Me llamo María y soy alcohólica (lesbiana)
Soy alcohólica. Tengo 27 años de edad. Soy homosexual. Hace 17 meses que me mantengo sobria en la hermosa Comunidad de A.A., y por primera vez desde hace mucho tiempo, me encuentro sonriendo, riendo y teniendo un verdadero cariño hacia otras personas.
Después de diez años de alcohólica, aquella vida de horror, soledad y desesperación me llevó al umbral de mi primera reunión de A.A. Durante los primeros meses de sobriedad, me esforcé por seguir las sugerencias, asistí a muchas reuniones, me uní a un grupo, y encontré a una madrina cuya sobriedad yo respetaba. No obstante, durante este período viví con temor — temor a que descubrieran mi homosexualidad, a que me rechazaran mis compañeros de A.A., a que me abandonaran para enfrentarme sola con mi enfermedad, el alcoholismo. Este temor me llevó tan cerca del primer trago que creí que nunca podría mantener la sobriedad que quería y necesitaba tan desesperadamente. Me volví recelosa con mis compañeros de A.A. Mis temores parecían ser un problema más grande que mi alcoholismo.
Finalmente, oí decir a un orador, “¿Está dispuesta a hacer cualquier esfuerzo para mantener su sobriedad?” ¿Lo estaba yo? ¿Quien entendería mi situación? ¿En quién podría yo confiar?
Desesperada, acudí a mi madrina. Lloré, sudé, temblé, pero las palabras que odiaba decir, salieron de mí, lenta y dolorosamente. Al terminar caí pesadamente en la silla, esperando una respuesta o una mirada de desaprobación.
Mi madrina no hizo más que sonreír y me dijo que ella era una alcohólica como yo, y por eso me podía ayudar.
Todas las noches doy gracias a mi Poder Superior por este programa que me salvó la vida, un programa que antepone “los principios a las personalidades”. El único requisito para ser miembro de A.A. es querer dejar de beber, dice nuestra Tercera Tradición y hay un lugar para cada persona que busca ayuda. Hay un lugar para mí. Me creía única, diferente y sin tener dónde acudir. Pero gracias a A.A., he encontrado la vía hacia una vida plena y feliz.
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