Los
sabios afirman que la mayoría de la gente no hace trabajar sino la décima parte
de su cerebro. ¡Terrible desproporción!
En Europa
dicen por burla que el día en que descubren Cómo injertar cerebros, y pongan
"bancos de cerebros" para que los que van a morir regalen en suyo al
injertarlo a alguien que haya tenido algún accidente, en ese tiempo, en ese
tiempo por el cerebro de un algún alemán pagarán $1,000 USD, porque está
bastante desgastado de tanto pensar, por el cerebro de un norteamericano
pagarían $5,000usd porque está algo desgastado, pero no tanto. ¡Y que por el
cerebro de un suramericano pagarán $20,000usd! ¡Porque murió sin estrenarlo! Es
una burla, Pero puede tener algo de razón. Porque muchas veces no empleamos la
cabeza sino para sacudirla o para rascarnos. Pero poco la empleamos para
pensar, y pensar como se debe.
Y hay
otro detalle curioso. Los científicos afirman que sí se quisiera construir un
computador que reemplazará al cerebro humano, el computador tendría la altura
de un edificio de 100 pisos. Tan enorme es la cantidad de aparatos que se
necesitan para reemplazar nuestro kilogramo de materia pensante qué tenemos
debajo del techo de nuestra cabeza. Tan enorme es la cantidad de aparatos que
se necesitan para reemplazar nuestro kilogramo de materia pensante que tenemos debajo
del techo de nuestra cabeza, pero semejante poderío mental lo dejamos casi
siempre sin usar y sin aprovecharlo.
Tenemos
dos fuentes de datos: consciente y subconsciente.
Todos
llevamos en el alma dos grandes fuentes de datos: el consciente y el subconsciente.
Del consciente nos damos cuenta. El subconsciente obra sin que nos demos cuenta
de su acción. Y el que más obra en nosotros a cada momento es el subconsciente.
Nada de
lo que nos ha sucedido se queda sin ser grabado en el cerebro. Todo lo que actualmente
nos gusta o nos disgusta, se debe a recuerdos que tenemos coleccionados en
nuestro cerebro. Dicen que cuando un gato se sienta en una parrilla caliente,
nunca más se vuelve a sentar en esa parrilla, Aunque ella esté fría. El
subconsciente le recuerda el quemón del otro día.
Los
recuerdos del subconsciente pueden frenarnos hacia lo malo o pueden dejarnos
indiferentes. Según la importancia que les demos.
San
Agustín, El borracho y el perro
Cuenta
San Agustín que un hombre iba cada sábado a una taberna y se emborrachaba y le
propinaban tremendas palizas, Pero el próximo sábado volvía otra vez ahí
emborracharse. Y que un día llevó a un perro y Al pobre animalejo le dieron
también su paliza, y el perro no volvió nunca más a la tal cantina. Y el santo
exclamaba: "Oh perro inteligente, le ganaste en prudencia al bruto de tu
amo". Es que el lunes y aprovechó los amargos recuerdos de su
subconsciente, y el otro no les concedió ninguna importancia a los recuerdos.
Hay
personas tan prudentes que cuando el subconsciente le Recuerda que un
comportamiento individual produjo malos resultados, no vuelven a repetir dichos
comportamientos dañinos. Pero hay otros tan cabeza y duros que por más que su
subconsciente le recuerda los malos resultados de sus actuaciones indebidas,
sin embargo, las siguen repitiendo, poniéndose excusas falsas Como, por
ejemplo: "Yo soy así... Me gusta... No soy capaz de ser de otro modo...
Etc.". Son actuaciones suicidas e irracionales que hacen un gran mal.
Transportamos
este caso a la autocompasión. Alguien nos trata mal, nos desprecia, nos hace
algún daño o nos causa alguna pérdida económica, etc. El subconsciente nos
recuerda este hecho doloroso. Y empezamos a sentirnos lástima y compasión. Pero
enseguida nuestra memoria subconsciente nos recuerda también que cada vez que
nos hemos dejado llevar por la autocompasión hemos caído en la depresión.
Tenemos dos caminos el del gato que no se vuelve a sentar en la parrilla porque
sabe lo doloroso que es un quemón, tenemos dos caminos: el del gato que no se
vuelve a sentar en la parrilla porque sabe lo doloroso que es un quemón, y el
del compañero del borrachito, que no quiso volver a la cantina donde lo
apalearon: en este caso estamos lejos la auto conmiseración y no nos dedicamos
a echarle a nadie la culpa de nuestros males ni a sentirnos unos infelices, y
más bien nos dedicamos a darle gracias a Dios por estas contrariedades, y en
poco tiempo recobra amos la calma y la alegría. Pero el otro camino es el del
borracho del cuento de San Agustín: volver a la cantina donde nos apalearon Y
ser apaleados una vez más, por brutos y tercos. Seguir auto compadeciéndose y
dejar que la depresión nos proporcione palizas despedazadoras. El subconsciente
puede ser empleado para nuestro bien o para nuestro mal. Pues usémoslo en favor
nuestro Y no en contra nuestra.