jueves, 27 de septiembre de 2018

Llegamos A Creer (Cap. 5 - Parte 2)

UN PLAN DESCONOCIDO
Yo fui creyendo hasta cerca de los trece años, cuando murió mi madre, dejándome huérfano (perdí a mi padre cuando tenía cuatro años). Había asistido a la escuela dominical; había ido a la iglesia regularmente con mi madre; me había unido a la iglesia a los doce años. Puedo recordar las historias que mi madre y los profesores de la escuela dominical contaban acerca de Dios, Jesús, el cielo, y también aquellas acerca del diablo y su mansión del infierno.

Después que murió mi madre, junto con mis hermanos mayores fuimos a vivir con unos tíos. Por un tiempo asistí a los servicios religiosos regularmente, pero no podía comprender porqué mi madre se había ido y las dudas comenzaron a crecer en mí; finalmente desatendí la iglesia y la escuela dominical.

Tomé mi primera copa en la adolescencia, y desde ese día hasta el que ingresé a A.A. el alcohol estuvo siempre presente, y Dios y la iglesia comenzaron a alejarse. Aumentaron mis dudas y mi incredulidad hasta que ya no hubo más Dios ni cielo, ni Diablo ni infierno en lo que a mi concernía. Con la botella, esta forma de pensar parecía lógica y correcta. Podía haber asesinado en una laguna mental sin sentir ninguna culpa, sin ningún sentido de hacer el mal en ninguna de sus formas. No tengo manera de expresar en palabras la talla de mis resentimientos.

Al fin, seguro de que yo no le importaba a nadie, sabiendo que nadie me importaba a mí, decidí hacer algo definitivo acerca de esta cosa llamada vida: exterminarla. Puse una escopeta contra mi pecho y jalé el gatillo.

Cuando fui llevado al hospital, los doctores diagnosticaron (me lo dijeron después), "Este hombre debía de estar muerto desde hace varias horas". ¿Se pueden imaginar a lo que ellos hacían llamado un hombre? Durante días, estuve en coma sin ninguna esperanza de sobrevivir, de acuerdo al criterio de médicos y enfermeras. A veces, volvía en mi por un fugaz segundo, y entonces creía otra vez en el infierno y su dueño, el Diablo. No podía creer que estuviera vivo.

No sé cuántas veces ocurriría esta secuencia de volver en mi mismo y caer otra vez en coma; pero eventualmente hubo un momento en que reconocí a la gente que estaba en el cuarto. Algún tiempo después me di cuenta de que estaba vivo. Todavía después, empecé a creer que algo más grande de lo que yo era había hecho acto de presencia. Por esa época no podía asociar ese "algo" con Dios; simplemente era algo más grande. Pero pude decir a mis médicos y enfermeras que me iba a poner bien, porque un pode más grande que ellos, o yo, tenía un plan. Nosotros sólo éramos los instrumentos de este plan, según yo lo sentía; no tenía idea de qué se trataba y solamente pedía que me fuera revelado.

A.A. llegó hasta mí, en la persona de un alcohólico anónimo, mientras estaba en el hospital. Después que fui dado de alta, varios A.A. me llevaron a un centro de rehabilitación. Una vez que hubo completado el tratamiento, regresé a mi pueblo y fui bienvenido en el Grupo local de A.A. Encontré un trabajo de tiempo parcial (a destajo), en el que laboraba desde una hora hasta un día completo, según lo permitía mi condición física, de acuerdo con las indicaciones del doctor. Esta forma de comportarme era como la de la gente que yo conocía, y estaba completamente fuera de mi línea. ¡Trabajo! Por años, todo lo que había conocido era beber, jugar, y seguir bebiendo, además de todo lo que acompaña a esa clase de vida.

Un día, después de una hora, tuve que parar. Mi jefe me llevó a la casa, a la casa-club de A.A. donde vivía y de la cual había sido designado encargado y esto es lo que sucedió:
Estaba sentado en la silla más confortable, mirando los enunciados de los Doce Pasos y de las Doce Tradiciones que colgaban de la pared, con un poco más de comprensión cada vez. El café había comenzado a oler como si necesitara que lo probaran, y así lo hice. Ahora viene el desenlace. Algo me atrajo de nuevo a la silla y mis ojos a los Doce Pasos. Capté el mensaje - su significado - como una luz de un relámpago. Reconocí el Poder cuya presencia había sentido en el hospital: Dios, tal como lo comprendo. Y el plan me fue revelado: "llevar este mensaje a los alcohólicos . . . practicar estos principios en todos nuestros actos".

Hay mucha diferencia entre la persona que no creía, que no tenía Dios, que quería morir, y la persona de hoy, que llegó a creer, no tiene miedo de morir, pero quiere vivir. ¡Tengo por delante mucho trabajo de pasar el mensaje!.
Stuttgart, Arkansas.

NUEVA PERSONALIDAD SE REVELA
En mi experiencia personal, el despertar espiritual no lo encontré por haberlo buscado. Otros proclamaban que la experiencia espiritual llegaba con la sobriedad y yo quería tener esa creencia tan desesperadamente que casi la pierdo por completo.

En ese entonces una serie de adversidades se alojaron en mí. Parecía que todo lo que yo tenía había sido dispersado fuera de mi alcance. Mi estabilidad emocional fue puesta a prueba en un grado tal, que dos veces llegué a pensar en el suicidio.

Pero en ningún momento consideré la posibilidad de beber, a pesar de que el ansia por probar el licor me golpeaba a veces momentáneamente. Sin embargo, el Paso Uno y yo fuimos siempre grandes amigos. Lo repetía cada cinco segundos y agradecía a Dios cada día por mi sobriedad; la única gracia quizás por esa día.

Gradualmente, comencé a ver surgir otra parte de mí, un yo agradecido, sin esperar nada, pero seguro de que otro poder había empezado a guiarme, consolarme y dirigir mis caminos. Y ya no tenía miedo.
Luego, cuando este poder empezó a manifestar otras personalidades dentro de mí, empezó a mostrarse una mayor comprensión de mis hermanos. Con un nuevo despertar cada día - nuestras fuerzas, nuevas verdades, nueva aceptación de la gente en A.A. y de la que no estaba en A.A. - se abría un nuevo mundo. Y cada día sucede eso.

Las adversidades, soledades, enfermedades, pérdidas y desencantos, no significan nada ahora. Soy feliz porque llegué a creer, no sólo en Dios, sino también en la bondad de todos y cada uno.
Barberton, Ohio.

EN UN DIA DE INVIERNO
Habían pasado casi nueve meses desde que tomé el último trago, y me sentía un miserable. Mi esposa y yo asistíamos regularmente a las reuniones de A.A. y yo me sentaba ahí maldiciendo a los "hipócritas felices" que estaban disfrutando de mi mismo y de su sobriedad. Sentía pena por mí mismo porque no tenía trabajo. (Por supuesto, el trabajo que yo quería era cuando menos de Vicepresidente de una gran empresa).

Este día en particular, había amanecido despejado y frío, después de una de las peores tormentas de hielo y nieve que había experimentado Atlanta en muchos años. Los árboles, los postes y la línea de electricidad y teléfonos estaban caídos por donde quiera; el hielo y la nieve cubrían todo hasta donde alcanzaba la vista.

Cuando taciturno me aproximaba a la casa, mis pensamientos se volvieron hacia el verano anterior, cuando había escapado a la miseria que me rodeaba, ayudando a un equipó de Pequeña Liga de Béisbol. No le había dedicado muchos pensamientos ni tiempo a mi hijo hasta después que llegué a A.A., cuando me sentí contento de que me pidiera llevarlo a jugar con la Pequeña Liga. El entrenador resultó ser un hombre con el que había jugado pelota cuando habíamos sido muchachos, y me pidió que si podía ayudarlo. Naturalmente que acepté encantado.

Ese verano perdimos un niño en nuestra Liga. Iba en bicicleta a su casa desde el parque de pelota, y un conductor borracho lo aventó fuera de la calzada y salió lanzado de la bicicleta. Al caer de cabeza en la banquete, se mató. Este niño le tenía tanto cariño a la Pequeña Liga que sus padres solicitaron permiso para enterrarlo con su uniforme y fácilmente se les concedió. Compraron un lote en una colina del cementerio desde la que se veía el parque de la pelota de la Pequeña Liga y allí enterraron a Jimmy, mirando hacia el campo.

Esta helada mañana, me metí en el coche y manejé hacia esa colina del cementerio, tan cerca de ella como el terreno me lo permitió; luego caminé el resto del camino hacia la tumba de Jimmy. Era uno de los días más bonitos que he visto en mi vida; no se movía la menor ramita; cuando el perrito pasó corriendo sobre la tumba de Jimmy, y pensé que a Jimmy le hubiera gustado eso.

Mientras permanecía al lado de su lápida, recordé un viejo himno que había sido mi favorito. "En el jardín". De pie ahí, sentí que la mano de Dios estaba sobre mi hombro, y tuve un maravilloso consuelo al meditar juntos.

Entonces me llegó una sensación de culpa y vergüenza. Yo había sido un borracho. Todo lo que tenía que hacer era tomarme un trago, y podía poner a otro pequeño Jimmy en la ladera de otra colina como esta. No tenía necesidad de permanecer borracho durante un mes o una semana o un día; todo lo que tenía que hacer era tomarme un trago, y sería capaz de matar un niño.

Me di cuenta de que tenía que volver a empezar. Y ese comienzo tenía que ser aquí. No podía comenzar en ningún otro lado. Tenía que dejar que se fuera el pasado y olvidarme del futuro. Mientras que yo retuviera el pasado con una mano y aferrara el futuro con la otra, no tendría nada con que sostenerme en el hoy. Así es que tenía que comenzar aquí, ahora.

Cuando volví otra vez al Grupo de A.A., "felices hipócritas" me parecieron diferentes. Empecé a ver amor en sus ojos, una cordialidad mayor de la que había visto antes. Se lo mencioné a mi Padrino y dijo: "La razón por la que ves amor en los ojos de esas gentes es porque Tú estás empezando a amarlos. El amor que vemos en sus ojos es el reflejo de nuestro amor. Tenemos que amar para ser amados.
Decatur, Georgia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario