Muchas personas sufren de envidia y le hacen daño a las personas por esta terrible emoción.
La envidia se entiende desde dos situaciones: desde el ser del otro y desde lo que posee el otro.
Me explico: algunos envidian el estado del otro, que el otro sea feliz. Les cuesta aceptar que su hermano, que su amigo sea feliz, y envidia ese sentir del otro, entonces hace todo lo posible para que esa persona no sea feliz. No envidia lo que tiene el otro, sino que sea feliz.
Eso explica por qué hay ricos que envidien a pobres, y seres “lindos” envidien a seres “feos”. Pero, en otros casos lo que genera envida es lo que los otros tienen, esto es, se envidia los bienes, posesiones de los otros, en una actitud bastante infantil se quiere tener lo que los otros tienen, como cuando queríamos el juguete de nuestro compañerito.
En ambos casos estamos ante una persona insegura, incapaz de valorarse a sí misma y que cree que la lógica de la vida es adversativa o excluyente, esto es, que la felicidad del otro significa mi infelicidad y que yo no puedo ser feliz con otro objeto distinto al que tiene la otra persona. Por eso, lo que una persona que está sufriendo de envidia tiene que hacer es vivir el amor de Dios, y darse cuenta de que en su ser hay muchas cualidades, capacidades, posesiones que son suficientes para comenzar a ser feliz, que la relación con los demás no es de competencia, sino de solidaridad.
Se tiene que entender que no somos más o menos porque los otros tengan o no tengan.
Si somos capaces de comprender esto vamos a tener paz en el corazón y tendremos una relación sana con las personas que están a nuestro alrededor.
Padre Alberto Linero
TAREA DEL DÍA
Te invito a darle gracias a Dios por lo que tienes y eres, de tal manera que en tu corazón no se haga presente el sentimiento de la envidia.