Para muchos de nosotros, la palabra más difícil de decir es una de las más cortas y fáciles del vocabulario:
¡No! Anda, dilo en voz alta: ¡No!.
No, fácil de pronunciar, difícil de decir. Nos da miedo caerle mal a la gente, o nos sentimos culpables.
Podemos creer que un “buen” empleado, hijo, padre, cónyuge o cristiano nunca dice No.
El problema es que si no aprendemos a decir No, dejamos de caernos bien a nosotros mismos y a la gente a la que siempre tratamos de complacer. Quizá incluso lleguemos a castigar a los demás a causa del resentimiento.
¿Cuándo decimos No? Cuando realmente queremos decir No.
Cuando aprendemos a decir No, dejamos de mentir. La gente puede confiar en nosotros, y nosotros podemos confiar en nosotros mismos. Pasan todo tipo de cosas buenas cuando empezamos a decir No.
Si nos asusta decir No, podemos darnos algo de tiempo. Podemos tomarnos un descanso, ensayar la palabra y volver y decir No. No tenemos que brindar largas explicaciones por nuestras decisiones.
Cuando podemos decir No, también podemos decir Si a lo bueno. Nuestros No y nuestros Si empezarán a ser tomados en serio. Ganamos control sobre nosotros mismos. Y es entonces cuando aprendemos un secreto; que no es tan difícil decir No.
“Hoy diré No si eso es lo que quiero”.