El hombre crece cuando se arrodilla
Alessandro Manzoni
- Qué es lo que hizo tu madre, Paco? -me preguntó el doctor encargado de la oficina de los servicios de atención a la infancia.
-quiso matarme - respondi
Cómo pude y con mis 8 años a cuestas le narre lo sucedido. Le conté los anteriores intentos de mi progenitora para deshacerse de mi. La noche en que me puso en la tina con agua tan caliente que me provocó quemaduras de tercer grado. La mañana en que me corretea por toda la casa con un cuchillo mientras me llamaba "engendro del demonio". La vez en que me dejó encerrado en un cuarto obscuro durante 12 días con un bolillo duro y un bote de agua. Y El más reciente. El de la noche anterior en que enardecida por el tequila y la mota me sorprendió dormido en la cama y me tomó por el cuello entre sus manos apretando mi fuerte hasta que me puse morado. Si no es por la intervención oportuna de un vecino, Yo estaría en un cajón rodeado de veladoras y no narrando mi historia.
El doctor Moreno, un hombre canoso y fortachón con dientes amarillentos por el tabaco, no escondía la furia que le brotaba de los ojos al Escuchar mis relatos. De inmediato de órdenes de que me hicieran una segunda inspección médica y que me trajeran ropa y comida. A la mañana siguiente me trasladaron a la casa hogar Monterroso, A las afueras de la ciudad. Con mi cuerpecillo lleno de cicatrices y lleno de miedos llegué a ese lugar que sería mi hogar Durante los siguientes 7 años. Una mujer vestida con un traje gris largo hasta las pantorrillas me recibió amorosa. Se llamaba Carolina y era una de las damas voluntarias del hogar. Después de mostrarme mi cama, ubicada en el cuarto sitio de una larga fila de camas distribuidas en un gran salón de ventanales angostos, me tomó de la mano y me acompañó hasta una oficina. Se escuchó la voz de una mujer que ordenaba que entraramos. Gumercinda Escalante era la directora del lugar. Una mujer obesa de cara recoleta y colorada. Con el pelo corto y dos pendientes rojos Colgando de sus orejas. Con una sonrisa discreta me invitó a sentarme y me leyó el reglamento del lugar. Me dijo que mi madre estaría en el reclusorio por un tiempo y que, al desconocerse la existencia de algún otro familiar cercano, no habían tenido más remedio que canalizarme con ella.
Crazy a punta de golpes, Así que la amabilidad de esas personas me hacía sentir incómodo. Atiné a decir un gracias presuroso Y permanecía en silencio escuchando sus recomendaciones. Gumersindo llevaba muchos años al frente de la institución y tenía fama de ser exigente y mandona, pero bondadosa y justa
Cientos de chiquillos había empezado ese lugar a lo largo de los años por diversas causas, las más frecuentes maltrato o abandono, por lo tanto gumersindo estaba entrenada en la compresión del dolor de los niños qué, como yo, sufren algún tipo de abuso.
A mi madre la encontraron más cargos que el intento de asesinato, también ya adjudicaron la venta y consumo de drogas y la participación en el robo de una joyería del centro. La condenaron a 20 años y de fianzas ni hablemos. A mi madre nunca le conocí parientes, sólo amantes. Nunca le conocí amigos, sólo clientes. Y mientras ella estaba encerrada en la cárcel, yo me quedé encerrado en la casa hogar monterroso.
Ahí aprendí a leer, a sumar y a multiplicar. Aprendí a jugar baloncesto y a podar los árboles. Siempre fui un niño callado, Nada pretencioso en los estudios, pero muy dedicado en el esfuerzo. Hice entrañables amigos, como Juanito Gallardo, quién hasta la fecha me visita y hasta me hizo su compadre. Nos preparamos en el Encino que estaba detrás de las canchas y jugamos a ser marineros Armando barcos con hojas de periódico que lanza vamos a la pileta de la reserva de agua. Nadie preguntó por mí durante todos esos años. Nadie me buscó y a nadie le hice falta.
A los 15 años me mandaron a un internado del gobierno que estaba destinado para los más grandes. Ahí aprendí carpintería y a masturbarme. Los primeros cigarrillos de tabaco que fume me lo regaló Adolfo, uno de mis compañeros del taller de oficios. A los 18 me entregaron un documento en donde se hacía constar mi mayoría de edad y me dieron un diploma como técnico electricista. A mí siempre me gustó más la carpintería que la electricidad, pero me dijeron que a todos les daban ese certificado para que se abrieran un camino noble en la sociedad. Tuve muchos padres y muchas madres. Gumercinda, el padre Hugo, el maestro Donato, la psicóloga eduviges. En cada persona que me cuido o que me enseñó algo, buscaba el amor maternal que me fue negado. Lo único que me quedaba de mi Trágica infancia eran la cicatrices en mi cuerpo y escasos recuerdos en mi mente. Sin embargo, un miedo recurrente me ha acompañado, siempre me he sentido desprovisto de no sé qué, como si algo me faltará, Como si caminara desnudo por la vida. Tengo un frío perenne en el alma.
El saber que mi madre me quiso asesinar me dejó profundas cicatrices espirituales. Esa experiencia me arrebató ese potencial sagrado con el que nacemos todos y me hizo existir a medias, como si no me decía estar vivo. A pesar de la fortuna de haber caído en buenas manos después de la tragedia, esa imagen de la cara de mi madre con los ojos desorbitados intentando asfixiarme acompañado mi sueño durante muchas noches. Cada día 10 de mayo, Cuando veo que todos festejan a sus madres con regalos y canciones, yo me quedó sumergido en un balde lleno de miedo, de odio y de Desilusión. Cuando quién te dio la vida te quiso matar, te quedas con la sensación perpetua de que no mereces vivir. Así deambule muchos años. Conseguir trabajo en una carpintería en un barrio de clase obrera. Renta un departamento de 2 habitaciones en la azotea de un alto condominio de muros grises y carcomidos por el sol. Los fines de semana iba a misa, y así a mis compras en el mercado ambulante y caminaba por el parque cercano viendo jugar a los niños. Me sentaba durante horas en una banca y observaba a la gente. Cuando veía pasar a una madre con su hijo pequeño de la mano, la herida interior se volví a abrir y me imaginaba naciendo de nuevo y teniendo una madre distinta. Una que me amaba, que me protegía, que me abrazaba en las noches y que me besaba en la frente. Compraba un elote con queso y mientras lo saboreaba intentaba pensar más en el futuro que en el pasado para sobrellevar mi vida.
En esas estaba cuando una noche tocaron a mi puerta. Abrí y ahí estaba de frente a mí. Con el rostro ajado por los años, encorvada y huesuda. Envuelta en un rebozo morado y con una desgastada maleta color azul.
-Francisco, soy tu madre, puedo pasar? -me dijo con una voz que resonó intempestivamente en mi memoria.
Sin decir palabra alguna le sería el paso y le acerqué una silla. Se sentó y con la cabeza altiva prosiguió.
-sé que no merezco que me recibas, sé que he sido una mala madre y que no tengo perdón de Dios, pero no tengo a donde ir y acabo de salir de la cárcel. No te pido que me perdones ni que te olvides de lo que te hice, Sólo te pido que me dejes pasar unos días contigo en lo que encuentro trabajo y un lugar donde vivir. Paco, hijo, estoy muy arrepentida y apagado mi condena, Pero eso no quiere decir que no me sienta culpable. Sólo te pido que me des asilo por unos días. Nada más.
Mi primer impulso fue echarla a la calle. El segundo abrazarla entre mis brazos. Lo que hice fue quedarme callado, con la mirada en el piso y decirle que sí. Meciendome entre un sentimiento lleno de odio y otro lleno de júbilo, le prepare la cama, para irme a dormir al sillón de la sala con un par de cobijas.
-Es tarde, mañana hablamos, mamá -le dije con Tono evasivo.
-Gracias Paco. Dios te bendiga- respondió, y se fue a dormir.
Esa noche en cogido en el sillón me pasé la noche pensando lo que haría al día siguiente. La escuchaba ronca y sus ronquidos me confirmaban su presencia. Estaba ahí, conmigo, Y yo empecé a temblar de miedo. Cómo está el tiempo retrocediera y volviera a tener 8 años. Entre pesadillas y los ronquidos de madre Pase esa noche que se me hizo eterna. Cuando los primeros rayos del sol entraron por la ventana, me levanté y me dirigí al baño. Mientras me bañaba escuché que ella deambulaba por la casa, abrir puertas y comenzó a interesarse la casa de olor a café. Cuando salí de la ducha a mi madre estaba de pie junto a la mesa y sobre la mesa una taza de café caliente y un pedazo de pan con queso. Me senté Y en silencio, me dio un sorbo a la taza y una mordida al pan. Me levanté y me despedí diciéndole que tenía que irme a trabajar. Salí de la casa con un nudo en el estómago y con la cabeza llena de pensamientos confusos. Así transcurrió una semana. Yo jugandome y evitando la en el trabajo. Ella preparándome el desayuno y la cena y limpiando la casa. Después de tantos años volvíamos a estar juntos madre e hijo. Llegó el domingo y corrí a buscar al padre Hugo a su parroquia. Desde que deje el internado tenía por costumbre pasar a visitarlo de vez en cuando. Cada día más viejo, cada día más sabio, siempre tenía para mí una palabra de aliento. Después de una misa lo puse al tanto de las cosas.
-Para perdonarla, tienes que comprenderla, Paco -me dijo el padre Hugo en tono amoroso-. Tienes que sentir empatía con ella, conocer las causas de su proceder. Eso te dará la paz que tanto has estado buscando. Habla con tu madre, Escúchala, es la única manera de que uses de manera constructiva y creativa el sufrimiento de tu infancia.
Y eso hice. Regresé a casa a las 4 en punto. Carmela se llama mi mamá, es morena y menudita. Los años la Ana en cogido y aquella mujerona con carne tiempo estas ha quedado reducida a un esqueleto con apenas carne pegada al hueso. Los años en la cárcel la envejecieron de más y sus ojos antaño llenos de Furia ahora están escasos de fulgor. La encontré sentada en el sillón remendando con aguja en mano uno de los tres desgastados vestidos con los que llegó. Le pedí que hiciera la costura a un lado y que hablará conmigo, que me lo contara todo. Sus porqués. Sus culpas y justificaciones. Que me hablara de mi padre, de quién jamás he sabido ni el nombre.
-Sere honesta como nunca antes lo he sido hijo -me dijo en tono firme y la dejé continuar sin interrupciones-. Después de todo lo que hemos vivido ya no hay nada que esconder ante ti. Tu padre se llamaba Uriel Venegas y era un ladrón si yo de poca monta. Lo conocí a los 14, en una cantina. Yo iba a sacar a mi papá de ahí con frecuencia. Tu abuelo murió de borracho cuando yo cumplí los 15. Mi madre tuvo otros dos hijos de otro hombre, un señor mayor que se fue a vivir a la casa con nosotros después de que murió tu abuelo. Ese señor por las noches se metía entre mis cobijas y me tocaba las partes. Cuando lo denunció con mi madre ella me dijo que yo era una mentirosa y me corrió de la casa. No tenía a dónde ir, y mientras vagaba por el barrio me encontré a Uriel y me dijo que me fuera a vivir con él. Nunca quise saber nada de mi madre. Por unas conocidas supe que murió de cáncer en la matriz. Qué le dejó dos hijos pequeños al viejo abusivo y que se fue con ellos para el norte después de que murió mi mamá. Uriel salía por las mañanas en busca de algún descuidado al que pudiera sacar la cartera o por las noches a robarse partes de automóviles que después vendía en el mercado negro. Me llevó a vivir a una vecindad con baño común y con olor a caño. Me enseñó a fumar marihuana y a tomar cerveza, a jugar a la Baraja y a robar joyas en los centros comerciales.
A medida que su relato avanzaba entrada en mi ser una calma desconocida. Por fin tenía respuestas e imágenes más claras de la historia, de mi procedencia, de mi origen. Escuchar mi madre con atención, la observé hablar con tus ojos dirigidos al recuerdo. La sentí honesta. Tomo un sorbo de agua y prosiguió.
Yo amaba mucho a tu padre hijo, para mí eras mi salvador al sacarme del infierno de mi casa, y aunque me sacó de uno para meterme a otro yo me sentí feliz con él porque Al comenzar a consumir drogas alcohol la vida me parecía más facilita. Pero un día descubrí que estaba embarazada y Uriel cambió mucho conmigo. Me dejaba sola en aquel cuarto de la vecindad por días, las vecinas me regalaban un taco o algún atole, desde que supo que estaba embarazada tu padre comenzó a abandonarme. Una vecina me dijo que yo ya no le iba a interesar como mujer a tu papá. Qué panzona y después con el cuerpo descompuesto y descuidado de un frío me convertiría en una carga y seguro me abandonaría por otra. Y así fue hijo. Desde que naciste, desde que naciste tu padre cambió mucho conmigo. Comenzó a golpearme cuando la reclamaba ausencias o rumores de infidelidades suyas. Comenzó a maltratarme y a buscarse otras mujeres. Una noche ya no regresó. Nos abandonó en aquella vecindad Sin comida y sin tocarse el corazón. Se fue con una mujer costeña y nunca lo he vuelto a ver. Una mujer en el reclusorio me dijo que la había conocido en un bar de Tepito y que lo último que supo era que lo habían matado en una balacera callejera. Pero yo quedé abandonada y llena de odio hacia tu padre, hijo. Y tú no hacías más que recordármelo. Eres tan igual a él. Se parecen tanto que cada vez que te veía me parece a verlo a él y entonces perdí el control y al maltratarte a ti sentía que me estaba disfrutando de lo que él me hizo. Lo demás ya lo sabes, comencé a beber de más, a fumar marihuana y a meterme de todo. Me hice adicta a estar inconsciente tratando de olvidar mis penas. No te pido que me perdones, Paco, porque lo que hice no es de una madre. Es algo imperdonable y sólo espero que comprendas que también para mí ha sido todo muy doloroso y que pienso que ni la muerte me quitará los remordimientos, me iré con ellos hasta el infierno porque no creo que exista otro lugar para mi alma.
Después de escucharla, se arrodilla frente a ella y puse a mi cabeza en su regazo. Esta noche por primera vez dormir profundo, sin pesadillas. Me sentí liberado. Perdonar lo imperdonable me regresó la fe.
Ha pasado 5 años Desde esa noche de Reconciliación con mi pasado. A partir de ese día me propuse perdonar a mi mamá. No les diré que ha sido fácil, puesto que las heridas y las cicatrices son profundas. Ella se quedó casi 3 años conmigo hasta que una mañana de abril amaneció muerta. Su corazón se detuvo, cansado de esa vida pesarosa que me tocó vivir. Me tocó cuidarla y protegerla los últimos años de su vida y a pesar de que siempre hubo una niña invisible que nos impedía acercarnos demasiado uno al otro, nuestras almas consiguieron convivir en paz. El padre Hugo tuvo razón, al conocer su historia, pude comprender también la mía.
Hace 2 meses conocí a Isela, una chica buena que trabaja en la zapatería de la esquina de mi casa. Estoy en la primera relación amorosa de mi vida. Me siento tranquilo y dispuesto a crear un destino diferente a mi pasado. El padre Hugo tuvo razón, cuando se logra perdonar, una incuestionable paz entre del espíritu, y una fuerza poderosa nos impulsa a utilizar de manera constructiva nuestras tragedias del pasado, el lugar de sufrir de manera permanente e inútil.
Me siento Agradecido por haber tenido la oportunidad de hablar con mi madre y comprender los "porqués"; los "para ques" me corresponden a mí y espero que todo lo que el futuro me los vaya desinflando poco a poco. Me siento Agradecido por haberme podido expresar a mi madre mi dolor y el miedo que su proceder encajó en mi corazón. Me siento libre porque pude Cancelar su deuda, librarte del peso de sus acciones, para así poder ir más ligero por la vida, dispuesto a trascender mi pasado, porque el perdón logra lo que el tiempo no puede.
Cuando Mamá Lastima - Rayo Guzman, Ed. Milestone
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