lunes, 16 de abril de 2018

Cuando Mamá Lastima - Sin Dignidad


Tomemos cada experiencia, por dolorosa que sea, con alegría.
Pensemos en que nos da el material didáctico suficiente para la autorrealización.
Samuel Aun Weor

Lo que me ha lastimado siempre de mi madre es su sumisión. El verla soportar todos los maltratos de parte de mi padre y de mis hermanos, su actitud evasiva y silenciosa que le mueve en un misterio impenetrable. Sus recurrentes achaques y su conducta de víctima me han lacerado el corazón a lo largo de los años. El verla conducirse sin autoestima, sin pelear por sus derechos y sin conexiones me hizo perderle el respeto y alejarme de ella durante mucho tiempo. Su poco cuidado personal y su falta de aseo me hicieron sentir vergüenza de ella. Es espantoso lo que digo y todavía me siento culpable por fabricar tan desvalorizado concepto de ella.
Luz Elena se llama mi madre. Es de origen humilde, hija de 2 jornaleros de los campos de Sinaloa. Creció en una casa de piso de tierra y paredes de adobe y soporto los rayos del sol más intenso en su rostro desde muy temprana edad, cuando los abuelos se la llevaron con ellos a participar en la cosecha de tomates allá por el campo batán. Apenas piso la escuela y apenas aprendió a sumar y a restar. Tuvo 12 hermanos, siendo ella la quinta, a dos los mataron a balazos en una riña callejera. Otros tres se fueron a Estados Unidos apenas cumplieron los 15 y los restantes que son mujeres siguieron el camino trazado por tradición de casarse chicas, llenarse de críos y atender a sus maridos. Mi madre no fue la excepción. Se casó con mi padre a los 17 y estuvo con él Hasta que la cirrosis se lo llevó a la sepultura. Con mis recuerdos de infancia siempre la veo agachada frente al lavadero tallando con lejía la ropa sucia de su señor y de sus 5 hijos. Otras veces la recuerdo sentada al atardecer en su mecedora de madera, Tejiendo carpetas de hilo cristal que después regalaba a sus comadres y vecinas. Sin más aspiración que tener la ropa limpia y la mesa servida, sin más interés que el de cuidar a su hombre. Porque siempre supo ser mejor esposa que madre. Se le daba más soportar los gritos y malos tratos de un padre que los gritos de mis hermanos pidiendo comida. A nosotros nos entregó a la venia divina, aprendimos a cuidarnos solos desde chiquillos. Para ella lo más importante era no hacer enojar a mi padre y tenerlo contento.
En sus años mozos era una mujer bonita, con una larga cabellera oscura que tensaba con listones. Nunca se maquillo ni usó ropa llamativa, eso molestaba a mi padre y ella lo obedecía ciegamente. No sé en qué momento perdió la voluntad y el libre albedrío hasta el punto de anularse ella misma. Los entreno a los hijos para rendirle pleitesía al señor de la casa y, ante la menor manifestación de Rebeldía de nuestra parte, se echaba a llorar y no suplicaba que no lo fuéramos a matar de un coraje. Siempre tuve miedo de matar a mi madre de un susto, siempre tuve miedo de hacerle daño. La fragilidad de su cuerpo, de su mirada, de su carácter, nos instruyó en el arte de sobre protegerla y cuidar cada uno de nuestras acciones para no lastimarla. A sus hijos no les estaba permitido dañarla, pero a mi padre le permitía todo. Eustaquio se llamaba mi padre, él era un campesino dicharachero y bailador. Lo conocían como <taco> y tenía fama de mujeriego. Era adoración de mi madre, A quién no le importa nada más que con placerlo.
Fuimos 5 hijos 3 mujeres y 2 hombres, . ,nacidos en ese orden primero llegó epigmenia, la mayor, después eduviges y enseguida yo, de nombre Mireya. 2 años después de mí nació Eustaquio Y por último Carlos, el chiquito de la casa. Está por demás decir que hubo un tipo de Educación para las mujeres y otro muy diferente para los hombres. A nosotros nos corresponde a colaborar en todas las labores del hogar mientras que a ellos se les permitía salir a la calle desde que amanecia. Al paso del tiempo mi padre compró unas parcelas y construyó una finca de tabique con paredes Azules y la situación económica mejoro un poco. Seguíamos siendo pobres pero ya no Miserables. A las niñas nos dejaron ir a la escuela hasta sexto grado de primaria, después mi padre le decía a mi mamá que ya era hora de dejar de perder el tiempo y no regresaba la casa para ayudar con los quehaceres. Aprendimos a hacer queso de leche de cabra y "pan de mujer". Al que le llaman así porque no tiene huevos. Los domingos a la orilla de la carretera nos mandaban con mi hermano está aquí o a vender los productos Y regresamos por la tarde, asoleados y sudorosos, para poder seguir ayudando a mi mamá a preparar la cena.
A veces preparábamos pan de trigo, cebada y Mole, y nos quedábamos esperando durante las horas la llegada de mi padre para comer. No podíamos empezar a probar los sagrados alimentos en su ausencia. Hasta que el sol se escondía, mi madre se daba por vencida y nos permitía echarnos un taco. Entrada a la noche y escuchábamos llegar a mi padre más borracho que una cuba. Mi madre no se ordenaba quedarnos en nuestras habitaciones. Ella se levantaba a esas horas a calentarme la cena, a soportar insultos, a oler su hediondez y a limpiar su vómito. A la mañana siguiente le escuchábamos desde temprano a caminar por la cocina, preparando chilaquiles picosos y una jarra de café para que su hombre se repusiera de la cruda. Todo esto me parecía indigno, y desde muy temprana edad y saboreado el odio y el resentimiento, la furia y la vergüenza. Me hacían sentir que tenía una madre sin dignidad.
Cuando le preguntaba a mi madre porque permitía semejante trato de parte de mi papá, ella se ponía serio y en tono imperativo me decía: "es mi esposo y tú no eres nadie para juzgar a tu padre, es tu forma de quererme, además no nos falta nada, nos tiene bien atendidos". Se me hacía indigna su respuesta y el coraje me cosía las entrañas. Tenía que quedarme muda, A tragarme mis palabras y evitar hacer enojar a mi madre. Ella siempre ha dicho que esa fue su cruz y que había que cargarla con resignación.
Yo nunca me resigné a ser como ella. Jamás me imaginé siguiendo su ejemplo. Desde siempre he deseado superarme, salir de ese hoyo y mejorarme en todos los sentidos. Eso no estaba permitido y tuve que escaparme de la casa cuando cumple los 18. Para ese entonces ya Epigmenia, mi hermano mayor, estaba casada y vivía en un rancho vecino, eduviges estaba noviando. Eustaquio y Carlos andaban en sus asuntos, Aprendiendo a beber con mi padre y conquistando muchachas en los campos de pepino. Se hicieron igual de groseros con mi madre y ahora los humillaciones que soportaba venía de 3 y no de uno.
Me tiró un par de vestidos en una vieja bolsa de cuero, mi cepillo de dientes y el del cabello, un desodorante y un par de zapatos, tres calzones y un sostén. Fue todo con lo que salía esa mañana de mayo, buscando un futuro diferente, un destino distinto. Muchas veces le pedí a mi madre que me dejara ir a estudiar a la ciudad y nunca lo permitió. Cuando lo hablé con mi padre, él se rió a carcajadas y me dijo que me había vuelto loca, que las mujeres no estudian, sino que se casan, y que aplacar a mis ideas revolucionarias. Yo buscaba la mirada de mi madre buscando apoyo. Pero lo único con lo que me tope fue con su mirada clavada en el piso y escuche con su voz sin fuerza decirme: "tienes razón tu padre, Mireya, aplacate".
Lo mismo no pasaría 3 años después a mi hermano Carlos cuando buscó el apoyo de mama para convencer a mi padre Para que lo dejara estudiar veterinaria. Mi padre le dijo que no tenía dinero para eso, y mi madre le dio la razón. Carro se quedó trabajando con mi padre en el campo hasta que un buen día se fastidió y decidió irse a probar fortuna en los Estados Unidos. Así nos fuimos yendo uno a uno, con las ilusiones truncadas, con sueños jamás escuchados, con resentimiento y frustración. Creo que la única que no padeció de eso fue mi hermana epigmenia quien siempre se visualizó Cuidando chamacos y obedeciendo al marido igual que mi mamá.
Mi madre nunca defendió nuestros sueños, nunca compartió nuestros anhelos. Sumisa y obediente, silenciosa y agachada, acumuló años y penas, golpes e insultos. En silencio soportó los rumores de que mi padre Tenía otra familia en un pueblo de Nayarit, el estado vecino. Sin reclamarle nada se dijo a sí misma que así era la historia que le tocó vivir y envuelta en su rebozo Espero la vejez al lado de su señor. Mi padre murió de cirrosis, producto de sus excesos. Yo pensé que Muerto el perro se acaba la rabia, pero no. A partir de ese día se vistió de viuda perpetua, y se dedicó a hablar maravillas de su hombre difunto, a llorarle por siempre diciendo a todo mundo que su vida no valía la pena sin él y que todas las mañanas le pedía a su Dios que la recogiera.
Su sumisión me lastima por muchos años. Pero intentando sacudirme su ejemplo de sumisión encontré mi valentía, mi capacidad para enfrentar los problemas, me hice Audaz decidida. Quería sacar su ejemplo de mi piel, de mis ideas, De olvidarme de sus pocas ganas de amar la vida. Llegué a Tepic, la capital del Estado vecino, me conseguí un cuarto y un trabajo de cocinera. Me metí a la escuela sabatina y desafíe a la adversidad. Me convertí en una guerrera, con el corazón dolido y una armadura fabricada con rencores que me protegió de mi pasado. No ha existido golpe que no resista ni caída de lo que no me levante.
Mi madre se quedó sola en la casa del campo, regando sus parcelas y vendiendo pan de mujer los domingos. Se lleno de arrugas y siguió coleccionando achaques, Porque si no está enferma está triste, y si no está triste está deprimida. Cada vez que la visitamos su discurso es el mismo, melancólico y quejumbroso. Sigue igual que silenciosa, de misteriosa, ocultando lo que piensa. Ni los nietos la han cambiado. Tiene un nieto preferido que es el mayor hijo de mi hermano Epigmenia. Dice que es la reencarnación de mi padre, Qué son el vivo retrato. Mis hermanos se sienten dolidos por el trato tan diferente que les ha dado a los nietos. Pero así es ella, Luz Elena, la viuda del taco.
Así le entreno la abuela, la bisabuela a la abuela, y cada una de las mujeres de su pasado. Ser buena mujer era ser una esposa sumisa, sin aspiraciones ni ideas propias. Sin deseos y motivaciones extrañas. Dice mi hermano Carlos que a mí me tocó romper esa condena. Truncar es herencia de sumisión. He logrado ser una profesionista, me titule como licenciado en relaciones internacionales. Trabajo en una empresa transnacional que exporta hortalizas a Estados Unidos. Me casé hace 3 años con Rafael, un ingeniero civil que conocían una reunión de negocios.
2 años después de enviudar se apareció una mujer en la casa de mi madre para presentarle los dos hijos que tuvo con mi papá. No iba en son de guerra ni a reclamarle nada, sólo quería que sus hijos conocieron a sus medios hermanos. Mi madre Nos mandó llamar y nos dijo que teníamos que vernos como hermanos Porque eran hijos de nuestro padre difunto. Ni muerto dejó de lastimarla y ni viuda ha dejado de justificarlo todo. Nunca nos ha dicho que nos ama, y nunca nos ha reconocido nuestros logros. Para ella nuestras vidas son remotas a su existencia. A veces pienso que se ha creado un mundo propio en donde no necesita más que el recuerdo de mi padre para sentirse en paz.
Mi madre sigue sin poner atención a su cuidado personal, no sale, no tiene amigas, se ha refugiado en el recuerdo de mi padre. Nunca visita a sus hijos, dice que a los hijos les corresponde Buscar a los padres y no a la inversa, que ya estaban de ya sabemos para cuando queremos verla. A mí me sigue doliendo ver cómo vive, pero he aprendido a aceptar su decisión de ser así para siempre. Ya no la juzgo y eh comprendido que yo no soy nadie para cambiarla. Para poder vivir mi vida libre de miedos y de culpas he tenido que perdonarla y trascender sus acciones. En lugar de centrarme en mis sentimientos heridos me he enfocado por encontrar la paz, la amabilidad y la bondad en lo que me rodea. De nada sirven los éxitos mundanos y no se logre la paz espiritual. Por eso A pesar de que un me lastima su manera de ser, he aprendido a construir un sentimiento amoroso hacia ella, que se ve reflejado en una mayor tolerancia a su presencia y una forma más cariñosa en mi trato. La visita de vez en cuando y a pesar de sentir que somos como el agua y el aceite y de que no tenemos casi nada de qué hablar, me he acercado en un intento de poner en paz Mis demonios. Quiero formar una familia, procrear unos hijos y heredarles sentimientos sanos, qué crees cada lado de una madre con aspiraciones y dignidad que luchan por sus anhelos y aprenden de sus errores. Elegido un hombre que me respeta, Qué es mi compañero y estimula mis sueños. Perdonar a mi madre no la ha cambiado a ella, me ha cambiado a mí Y eso es lo esencial.


Cuando Mamá Lastima - Rayo Guzman, Ed.  Milestone

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