Los que creyeron en Cristo durante su vida, no fue por lo que oyeron, si no por lo que vieron.
Para dictar la bienaventuranzas, tuvo que calmar tempestades.
Para hablarles de la Eucaristía, tuvo que multiplicar panes.
Para que creyeran que podía perdonar los pecados, tuvo que curar paralíticos.
Para que nos crean a nosotros los cristianos, tenemos que hacer algo y nosotros, ¡no podemos hacer milagros!
Pero podemos repartir panes.
Lo que pasa es que empleamos nuestros mejores esfuerzos y energías en acaparar y asegurar muchos panes para nosotros, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos...
Podemos curar paralíticos..., por lo menos esa parálisis que nos impide tenderle la mano al que lo necesita, mover las piedras para acudir en ayuda a los demás, aflojar los músculos de la cara para sonreír al cónyuge, a los hijos en sus apuros, a los padres que nos piden algún favor...
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