viernes, 28 de junio de 2019

12 Pasos Para Dejar Atrás El Alcohol (Parte 2)

Algo no marcha bien cuando bebo
Primer Paso Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol; que nuestras vidas eran incontrolables

Evidentemente, nadie que esté en su juicio intentará resolver un problema a menos que crea que éste existe. Todo tratamiento efectivo del alcoholismo debe basarse en el reconocimiento del alcohólico de su propia enfermedad.
Este reconocimiento, de impotencia y de una vida descontrolada, es la piedra angular del Programa de los Doce Pasos. Sin ese reconocimiento el alcohólico comprobaría que es casi imposible utilizar los Pasos restantes con éxito.
¿Por qué?
Para comenzar, el alcohólico probablemente todavía bebe y nada, absolutamente nada, interfiere en la claridad de ideas, buen juicio y la acción eficaz de una manera tan poderosa como el ciclo de intoxicación y abandono.
De este modo hemos llegado a creer, junto a muchos alcohólicos en recuperación que conocemos, que toda la capacidad de un alcohólico para restablecer su cordura a través de los Doce Pasos depende del reconocimiento de la necesidad de una abstinencia total. Creemos que algunas medidas poco eficaces, como la sustitución de alcohol por tranquilizantes o la alternancia de pequeñas “recaídas” con períodos de abstinencia, son casi tan destructivas como la ebriedad permanente.
Sin abstinencia, el alcohólico puede sentirse un poco mejor pero en realidad no se siente “bien”.
Sólo se menciona el alcohol en el Primer Paso y su significado es claro: en él reside la idea fundamental para conseguir la abstinencia ininterrumpida.
Tal vez, más que en cualquier otro modelo de alcoholismo, el modelo de enfermedad crónica considera la abstinencia como un prerrequisito para la recuperación, ya que los procesos fisiológicos asociados a la enfermedad son en gran medida involuntarios. En pocas palabras, cuando el organismo del alcohólico entra en contacto con el alcohol o drogas similares, tiene lugar un proceso patológico que comienza a ejercer una reacción corporal.
Mediante el control de esta reacción, la enfermedad provoca en el alcohólico el deseo del alcohol y la recurrencia al mismo.
El alcoholismo dice al alcohólico cuándo, dónde, con qué frecuencia y cuánto debe beber. El alcoholismo hace del alcohol la única medicina eficiente contra el estrés y las tensiones del bebedor. El alcoholismo lleva al alcohólico a poner la bebida por encima de cualquier otro interés y hace que la víctima beba a pesar de los problemas que le causa la bebida.
La progresión de esta enfermedad, a la larga, deja al alcohólico indefenso bajo el poder del alcohol, haciendo que pierda todo control sobre su vida. Y es la capacidad para reconocer y admitir esta realidad la que motiva la recuperación.
He aquí como el alcoholismo produce este grado de impotencia y falta de control.

Síntomas de impotencia
Tolerancia
Los alcohólicos tienen fama de consumir alcohol en cantidades mayores que la normal sin que su sobriedad se altere de manera perceptible.
Esto es un síntoma de tolerancia alcohólica.
En nuestra sociedad la tolerancia se considera como una ventaja social antes que como un posible síntoma de alcoholismo. En efecto, es una ventaja para el bebedor ser capaz de consumir una considerable cantidad de alcohol en el transcurso de una noche sin dormirse, ofuscarse o ser desagradable con los demás.
Muchos ven esto como un indicio de una fuerza de voluntad superior o de firmeza de carácter y comprensiblemente nos preocuparemos más por una persona que se embriaga que por otra que permanece sobria.
Durante la mayor parte de la historia, la medicina dio por sentado que la legendaria gran tolerancia del alcohólico era invariablemente el resultado de beber en exceso. Pero para muchos alcohólicos, esta tolerancia aparece relativamente pronto en su formación como bebedores, y en realidad sirve para estimular el consumo de cantidades de alcohol cada vez más grandes.
Si la bebida no entorpece tus actividades, ¿por qué no beber más?
Esta tolerancia no deja ver al alcohólico, ni a aquellos que lo rodean, el aumento de la cantidad o la frecuencia con que bebe.
En realidad, la tolerancia alcohólica es, probablemente, una adaptación compleja del cerebro y el hígado al alcohol, y posiblemente esta adaptación comienza pronto en el proceso de la enfermedad.
Como otras facetas del alcoholismo, la tolerancia tiende a cambiar a medida que la enfermedad avanza. Después de años de “protección” contra los efectos sedantes y embriagadores del consumo excesivo de alcohol, la tolerancia puede abandonar al alcohólico, y éste descubre que ahora tiene ataques de embriaguez, perceptibles para todos los que lo rodean, incluso si bebe menos que hace unos pocos años.
Así como el alcohólico es impotente ante la tolerancia, también lo es para deshacerse de ella.

Dependencia física
El segundo indicio del avance del alcoholismo es la aparición de síntomas de dependencia física.
Como muchos aspectos de esta enfermedad, los síntomas de dependencia son ligeros al comienzo, y empeoran según avanza la enfermedad.
Los primeros indicios de dependencia física son insomnio, ansiedad, irritabilidad, y nauseas, especialmente después de las comidas. El alcohólico atribuye estos síntomas al estrés, las resacas, un resfriado, o a la gripe.
Más tarde, la ansiedad puede convertirse en ataques paralizantes de un miedo inespecífico que sólo un trago parece aliviar. Además el insomnio ocasional puede llegar a ser crónico y el alcohol es el único remedio efectivo.
Las náuseas pueden transformarse en vómitos diarios, a menudo con el estómago vacío. La irritabilidad se torna constante, y va acompañada por un temblor de manos que se podría identificar como un síntoma de alcoholismo.
El efecto virtual de la adicción física es el cambio del motivo que tiene el alcohólico para beber. El alcohol ya no es un pasatiempo o una droga para estimular la sociabilidad. Ahora se ha convertido en una medicina.
El alcohol funciona mejor, más rápido y más efectivamente que cualquier medicamento porque el organismo se ha adaptado a él.
Aunque algunas personas no lo sepan, el alcohol es tan efectivo precisamente porque estas personas se han convertido en alcohólicas.
Es fácil darse cuenta de cómo la dependencia dicta la cantidad de bebida y su frecuencia. El alcohólico bebe tanto como necesita para calmar su sistema nervioso perturbado por la abstinencia no sin antes contrapesar esta necesidad fisiológica con la compulsión por la bebida dentro de lo socialmente aceptable. Si beber en las horas de trabajo se traduce en la pérdida del mismo, usted probablemente se resistirá a beber en esas horas.
Pero cuando sale de su trabajo, una copa será su primera preocupación. Y a medida que la dependencia aumenta, la “bebida socialmente aceptable” llegará a ser irrelevante, y la necesidad fisiológica de alcohol, arrolladora.

Pérdida de control
Para muchos alcohólicos el síntoma final e incuestionable de impotencia es la pérdida de control.
Esta aparece generalmente en tres áreas principales: cantidad, tiempo y lugar, y duración del descontrol.
Supongamos que un alcohólico asiste a una fiesta con la intención de beber solamente algunas copas. En cambio, bebe hasta un punto que excede su tolerancia e intenta conquistar a la mujer de un amigo suyo.
En realidad, él no quería emborracharse, incluso habría preferido no haber tenido que pasar por ese mal trance, pero lo hizo. Esto es un síntoma de pérdida de control sobre la cantidad de bebida.
Supongamos, por otra parte, que como resultado del episodio relatado y otros semejantes, promete a su mujer que se abstendrá completamente de beber durante un mes. Pero descubre que la vida sin alcohol es tan desdichada que bebe a escondidas cada vez que puede, cuidando de que su mujer no lo descubra. Y entonces, para poder beber un sábado que pasa en casa con la familia, tiene que hacer varias excursiones al garaje para “verificar la batería del coche”, o pretextos similares. Mientras está allí bebe algunos tragos de su provisión secreta de coñac; o tal vez haya escondido una botella en el cuarto de baño para que lo ayude a sobrevivir a un plácido y tranquilo fin de semana
en casa con los niños.
Ese es un síntoma de pérdida de control sobre el tiempo y el lugar de la bebida: generalmente en nuestra sociedad no se confunde el depósito del retrete con el mueble bar.
Otro ejemplo: imaginemos una alcohólica que aguarda la vuelta de su marido de un viaje de negocios.
“Beberé unas copas el jueves, se dice. Cuando él llegue el viernes por la noche no habrá ninguna botella a la vista y jamás se dará cuenta.”
En cambio, él la encuentra dos días después, aturdida en el sofá de la sala y rodeada de botellas.
Ella no lo había planeado así.
Como el primer centenar de alcohólicos en AA eran bebedores empedernidos, muy avanzados en el desarrollo de su enfermedad, todos habían experimentado pruebas inequívocas de pérdida de control.
Tal vez por esta razón escogieron el término “impotente” para describir su relación con el alcohol.
Estamos convencidos de que los orígenes de esta impotencia se encuentran en la tolerancia física al alcohol que puede comenzar años antes que los síntomas evidentes de pérdida de control.

Los olvidos del alcohólico
Una cosa es ser violento, hacer tonterías o algo peligroso mientras se está borracho. Otra cosa es hacerlo y luego no recordarlo.
Es difícil creer que un bebedor que no recuerda lo que hizo o dijo mientras estaba borracho tenía un dominio completo de sus actos. Tal vez lo tenía o tal vez no.
A veces oímos decir a un alcohólico: “¿Y qué si se me fue el santo al cielo?, me comporté correctamente, ¿no?”.
Lo que equivale a decir: “¿Y qué si me puse delante de un autobús? Él me esquivó, ¿no?”
Hay millones de historias de amnesia de AA, pero una de nuestras favoritas es la de una mujer que, no habiendo bebido durante tres meses, decide asistir a un cóctel con su marido. Vestida elegantemente y llevando unas empanadillas calientes en una fuente cubierta, tomó un taxi para reunirse con su marido en la fiesta. En el camino decidió detenerse y tomar un par de copas en un bar.
Unas horas más tarde, se despertó de un profundo sueño en la sala de espera de un aeropuerto. Horrorizada, preguntó a un empleado dónde podía tomar un taxi, pensando en qué diría a su marido por no haber ido a la fiesta.
El empleado le contestó en un idioma desconocido para ella.
Había volado a París. Las empanadillas, nos contaba después, estaban frías.

Deterioro fisiológico
Si hay algo que atemoriza al alcohólico es la posibilidad de tener una enfermedad como la cirrosis hepática. Pero esta enfermedad refleja sólo una pequeña parte del deterioro fisiológico que acompaña al alcoholismo.
El alcoholismo es la causa, directa o indirectamente, de más ingresos hospitalarios que cualquier otro factor. Sin embargo esta implicación puede no ser evidente porque frecuentemente ingresan alcohólicos en el hospital con un diagnóstico que no es el de alcoholismo.
No nos engañemos: un número significativo de víctimas de ataques cardíacos son alcohólicos. También lo son muchos de los ingresados por úlceras, pancreatitis, gastritis, problemas pulmonares y un sin fin de enfermedades.
Muchos internos con lesiones cerebrales en unidades para patologías crónicas, que ni siquiera pueden recordar su nombre llegan a este estado a causa del alcoholismo.
Por más que una enfermedad física pueda atemorizar a un alcohólico, lo más probable es que sin un tratamiento específico para alcoholismo, éste siga bebiendo aunque tenga otra enfermedad.
¿Por qué? Porque ésa es la naturaleza del alcoholismo y es otro excelente ejemplo de hasta que punto un alcohólico llega a ser impotente ante el alcohol.

Cómo se pierde el control de la vida
La segunda parte del Primer Paso está relacionada con el descontrol cotidiano.
Como otras enfermedades que afectan al cerebro, el alcoholismo produce un número de síntomas psicosociales que se presentan como problemas relacionados con el alcohol.
Estos son muchos y variados y se acumulan a medida que la enfermedad avanza.
En las primeras etapas el alcohólico tiene relativamente pocos problemas a causa del alcohol, a pesar de que ya está enfermo.
En etapas posteriores, a veces la vida misma parece una cadena de problemas relacionados con el alcohol.
Sin embargo hay algo que nos llama la atención: los alcohólicos, junto a sus familiares, amigos, médicos y la mayoría de las personas, tienden a confundir estos resultados del alcoholismo con sus causas.
Supongamos que observamos un alcohólico que sufre pérdidas de control en las etapas intermedias de la enfermedad. Con regularidad (aunque no cada vez que bebe) consume más alcohol. El resultado es que llega a casa con una “tajada” impresionante. Su mujer empieza a creer que se pasa de la raya y se queja de ello.
Ahora bien, si este problema continúa a pesar de sus quejas, la esposa imaginará que su marido ha hecho cierta elección consciente.
Ella jamás sospechará que su marido, en otros aspectos, una persona muy competente, puede tener dificultades con la bebida.
Tampoco lo sospecha el alcohólico. Igualmente ella, cree que la bebida en exceso es en gran parte un asunto de ceder a la tentación o de falta de voluntad. Naturalmente, él se enfadará por la opinión que su esposa tiene de él pues cree que no tiene fuerza de voluntad o es un irresponsable. Desgraciadamente no hay manera de resolver este conflicto.
Puesto que el alcohólico pierde el control sobre la cantidad, frecuencia y ocasión de beber, continuará, de un modo cada vez más asiduo, bebiendo más de lo que su mujer cree que debería.
Puesto que ella cree que para su marido sus sentimientos son indiferentes, se enfadará aún más y se volverá hostil en su relación con él.
Luego él llegará a creer que es la hostilidad que ella le muestra la que lo empuja hacia el alcohol. Ella llegará a convencerse de que él es personalmente responsable de su creciente enfado. Lo que falta es una comprensión del proceso patológico.
Cuando este estancamiento de la relación se extiende para convertirse también en incompatibilidad sexual, discusiones familiares y económicas, y en una casi total interrupción de la comunicación, es fácil olvidar que estos conflictos son el resultado de un alcoholismo desatendido. Si no hay alcoholismo, no hay problemas. Quizás otros problemas, pero no éstos.
Cinco años más tarde, después de un doloroso divorcio, este alcohólico acude a tratarse. ¿Desde cuándo cree él que comenzó a beber en exceso? Con regularidad, desde las últimas etapas de su matrimonio.
Olvida, o tal vez nunca entendió, el papel que el alcoholismo jugó en la ruptura de su matrimonio.
Como el alcohol dificulta el funcionamiento cerebral, el alcohólico de las etapas intermedias y últimas descubre que es cada vez más difícil resolver algunos aspectos de la vida que antes habría resuelto con facilidad. Atrapado entre la intoxicación y su abandono, cada vez menos capaz de beber sin dificultades, sufrirá el alcoholismo en cada aspecto de su vida.
En cierto modo, sufre más, de culpa, preocupación, ansiedad, confusión mental, inseguridad, y un claro malestar físico, cuando no está bebiendo que cuando lo está, lo cual refuerza aún más su creencia de que dejar el alcohol podría acabar con él.
No es raro para un asistente social o un médico encontrarse con un alcohólico que tenga problemas matrimoniales, legales, familiares, económicos, sexuales, laborales y emocionales, todos al mismo tiempo y que pueden tener su origen en el consumo del alcohol.
A menudo son estos problemas los que motivan al que fuera en otro tiempo un alcohólico reacio a buscar ayuda.
En muchas sociedades, las personas que tienen dificultades para solucionar sus asuntos miran de rodearse de otras cuya misión es solucionarles la vida. Estas personas son jueces, médicos, oficiales de justicia, asistentes sociales y religiosos.
Si usted comprueba que hay una o más de estas personas en su vida a causa de la bebida, eso es un indicador de alcoholismo.

Es importante recordar que en el modelo patológico, la impotencia y el descontrol se entienden como el resultado lógico del avance del alcoholismo. Sólo son un estado de alteración fisiológica y su consiguiente efecto a largo plazo en la conducta del alcohólico.
De un modo similar, aunque tal vez menos dramático, los enfermos de diabetes, los cardíacos, y los pacientes con enfisema experimentan una impotencia en ciertos aspectos de su vida.

Un enfermo de enfisema debe aceptar la disminución de su capacidad pulmonar, y aprender a vivir con un poco menos de aire.
Un paciente cardíaco tal vez no sabía que su corazón se debilitaba con los años, pero una vez que se lo han diagnosticado debe aceptar la necesidad de reducir su trabajo y estrés.
A un diabético no le gusta inyectarse insulina cada día, pero sabe que sin ella no podría sobrevivir.
En cada ejemplo el tratamiento efectivo depende de la disposición individual para admitir el grado y severidad de su enfermedad y reconocer la importancia de tratarla.
Del mismo modo, los alcohólicos aprenden a vivir sin alcohol, lo que no es fácil para muchos de ellos, simplemente porque tienen que hacerlo.
Es necesario porque son impotentes ante el alcohol y han perdido todo control sobre su vida.

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