LA LOCUACIDAD: o exceso en las palabras
De alguien decía la gente: “Echa más lengua que un gato tomando leche”. Y respecto a las señoras de una parroquia se quejaba el sacerdote de que “todas perteneces a la Academia de la Lengua”. Un marido hablando de su suegra exclamaba: “Me venció por agotamiento. Ya no fui capaz de escuchar más”. el hablar sin cesar puede ser señal segura de que la depresión anda por ahí, por el alma. La “telefonitis” o costumbre de andar prendido del teléfono, puede estar diciendo: “Tengo depresión”, se me nota en esto. Los deprimidos se manifiestan en dos excesos: o callan demasiado o hablan más de lo necesario.
FINGIRSE ENFERMOS
O
desamparados; andar diciendo que son perseguidos, o victimas de injusticias, o
no apreciados…; puede ser otro comportamiento depresivo.
EL ATAQUE DE AGRESIVIDAD
Es típico del
deprimido. Se manifiesta agresivamente hacia la persona que le ha rechazado y sobre
todo contra él mismo. El deprimido se hace este razonamiento: “Yo soy el
culpable de todo lo que está sucediendo. Por tanto, merezco castigo. No sirvo
para nada…”. Y como los demás no lo castigan, se castiga el mismo, regañándose,
despreciándose, descuidando su modo de vestir, abandonando los caminos que le
podían llevar al éxito, y aun dañando su salud con trago, drogas, y hasta
llegando al suicidio.
Los
pensamientos producen sentimientos y los sentimientos se traducen en acción. Si
vivimos agrediéndonos y atacándonos a nosotros mismos, puede ser que estamos
deprimidos. Jesús dijo: "hay que
amar al prójimo como se ama a sí mismo”. Por tanto, tiene uno que amarse
mucho a sí mismo, porque si no, ¿Que tanto sería lo que podría amar al prójimo?
Con el primero con el que hay que ser manso y amable, es consigo mismo. No
somos malos, lo que si somos es muy débiles. Pero el débil no se le tiene rabia
sin compasión.
1) Llorar. Un síntoma de los deprimidos es su involuntaria
tendencia a llorar. Aun aquellos que por años no han derramado una lagrima,
rompen a llorar de un momento a otro. Hay personas que declaran: “La señal de
que ha llegado a mi vida un periodo depresivo es la facilidad con la que me
dedico a llorar”. Las lágrimas de por si son un gran remedio, y el llorar es un
provechoso desahogo. Han hecho el experimento de echar en un recipiente una
gota de pus donde hay millones de microbios de las más terribles enfermedades,
y dejar caer encima una gota de lagrima recién salida de los ojos. Todos los
microbios mueren inmediatamente, porque las lágrimas son el mejor desinfectante
que tiene el organismo. Si no fuera por las lágrimas que los ojos envían
continuamente a la nariz y la garganta, allí llegarían las más terribles
infecciones. Por eso algunos dicen irónicamente: “llore para que se desinfecte”.
Pero la facilidad para estallar en llanto, en una persona mayor, puede ser una
señal de alarma: por ahí anda rodando la depresión, enemigo temible.
2)
Hostilidad. Todo caso
de depresión se acompaña de ira, al menos al principio. La ira se dirige al
inicio hacia la persona que lo rechazo o lo insulto. Más tarde tiene por
destinatario a si mismo por ser el causante del rechazo. No es raro oír al
deprimido murmurar: “Estoy disgustado de mí mismo”, “no me gustan las
personas”.
3) Irritabilidad. La persona deprimida es fácilmente irritable. La
Biblia dice en los Proverbios: “Quién
fácilmente se irrita, hará locuras”. Y esto es un serio Peligro en la
depresión. La música suave calma muy eficazmente la irritación, pero al
deprimido hasta esa misma música lo incomoda muchas veces. Tiene arranques de
Furia por ruidos que son ordinarios en cualquier hogar, y ciertas músicas lo
cansan y aburren. Un buen aparato de radio o de cassettes con música suaves estereofónicas
ha demostrado en repetidos casos que sirve para suavizar en parte estas
asperezas. Y es curioso que el deprimido se
irrita hasta por los detalles y atenciones que tienen para con las personas
amigas, porque no se creen merecedores ni de los demás ni que los demás
dediquen tiempo para ellos, ni de que alguien se preocupe por su bienestar.
Salomón decía: “luego enseguida
el nervioso estalla en cólera. Pero el calmado sabe disimular lo que no le
agrada” (Proverbios).
4) Ansiedad, temor y preocupación. El sentimiento de soledad y
desesperación que va creciendo durante la depresión, abre las puertas para que
el temor penetre en el espíritu. Todas las cosas que van ocurriendo se le
vuelven excusas para preocuparse. El individuo tiene tristeza por el pasado y
miedo por el futuro. Para el deprimido llegan como perlas aquellas palabras de
Jesús, consideradas por los grandes maestros como la mejor receta para alejar el temor indebido: “No os preocupéis por
el día de mañana. Bástale a cada día su propio afán. El Padre celestial sabe
todo lo que os hará falta. Buscad primero el reino de Dios y su santidad, y
todo lo demás se os dará por añadidura”. Cuanto bien le hará el leer y meditar
de vez en cuando estos bellísimos consejos del mejor de los maestros del mundo.
5) Desesperanza. Consiste en sentirse incapaz de realizarse a sí
mismo. Es la angustia por sentirse insuficiente. Es el choque consigo mismo por
considerarse imposibilitado para lo que quiere ser. Los deprimidos se sienten
acorralados por las circunstancias que provocaron su depresión y no hallan por
donde salirse de allí. Si miran al pasado lo ven colmado de rechazos,
humillaciones y recuerdos tristes. Su presente les parece el retrato mismo de
la angustia. Y para el futuro tienen unos anteojos negros en el alma que les
hacen ver todo tenebroso sin posibilidad de solución alguna.
Si queremos que la depresión de
esta persona no llegue a ser tremendamente aguda y paralizante, es necesario darle una dosis de esperanza. Hoy lo que hacen muchos psiquiatras es: hacer escribir a la persona deprimida veinte
cosas por las cuales quieren darle gracias a Dios (afecto en la familia,
salud física, país hermoso donde vive, religión maravillosa la que profesa,
buena inteligencia, lecturas agradables, etc.); al día siguiente se le invita a
escribir otros veinte detalles por los cuales quiere agradecer a Dios, y así al
tercer día. La persona termina cambiando la idea de que todo el pasado ha sido
triste y malo, y se da cuenta de que por cada cosa mala que nos sucede, nos ha sucedido
ya veinte cosas buenas.
El deprimido suele comentar:
“Estoy totalmente desanimado; no veo ninguna solución a mi problema; no
encuentro salida, ni esperanza”. Aquí no
hay remedio tan eficaz como la Palabra de Dios en la Biblia. En Boston el
Dr. Carnot, a un deprimido que se desesperaba al ver que su problema no tenía
solución, le hizo leer despacio en la carta de San Pablo a los Romanos,
capitulo 8, la famosa frase: “Si Dios está
con nosotros, ¿Quién contra nosotros?”, y aquella otra de la carta a los
Filipenses: “Todo lo puedo en Cristo que
me fortalece” (Flp 4,13). El abatido se quedó un rato pensando, y luego,
con un brillo en los ojos exclamo: “Ah, doctor, que hermosos pensamientos tiene
la Biblia. ¡Nunca había imaginado que me produjeran un efecto tan consolador!”.
Y así es. La religión no es un opio que adormece, pero si es el mejor calmante
que existe para alejar ese malestar terrible que se llama desesperanza. Los
filósofos han descubierto que el gran mal que afecto a Kierkegaard y a los
existencialistas y que los ha llevado a contagiarse de la “enfermedad mortal llamada desesperación” se debe al tremendo error
de pensar que este “yo” que es finito en insuficiente pueda resolver solo, sin
ayuda del cielo, los infinitos problemas humanos. Viene entonces el choque con
la imposibilidad fundamental y la tentativa de ser auto suficiente se convierte
en la temible enfermedad de la desesperación. Pero cuando uno repite con el Apóstol:
“Nuestra suficiencia viene de Dios”,
y cuando oye decir a Cristo: “Todo es
posible para quien tiene fe”, y al ángel Gabriel: “Nada es imposible para Dios”; entonces ya la desesperanza tiene
que empezar a alejarse, porque no habrá problema por grande que sea, que ante
el inmenso poder de Dios, pueda seguir atormentándonos irremediablemente.
Muchas personas sufren depresión porque se imaginaron poder superar con sus
propias fuerzas los problemas de la vida, y muchísima gente se ha visto libre
de esta enojosa enfermedad porque ha descubierto que “si tenemos fe, aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza podemos
decir a una montaña: “vete y lánzate al mar” y así se hará”. Su fe hizo
caer al mar de la tranquilidad las montañas de angustias que les ocasionaban
los problemas de la vida.