sábado, 25 de agosto de 2018

Síntomas de la Borrachera Seca (4° Síntoma)

Cuarto síntoma: Permanente sentimiento de culpabilidad con autodevaluación, minusvalía y
tendencia al autocastigo.

Navegando con bandera de culpable

El adicto ha sido desde siempre una persona señalada, acusada, humillada y avergonzada tan constante e intensamente que ha desarrollado un reflejo condicionado en torno a la culpa. Pero lo más terrible del caso es que su más implacable acusador resulta ser él mismo.

Es bien sabido, que el alcoholismo y la drogadicción durante muchos siglos fueron considerados un grave problema de moral. Un vicio. Hasta nuestros días, todavía muchas personas, incluyendo médicos, sacerdotes y maestros, siguen pensando que aquel que desarrolla cualquier tipo de adicción, es un vicioso que tiene que ser estigmatizado y expulsado por la sociedad. Todavía se sigue utilizando la expresión Ya agarró el vicio para referirse al desarrollo de una adicción a cualquier sustancia adictiva. Recuerden los términos que utilizan los padres para dirigirse a sus hijos que han sido sorprendidos en el consumo de drogas: ¡Eres un vicioso! ¡Un degenerado! ¡No eres digno de llevar nuestro apellido! Y quien sabe cuántas cosas más. O cómo se expresan los familiares de los alcohólicos: ¡Eres un sucio y desgraciado borracho! ¡Eres un pobre diablo! ¡Eres un mediocre bueno para nada!

La culpa genera vergüenza. Los alcohólicos y los adictos a otras drogas siempre han estado girando
alrededor de la culpa y la vergüenza. Los adictos siempre han sido objetos de la vergüenza de los demás. La familia del alcohólico se avergüenza de él. No se habla del problema en público, pero en privado siempre lo están agrediendo y humillando. Los hijos del alcohólico no quieren llevar a sus amigos a la casa pues sienten vergüenza de su padre. Los padres de los consumidores de drogas ilegales no quieren hablar del problema y se convierte en un secreto y en un tabú. Los propios adictos no quieren aceptar que tienen un problema, pues aceptarlo sería reconocer que tienen un horrible vicio. En otras palabras, el alcohólico y el adicto a drogas se avergüenzan de sí mismos.

Una gran cantidad de conductas que manifiestan los alcohólicos o los adictos durante su etapa de actividad generan culpa y vergüenza: los insultos a la esposa, la agresión a los hijos, aquel accidente automovilístico donde hubo lesionados y se tuvo que pagar mucho dinero, el empleo que se perdió, las deudas, los engaños, las mentiras descubiertas, la expulsión de la escuela, la detención en la cárcel por posesión de drogas, etcétera.

Todo lo anterior va provocando que el adicto se vaya desprestigiando. Va adquiriendo mala fama. Nadie confía en él. Este desprestigio, esta desconfianza, esta permanente estigmatización familiar y social va creando en él, un intenso y permanente sentimiento de culpa y de vergüenza que se va convirtiendo en un lastre que día con día pesa mas sobre su conciencia.

Y aunque en términos generales, el alcohólico y el adicto a las drogas, son unos rebeldes y subversivos a las normas sociales y aparentemente rechazan los señalamientos y las condenas de los demás y, hasta en ocasiones asumen una actitud de cinismo y descaro, en el fondo de su ser son ellos mismos los que más se autocondenan, los que más se rechazan y se odian a sí mismos y los que más necesidad neurótica tienen de autocastigarse.

El saboteo al éxito y el no me lo merezco 

Un miembro de AA repetía en su catarsis de tribuna una y otra vez: “La cruda física es lo que menos duele, pero la cruda moral es un sufrimiento insoportable, es un tormento intolerable que hace que te odies mas a ti mismo, que vayas perdiendo gradualmente tu autoestima y que te sientas el peor de los humanos, el más detestable. Te sientes algo peor que basura, un detestable escupitajo”.

La culpa genera vergüenza, la vergüenza provoca autodevaluación y minusvalía, todo esto da lugar a un sentimiento de autorechazo y odio a sí mismo lo cual produce una necesidad neurótica de expiación.

Cuando el alcohólico o el adicto a drogas se derrotan a sí mismos y toman la decisión de la abstinencia y en esos momentos se incorporan a un grupo de autoayuda o acuden con un profesional, llegan con ese terrible lastre de culpa, vergüenza, odio y rechazo hacia sí mismos lo cual les impedirá alcanzar la sobriedad. Por esa razón, el permanente sentimiento de culpabilidad, la autodevaluación, la minusvalía y la tendencia al autocastigo constituyen uno de los principales y más frecuentes síntomas generadores de Borrachera seca.

¿Cómo se manifiesta la necesidad neurótica de expiación? La respuesta se puede dar en dos términos muy sencillos: el saboteo al éxito y el no me lo merezco.

Como en el adicto, el sentimiento de culpa se ha vuelto un reflejo condicionado ante cualquier conducta que desarrolle, va navegando por la vida con bandera de culpable. Y aunque conscientemente se quiere recuperar y desea triunfar en todas las áreas de su vida, inconscientemente se sabotea el triunfo, pues su necesidad neurótica de expiación lo lleva a una oculta convicción de que no merece el éxito, que no merece la felicidad, que la mejor forma de castigar todas sus faltas es fracasando sistemáticamente en todos sus intentos de superación y quedarse en una condición de perdedor permanente hasta que sea purificado de sus culpas.

Y lo más terrible del caso es que muchos alcohólicos o adictos a drogas que logran una abstinencia
prolongada son perdonados por sus seres queridos, por sus amigos, por su jefe, por sus compañeros de trabajo, por su pareja. Desde luego que también son perdonados por Dios (o su Poder Superior) porque ellos mismos en sus oraciones así lo han pedido. Pero no han logrado perdonarse a ellos mismos. Resulta que, para la sentencia el juez más implacable del adicto es el propio adicto y, para el castigo, el verdugo más implacable del adicto, sea también el propio adicto.

Ante la ausencia de perdón a sí mismo va a ser imposible alcanzar la sobriedad. Mientras no suelte el lastre de la culpa, el adicto en recuperación no podrá avanzar en la vida. Sigue atado al pasado, atado a sus culpas, continúa sintiéndose avergonzado y menos que los demás y todo esto le impedirá triunfar en la vida, será un formidable obstáculo para que alcance las metas por las cuales decidió dejar el alcohol y/o las drogas y permanecerá en un estado de mediocridad y estancamiento permanentes.

Culpa, resentimiento, amargura, depresión y baja autoestima

La culpa va muy ligada al resentimiento. Casi todos los que no se han logrado liberar de sus resentimientos tampoco se han podido liberar de la culpa. Es un ancla atorada en el pasado. Todo resentimiento lleva implícito algo de culpa y toda culpa lleva implícita algo de resentimiento. El culpable y el resentido ni se perdonan ni tampoco han perdonado. Por eso, la fórmula más recomendada para superar estos dos sentimientos indeseables es: perdónate y perdona.

Otras emociones indeseables que genera la culpa son la amargura existencial y la depresión. En su
permanente miedo al triunfo, el adicto se sabotea a sí mismo, lo que lo lleva a continuos fracasos
existenciales, y como ese saboteo al éxito opera desde el inconsciente, el adicto en recuperación empieza a buscar culpables fuera de él y, por lo tanto, se siente víctima y se resiente contra los demás, esto lo lleva, no solamente a reforzar sus resentimientos y a intensificar su papel de víctima, sino que además se ahoga en la amargura existencial.
Toda esta situación, cuando se torna crónica lo hace caer en una depresión que tiende a exacerbar la culpa. No se olvide que uno de los síntomas de la depresión es una percepción distorsionada y exagerada de ciertos actos que generan un desproporcionado sentimiento de culpa. La depresión provoca apatía y estancamiento, aumenta la inseguridad y la baja autoestima y el adicto en recuperación cae en un círculo vicioso que es culpa-vergüenza-auto devaluación-necesidad neurótica de expiación-amargura depresión-apatía e inmovilidad-fracaso-más culpa.

Algunas preguntas para evitar culpas injustificadas

Ya vimos como la culpa aumenta la baja autoestima. Si el adicto ya se sentía menos que los demás antes de empezar a consumir alcohol o drogas y durante su adicción esta baja autoestima todavía se hizo más intensa, al dejar el alcohol y/o las drogas, el adicto debe tomar la determinación de liberarse de sus culpas.

¿Cómo se logra esto? Adquiriendo un concepto de nosotros mismos más fuerte y positivo y mantenerlo más allá de nuestra pericia o falta de ella en cualquier ámbito particular, y más allá de la aprobación o desaprobación de cualquier otra persona” (Nathaniel Branden: Como mejorar su autoestima, Paidós, 1995).

Y es que las personas culpígenas, con baja autoestima, generalmente son muy estrictas cuando emiten un juicio en relación con sus conductas que les generan culpa (los adictos, en general, son muy perfeccionistas).

Para evitar este mal juicio, la persona debe evaluar su conducta lo más objetivamente posible, ser tolerante, comprensivo y benévolo con él mismo para evitar un veredicto injusto, que lo lleve a autocondenarse y, consecuentemente, a autocastigarse.

El ya mencionado Branden sugiere que la persona evalúe objetivamente su conducta haciéndose las
siguientes preguntas:
 ¿Según los parámetros de quién juzga usted su conducta: los suyos o los de otra persona?
 ¿Trata usted de comprender por qué actuó como lo hizo?
 ¿Considera las circunstancias, el contexto, las opciones que, según usted percibió, estaban a su disposición en ese momento?
 ¿Evalúa usted su conducta como si fuera la de otro?
 ¿Identifica las áreas o circunstancias específicas en las que tiene lugar su conducta, o generaliza en exceso y dice: "Lo ignoro" cuando en realidad ignore un tema particular pero conozca bien muchos otros temas?
 ¿O dice: "Soy débil", cuando en realidad puede faltarle coraje o fuerza en una esfera particular pero no en otras?
 Si lamenta sus acciones, ¿trata de aprender de ellas, para que en su conducta futura no repita las mismas equivocaciones?
 ¿O simplemente sufre por el pasado y sigue pasivamente atado a patrones de conducta que sabe
inadecuados?

Necesito la aprobación de los demás 

Un elemento típico en el perfil psicológico del alcohólico y del adicto a drogas es la necesidad neurótica de obtener la aprobación de los demás. Su inseguridad y la baja valoración que tienen de ellos mismos los convierten en personas pasivas que siempre están pensando: ¿Qué esperan los demás de mí? No tienen metas propias ni un plan de vida personal. Siempre esperan a que los demás decidan su conducta. No creen en ellos mismos. Esa es una de las razones fundamentales por las que caen en el alcoholismo o la drogadicción. En el historial de la mayor parte de los adictos, la primera vez que consumieron tabaco, alcohol o drogas en la adolescencia no lo decidieron hacer por ellos mismos, sino que alguien los indujo a hacerlo.

La motivación para ese primer consumo es la aceptación de los demás, pertenecer a un grupo, no quedar aislado de la mayoría dominante. En este contexto ambiental es claro entender que las primeras experiencias con tales sustancias adictivas fueron consecuencia de la expectativa: ¿Qué esperan los demás de mí? Y la respuesta: los demás esperan de ti que hagas lo que ellos hacen, que manifiestes sometimiento al grupo, que no tengas ideas propias diferentes a las de ellos, que aceptes incondicionalmente a todas las pruebas que te pongan (acabarte una botella de tequila hasta que te emborraches, o probar aquella droga nueva que nunca has consumido, etcétera.) y que a cambio de eso tú vas a ser aceptado por los demás, y así satisfacerás tu necesidad de pertenencia. Podemos calificar al adicto como un dependiente ambiental.

Esto quiere decir que depende mucho de las expectativas que giren alrededor del medio donde está sumergido.
Por eso le cuesta tanto trabajo decir NO. Muchos alcohólicos fallan en sus promesas de dejar de beber porque no conciben tener que decir NO cuando les inviten una copa en una comida o en una fiesta.

¿Qué tiene que ver lo anterior con la culpa? Pues mucho. La culpa tiene que ver con la desaprobación o condenación de otros, de personajes muy influyentes como los padres, los maestros, los amigos o los cónyuges. Cuando una persona insegura no hace lo que los demás esperan de él experimenta culpa. Pero en realidad, más que culpa tiene temor de ser repudiado, de no ser aceptado por los demás y esto constituye una importante amenaza para su seguridad.

Cuando el adicto decide dejar su droga favorita y logra la abstinencia pero persiste su necesidad neurótica de ser aprobado por los demás, esto determina un impedimento para el logro de la sobriedad. Lo que ocurre con el adicto en recuperación que continúa siendo un dependiente ambiental es que cambia una autoridad por otra. Por ejemplo: Cuando estaba activo en alcohol o drogas la autoridad estaba constituida por su grupo de amigos que influían en él. Ahora que está en recuperación la autoridad pudiera ser su grupo de AA. o su terapeuta, y él tal vez haga lo que le indiquen pero no por convicción sino para obtener la aprobación de su nueva autoridad. Por eso, muchos miembros de AA que padecen borrachera seca cambian su dependencia de la droga por una dependencia neurótica hacia el grupo, o muchos más se vuelven dependientes de su terapeuta y desarrollan la necesidad de que éste decida por ellos.

Aquí el problema de fondo, repitiendo las palabras de Nathaniel Branden es la dependencia y el miedo a la autoafirmación; mas específicamente, el miedo a desafiar los valores de otras personas influyentes. Por tanto, una gran tarea para el logro de la sobriedad es liberarse de sus culpas a través de lograr una escala de valores individual que permita construír las propias convicciones morales de cada quien y sobre las cuales desarrollará su plan de vida y a partir de ese momento se hará responsable de su conducta y de las consecuencias de la misma. Este es un hombre maduro que no le teme al que dirán, que atiende a la auténtica voz de sí mismo y respeta su propio juicio sobre las creencias de los otros que uno no comparte de manera genuina.

Del círculo vicioso al círculo virtuoso No solamente la autoafirmación en sus propios valores va a lograr la liberación de la culpa, también son importantes otros valores como la aceptación y la responsabilidad. En el caso de los adictos, la aceptación es una condición fundamental para la liberación de la culpa. Muchos alcohólicos, por ejemplo, aceptan su enfermedad de boca para afuera, pero en su yo interno, siguen pensando que son unos viciosos. El pensar que uno es vicioso genera culpa. El pensar que uno padece una enfermedad incurable, pero controlable, genera responsabilidad.

Cuando el adicto se mantiene en la línea de no aceptar su enfermedad (aunque finja que si lo hace) seguirá anclado a su culpa y caerá en el ya mencionado círculo vicioso que lo llevará al resentimiento, la amargura, el autodesprecio, la necesidad neurótica de expiación, el fracaso, la amargura, la depresión y más culpa.

En cambio, cuando el adicto acepta su enfermedad incurable, pero controlable, adquiere la responsabilidad de tomar los medios para poder controlar su enfermedad y no volver a consumir su droga favorita. Esta conciencia de padecer una enfermedad lo libera de su culpa y aunque existan antecedentes de daños y perjuicios por su adicción, los va a entender como síntomas de su enfermedad y no como terribles pecados que son imperdonables. Entonces tomará los medios para, primero, mantenerse en abstinencia, segundo, ejercer acciones para alcanzar un crecimiento emocional y lograr la madurez y, tercero, reparará, en la medida de lo posible, los daños que infringió a otras personas, como consecuencia de su enfermedad adictiva y logrará reconciliarse consigo mismo y con los demás.

Con lo anterior demostramos dos fenómenos: la persistencia de la culpa lleva a la persona a un círculo vicioso que lo hará desembocar en mayor culpa, en cambio la aceptación (tanto de la adicción como de la neurosis) hará que la persona desarrolle una responsabilidad persistente que lo llevará a un círculo virtuoso caracterizado por aceptación, perdón, responsabilidad, acción y crecimiento emocional progresivo que le permitirán alcanzar la sobriedad.

Perdonar y perdonarse 

Una vez que el adicto en recuperación logre romper el círculo vicioso y se introduzca al círculo virtuoso podrá iniciar un promisorio viaje hacia la sobriedad. Cambiar una actitud de culpa por otra de responsabilidad podrá permitirle que pueda ejecutar la tarea del autoperdón. De acuerdo a lo postulado por Branden, el autoperdón implica las siguientes condiciones:
 Reconocer (hacer real ante nosotros mismos, en lugar de negar o ignorar) que somos nosotros los que hemos realizado esa acción particular. Si otra persona ha sido herida por nuestra acción, es reconocer explícitamente ante esa persona (o personas) el daño que hemos hecho y transmitir nuestra comprensión de las consecuencias de nuestra conducta suponiendo que ello sea posible.

 Realizar todas las acciones a nuestro alcance que puedan enmendar o minimizar el daño que hemos
causado (pagar deudas, retractarse de una mentira, etcétera.)

 Comprometernos firmemente a comportarnos de una manera diferente en el futuro, porque sin un cambio de conducta recrearemos continuamente la desconfianza.

Estar dispuestos a explorar las razones por las cuales se cometió dicha acción (la que generó culpa). Si evadimos eso, no nos liberaremos de la culpa y es muy probable que repitamos el patrón de conducta inadecuado.

Ya logrado el autoperdón, se adoptará una actitud de responsabilidad ante propia conducta y se asumirá la consecuencia de la misma. Aquí ya no tenemos que buscar culpables y, automáticamente, dejamos de jugar el papel de víctimas de los demás. En ese momento queda abierto el campo para enfrentar, aceptar y superar nuestros resentimientos ya que, lo verdaderamente difícil es el autoperdón y habiéndonos perdonado a nosotros mismos es mucho más sencillo perdonar a los demás.

Si aprendemos a comprendernos y perdonarnos, siendo benevolentes y autocompasivos con nosotros
mismos, nuestra conducta tenderá a mejorar y nuestro crecimiento emocional se superará; en cambio, si continuamos autoflagelándonos y condenándonos, nuestra conducta, como nuestra autoestima tiende a empeorar.

La culpabilidad es de hecho el reverso de la medalla del orgullo. La culpabilidad lleva a la
autodestrucción, el orgullo a la destrucción de otros”. (Bill W, en Grapevine).

por el Doctor José Antonio Elizondo López

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