martes, 24 de julio de 2018

A.A. PARA LA MUJER (Parte 1)

¿UN PROBLEMA CON LA BEBIDA?

1. ¿Compras licores en diferentes lugares para que nadie sepa cuánto compras?
2. ¿Escondes botellas vacías y las tiras en secreto?
3. ¿Planeas de antemano “recompensarte” con algunos tragos después de haber trabajado muy duro en la casa?
4. ¿Eres a menudo muy permisiva con tus hijos porque te sientes culpable de tu comportamiento cuando bebías?
5. ¿Sufres de lagunas mentales — períodos de los que no tienes ningún recuerdo?
6. ¿Has llamado alguna vez a la anfitriona de una fiesta al día siguiente, para averiguar si ofendiste a alguien, si te comportaste como una tonta?
7. ¿Tomas unos cuantos tragos antes de ir a una fiesta, cuando sabes que se van a servir bebidas alcohólicas?
8. ¿Te encuentras más graciosa y atractiva cuando bebes?
9. ¿Te entra pánico en los días en que no puedes beber, cuando, por ejemplo, haces una visita a tus parientes?
10. ¿Inventas ocasiones para beber, invitando, por ejemplo, a amigos a almorzar, a cenar, o a unos cócteles en tu casa?
11. Al encontrarte con otras personas, ¿te niegas a leer artículos o ver películas o programas de TV que tratan de alcohólicas, aunque los lees o los ves cuando estás sola?
12. ¿Has llevado alguna vez botellas de licor en tu bolso?
13. ¿Te pones a la defensiva cuando alguien hace referencia a tu manera de beber?
14. ¿Bebes cuando te sientes presionada, o después de una disputa?
15. ¿Conduces aunque hayas estado bebiendo, pero sintiéndote segura de que tienes dominio completo de ti misma?
De una crónica de Ann Landers, publicada en Newsday, reproducida con permiso del Field Papers Syndicate.

NO ESTAS SOLA

Si te parece que tienes un problema con la bebida — si tienes la sospecha de que el beber pueda ser uno de tus problemas — vas a leer en este folleto historias de mujeres que en una época tuvieron las mismas dudas y sensaciones que ahora tienes.
Por distintas que fuesen, unas de otras, todas llegaron al punto en que tuvieron que reconocer el hecho de que el alcohol afectaba gravemente sus vidas. Para todas estas mujeres — jóvenes, viejas, de mediana edad, amas de casa, estudiantes, profesionales, ricas y pobres, de diversa procedencia étnica y condición social — hubo una única respuesta. A través del sencillo programa de Alcohólicos Anónimos, encontraron un método para dejar de beber, para mantenerse sobrias, y para crearse en sobriedad una vida más llena y gratificadora de lo que cualquiera de ellas se hubiera podido imaginar.
Puede que la palabra “alcohólica” te desconcierte.

Para mucha gente, todavía significa persona sin carácter, o paria. Particularmente al aplicarse a las mujeres, este concepto erróneo es aún bastante común. Por lo general, la sociedad tiende a considerar al borracho con tolerancia o incluso como algo divertido, pero siente repugnancia por la mujer que se encuentra en la misma condición. Más trágico aún es que la mujer a menudo comparte este prejuicio. La pesada carga de culpabilidad que lleva cada bebedor alcohólico, en el caso de la mujer a menudo se duplica.

Las mujeres de A.A. se han quitado la carga paralizante de la culpabilidad no justificada. Se han enterado de un hecho médico que se refiere a sí mismas.

El alcoholismo en sí no es cuestión de moral o de costumbres (aunque sin duda las afecta). El alcoholismo es un problema de salud. Es una enfermedad, y como tal ha sido descrita por la Asociación Médica Norteamericana, y la Asociación Médica de Gran Bretaña.

Esta definición ya no es revolucionaria. Ha tenido ya mucha prensa, y la mayoría de la gente la acepta — casi sin pensarlo, como una generalidad. No obstante, cuando se refiere a un individuo en particular — una compañera de trabajo, una vecina, amiga, pariente o a ti misma, vuelven las viejas actitudes: “¿Por qué no puede ella beber como una dama?” o “¿Por qué no puedo beber como las demás mujeres?” o “¿Por qué no puedo dejar de beber? No tengo ninguna fuerza de voluntad.” O incluso “Soy una mala persona.” Con demasiada frecuencia, a nivel personal, la enfermedad, en sus primeras etapas, se considera como una falta de protocolo, y más tarde, como un grave defecto moral.
El aspecto tal vez más curioso e insidioso de la enfermedad es su capacidad para ocultarse del que la padece. Los alcohólicos son expertos en no ver su propia enfermedad. A menudo son los últimos en admitir que tienen un problema con la bebida.

Si para el alcohólico la enfermedad es tan difícil de reconocer, ¿cómo puedes decidir si eres o no alcohólica? ¿Cuáles son los criterios para juzgar el alcoholismo? ¿Beber por la mañana? ¿Beber a solas? ¿La cantidad que bebes? Ninguno de estos, necesariamente. La prueba no está en cuándo bebes, ni con quién, ni cuánto, ni dónde, ni qué tipo (el alcohol sigue siendo alcohol, sin importar con lo que se mezcle), ni incluso por qué bebes. Se llega a los criterios verdaderos en las respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué te ha hecho la bebida? ¿Cómo afecta a tu familia, tu casa, tu trabajo, tus estudios, tu vida social, tu bienestar físico, tus emociones íntimas? Dificultades en cualquiera de estas áreas indican la posibilidad del alcoholismo. Al principio no tienen que ser problemas devastadores.

Algunos alcohólicos comienzan como bebedores sociales con la capacidad de aguantar mucho bebiendo, y literalmente, “no sintiendo ningún dolor.” Otros experimentan desde el Principio los síntomas característicos del alcoholismo. Si estás “arreglándotelas” — como ama de casa, estudiante, profesional, etc. — y ocultando los efectos de tu beber, pregúntate a ti misma: ¿Cuánta energía me cuesta? ¿Qué cantidad de fuerza de voluntad supone esta disimulación? ¿Valen la pena los resultados? ¿Me queda algún placer real? El alcoholismo es una enfermedad progresiva. Por tarde o temprano que comience, el beber se vuelve cada vez más inmanejable. En realidad, los mismos esfuerzos para controlarlo pueden convertirse en una preocupación obsesiva. Beber sólo vino y cerveza.
Hacerte promesas de beber sólo los fines de semana.
Espaciar los tragos. Estos son algunos de los métodos que los bebedores han inventado tratando de controlar su consumo de alcohol. Tales intentos desesperados son síntomas del alcoholismo tan “clásicos” como una resaca dolorosa o una espantosa laguna mental.

Hay un punto de retorno, y no tienes que alcanzarlo a través del hospital, el centro de rehabilitación o la prisión — aunque muchas mujeres han llegado a A.A. después de haber progresado hasta tal etapa de la enfermedad. En cualquier punto de la progresión descendiente de la enfermedad llamada alcoholismo, puedes parar y mantenerte alejada de la bebida, sencillamente buscando ayuda, y disponiéndote a hacer frente a tu problema. Ya tengas 15 ó 50 años de edad, seas rica o pobre, licenciada o sin título alguno; ya te ganes tu propia vida o te encuentres amparada en un hogar; ya seas paciente en una institución de tratamiento, reclusa en una prisión o una persona de la calle — la ayuda está disponible; pero tú tienes que llegar a la decisión de pedirla.

En A.A. no hay que firmar formularios o solicitudes o pagar la entrada. No se te pedirá que te subscribas a un “curso de tratamiento” formal.

Simplemente conocerás a hombres y mujeres que han encontrado un medio para librarse de su dependencia del alcohol y han empezado a reparar el daño que la bebida les ha causado en su vida.
Tú también puedes gozar de tamaña libertad y recuperación.

En este folleto, no encontrarás estadísticas frías, sino las historias personales de algunas mujeres alcohólicas. Se han escogido estas historias para representar la experiencia que las mujeres alcohólicas tienen en común, y para indicar la amplia variedad de mujeres que se recuperan del alcoholismo, lo que A.A. significa para ellas y lo que podría significar para ti también. Después de asistir a su primera reunión, algunas mujeres han hablado de “una sensación de intimidad por estar con otra gente que tenía el mismo problema que tenía yo...” “Compasión y comprensión...” “Un ambiente de amor incondicional...” “Me di cuenta de que no estaba sola.”

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