El poder político
Para mí, el poder político no es un fin, sino uno de los medios que
permite a los hombres mejorar sus condiciones de vida en todos los planos. El
poder político es lo que permite dirigir los asuntos de un país, por medio de
los delegados de la nación. Si las ruedas del engranaje de la vida nacional
alcanzasen tal grado de perfección que les permitiese funcionar
automáticamente, no sería necesario tener delegados. Sería entonces un estado
de anarquía ilustrada. En ese país, cada uno sería su propio amo. Se dirigiría
a sí mismo, sin molestar para nada a sus vecinos.
Soy un simple aprendiz. No poseo erudición profunda. Acepto la Verdad
donde quiera que se encuentre, y trato de vivir de acuerdo con ella.
En nuestro estado actual somos en parte hombres y en parte bestias. En
nuestra ignorancia, que llega inclusive a la soberbia, sostenemos que cumplimos
acabadamente el fin de nuestra especie cuando devolvemos golpe por golpe, y
desarrollamos la ira requerida por dicho propósito. Suponemos que la represalia
es la ley de nuestro ser, pero en ninguna escritura encontramos que la venganza
sea obligatoria sino que apenas es permisible. Lo obligatorio es la
restricción.
La ley de nuestro ser
Observo con gran temor un incremento del poder político del estado, porque
aun cuando aparentemente actúe bien reduciendo la explotación, le causa un
enorme daño a la humanidad pues destruye la individualidad que existe en la
raíz de todo progreso.
El estado ideal es aquel en que no hay ningún poder político, en virtud
de la desaparición del estado. Pero en la vida nunca se realiza por completo el
ideal. De ahí la afirmación tan conocida de Thoreau, de que el mejor de los
gobiernos es aquel que gobierna menos.
En mi condición del cobarde que fui durante años, yo albergaba violencia;
sólo comencé a apreciar la no violencia cuando pasé a despojarme de esa
cobardía. Todo hombre que profese la no violencia nada puede hacer excepto por
la gracia de Dios. Sin ella, no tendría el coraje de morir sin ira, sin temor,
sin ánimo de venganza.
No violencia y cobardía
Para que sea civil, la desobediencia tiene que ser sincera, respetuosa,
mesurada y carente de cualquier recelo. Debe apoyarse en principios muy
sólidos, no verse jamás sometida a caprichos y, sobre todo, no dejar que la dicte
nunca el rencor o el odio.
En la democracia que imagino -una democracia establecida por la no
violencia- habrá idéntica libertad para todos. Cada cual será su propio amor
Si me postro ante Satanás, no hay nada que me autorice a esperar los
resultados que Dios concede a quienes lo adoran. Habría que considerar una
locura peligrosa la idea de que uno dijera: "Tengo intención de adorar a
Dios; poco importa si, para ello, recurro a la ayuda de Satanás. Se recoge
exactamente lo que se siembra".
La mejor alianza
La religión de la no violencia consiste en brindarles a todos los demás
el máximo de comodidad con el máximo de incomodidad para nosotros, aun a riesgo
de nuestras vidas.
Debemos elegir entre aliarnos con las fuerzas del mal o con las fuerzas
del bien. Rezarle a Dios no es más que una alianza sagrada entre Dios y el
hombre. Alianza por medio de la cual el hombre consigue librarse de las garras
del príncipe de las tinieblas.
La auténtica moralidad consiste, no ya en seguir caminos trillados,
sino en encontrar por nosotros mismos el verdadero camino que nos conviene y en
seguirlo de manera intrépida.
La vida humana es una serie de responsabilidades: no siempre es
sencillo llevar a la práctica lo que fue discernido como verdad. No soy más que
un humilde pionero de la ciencia de la no violencia. Su profundidad oculta me
causa escalofríos a veces, así como hace temblar a mis compañeros de tareas.
Error y verdad
Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo
crea en él. Tampoco una verdad puede convertirse en error cuando nadie adhiere
a ella.
En el cielo, el sol llena el universo entero con su calor vivificante;
pero, si alguien tratase de aproximarse a él, sería reducido a cenizas. Es lo
que ocurre en referencia a la Divinidad: nos volvemos semejantes a Dios a
medida que practicamos la no violencia. Pero jamás podemos volvernos totalmente
iguales a Dios.
Cuando admiro lo maravilloso de una puesta del sol o la luminosa
belleza de la luna, mi alma se expande en la adoración del Creador. Trato
de discernirlo con su perfección en
todas sus criaturas. Pero tanto la puesta como la salida del sol me
significarían obstáculos si no me ayudasen a pensar en Dios. Todo lo que impide
que el alma alce vuelo es ilusión, trampa. Nuestro cuerpo también, muchas
veces, resulta un estorbo para nuestro rumbo hacia las alturas.
El mundo de la no violencia
En la autonomía basada en la no violencia, nadie será enemigo de nadie,
cada cual contribuirá en su medida al bienestar común. Todos sabrán leer y
escribir, y sus saberes aumentarán días tras día. La enfermedad y los males
estarán reducidos a un grado mínimo. Nadie será indigente y el trabajador
siempre encontrará empleo. Bajo tal gobierno no habrá lugar para el juego por
dinero, la bebida, la inmoralidad ni el odio clasista.
Jamás se realizarán suficientes experiencias y sacrificios para
alcanzar el grado de perfecta armonía con la naturaleza. Infortunadamente, en
nuestros días la corriente va en sentido contrario, con una fuerza tremenda. No
se vacila en sacrificar montones de vidas para rodear de comodidades y de
obsequios a un cuerpo perecedero, o para prolongar durante algunos instantes su
efímera existencia. De este modo, condenamos nuestro cuerpo y nuestra alma a la
perdición.
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