viernes, 12 de julio de 2019

12 Pasos Para Dejar Atrás El Alcohol (Parte 5)

En busca del autoconocimiento
Cuarto Paso
Sin ningún temor hicimos un inventario moral de nosotros mismos.
En el alcoholismo, como en otras enfermedades crónicas, la responsabilidad del éxito o fracaso del tratamiento descansa directamente sobre los hombros del paciente. Sólo el alcohólico puede, con apoyo y consejo adecuado, establecer y mantener un programa de recuperación.
Por consiguiente, el modo más efectivo de tratar esta enfermedad no supone “ayudar” al alcohólico, sino que consiste en enseñar al alcohólico a ayudarse a sí mismo. Y la base más firme para la “autoayuda” es el autoconocimiento. Cuanto mejor se conozca a sí mismo, mejor capacitado estará para desarrollar estrategias que le ayuden en su recuperación.
El Cuarto Paso favorece el autoconocimiento a través de un proceso de auto examen. Observando detenidamente sus actitudes, actos y comportamiento, puede identificar firmezas y debilidades en su propio programa de recuperación.
Es importante comprender el uso del término “moral” en este Paso. Cuestiones morales son aquellas que conciernen a “lo bueno y lo malo”. La intención del Cuarto Paso no es señalar acusadoramente a usted o a otras personas por lo que hasta ahora ha funcionado mal en su vida. Este Paso no se formula para hacerlo sentirse culpable por lo que hizo o dejó de hacer en el pasado.

Creemos que el valor principal del Cuarto Paso reside en ayudarlo a identificar aquellos aspectos de su comportamiento que podrían interferir en su recuperación. Tal interferencia parte normalmente de dos puntos: las defensas que le impiden ver la extensión y la gravedad de la enfermedad, o los peligros de una recaída; y los juicios irracionales e improductivos que hacen la vida difícil incluso cuando se está sobrio.
Aunque seríamos los primeros en protestar contra la insinuación de que el alcoholismo representa alguna forma de inmoralidad, o que el alcohólico es el responsable de su enfermedad, creemos que hay un definido aspecto “moral” en el tratamiento. Es decir, una vez que ha entendido qué es el alcoholismo, y ha sido diagnosticado como alcohólico, usted está obligado por esa razón a tratarse. Y donde interviene un tratamiento, hay claramente métodos buenos y malos de recuperación.
Al cabo de años de trabajo con alcohólicos hemos llegado a convencernos de que muchos de ellos quieren recuperarse del alcoholismo una vez que se dan cuenta que lo sufren. En algunos casos, sin embargo, este deseo de estar bien se ve socavado por las defensas y por los juicios irracionales que predisponen al alcohólico al fracaso.
Por consiguiente pensamos que el Cuarto Paso debería representar una valoración efectuada por el alcohólico de su comportamiento pasado, sus actos presentes y sus planes futuros en lo que se refiere a esta enfermedad.

Defensas
Las defensas del alcohólico normalmente se centran en torno a dos tipos de comportamiento que en términos de esta enfermedad son sin duda “malos”.
Uno es beber. Esto no significa que el consumo de alcohol sea constitucionalmente malo para la mayoría de las personas, y no lo es.
Pero beber es destructivo para el alcohólico, y en cierto punto llega a saberlo durante el desarrollo de la enfermedad. El consumo de alcohol se debe justificar de alguna manera a pesar de las consecuencias desagradables que conlleva. A medida que el alcohólico pierde su control y la vida se hace incontrolable, esas justificaciones se vuelven cada vez más extravagantes.
El segundo comportamiento, por lo general cercado por un muro de defensas, trae consigo el fracaso en el desarrollo de un programa efectivo de recuperación. De este modo muchos alcohólicos intentan tratar su alcoholismo asistiendo alguna vez a las reuniones de AA, dejándose ver en la consulta del psicólogo o bebiendo menos. Esto es como tratar de barrer un palacio con una pluma.
El siguiente es un breve examen de las defensas habituales del alcohólico. Adviértase cómo cada una de ellas impide ver al alcohólico cualquier defecto en su propio plan de tratamiento.
La negación es la defensa clásica preferida por los alcohólicos de todo el mundo; según la situación, puede presentarse como: “Digan lo que digan no tengo ningún problema con la bebida”, o como. “¿Te das cuenta? Ya he dejado la bebida. No tengo que ir a AA nunca más”.
Cuando el alcohólico hace una negación, simplemente no quiere admitir la posibilidad de que el problema existe, a pesar de las evidencias.
La racionalización permite al alcohólico “disculpar” las características anormales de su forma de beber a través de “razones irrazonables”. Así insistirá ante su mujer en que la razón por la cual se embriagó durante la cena obedece al hecho de que había estado trabajando demasiado últimamente, pasando por alto la circunstancia de que también se embriaga cuando no está trabajando tanto.
La externalización consiste en atribuirle las causas del consumo de alcohol a fuerzas externas a usted mismo, tales como el trabajo, la esposa, los hijos, los padres, la educación que recibió en la infancia y así sucesivamente. Una externalización como: “Tú también beberías si te hubieras casado (con él o con ella)”, puede convertirse, con el paso del tiempo, en: “Tú también beberías si tu pareja te hubiera abandonado”.
La minimización es otra defensa preferida, ya que permite al alcohólico admitir la existencia de un problema sin reconocer que éste le está complicando la vida. Por ejemplo: “Es verdad que bebo, pero no tanto”, o “Siempre le grito a mi mujer pero jamás le he pegado”.
La teorización o intelectualización es la que mantiene a muchos alcohólicos entregados al alcohol durante toda su vida. Estos bebedores alegan extensos argumentos filosóficos o se embarcan en discusiones bizantinas para apartar la atención del problema principal.
Un teórico reconocerá su problema con el alcohol, pero querrá discutir acerca de si el alcoholismo es o no una enfermedad. Perdido en el palabrerío está el hecho de que, enfermedad o no, el bebedor ha eludido una vez más la responsabilidad de solucionar el problema.
Y así sucesivamente. Tales defensas no sólo contribuyen a la recaída sino que también impiden al alcohólico ver venir la reincidencia.

Juicios irracionales e improductivos
Todos tenemos un cierto número de juicios irracionales e improductivos que dificultan nuestra vida incluso cuando estamos sobrios. Por ejemplo:
1. “La vida no debería ser injusta conmigo.”
2. “No tengo problemas con el alcohol, como otros.”
3. “Ya quisieran los demás vivir como vivo.”
4. “Me aburro horrores. ¿Dónde estarán las emociones de la vida?”
5. “Jamás seré capaz de perdonar (olvidar) eso.”
Muchos, puestos a considerar estas ideas en letras de molde, se apresurarán a admitir que son improductivas e incluso absurdas. Sin embargo a veces actuamos como si se tratara de grandes verdades.
Piense en la mujer que clama ante la injusticia de ser una alcohólica. “¿Por qué yo?”, se pregunta. Para lo cual la única respuesta es:
“¿Por qué no tú?”.
¿Es acaso justo que algunas personas tengan cáncer, diabetes, esquizofrenia o enfermedades cardíacas? ¿Son acaso culpables? La justicia es una idea popular entre los seres humanos, pero con la que la Madre Naturaleza ha sido bastante avara.

El alcoholismo jamás es justo, pero existe y algunas personas caen en él.
Considérese al alcohólico que se sienta en una reunión de AA y se dice: “¡Bah! Eso nunca me ha pasado. No soy como estos que están aquí”, pasando por alto el hecho de que por cada diferencia él tiene dos cosas en común con ellos, la primera, la razón por la cual ha acudido a la reunión.
Para este alcohólico será difícil aceptar el apoyo y los consejos de los demás. Y un alcohólico (o cualquiera) que se obstina en que los demás vivan según su norma está destinado a vivir una vida de frustración y desilusión. Los demás tienen sus propias normas y asuntos, que con mucha terquedad, tratan de observar y resolver.
Una vez oímos afirmar a un conocido psicólogo que: “Las personas que siempre están aburridas son generalmente aquellas que pre-
tenden que la vida las divierta”. Siempre nos ha dejado perplejos oír a un alcohólico asegurar que la sobriedad es aburrida o que las reuniones de AA son pesadísimas.
Creíamos que AA era para aquellos que querían dejar la bebida, y que las películas son para los que quieren divertirse.
Y por último, están aquellos que prefieren guardar toda clase de resentimientos. De todos los peligros para la sobriedad, tal vez éste es el peor.
El resentimiento no es simplemente la cólera. Es la cólera por una situación en la cual usted se siente la víctima y además insultado, utilizado o perjudicado. Los resentimientos nos recuerdan lo ilusorio de la afirmación “la vida es bella”, y hace del simple consejo de “vivir un día cada vez” una imposibilidad. ¿Cómo se puede estar en el presente cuando se actúa como si la vida estuviese controlada por el pasado?
Por ejemplo: “Me dejó hace cinco años. Por eso bebo”.
Claro. El mejor remedio para una aflicción consiste en regalarse una cirrosis hepática.
Veamos este otro caso: “No quiero ir a AA; tuve una experiencia desagradable cuando fui allí hace un par de años”.
Evidentemente, no tiene sentido censurar una organización de un millón de personas sólo por una experiencia con uno de sus miembros, a quien muy probablemente jamás volverá a ver otra vez.
Cada alcohólico que aborda el Cuarto Paso lo interpreta de una manera diferente a los demás. Y una advertencia: el Cuarto Paso por sí solo es de poca utilidad. Llega a ser realmente valioso cuando se lo combina con el quinto.

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