Luego de muchos años, un hombre que se había perdido regresó a su casa. Al tocar la puerta, sus padres abrieron; aunque dudaron, reconocieron en él los rasgos de su hijo. Pero él no los pudo reconocer a ellos. “¿Eres tú, Miguel?” el hombre agachó la cabeza y le dijo “sí, mi nombre es Miguel, pero no puedo recordar quién es usted”; “soy yo, tu mamá”, le dijo la mujer con lágrimas en los ojos. Entonces, lo tomó de las manos y lo hizo seguir. El hombre entró a la casa con cierto temor, pues no reconocía nada, todo era extraño para él. Los padres lo sentaron en la sala y corrieron a traer fotografías para que él se viera a sí mismo en ellas. Fotos de su etapa como estudiante de primaria, cuando hizo la primera comunión, cuando quedó subcampeón con el equipo de fútbol de su curso en séptimo, cuando se graduó de bachiller. Pero fue inútil. Nada de esto lo hizo recordar. De pronto, su mamá, que no pudo contenerse más, lo abrazó y empezó a hacerle remolinos en el pelo con sus dedos. Miguel empezó a llorar. Reconoció de inmediato la manera en que su mamá solía consentirlo cuando era niño. En ese momento supo que había llegado a casa, porque casa es todo lugar en el que podemos sentir que nos quieren y donde nos dan permiso de querer a los otros.
Los recuerdos que nos dejan las cosas que recibimos o las cosas que damos pueden irse en algún momento.
Pero los recuerdos que deja el amor compartido con nuestros seres queridos se quedarán ahí para siempre.
Estoy seguro de que es el amor lo que nos da identidad.
No sabemos quiénes somos hasta que descubramos que alguien nos ama verdaderamente.
Tarea del día: Te invito a recordar los gestos de afecto que tus padres tuvieron contigo y da gracias a Dios por ellos
Alberto Linero
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