Me llamo Diana y soy alcohólica (15 años de edad)
Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos, no podía ser una alcohólica. ¡Era imposible a la edad de 14 años!
Tomé mi primer trago cuando tenía seis años. Siendo la única niña de tres hijos, y la menor de edad, siempre podía arreglármelas para salirme con la mía. Ahora creo que era una alcohólica desde mi primer trago, ya que desde aquel momento, empecé a organizar mi vida según la pauta alcohólica.
Vivía con temor del día, con mi odio y mis resentimientos, en un mundo de ensueño. Soñaba que tenía seis armarios llenos de ropa, y que todas las muchachas me envidiaban. En la vida real, era una gordita autoritaria y envidiosa de todos los demás. Odiaba a mi madre, porque solía darme azotes, y no me dejaba salir sin camisa, como los muchachos.
Nos trasladamos de aquella ciudad justo antes de que comenzara mi cuarto año de primaria. Me sentía muy sola. No tenía amigos, y no podía hacer amistades. Entonces, conocí a muchachas y muchachas que fumaban, bebían y tomaban drogas. Mis padres me suplicaban, discutían conmigo, me daban repetidas zurras. Pero — ¡Qué diablos! Eran ellos los que me hicieron nacer, los que nunca me quisieron, los que me hicieron pasar años de miseria. Decidí que había llegado la hora de desquitarme.
Comencé a beber y a drogarme. Me fui llenando de lástima por mí misma. La bebida y la droga me aliviaban de todo. ¡Qué extraño! También se volvió muy importante la sexualidad, porque quería amor. ¡Montones de amor!
Creía que el problema radicaba en mi vida familiar, así que comencé a consultar con siquiatras, consejeros, a asistir a servicios religiosos — lo hice todo. No funcionó y me entregué otra vez a la bebida.
Siempre quería formar parte. Hacía cualquier cosa que la pandilla decidía hacer. Pero no me gustaba y quería escapar. No tuve que descender para tocar fondo, éste se levantó para chocar conmigo.
Me puse en contacto con A.A. a través de una amiga metida en drogas. Ella sólo necesitaba tener algo que hacer, y no se quedó mucho tiempo. Yo, sí. Me gustaba el amor que recibía. Necesitaba este amor. Me quedé, borracha, deseando ser “una parte de”, no “un aparte de.”
Por fin, después de once meses comencé a trabajar en el programa. Las cosas empezaron a cambiar y fue maravilloso. La relación que tengo con mis parientes y con otras gentes es tremenda. El amor que recibo, lo paso a los alcohólicos que sufren. Dios —como lo entiendo yo— es muy paciente, por lo que estoy agradecida.
Estoy perdiendo peso y me encuentro bien (antes pesaba 200 libras).
Algunos de los veteranos aún me echan miradas inquisitivas, pero yo sé que soy alcohólica, y eso es lo importante. A veces me siento rechazada, ya que los jóvenes de nuestro grupo están casados y se reúnen a menudo sin mí. Dios mediante, dentro de unos cuantos años yo también estaré casada, y me acordaré de invitar a los solteros a participar en nuestras diversiones.
Mi padre sigue bebiendo, pero tengo que dejar que Dios haga su voluntad. Tal vez un día Dios le encuentre también a él. Soy una alcohólica, y dentro de dos meses cumpliré dieciséis años.
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