron en las miradas.
- ¿De verdad Fermín que vos...?
- Si, Santiago, pero nunca pensé que vos... Yo creí que era el viejo enojado...
El mas joven se rió y contagió a su hermano.
- Te quiero mucho, hermanito – dijo Fermín emocionado.
- Yo te quiero a vos – contestó Santiago poniéndose de pie para abrazar a Fermín.
El cura estaba rojo de furia.
- ¿Qué significa esto?. Ustedes no entienden nada. Pecadores, blasfemos. Cada uno de ustedes alimentaba su propia ambición y encima se felicitan por la coincidencia. Esto es muy grave...
- Tranquilo padrecito... El que no entiende nada, con todo respeto, es usted – dijo Fermín -. Todas las noches yo pensaba que no era justo que yo, que vivo con mi esposa y mis hijos, recibiera igual terreno  que mi hermano. Algún día, me dije, cuando seamos mayores, ellos se van a hacer cargo de la familia, en cambio Santiago está solo, y pensé que era justo que el tuviera un poco mas, porque lo iba a necesitar mas que yo. Y me levanté cada noche a correr las estacas hacia mi lado para agrandar el terreno de el...
- Y yo... – dijo Santiago con una gran sonrisa -. ¿Para que necesitaba yo tanto terreno?. Pensé que no era justo que viviendo solo recibiera la misma parcela que Fermín que tiene que alimentar cuatro bocas. Y entonces, como no había querido discutir con papá en  vida, me levanté cada una de estas noches para correr las estacas y agrandar el campo de mi hermano..

EL AMOR A UNO MISMO



Si yo no pienso en mi, quién lo hará
         Si pienso sólo en mi, quién soy
                      Si no es ahora, cuándo
                                         (del Talmud)

Autoestima y egoísmo son tomados generalmente como términos antagónicos, aunque ambos comparten un significado muy emparentado: la idea de quererse, valorarse, reconocerse y ocuparse de si mismo.

Cuenta una vieja historia que había una vez un señor muy poco inteligente al que siempre se le perdía todo. Un día alguien le dijo:
- Para que no se te pierdan las cosas, lo que tenés que hacer es anotar dónde las dejás.
Esa noche, al momento de acostarse, agarró un papelito y pensó: “Para que no se me pierdan las cosas...”.
Se sacó la camisa, la puso en el perchero, agarró un lápiz y anotó: “la camisa en el perchero”, se sacó el pantalón, lo puso a los pies de la cama y anotó: “el pantalón a los pies de la cama”, se sacó los zapatos y anotó: “los zapatos debajo de la cama”, se sacó las medias y anotó: “las medias dentro de los zapatos debajo de la cama”.
A la mañana siguiente, cuando se levantó, buscó las medias donde había anotado que las dejó, se las puso, los zapatos donde estaban anotados, los encontró y se los puso, lo mismo sucedió con la camisa y el pantalón. Y entonces preguntó:
- ¿Y yo dónde estoy?
Se buscó en la lista una y otra vez, y como no se vio anotado, nunca mas se encontró a si mismo.

A veces nos parecemos mucho a este señor estúpido. Sabemos donde está cada cosa y cada persona que queremos, pero muchas veces no sabemos dónde estamos nosotros.  Nos hemos olvidado de nuestro lugar en el mundo. Podemos rápidamente ubicar el lugar de los demás, el lugar que los demás tienen en nuestra vida, y a veces hasta podemos definir el lugar que nosotros tenemos en la vida de otros, pero  no olvidamos  de cuál es el lugar que nosotros tenemos en nuestra propia vida.

Nos gusta enunciar que no podríamos vivir sin algunos seres queridos. Yo propongo hacer nuestra la irónica frase con la que sintetizo mi real vínculo conmigo:


No puedo vivir sin mi.

La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de el, escucharlo, procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que mas quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que mas le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y compresión.
Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo mismo.

Ahora, me pregunto: ¿Por qué no hacer estas cosas con nosotros mismos?.

Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas mas fáciles, de regalarme las cosas que mas me gustan, de buscar mi comodidad en los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que quiero, de escucharme y comprenderme.
Tratarme como trato a los que mas quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.

El mundo actual golpea a nuestra puerta para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado  (les hace el juego a algunos comerciantes del alma).

He hablado mucho del tema en estos años, y gran parte de estos conceptos están ya publicados en mi libro  De la autoestima al egoísmo, al que te remito para no repetir.

Si hay alguien que debería estar conmigo todo el tiempo ese alguien soy yo.

Y para poder estar conmigo debo empezar por aceptarme tal como soy. Y no quiere decir que renuncie a cambiar a través del tiempo. Quiere decir replantear la postura. Porque frente a alguna característica de mi que no me guste hay siempre dos caminos para resolver el problema.
El primero, el mas común es la solución clásica: intentar cambiar.
El segundo camino, el que propongo es dejar de detestar esa característica y como única actitud, permitir que, por si misma, esa condición se modifique.
Incluso para cambiar algo el camino realmente comienza cuando dejo de oponerme. Nunca voy a adelgazar si no acepto que estoy gordo.
El ejemplo que siempre pongo es una historia real que me tiene como protagonista:


Yo suelo ser bastante distraído.  Cuando tenía mi primer consultorio muy frecuentemente me olvidaba las llaves, entonces llegaba a la puerta y me daba cuenta de que me había olvidado el llavero en mi casa. Eso generaba un problema, porque  tenía que ir al cerrajero, pedirle que me abriera, hacer un duplicado de la llave, era toda una historia.
La segunda vez que me pasó decidí, furioso que no podía pasarme mas. Así que puse un cartelito en el parabrisas del auto que decía: “laves”. Me subía al auto, veía el cartelito, entraba de nuevo a mi casa y me llevaba las llaves. Funcionó bárbaro las primeras cuatro semanas, hasta que me acostumbré al cartelito. Cuando te acostubrás al cartelito ya no lo ves mas. Un día me olvidé las llaves otra vez, así que le pedí a mi esposa que me hiciera acordar de las llaves. Todas las mañanas ella me decía: ¿Llevás las llaves?. Pero el día que ella se olvidó, yo me olvidé y, por supuesto le eché la culpa a ella, pero igual tuve que pagar el cerrajero.
Un día me di cuenta de que, indudablemente, no había manera que yo era un despistado y que de vez en cuando me iba a olvidar las llaves. Por lo tanto, hice una cosa muy distinta a todas las anteriores.
Hice varias copias de las llaves y le di una al portero, una al heladero de la esquina (que era amigo mío), otra a un colega que tenía el consultorio a cinco cuadras, enganché una con las llaves del auto y me quedé con una suelta. Tenía cinco copias rondando por ahí.
Este relato no tendería nada de gracioso si no fuera porque, a partir de ese día nunca mas me olvidé las llaves.
Todavía hoy el portero del departamento de la calle Serrano, cuando me ve, me dice: “No se para que me dio esta llave si nunca la usó”.

La teoría paradojal del cambio dice que solamente se puede cambiar algo cuando uno deja de pelearse con eso.
Y si mi relación conmigo mismo me condiciona tanto por dejar de vivir forzándome a ser diferente, imaginemos cómo condiciona mi relación con los demás creer que ellos tienen que cambiar.
Uno de los aprendizajes a hacer en el camino del encuentro es justamente la aceptación del otro tal como es. Y eso   sólo es posible si antes aprendí a aceptarme.

Enojarse con el otro por como es significa que, para que yo pueda quererlo, tiene que ser como yo quiero que sea. Si tu amiga es impuntual y la esperás una hora cada ve que te citás con ella, no te enojes. ¿Quién te obliga a esperarla?. Cuando yo espero a alguien que es usualmente impuntual, la razón de mi espera es porque elijo esperarlo y no porque él llegó tarde. ¿Debo hacer responsable al otro de mis propias decisiones?.

Mi esposa y yo decidimos hacer nuestra ceremonia de casamiento a un horario inusual: la hora que realmente anunciaba la tarjeta de invitación.
Esperamos quince minutos. Mas de la mitad de la gente nunca llegó, o mejor dicho, llegaron mucho después y se quedaron como media hora en la puerta pensando que nosotros todavía  no habíamos llegado cuando en realidad ya nos habíamos ido.
Son estilos, maneras de plantear las cosas.
Cada uno espera cuanto quiere esperar.

Tu concepto de la puntualidad es tuyo y yo no lo comparto.
No tenés que ser como yo, pero no me pidas que sea como vos.

Ser adulto significa hacerse responsable de la vida que uno lleva, saber que las cosas que uno vive en gran medida las vive porque se ocupa de que así sea y, a partir de allí, animarse a quererme incondicionalmente, por egoísta que parezca.
//*
Un día, mientras escuchaba a Enrique Mariscal, se me ocurrió transformar un cuento suyo en este que llamé El temido Enemigo y que quiero volver a contar aquí:

Había una vez, en  un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba mucho sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, el necesitaba, además, que todos  lo admiraran por ser poderoso. Así como a la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también el necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era. El no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si el era el mas poderoso del reino.
Invariablemente todos le decían lo mismo:
- Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee:  El conoce el futuro.
(En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”.)
El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generosos, sino además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que el existiera y viviera allí.
No decían lo mismo del rey.
Quizás porque necesitaba demostrar que era el quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.

Un día cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago, o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un  plan: Organizaría una fiesta a la cual invitaría al mago. Después de la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría al mago si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado
tendría dos posibilidades: es decir que si, confirmado el motivo de su fama , o decir que no  defraudando así la admiración de los demás. El
rey estaba seguro de que escogería la primera posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Este daría una respuesta cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre, la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, ya que se había equivocado en su predicción. Se acabarían, en una sola noche, el mago y el mito de sus poderes...
Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...

...Después de la gran cena, el rey hizo pasar  al mago al centro y le preguntó:

-¿Es cierto  que puedes leer el futuro?
- Un poco, dijo el mago.
-¿Y puedes leer tu propio futuro?, preguntó el rey.
- Un poco, dijo el mago.
- Entonces quiero que me des una prueba, dijo el rey. ¿Qué día morirás?... ¿Cuál es la fecha de tu muerte?...

El mago sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

-¿Qué pasa mago?, dijo el rey sonriente. ¿No sabes?... ¿No  es cierto que puedes ver el futuro?.
- No es eso, dijo el mago, pero lo que sé, no me animo a decírtelo.
-¿Cómo que no te animas, dijo el rey. Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino saber cuando perderemos a sus personajes mas eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?.

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y le dijo:

- No  puedo precisarte la fecha, pero se que el mago morirá exactamente un día antes que el rey...

Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.
El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en sus adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.
Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio...
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.
Se dio cuenta de que se había equivocado.
Su odio había sido el peor consejero.

- Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede?., pregunto el invitado.
- Me estoy sintiendo mal, contestó el monarca. Voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...
El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.
¿Habría leído su mente?.
La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿y si lo fuera?... Estaba aturdido.
Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.
-¡Majestad!... será un gran honor..., dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y custodiasen su puerta asegurándose de que nada le pasara...
Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño.  Estuvo muy inquieto pensando que pasaría si el mago le hubiera caído mal la
comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o so, simplemente, le hubiera llegado su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.
El nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero  esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.
Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.
El rey, casi sin escuchar la respuesta, alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).
El mago, que gozaba de libertad que sólo conquistan los iluminados, aceptó.
Desde entonces todos los días,  por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.
No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor  eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de sus decisiones.

Pasaron los meses y luego los años.
Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve al que no sabe mas sabio.
Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo mas y mas justo. Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar demostrar su poder.
Empezó a aprender que la humildad también  podía tener sus ventajas.
Empezó a reinar de una manera mas sabia y bondadosa.
Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar.

El rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.
Hasta que un día, a mas de cuatro años de aquella cena, sin motivo, el rey recordó.
Recordó que este hombre, a quien consideraba ahora su mejor amigo, había sido su mas odiado enemigo.
Recordó aquel plan que alguna vez urdió para matarlo.
Y se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.
El rey tomó coraje y fue hasta la habitación, del mago. Golpeó la puerta y apenas entró, le dijo:

- Hermano mío, tengo algo para contarte que me oprime el pecho.
- Dime, dijo el mago, y alivia tu corazón.
- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte frente a cualquier cosa que me dijeras, quería que tu muerte inesperada desnitrificara tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy avergonzado... El rey suspiró profundamente y siguió:
- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y mas que amigos,  hermanos, me aterra pensar todo lo que hubiera perdido si lo hubiera hecho.
Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia. Necesité decirte todo esto para que tu me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y le dijo:

- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo, pero de todas maneras, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y acariciaste con la mano el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta ser adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey.

Como justa devolución a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí... Te confieso que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la mas importante cosa que yo te haya enseñado:

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos  tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos constaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.

Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y mi día seguramente está cerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentía en esta relación que habían sabido construir juntos...

Cuenta la leyenda...
que misteriosamente...
esa misma noche...
el mago...
murió durante el sueño.

El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.
No estaba  angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a despegarse hasta de su permanencia en este mundo.
Estaba triste por la muerte de su amigo.

¿Que coincidencia extraña había hecho que el rey le pudiera contar esto al mago justo la noche anterior a su muerte?.
Tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que el pudiera  decirle esto para poder quitarle su fantasía de morirse un día después.
Un último acto de amor para liberarlo de sus temores de otros tiempos...
Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.
Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como sólo se llora ante la perdida de los seres mas queridos.
Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía...
quizás por casualidad...
quizás de dolor...
quizás para confirmar la última enseñanza de su maestro.

Este cuento es la expresión de dos cosas: el amor y el egoísmo.
Se supone que el egoísmo es patológico cuando va en desmedro del otro, cuando me impide compartir. Pero ¿por qué el otro se vería dañado y afectado por el hecho de que yo me quiera mucho?.
Sabemos ya que el amor no se agota, que mi capacidad de amar es ilimitada, y por lo tanto, que es ridículo pensar que por quererme mucho a mi mismo no me va a quedar espacio para querer a los demás.
Con el egoísmo pasa exactamente lo mismo que lo que le pasaba al rey con el mago.

El egoísmo es para mi un mago poderoso, capaz de revelarnos algunas verdades sobre nosotros mismos. Pero vivimos rechazándolo, lo queremos matar, sin darnos cuenta de que no podríamos vivir sin él.

Si conseguimos, como en el cuento, hacernos amigos del mago, amigarnos con nuestro egoísmo, entonces no sólo podremos servirnos de el para engrandecernos sino que podremos volvernos mas generosos, mas nobles, mas sabios, mas solidarios, y mas inteligentes.

Todo lo que cada uno se quiere a si mismo es poco. Con seguridad, a todos todavía nos falta querernos mas.

Ocurre que cuando  al individuo se le prohibe ser egoísta, para encontrar un lugar donde quereres, cuidarse, y atenderse, se vuelve mezquino, ruin, codicioso, canalla y jodido. El individuo se vuelve despreciable porque cree que tiene que elegir entre el y el otro, y cuando se elige a si mismo cree que lo hace en contra de su moral. La idea que anima a concebir el egoísmo como un desmedro de los otros es plantearse la vida como una batalla mortal. Pero eso no siempre es cierto. Habrá habido, y seguramente seguirá habiendo, batallas a muerte, pero analizar el mundo de este modo en todo momento es una visión limitada con la cual no comulgo.

Hasta que el individuo no descubre su mejor egoísmo, el poderoso mago dentro de el, no se da cuenta de que el es el centro de su existencia y decimos entonces que está descentrado. Quiero decir, que vive y gira alrededor de cosas externas, que hace centro en otras cosas.

Por supuesto, algunos aspectos de nuestro mundo están compartidos, vos y yo  podemos charlar, podemos ponernos de acuerdo y también en desacuerdo, podemos tener espacios en el mundo del otro y espacios comunes a los dos. Pero cuando vos te vas... te vas con tu mundo y yo me quedo con el mío.
Si yo renuncio a ser el centro de mi mundo, alguien va a ocupar ese espacio. Si giro alrededor tuyo empiezo a estar pendiente de todo lo que digas y hagas. Entonces vivo en función de lo que me permitas, de lo que me des, de lo que me enseñes, de lo que me muestres de lo que me ocultes...
Y por otro lado, cuando me doy cuenta de que soy el centro del mundo del otro, me empiezo a asfixiar, me pudro, me canso y quiero escapar...
Mi idea del encuentro es: Dos personas centradas en ellas mismas que comparten su camino sin renunciar a su centramiento. Si no estoy centrado en mi, es como si no existiera. Y si no existo ¿cómo podría encontrarte en el camino?.

¿Por qué es tan difícil aceptar esta idea del encuentro?

Porque va en contra de todo lo que aprendimos. Hemos aprendido que si algo para vos es importante, debe serlo también para mi. Porque estamos entrenados en privilegiar al prójimo.

Pero vengo yo, Jorge Bucay, y provoco, escandalizo, pateo la puerta y digo:
¡Para nada!. En realidad, lo que yo miro es mas importante que lo que mira el otro, mis ojos son prioritarios a los ojos del otro.

Cada vez que explico este pensamiento alguien salta indignado: ¡eso es egocéntrico!. Y yo digo: Si, claro que es egocéntrico. Como todas las posturas individualistas, esta postura es egocéntrica. Es individualista, es egocéntrica y saludable, las tres cosas.

Indefectiblemente, para aprender esta idea del encuentro hay que desandar la otra, la de la dependencia. Se nos mezclan, seguramente, pero hay que seguir trabajando. 

Hay que tener el coraje de ser el protagonista de nuestra vida. Porque si se cede el protagónico, no hay película.

Cuando estamos en una negociación el otro pude decir muy enojado:
“Pero al final vos estás haciendo lo que a vos te conviene”.
Si, estoy negociando para hacer lo que mas me conviene a mi, ¿para que otra cosa negociaría?.
¿Desde que lugar negociaría si no me prefiriera a mi antes que a vos?.
Negocio con otro porque es imposible hacer todo lo que yo quiero, y si pudiera hacerlo, sin dañar al otro, quizás lo haría.
¿Por qué no?
Puedo quererte y estar dispuesto a ceder un poco porque además de quererme a mi te quiero a vos, pero entre los dos, no hay ninguna duda de que me prefiero a mi.

Así  como en El camino de la autodependencia expliqué que había dos tipos de egoísmo, uno que se oponía a la solidaridad (de ida) y otro que coincide con la solidaridad (de vuelta), y que este último  se educaba, creo que también se educa y   hay un buen gusto en la moral.
No se nace sabiendo disfrutar el compartir, tampoco es obligatorio, pero se puede aprender.
Al principio, la música clásica parece medio chirriante, pero después de aprender a escuchar a Tchaicovsky, después ballet, y después, si uno se anima un poquito mas, empieza a encontrarle el placercito a lo barroco, y después empieza a escuchar música sinfónica. Uno va educando su oído y no se pierde el gusto por lo anterior, porque está aprendiendo. Y va creciendo hasta, quizás, escuchar y disfrutar de la ópera...
Cuando no hemos sido entrenados para mirar pintura, vemos un cuadro famoso y no entendemos. Pero así como se aprende a escuchar música, se aprende a entender pintura. Se lee sobre pintura y se aprende a mirar.
La moral también se aprende.

Nadie puede hacer que me guste Goya, nadie puede obligarme a que me guste Picasso, pero si yo aprendo, si yo crezco, si yo educo mi buen gusto, va a crecer la posibilidad de que me gusten esas cosas, voy a encontrar aquello que realmente está ahí, para poder extraerlo y disfrutarlo.
Cuando mas disfruto, cuanto mas placer soy capaz de sentir, mas entrenado está mi amor por mi. Si cuidarte y darte desde el amor me da placer, por que no pensar que es desde la búsqueda de este placer que yo actúo y ejerzo el amor que te tengo.
Cómo o va a ser así, si el amor por vos proviene del amor por mi.

Hay que darse cuenta de que hay en el mundo personas, cosas y hechos muy importantes, pero ninguna mas importante para mi que yo mismo. Porque nos guste o no nos guste, repito, cada uno de nosotros es el centro del mundo en el que vive.

Si en un grupo decís:
- Yo defiendo bien mis lugares porque tengo la autoestima bien elevada.
El otro dice:
- Che, que bien, ¿quién es tu terapeuta?
En cambio, si decís:
- Yo defiendo muy bien mis lugares porque soy bien egoísta.
El otro dice:
- Che, estás loco, boludo, cambiá de terapeuta.
Apuesto con todo mi corazón por nosotros. Pero si vas a forzarme a elegir...
entre vos y yo... yo.

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