miércoles, 4 de abril de 2018

Nuestro Programa de AA

Raramente hemos visto a una persona que, siguiendo el camino recorrido por nosotros, no haya tenido éxito en su lucha contra el alcohol. Los que no se restablecen son personas que no pueden o no quieren someterse completamente a este simple programa. Son por lo común hombres y mujeres que por naturaleza son incapaces de ser sinceros consigo mismos. Hay esta clase de desafortunados. No es su culpa, parecen haber nacido así. Su naturaleza no les permite adoptar y desarrollar una forma de vivir que exige una rigurosa honestidad. Sus posibilidades de restablecerse son limitadas. Aunque son
individuos que sufren graves anomalías emocionales y mentales; sin embargo, muchos de ellos se restablecen si son capaces de ser honestos y sinceros. Nuestras historias revelan lo que éramos, lo que nos sucedió y lo que ahora somos. Si usted, lector, quiere lo que nosotros tenemos y está dispuesto a todo para obtener nuestros resultados, estará dispuesto a avanzar por pasos.

Al principio, algunos de estos pasos no fueron aceptados por nosotros. Pensábamos poder encontrar un camino más fácil, más cómodo. Mas esto fue imposible. Con toda la energía y honestidad que poseemos, le rogamos no tener miedo y ser sincero desde el comienzo. Varios de nosotros han intentado aferrarse a sus viejas ideas y el resultado ha sido cero hasta que las abandonan.

Recordemos todos que tenemos que tratar con el alcohol — ¡astuto, desconcertante y potente! Sin ayuda, es demasiado para nosotros. Pero hay un Ser que tiene todo el poder, y este Ser es Dios. ¡Te deseamos que lo encuentres ahora! Las medidas parciales no nos ayudaron. Estuvimos en el punto decisivo de nuestra vida. Pedimos ayuda y protección a Dios, abandonándonos completamente a Su voluntad.

 He aquí los pasos que seguimos y que proponemos como programa de recuperación:

1) Admitimos nuestra impotencia ante el alcohol y que nuestras vidas se habían vuelto incontrolables.
2) Llegamos a creer que un Poder más grande que nosotros podría devolvernos la razón.
3) Tomamos la decisión de confiar nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de Dios, tal como lo pudimos concebir.
4) Procedimos a hacer un inventario moral profundo y sin miedo de nosotros mismos.
5) Admitimos frente a Dios, frente a nosotros mismos y frente a otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestras culpas.
6) Consentimos plenamente que Dios eliminase todos los defectos de nuestro carácter.
7) Nosotros Le pedimos humildemente que hiciese desaparecer nuestras deficiencias.
8) Hicimos una lista de todas las personas a las que habíamos dañado y decidimos hacer enmiendas a todas ellas.
9) Hicimos enmiendas directamente a tales personas, en cuanto nos fue posible, excluyendo aquellos casos en que, al hacerlo, hubiéramos podido dañarlas a ellas o a otras personas.
10) Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos encontrábamos en culpa, de inmediato lo admitimos.
11) Buscamos, a través de la oración y la meditación, mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como nosotros pudimos concebirlo, rogando sólo que nos hiciera conocer Su voluntad con respecto a nosotros y que nos diera la fuerza para cumplirla.
12) Habiendo conocido una experiencia espiritual como resultado de estos pasos, tratamos entonces de transmitir este mensaje a otros alcohólicos y de poner en práctica estos principios en todos los actos de nuestra vida. Muchos de nosotros exclamaron: „¡Es demasiado difícil! ¡Yo no voy a llegar!” No se desanime. Nadie de nosotros ha podido poner en práctica estos principios a la perfección. No somos santos. Lo que cuenta es que nosotros estemos dispuestos a progresar según los principios espirituales. Nosotros hemos buscado progreso espiritual mas que perfección espiritual.

Nuestra descripción del alcohólico, el capítulo que dedicamos a los agnósticos, nuestras experiencias antes y después de la recuperación, ponen en evidencia tres puntos bastante claros :
a) Que éramos alcohólicos e incapaces de controlar nuestras vidas.
b) Que probablemente ninguna fuerza humana hubiese podido salvarnos del alcoholismo.
c) Que Dios podía y quería hacerlo si Lo buscábamos.

Finalmente convencidos, estábamos en el Tercer Paso, que habla de todo lo que es necesario para el abandono de nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios. ¿Qué tratamos de decir con esto? ¿Y que hacemos exactamente para abandonarnos a Él? El primer requisito es el convencimiento de que una vida conducida de acuerdo con la propia voluntad e independencia raramente puede tener éxito. Sobre esta base casi siempre nos encontramos en conflicto con alguien o algo, aunque nuestros motivos sean buenos. La mayor parte de los hombres trata de vivir basándose en su propia energía personal. Cada persona es como un actor que pretende dirigir la representación total: las luces, la danza, los actores, el escenario, siguiendo sus propios gustos. Si sus órdenes se siguieran y si los otros sólo se apegaran a sus deseos, el espectáculo sería perfecto. Todos estarían satisfechos, incluso él. La vida sería magnífica. En sus esfuerzos por poner todo en orden, nuestro actor quizá pueda mostrarse a veces muy virtuoso. Puede ser afable, simpático, cortés, generoso, indulgente, modesto y altruista. Y también puede ser egoísta, deshonesto y agresivo. Como todas las personas en este mundo, es probable que tenga una personalidad con múltiples facetas.

¿Qué ocurre normalmente? El espectáculo no se desarrolla muy bien y nuestro actor comienza a creer que el ambiente en el que vive no lo trata como él piensa que se merece. Decide hacer esfuerzos más grandes para tener éxito. Se vuelve más exigente o más amable, según sea el caso. No obstante, el espectáculo ahora no le gusta.

Admite que tal vez tiene alguna culpa, pero piensa que los demás son más culpables. Se irrita, se indigna y se desprecia. ¿Cuál es su problema fundamental? ¿No es verdad que trata de alabarse a sí mismo, aun cuando trata de ser gentil? ¿No es víctima de la ilusión de que se puede lograr dicha y satisfacción en este mundo con la sola condición de saber cómo hacerlo? ¿No es evidente para el resto de los actores que esto es lo que él quiere? ¿Y no es cierto que todo eso incita a los otros a vengarse, retirando lo mejor del espectáculo? Aun en sus mejores momentos, ¿no crea él más confusión que armonía?

Nuestro actor es un egocéntrico y un ególatra. Es como un rico pensionado que pasa bien el invierno bajo el sol de Florida, lamentando el desastre financiero en el que se encuentra su nación; es como un predicador que suspira con horror por los pecados del siglo XX; es como el político y el reformador que afirma que seguramente la Utopía se realizaría si los demás se comportaran bien; y como el ladrón que fuerza cajas de valores mientras piensa que la sociedad se ha comportado mal con él; y como el alcohólico que ha perdido todo y se recupera tras de cuatro paredes. Cualesquiera que sean nuestras protestas, ¿no es verdad que la mayor parte de nosotros estamos preocupados por nosotros mismos, por los propios resentimientos, y no hacemos más que conmiserarnos?

Egoísmo y egocentrismo. He aquí la causa de nuestras penas. Llevados por múltiples formas de temor, miedo, preocupaciones, auto conmiseración, pisamos a los otros y ellos reaccionan. A veces
nos hacen daño, sin que haya mediado una provocación de nuestra parte; pero si reflexionamos sobre cuánto hemos hecho, podremos reconocer que dimos motivos suficientes para provocarlos, porque
bajo nuestro egocentrismo y nuestra auto conmiseración no pensamos mas que en nosotros, sin preocuparnos de los demás.

En el fondo pensamos que la causa de nuestros problemas somos nosotros mismos. Ellos surgen de nuestro interior. Y el alcohólico es el ejemplo típico de una voluntad sin freno, aunque la mayor parte de las veces no se dé cuenta. Antes que todo, los alcohólicos debemos desembarazarnos de nuestro egoísmo, si no el egoísmo nos mata. Dios nos da la posibilidad. A menudo la experiencia nos enseña que no nos es posible abandonar nuestro egoísmo sin Su ayuda. Muchos de nosotros tuvimos muchas
convicciones morales y filosóficas, pero no pudimos ponerlas en práctica aun cuando lo deseábamos.

Ni tampoco pudimos con nuestra solas fuerzas reducir nuestro egoísmo, por mucho que
deseáramos o tratáramos. Necesitamos la ayuda de Dios. He aquí el cómo y el porqué de nuestro método. Antes que nada tuvimos que dejar de comportarnos como si fuésemos Dios. Este
modo de ser no funcionó. Después decidimos que en este drama de la vida Dios fuese nuestro Director: ¡Él sería el Director y nosotros sus agentes! Él es el Padre y nosotros somos Sus hijos. La mayor parte de las buenas ideas no son complicadas, sino simples, y este concepto ha sido la llave de este arco del triunfo por el cual hemos pasado para reencontrar nuestra libertad.

Tomada esta resolución con sinceridad, comprendimos que en
torno nuestro acaecían cosas maravillosas y que teníamos un nuevo Patrón. En Su omnipotencia, Él nos proveía de lo que necesitásemos, a condición de que estuviéramos cerca de Él e hiciésemos bien Su trabajo. Llenos de fe en Él, nos fuimos interesando menos en nosotros mismos, en nuestras pequeñas ideas y en nuestros proyectos. Más y más interesante era aportar una contribución a la vida. Mientras sentíamos que nos inundaba una nueva fuerza, gozábamos una profunda paz del espíritu y cuando descubrimos la posibilidad de encarar la vida con éxito, cuando tuvimos conciencia de Su presencia, comenzamos a perder aquel miedo del hoy, del mañana y del porvenir que siempre habíamos tenido. Habíamos nacido por segunda vez.

Aquí nos encontramos entonces en el Tercer Paso. Varios de nosotros se dirigieron a su Creador, tal como ellos lo entendían, con la siguiente plegaria: Oh, Dios, te ofrezco todo de mí para que Tú
puedas rehacerme de nuevo y hagas de mí lo que quieras. Libérame de la esclavitud del egoísmo, para que yo pueda cumplir tu Voluntad.

Aleja de mí las dificultades, de suerte que mi victoria sobre ellas sea un testimonio de Tu fuerza, de Tu amor y de Tu modo de vida para aquéllos a quienes yo haya ayudado. Haz que yo pueda hacer siempre Tu voluntad.” Largamente reflexionamos antes de pasar esta etapa, ya que queríamos estar bien dispuestos; queríamos estar seguros de que, al fin, podíamos abandonarnos a Él completamente. Descubrimos que era bueno afrontar este paso de crecimiento espiritual junto con alguna persona comprensiva, ya fuera la esposa o un buen amigo o el director espiritual. Mejor es encontrarse a solas con Dios que con una persona que no comprenda. La selección de las palabras evidentemente que depende de nosotros: lo importante es que se exprese claramente lo que uno intente afirmar. Es solamente el inicio, pero si se comienza con humildad y honestidad el camino hacia el abandono a Dios, de inmediato se tienen resultados, a veces bastante grandes.

Enseguida nos encaminamos en una carrera de vigorosa actividad, cuyo primer paso es un inventario personal, una limpieza de nuestra conciencia, que muchos de nosotros ni siquiera habían intentado hacer. Aunque la decisión tomada fue crucial y determinante, comprendimos que no podía haber un efecto duradero si no era seguida por un constante y continuo acto de voluntad de enfrentar y liberarnos de todos nuestros impedimentos. La necesidad de beber no era más que un síntoma. Por lo tanto, debíamos atacar las causas y los motivos.

Para tal fin, como dijimos arriba, comenzamos el inventario personal. Era el Cuarto Paso de nuestro crecimiento espiritual. Un negociante que no hace regularmente el inventario de las mercancías,
está destinado al fracaso. Hacer un inventario comercial consiste en reconocer los hechos y examinarlos. Se busca conocer bien las mercancías en almacén. Uno de los fines de la operación es determinar cuáles son las mercancías dañadas o invendibles. Entonces hay que liberarse de ellas prontamente y sin lamentarlo. Si un negociante está interesado en el éxito, no puede engañarse sobre cuánto hay en la tienda.

Hicimos un inventario semejante de nuestra vida, y lo hicimos sinceramente. Al principio buscamos las imperfecciones de nuestro carácter que causaron nuestro fracaso. Convencidos de que el egoísmo es la causa de nuestra ruina, consideramos sus manifestaciones más comunes.

El resentimiento es el enemigo „número uno”. Este sentimiento destruye más alcohólicos que cualquier otra cosa. Da lugar a todas las formas de enfermedad espiritual; hay que admitir que estábamos afectados no sólo mentalmente y físicamente, sino también espiritualmente. Por lo tanto, cuando el mal espiritual ya no existe, nos recuperamos física y mentalmente. Para examinar nuestros
resentimientos, los escribimos sobre una hoja. Hicimos la lista de las personas, de las instituciones o de los principios que suscitaban nuestra cólera. Nos preguntamos por qué nos enojábamos.

Encontramos que la mayor parte del tiempo nos sentimos heridos o amenazados en nuestro amor propio; nuestras ambiciones, nuestra cartera, nuestras relaciones personales (comprendidas aquí las sexuales) estaban en peligro y amenazadas. Eso nos hacía sufrir y también encolerizarnos.
En la lista de nuestros resentimientos también apuntamos, al lado
de cada nombre, la naturaleza de nuestra herida, preguntándonos

qué aspecto de nuestra vida había sido afectado: ¿nuestro amor propio, nuestra seguridad, nuestras ambiciones, nuestras relaciones personales, nuestras relaciones sexuales?
En general, nuestra descripción era tan precisa como la siguiente:




Así, hicimos una revisión de nuestras vidas, con la máxima exactitud y honestidad. Al terminar nuestra tarea estudiamos con cuidado lo que habíamos descubierto. La cosa más evidente fue que este mundo y quienes lo habitan están llenos de errores y de defectos. Una buena parte de nosotros llegó a la conclusión de que eran los otros quienes estaban equivocados. Resultaba, naturalmente, que ellos continuaban causándonos mal y que nosotros continuábamos conmiserándonos. Luego de los remordimientos seguía la autoconmiseración. Pero entre más luchábamos y más tratábamos de arreglar las cosas según nuestro punto de vista, más se embrollaba la situación. Como en la guerra, nuestra victoria era sólo aparente.

Nuestros momentos de triunfo tenían una escasa duración. Una cosa es clara : aquél que viva en el resentimiento profundo, acaba por llevar una existencia fútil y desdichada. Y cuando dábamos desahogo a nuestro resentimiento, desperdiciábamos minutos preciosos. Mas para el alcohólico, cuya esperanza es conservar y mejorar una experiencia espiritual, este rencor — el resentimiento — es extremadamente grave. Encontramos que es fatal. Cuando alimentamos ciertos sentimientos, impedimos que los rayos del Espíritu toquen nuestro espíritu. Regresa la locura del alcohol y volvemos a beber. Y, para nosotros, beber equivale a morir.

Si queremos vivir, es necesario liberarnos de la cólera. No va bien con nosotros la impaciencia, ni los excesos mentales y pasionales. Quien es normal puede permitirse estos lujos, pero, para el alcohólico, tales estados de ánimo son veneno. Regresamos a la lista que habíamos hecho, ya que, según nosotros, contenía la llave del porvenir. Estuvimos dispuestos a examinar esta llave desde un punto de vista completamente nuevo. Entonces comenzamos a comprender que el mundo y sus habitantes en verdad nos dominaban. Siendo así las cosas, las acciones de otros, reales o hipotéticas, tenían el poder para matarnos. ¿Cómo podíamos escapar de esta suerte? Comprendimos que debíamos dominar los resentimientos, pero ¿cómo? No teníamos mayor control sobre nuestros resentimientos, igual que nos ocurría con el alcohol. Este fue nuestro modo de proceder: nos dimos cuenta de que las personas que nos infligían males estaban espiritualmente enfermas, como lo estábamos nosotros. Pedimos a

Dios que nos diera el espíritu de tolerancia, de benevolencia y de paciencia que hubiésemos mostrado con un amigo que estuviese enfermo.
Cuando alguien nos ofendía con su comportamiento, nos decíamos a nosotros mismos: „Es una persona enferma. ¿Cómo podré serle útil? ¡Que Dios me preserve de la cólera! ¡Que Tu voluntad se
cumpla, oh Señor!”
Evitamos la venganza o las discusiones. Con las personas enfermas no nos comportaríamos así. Si lo hiciéramos, destruiríamos toda buena esperanza de ayudar a los demás. No podíamos ser útiles a todos, pero Dios nos mostraría cómo tratar a todos y a cada uno con dulzura y tolerancia.

Volvamos a nuestra lista. Enfrentamos resueltamente nuestros errores, poniendo completamente aparte los males que otros nos habían hecho a nosotros. ¿Cuándo habíamos sido nosotros los egoístas, los deshonestos, los miedosos? Aunque no hubiéramos sido del todo responsables de una cierta situación, tratamos de olvidar el papel hecho por las otras personas. ¿Cuándo habíamos sido nosotros los culpables? Hicimos el inventario de nuestro comportamiento, no el de los demás. Una vez descubiertos nuestros errores, los pusimos en una lista. En blanco y negro estaban ante nuestros ojos. Admitimos honestamente nuestros errores y expresamos la voluntad de corregirlos.

Si se observa el ejemplo descrito arriba, se notará que la palabra „miedo” está escrita entre paréntesis cuando se trata de las dificultades relacionadas con el señor Guzmán, la señora Castañón, el patrón y la esposa. Esta palabra, así de corta, tiene que ver con todos los aspectos de nuestra vida. El tejido de nuestra existencia fue corroído por este hilo temible y diabólico; puso en movimiento tantas circunstancias que nos trajeron desgracias, que pensamos que no merecíamos. Pero, ¿acaso no éramos nosotros los que habíamos dado la patada inicial?

Hemos llegado a pensar a veces que el miedo puede ser clasificado como el robo, en cuanto causa y multiplica los problemas. Examinamos con toda precisión nuestros miedos. Los catalogamos por escrito, aunque no hubiesen estado acompañados de resentimiento. Nos interrogamos sobre su causa. ¿No era que nuestras fuerzas nos habían fallado? La confianza en nosotros era buena, pero no pudo llegar lo suficientemente lejos. Ni el problema del miedo, ni ninguno de los otros problemas que padecíamos, pudo ser vencido con la confianza en nosotros mismos. Es más, cuando esta virtud nos hacía sentirnos orgullosos, todo empeoraba.

¿Existe un método mejor? Así lo creemos, pues ahora tenemos otros fundamentos: la confianza en Dios y el abandono a Sus cuidados. Más que fiarnos de nuestro yo limitado, ponemos nuestra confianza en un Dios infinito. Estamos en el mundo para desempeñar el papel que Él nos asignó. En la medida en que hagamos lo que creamos que El quiere y humildemente dependamos de Él, nos capacitará para enfrentar con serenidad la desgracia. Jamás nos excusamos ante nadie por depender de nuestro Creador. Podemos reírnos de aquéllos que consideran la espiritualidad como la vía de la debilidad. Al contrario, es la vía de la fuerza. La historia ha demostrado que fe es sinónimo de coraje. Todos los hombres de fe han tenido coraje. Tienen confianza en su Dios. En ningún caso nos excusamos a causa de Dios. Nosotros mejor Le dejamos demostrar, a través de nosotros, lo que Él puede hacer. Nosotros Le pedimos que nos libere de nuestro miedo y que nos haga ver lo que
quiere de nosotros. A partir de ahí sentimos al temor alejarse de nosotros.

Llegamos ahora a la cuestión sexual. Varios de nosotros tuvieron necesidad de una reforma en ese campo. Pero, antes que todo, tratamos de ser sensibles al respecto, ya que es muy fácil extraviarse. Es un punto sobre el cual las opiniones son diametralmente opuestas, y van también hasta extremos absurdos. Por una parte, están aquéllos para quienes las relaciones sexuales no hacen más que satisfacer las necesidades de nuestra naturaleza interior y no responden exclusivamente más que a la sola necesidad de procrear. Por otra parte, están aquéllos que siempre demandan más y más sexo, y que deploran la institución del matrimonio. Ellos consideran que la mayoría de los problemas del género humano son, en el fondo, problemas de orden sexual. Para ellos, o nuestras relaciones sexuales no son lo suficientemente frecuentes o no son buenas. Todo les parece revelar la vida sexual. Para algunos, la pimienta de la vida debería prohibirse; para otros, sólo la pimienta debería contar. No queremos entrar en esta controversia. No queremos ser los árbitros de ninguna actitud frente a la sexualidad. Todos nosotros tenemos problemas de sexualidad. No seríamos seres humanos si no los tuviésemos. Pero ¿cómo resolverlos ?

Analizamos nuestra conducta de años pasados. ¿Cuándo habíamos sido egoístas, deshonestos o desconsiderados? ¿Le habíamos hecho daño a alguien? ¿Habíamos sido, sin un motivo válido, la causa de celos, de sospecha o de amargura para otras personas? ¿Cuándo habíamos actuado mal en ciertas situaciones? ¿Cómo debimos habernos comportado? Transcribimos todo, lo clasificamos y nos pusimos a estudiar el resultado.

Al estudiar nuestra conducta, intentamos trazarnos para el futuro un ideal de vida sexual que fuese sano y realista. Para cada relación nos hicimos la siguiente pregunta: ¿Habíamos sido o no egoístas?
Le pedimos a Dios que nos ayudara a moldear un ideal y a actuar de acuerdo con el mismo. Siempre llevábamos en la mente que nuestra facultades sexuales nos habían sido dadas por Dios y que, por consiguiente, no podían ser malas; pero que no podíamos utilizarlas a la ligera o egoístamente, ni tampoco debíamos despreciarlas o tenerles aversión.

Cualquiera que sea el ideal adoptado, debemos siempre estar dispuestos a crecer hacia el mismo. Debemos estar dispuestos a hacer enmiendas por los daños que hayamos causado, siempre que esta reparación no cause daños aun más grandes. En otras palabras, tratamos la cuestión sexual como todas las demás. En nuestra meditación le pedimos a Dios lo que debemos hacer ante cada situación examinada. La buena respuesta nos será dada si nosotroslo deseamos.
Sólo Dios puede ser el juez imparcial de nuestra situación en materia sexual. A menudo es útil consultar con otras personas, pero nosotros dejamos a Dios el juicio final. Nos damos cuenta de que, cuando se trata de cuestiones sexuales, podemos encontrar a personas demasiado rigurosas o demasiado indulgentes. Evitamos las ideas o el consejo de personas histéricas.

Supongamos que no alcancemos a llegar a la meta ideal que nos fijamos. ¿Vamos a beber, por lo tanto? Hay quienes comparten esta opinión. Pero esto no es más que una verdad a medias. Todo depende de nosotros y de nuestros motivos. Si lamentamos nuestro error y tenemos el deseo sincero de dejar que Dios nos guíe hacia lo que sea mejor, creemos que seremos perdonados y que habremos aprendido nuestra lección. Si no nos arrepentimos de nuestra conducta pasada y seguimos tranquilamente haciendo el mal a los demás, es verdad que volveremos a beber. Esta no es una teoría.

Son hechos aprendidos con nuestra experiencia. Para regresar de manera sucinta al problema del sexo, sinceramente rezamos para conocer nuestro comportamiento ideal en este terreno, para obtener ayuda en situaciones dudosas, el sentido común y la fuerza para hacer lo que esté bien. Si nuestra vida sexual nos causa graves penas, nos ponemos una vez más a servirle a otros. Pensamos en sus necesidades y tratamos de ayudarlos para que las satisfagan. Eso nos obliga a salir de nosotros mismos. Nos calma los deseos imperiosos, cuya satisfacción significaría sufrimiento.

Si verdaderamente hemos hecho un inventario exhaustivo, escribimos mucho. Enumeramos y analizamos nuestros resentimientos. Empezamos a comprender su futilidad y el peligro mortal que representaban. Comenzamos a ver lo terriblemente destructores que son. Comenzamos a aprender lo que son la tolerancia, la paciencia y la buena voluntad hacia nuestros semejantes y también hacia nuestros enemigos, a los que empezamos a ver como seres enfermos. Hicimos la lista de las personas que nuestra conducta había lastimado y estuvimos dispuestos a reparar, si era posible, el daño que les habíamos causado en el pasado.

En este libro ha leído usted una y otra vez que la fe ha hecho por nosotros lo que no pudimos hacer por nosotros mismos.

Esperamos haberlo convencido de que Dios puede liberarnos de toda forma de voluntad personal, de eso que nos apartaba de Él. Si usted ya ha tomado una decisión en lo que a Él concierne y ya ha hecho un inventario de sus debilidades más graves, ha tenido un buen comienzo. Así, ha absorbido y digerido algunas grandes verdades sobre usted mismo.

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