martes, 27 de noviembre de 2018

Lucha Por Amor


A raíz de la experiencia que he tenido al encontrarme y dirigir espiritualmente a algunas parejas, me ha nacido un interrogante: ¿valdrá realmente la pena sostener una relación en donde abundan más los problemas que los momentos felices? 

Y claro que no me refiero a los problemas externos que deben ser superados con una lucha mutua, sino a los problemas internos, a esos que van deteriorando la relación desde adentro y que terminan por convertirla en un verdadero infierno. 

Creo en el amor y creo que vale la pena luchar por él, sin embargo, sé que hay personas a las que este tipo de relaciones les hacen daño, y lo que una vez fue amor se convirtió en una relación tóxica cargada de odios y resentimientos que al final terminan aburriendo a la otra persona y, en los casos más riesgosos, pueden terminar en tragedia. 

No podemos volver las relaciones de pareja unas que se limitan solo a pelear, a contar con lo que no se está conforme y a dejar a un lado la oportunidad de ser felices, de tener momentos de intimidad que, más allá de la sexualidad, puedan ser momentos en los que se encuentren las almas.

Estoy seguro de que en pareja hay que luchar para vencer las dificultades, pero cuando los problemas abundan más que los momentos de felicidad, cuando una de las dos partes solo quiere satisfacer sus deseos y necesidades, se torna la relación inhabitable, y es ahí donde hay que saber tomar la decisión, que puede ser muy difícil, pero siempre necesaria, de irse o de quedarse. 

Ahora, no estoy promoviendo separaciones; sólo sé que hay casos en los cuales, después de agotar los recursos posibles, es mejor un distanciamiento, esto debido a que la historia y condiciones de uno de los miembros de la pareja, realmente, son dañinas. 

Si eres soltero, esta reflexión también es para ti, pues a veces las relaciones de amistad son tan tóxicas y tan problemáticas en las que no hay amor ni paz ni respeto por el otro.

TAREA DEL DÍA:
Dale momentos de felicidad a la persona que amas.

Por Alberto Linero

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