viernes, 28 de septiembre de 2018

El Camino De Las Lagrimas (Cap. 5- Parte 1)

El Camino De Las Lagrimas (Jorge Bucay)

CAPÍTULO 5

ETAPAS DEL CAMINO

Imaginemos que alguien se lastima. Supongamos que un joven sano jugando al fútbol descalzo con sus amigos en un campo.
Corriendo un pase para meter un gol pisa algo filoso, una piedra, un pedazo de vidrio, una lata vacía y se lastima. El joven sigue corriendo, alcanza la pelota y a pesar del dolor que siente al afirmar el pie para patear le pega a la pelota con todas su fuerza venciendo al arquero y ganando el partido. Todos festejan. Un compañero le advierte de la mancha roja que deja en el pasto en cada pisada. El joven se sienta en un banco y al mirarse la planta del pie se da cuenta del tajo sangrante que tiene cerca del talón.
¿Cómo sería la evolución normal y saludable para esta herida?
¿Cuáles son las etapas por las que va a pasar esta herida?
Tal como vimos, muchas veces, en un primer momento todo ocurre como si no pasara nada. El muchacho sigue corriendo la pelota, la señora sigue cortando el pan con el cuchillo filoso y el carpintero no nota que se lastimó hasta que una gota de sangre mancha la madera. En ese primer instante, muchas veces, ni siquiera hay sangre; el cuerpo hace una vasoconstricción, achica el calibre de los vasos sanguíneos, inhibe los estímulos nerviosos y establece un período de impasse, un mecanismo de defensa, más fugaz cuanto mayor sea la herida.
Inmediatamente aparece el dolor agudo, intenso y breve, a veces desmedido, que es la primera respuesta concreta del cuerpo que avisa que algo realmente ha pasado.
Y después la sangre, que brota de la herida en proporción al daño de los tejidos.
La sangre sigue saliendo hasta que el cuerpo naturalmente detiene la hemorragia. En la herida se produce un tapón de fibrina, plaquetas y glóbulos: el coágulo, que sirve entre otras cosas para que la herida no siga sangrando..Cuando está el coágulo hecho, empieza la etapa más larga del proceso. El coágulo se retrae, se seca, se arruga, se vuelve duro y se mete para adentro. El coágulo se transforma en lo que vulgarmente llamamos "la cascarita".
Pasado un tiempo, los tejidos nuevos que se están reconstruyendo de lo profundo a lo superficial empujan "a
cascarita" y la desplaza hacia afuera hasta que se desprende y cae.
La herida de alguna manera ya no duele, ya no sangra, está curada; pero queda la marca del proceso vivido: la cicatriz

Etapas de Sanación de una herida.

1- Vasoconstricción.
2- Dolor agudo.
3- Sangrado.
4- Coágulo.
5- Retracción del coágulo.
6- Reconstrucción fisular.
7- Cicatriz.

Este es más o menos el proceso evolutivo normal de una herida cortante. Si esto no sucede, algo puede estar funcionando mal.
Quiero decir, si un paciente ante una herida cortante más o menos importante no sangra, está mal. Uno podría pensar "mirá que suerte, no perdió sangre"; a veces puede no ser una gran suerte, un herido en estado de shock no sangra y podría morir.
Y por supuesto cuanto más grande es la herida, más larga, más tediosa y más peligrosa es cada etapa. Siempre es así, cuánto más grande es la herida, más tarda en cicatrizar y más riesgo hay de que algo se complique en algún momento de la evolución. Si nos estancamos en cualquiera de estas etapas siempre vamos a tener problemas.
De todas maneras no traigo esto para explicar cómo evoluciona una herida cortante sino porque hace poco me sorprendí al darme cuenta de la enorme correspondencia que existe entre las etapas que cada uno pude deducir por su propia experiencia con lastimaduras y la situación aparentemente compleja de elaborar un duelo.
Un duelo es, como hemos dicho, la respuesta normal a un estímulo, un hecho que nos hiere y que llamamos pérdida..Porque la muerte de un ser querido es una herida, dejar la casa paterna es una herida, irse a vivir a otro país es una herida, romper un matrimonio es una herida. Cada pérdida funciona, en efecto, como una interrupción en la continuidad de lo cotidiano, como una cortadura es una interrupción en la integridad de la piel.
Si entendimos cómo se sana una herida, vamos a tratar de deducir juntos qué pasa con la elaboración de un duelo. Por esta coherencia del ser humano veremos que los pasos que sigue la sanación emocional son básicamente los mismos, no se llaman igual, pero como vamos a ver, con un poco de suerte, quizás resulten equivalentes. Vamos a tomar como ejemplo de pérdida la situación de muerte de un ser querido.
Cuando nos enteramos de la muerte de alguien muy querido lo primero que sucede es que decimos "no puede ser". Pensamos que debe ser un error, que no puede ser, decimos internamente que no, pensamos que es demasiado pronto, que no estaba previsto, que en realidad "estaba todo bien"...
Esta primera etapa se llama la etapa de la incredulidad.
Y aunque la muerte sea una muerte anunciada, de todas maneras hay un momento donde la noticia produce un shock.
Hay un impasse, un momento de negación y cuestionamiento donde no hay ni dolor; la sorpresa y el impacto nos llevan a un proceso de confusión donde no entendemos lo que nos están diciendo. Por supuesto que cuanto más imprevista, más inesperada, sea la muerte, cuánto más asombrosas sea la situación, más profunda será la confusión, más importante será el tiempo de incredulidad y más durará.
Esto tiene un sentido, el mismo que tiene en la herida la situación de impasse, esto es "economizar" la respuesta cicatrizadora si la cosa no tiene importancia y es algo que va a pasar rápidamente ; bien, la psiquis también se protege hasta evaluar...por las dudas...por si fue un error...por si acaso sea yo el que haya entendido mal. Nos protegemos desconfiando de la realidad, entrando en confusión para permitirnos la distancia de esta situación.
No se puede pasar directamente de la percepción a la acción o de la percepción al contacto, va a tener que existir un proceso, va a tener que pasar un tiempo. Y este tiempo que hace falta se logra forzando mediante este pequeño congelamiento del shock la no-respuesta.
Así que la primera cosa que va a pasar es que la persona va a tener un momento donde va a estar absolutamente paralizada en su emoción, en su percepción, en su vivencia y lo que va a tener es un momento de negación, de desconfianza, un tiempo de impasse entre la parálisis y el deseo de salir corriendo hacia un lugar donde esto no esté pasando, la fantasía de despertar y que todo sea nada más que un sueño.
Esta etapa puede ser un momento, unos minutos, unas horas o días como sucede en el duelo normal, o puede volverse una negación feroz y brutal. En los niños esta historia funciona a veces con un riesgo absoluto; y mientras el mundo y su familia están evolucionando el chico está como si no hubiera pasado nada, está paralizado en esta situación, en realidad negando todo lo acontecido porque no saber por dónde metabolizarlo. A veces pasa, en medio de un velatorio, con un chico que tiene 10,12,15 años y a veces más y está como si nada. Uno piensa que debería ser totalmente consciente de lo que está pasando y entonces pregunta:
-¿No quería a su abuelo, a su madre, a su hermano?
-Lo quería muchísimo, estamos todos muy sorprendidos.
Está en esta etapa de la incredulidad, a veces en situación de negación patológica y muchas otras en una normal respuesta de defensa frente a lo terrible, un intento no demasiado consciente de NO enloquecer.
Lo llamo "de negación" con fines didácticos aunque en realidad en este momento lo fundamental no es la negación sino un estado confusional. La persona en cuestión no entiende nada, no sabe nada de lo que pasa y aunque aparezca a veces muy conectado no tiene cabal registro de lo que está sucediendo.
Cuando se consigue traspasar esa etapa de incredulidad no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta.
Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que otro murió. Y entonces la situación nos invade, nos desborda, nos tapa, de repente un golpe emocional tan grande desemboca en una brusca explosión.
Esta explosión dolorosa es la segunda etapa del duelo normal.
Es la etapa de la regresión.
¿Y por qué la llamamos "regresión?
Porque lo que en los hechos sucede es que uno llora como un chico, uno patalea, uno grita desgarradoramente, demostraciones para nada racionales del dolor y absolutamente desmedidas. 
Actuamos como si tuviéramos cuatro o cinco años. NO hay palabras concretas, no decimos cosas que tengan sentido, lo único que hacemos es instalarnos en estado continuo de explosión emocional. Intentar razonar con nosotros en ese momento es tan inútil como sería explicarle a un niño de cuatro añitos por qué su ranita fue aplastada por un auto.
En esta etapa tampoco hay ninguna posibilidad de quien está de duelo nos escuche. El de la primera etapa porque estaba en shock por la noticia, negando, evitando y confundido; este otro porque está desbordado por sus emociones, absolutamente capturado por sus aspectos más primarios, sin ninguna posibilidad de conectarse, en pleno dolor irracional.
Así como en la herida física de pronto el dolor me avisó y me di cuenta de que me había lastimado, y cuando supe empecé a sangrar, así mismo cuando las emociones desbordadas empiezan a salir para afuera, empiezo a sangrar.
Y la sangre que sale no es la de la tristeza. Es el primer sangrado, la tercera etapa, la que empieza tras tener conciencia de lo que pasó: se llama la etapa de la furia.
Ya he llorado, ya he gritado, ya he moqueado, ya me arrastré por el piso, ya hice todo lo irracional que me conectaba al dolor infinito, ya intenté negar lo que pasaba y ahora irremediablemente, a veces más rápido y otras más lento, a veces con más tiempo y a veces con menos, llega un momento de furia.
Furia es bronca, mucha, mucha, mucha bronca. A veces muy manifiesta como bronca y otras veces disimulada, pero siempre hay un momento en el que nos enojamos.
¿Con quién? Depende....A veces nos enojamos con aquellos que consideramos responsables de la muerte: los médicos que no lo salvaron, el tipo que manejaba el camión con el que chocó, el piloto del avión que se cayó, la compañía aérea, el señor que le vendió el departamento que se incendió, la máquina que se rompió, el ascensor que se cayó, etc., etc. Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien responsabilizar de todo esto.
O nos enojamos con Dios. Si no encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y empezamos a cuestionarlo.
O quizás nos enojamos con la vida, literalmente con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y empezamos a putear y reputear la vida que nos arrebata al ser querido.
Lo cierto es que con Dios, con la vida, con uno mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay un momento en el que conectamos con la furia. Ahora con este y después con el otro.
O no. En lugar de eso o además de eso nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era el adecuado, porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque nos complica, porque nos jode, porque nos caga, porque, porque, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella.
A veces si muere mi mamá, me enojo con mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi viejo, porque él vive y mi papá se murió.
Sea con el afuera, sea con las circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no tiene nada que ver o con quien sea, me enojo.
Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado.
No importa si es razonable o no, el hecho es que me enojo.
Pero, ¿cómo puede ser que yo me enoje?
La verdad es que yo sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una función, como la tiene el sangrado..Esta furia está allí para producir algunas cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.
La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y preparanos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera.
Para que pare la sangre habrá que taponar la herida con algo.
Algo que sea justamente el resultado del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia.
Algo tendrá que parar esta sangre, algo tendrá que actuar como tapón, como si fuera un coágulo. Este derivado construido de la misma sustancia de la furia que la reemplaza y la frena se llama culpa.
En el proceso natural de la elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Nos empezamos a sentir culpables. Culpables por habernos enojado con el otro (se murió y yo encima puteándolo). Culpables por enojarnos con otro. Culpables con Dios. Culpables por no haber podido evitar que se muriera. Y empezamos a decirnos estas estupideces:
...por qué le habré dicho que vaya a comprar eso...
...si no le hubiera prestado el auto...
...si yo no le hubiera pagado el pasaje no podría haber ido a Europa...
...debería haberlo mandado al médico...
...si lo hubiera presionado un poco más se habría salvado...
...si yo hubiera estado entonces no habría muerto...
...quizás me llamó y yo no estaba...

¿Para qué hacemos esto?
Sabemos lo que se viene, y estamos intentado defendernos.
Estas fantasías omnipotentes intentan salvarnos de la sensación de impotencia que seguirá después.
Culparnos es una manera de decretar que yo lo habría podido evitar, una injusta acusación por todo aquello que no pudimos hacer...
por no haberte contado lo que nunca supiste, por no haberte dicho en vida lo que hubiéramos querido decirte, por no haberte dado lo que podíamos haberte dado,.por no haber estado el tiempo que podíamos haber estado, por no haberte complacido en lo que podíamos haberte complacido por no haberte cuidado lo suficiente,
por todo aquello que no supimos hacer y que tanto reclamabas.
Y como no puedo enojarme con vos porque me privaste del tiempo de hacerlo y porque la etapa de furia ya pasó, estoy coagulando para salirme de la bronca, cargando con el peso de la culpa.
Pero la culpa también es una excusa, también es un mecanismo.
La culpa es, como ya lo he dicho tantas veces, una versión autodirigida del resentimiento, es la retroflexión de la bronca
Por eso digo que está configurada de la misma sustancia que la furia, como el coágulo es de la misma sustancia de la sangre.
La culpa no dura porque es ficticia y cuando se queda nos estanca en la parte mentirosa omnipotente y exigente del duelo.
Pero si no hacemos algo que nos detenga, naturalmente aparece la retracción del coágulo, como pasa con la herida. Voy metiéndome para adentro, voy volviéndome seco. Y llego a una etapa, la quinta, desde lo subjetivo la más horrible de todas, la etapa de la desolación.
La etapa de la desolación es la de la verdadera tristeza.
Esta es la etapa más temida. Tanto que gran parte de lo anterior pasó para evitar esto, para retrasar nuestra llegada aquí. Aquí es donde está la impotencia, el de darnos cuenta de que no hay nada que podamos hacer, que el otro está irremediablemente muerto y que eso es irreversible.
Piense yo lo que piense y crea yo lo que crea.
Crea yo en el mundo por venir o no, en el mundo de después o no, en el mundo eterno o no.
Crea yo o no que en algún lugar está mirándome y que nos vamos a encontrar, lo cierto es que en este lugar no hay nada que yo pueda hacer. Y esto me conecta con la impotencia.
Y como si fuera poco aquí está también nuestro temido fantasma, el de la soledad. La soledad de estar sin el otro, con los espacios que ahora quedaron vacíos.
Conectados con nuestros propios vacíos interiores..Conectados con la certeza de que hemos perdido algo definitivamente.
No hay muchas cosas definitivas en el mundo, salvo la muerte.
Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario