martes, 18 de septiembre de 2018

Llegamos A Creer (Cap. 4 - Parte 1)

4. LIBERACION DE LA OBSESION
En las últimas etapas de nuestra bebida, la voluntad de resistir se ha escapado.
Sin embargo, cuando admitimos la derrota total y estamos enteramente dispuestos a tratar de vivir conforme a los principios de A.A., nuestra obsesión se desvanece y entramos a una nueva dimensión, la libertad bajo la voluntad de Dios, tal como lo comprendemos.
Bill W.
Carta, 1966

RENDICION TOTAL
Lo que más me impresionó siempre acerca del programa y de mí mismo, es el constante y continuo desafío para tratar de recuperar algo de aquel verdadero y honesto entusiasmo que sentí con la total rendición, cuando llegué por primera vez a A.A. Para mí, esa clase especial de paz espiritual nunca se ha repetido. Ahora, después de todos los períodos de veinticuatro horas acumulados, me doy cuenta de que probablemente nunca se repetirá. He llegado a estar muy cerca de ello algunas veces, pero nunca ha sido igual.
Creo que hay una relación directa entre ese sentimiento y nuestra necesidad en el momento en que fuimos introducidos al programa. Nuestras motivación según creo, es una combinación de dolor suficiente y la Gracia de Dios. ¡De seguro que es una extraña combinación! No encuentro la forma de expresarla a nadie que no pertenezca a A.A.
Des Plaines, Illinois.

EL COGIÓ EL CONTROL
No podía creer que la sobriedad me beneficiaría. Con una esposa que trabajaba, una bonita casa, un impresionante automóvil y tarjetas de crédito en el bolsillo, ¿quién necesitaba ayuda? No creía que pudiera existir ninguna alegría en la vida sin borracheras, cabarets de lujo, y muchachas de cabaret de bajo fono. No podía cree que "esos santurrones" en A.A. estuvieron tan interesados en mi bienestar como ellos lo afirmaba. Y además, no podía creer que gente que admitía haber vivido en la parranda pudiera enseñarme a mí una mejor manera de vivir.
Tampoco necesitaba que me dijeran nada acerca de Dios. Mi abuela, mis tías, y muchas otras personas ya lo habían intentado. Aunque no me interesaba llamarme cristiano, si creía que había una especie de Dios, en algún lugar quien me ayudaría si realmente necesitaba ayuda externa. Pero yo era lo suficientemente hombre y lo suficientemente brillante para ayudarme a mí mismo. ¡Así es que yo no le iba a pedir ayuda a Dios ni a nadie más!
En estos tres últimos años, mientras jugaba en la puerta giratoria con la Comunidad, me bebí todas mis excusas para no necesitar a A.A. Una noche, me senté a solas en mi apartamento, e hice un arqueo de caja: ochenta y nueve centavos de dólar. No tenía alimento disponible. ¿Me gastaría ochenta y cinco centavos en otra botella de vino?
Sí, ¡tenía que hacerlo! Sería imposible para mí enfrentarme al mundo por la mañana sin una bebida. Pero, entonces, me di cuenta de que en realidad no tenía que enfrentarme a ningún mundo por la mañana porque ya no tenía un trabajo al que ir, ni una esposa que me cantaleteara continuamente, ni hijos que me fastidiaran pidiéndome dinero para la escuela.
¿Qué podría hacer? Mi mente se llegó a sentir tan desesperadamente cansada al respecto, que inclusive se negó a intentar una decisión. Desesperado, esperando que El pudiera estarme escuchando, me dejé caer de rodillas al lado de mi botella vacía y oré con sencillez, "Dios mí, por favor ayúdame".
La respuesta llegó inmediatamente. Me di cuenta de que en alguna forma podía pasar la noche ay aún enfrentarme a la luz del día sin otra botella.
Al día siguiente fui a un centro de rehabilitación para alcohólicos. Durante mi estancia, asistiendo diariamente a las reuniones de A.A. y conversando acerca del alcoholismo y la sobriedad con gentes cuya sobriedad personal variaba desde un día a veinticinco años, yo llegué a creer.
El Poder Superior se había llevado esa precisa noche, mi permanente deseo por alcohol, y él me había guiado de regreso a A.A. A pesar de que estaba tratando sinceramente de seguir el programa de A.A., me volvió
el deseo de embriagarme, y tuve que luchar contra él constantemente. Cuando se leyeron los Pasos, la frase "Dios, tal como lo comprendemos" me molestó. Esas gentes tenían algo que yo era incapaz de comprender. Nunca había sido capaz de comprender a Dios, y aún no lo soy. El cambiar Su nombre por el "Poder Superior" no me fue de ninguna ayuda.
Un miembro de los más antiguos usó la metáfora de la electricidad, que después encontré en el Libro Grande. "Una persona que entra en un cuarto oscuro no se preocupa por comprender la electricidad", dijo. "Solamente encuentra el interruptor y enciende la luz". Explicó que podemos encender el interruptor de la espiritualidad simplemente pidiéndole cada mañana a Dios otro día de sobriedad y agradeciéndole por la noche el haber permanecido hermosamente sobrios otro día. El dijo "Hazlo mecánicamente si tú no lo crees en verdad. Pero hazlo diariamente. Probablemente no hay nadie que comprenda los maravillosos caminos del Poder Superior, y no necesitamos hacerlo. El nos comprende".
Así, de esa manera recé cada noche y cada mañana. Algunas veces lo sentía; otras no. Conseguí un trabajo, porque ya no estaba temeroso de solicitarlo. No era la clase de trabajo del que me sentiría orgulloso, y la paga era escasa. Sin embargo, permitió que me mantuviera por mí mismo, y me trasladé del centro de rehabilitación a un pequeño apartamento.
Un sábado en la noche mi "carga" de autolástima me resultó ya muy pasada, y me derrumbé. Aquí estaba, con dos meses de sobriedad, tratando con ahínco de trabajar en el programa. Siendo tan honesto, que me dolía. Continuamente reprimiendo el deseo físico de un trago. ¿Y qué había conseguido? Nada. Vivía solo e un oscuro lugar. Trabajaba en un empleo que desdeñaba. Ganaba apenas lo suficiente para compartir una moneda con la cesta de los "sin trabajo".
Al infierno con todo esto. ¡Más bien podía emborracharme! Manejando hacia la zona que había frecuentado durante la última etapa de mi bebida en bares, inconscientemente di giros equivocados por tres veces en otras tantas esquina, en calles que conocía también como usted conoce el cuarto en que duerme, y terminé en frente de un club de A.A. Me había bajado del automóvil y me encontraba ante la puerta antes de que me diera cuenta de que había equivocado el camino.
Bien, pensé, entraré y les diré adiós . . . en alguna forma concluí yendo a una reunión cercana de A.A. a la que dos miembros me llevaron; la reunión fue tan buena que borró completamente la idea del peregrinaje por los bares.
Cuando entré en mi apartamento y le di un golpecito al apagador para encender la luz, otra luz se hizo en mí. ¡Una luz dentro de mi terco cerebro!
Esa noche, agradecía fervientemente al Dios que yo no comprendo, por tomar el completo control de mi mente todo el tiempo suficiente para entregarme en manos de mis amigos de A.A. salvándome, de este modo, de ser "uno más de tantos borrachos". Ahí entonces, yo llegué a creer que Dios podía y haría por mí lo que ningún otro ser humano. Desde esa vez, no he tenido el deseo de un trago de alcohol. Desde entonces, he llegado a creer que cualquier cosa que sea apropiada para una vida mejor se hace posible viviendo diariamente en la forma de A.A. con la ayuda de un Dios comprensivo, al cual todavía no comprendo.
San Diego, California.

"BAJO DIOS"
El deseo de beber me fue removido y nunca más volvió, una vez que acepté el Paso Tres, durante una terrorífica tormenta en el Pacífico del Norte. Después de todo, usted no tiene mucho que decir ante una cosa así. La definición que la Compañía de Seguros Lloyd's de Londres da del patrón a cargo de un barco es "capitán bajo Dios".
A.A. Internacionalista

UN NUEVO SENTIMIENTO
Desde la infancia, he creído en Dios, pero dejé de ir a la iglesia cuando la embriaguez se apoderó de mí. Durante once años, no tuve un día sobrio, excepto cuando estaba hospitalizado o bajo el tratamiento de un Doctor. Recé muchas veces, pero sentí que eso no me conducía hacia Dios.
Un día, ya cerca del final de esos años, cometí el error de mezclar el licor con una medicina que me recetó un doctor vecino mío. Mi esposa estaba segura de que estaba muerto. Al día siguiente, el doctor dijo que si su teléfono hubiere estado ocupado solo unos minutos cuando ella lo llamó, hubiera sido demasiado tarde; los latidos de mi corazón y el puso se estaba apagando cuando él llegó. A pesar de eso, después de dos semanas de recuperación en el hospital y luego ocho semanas más de abstinencia continuada, estaba otra vez bebiendo. En el curso de dos meses, llegué a un punto en que quería morir y no podía.
Allá en Texas, mi hermana había conocido a un A.A. y después de que recibí una carta de ella, acepté ponerme en contracto con un miembro de A.A. en mi ciudad. Hubiera apostado diez dólares contra una moneda agujereada que se trataba de una falsa alarma, pero fui y me entrevisté con él. Me presentó su Libro Grande y me aconsejó que tratara de leerlo con una mente despejada y que me reuniera con él la noche del jueves siguiente para asistir a una reunión de A.A.
Le dije a mi esposa que nunca antes había hablado con una persona que pareciera comprender mi problema también como él lo hacía. Cerca de las siete p.m. fui al cuarto de baño, al gabinete de medicinas en el que guardaba mi licor y tomé un trago, de una botella de tres cuartos que acababa de comprar. Ahora si ya estaba listo para leer el libro de A.A. Después de leer como una hora, automáticamente me levanté para tomar otro trago. Pero me detuve, recordando que había prometido leerlo con una mente clara. Así que pospuse la bebida y continué con la lectura.
Cuando llegué al capítulo "Nosotros los agnósticos" leí: "No necesitamos hacernos más que una corta pregunta. ¿Creo ahora, o al menos estoy listo a creer, que existe un Poder Superior a mí mismo?" Esto me impresionó mucho.
Pero de cualquier manera fui al cuarto de baño para tomar un trago grande antes de acostarme, como lo había hecho todas las noches durante años. Cuando alargué la mano para tomar la botella, se me ocurrió pensar que "quizás" si pedía a Dios un poco de ayuda, El podría oírme. Apegue la luz y por primera vez en mi vida hablé con toda honestidad y sinceridad: "Querido Dios, si Tu quieres, escúchame. Soy, como Tu lo sabes, un completo canalla para mi familia, mis amigos y para mí mismo. Este licor me ha apaleado hasta derribarme, y soy incapaz de hacer algo al respecto. Ahora, si Tu quieres, dame una noche de descanso sin este trago".
Me fui a la cama. De lo primero que me enteré a continuación, fue que ya eran las seis y media a.m., hora de levantarme. Cuando me senté sobre la cama, por primera vez en años no tenía los sudores fríos y los temblores. Creí que lo que había pasado era que me había levantado y tomado algunos tragos de licor en la madrugada. Pero no; la botella estaba ahí, tal como yo la había dejado la noche anterior.
Me afeité sin tener que tomarme antes varios tragos de licor. Me fui a la cocina y le comenté a mi esposa sobre esta cambio y de la nueva sensación que yo tenía. Hasta me tomé un café sosteniendo la taza con una sola mano, en lugar de vaciarlo en un tazón y sostenerlo con las dos manos. "Sí Dios me está ayudando", dije, "De verdad espero que lo siga haciendo", mi esposa me dijo que El lo haría si yo trataba de ayudarme a mí mismo.
El jueves por la noche, me encontré con el hombre de A.A., y ambos asistimos a mi primera reunión y me encontré con las personas más excelentes y comprensivas que había conocido en toda mi vida. Yo tenía entonces cuarenta y tres años. Ahora tengo sesenta y uno. Puedo decir honestamente que nunca he estado siquiera cerca de tener una recaída, y con Dios como mi socio silencioso, estoy seguro de que puedo continuar así durante otras veinticuatro horas.
Evansville, Indiana.

"ÚSEME"
Después de unirme a A.A. en octubre, bebí el día de Navidad y otra vez en la noche de año nuevo, y no sucedió ningún desastre. Regresé a mi Grupo de A.A. sintiéndome tan íntegro como los demás, porque había sobrevivido a las fiestas. Además, había vencido al alcohol. ¡No se había llevado lo mejor de mi!.
Dos semanas después, de pronto, estaba borracho. No lo había planeado, ni siquiera había pensado en hacerlo; simplemente comencé a beber y no pude parar hasta que perdí el conocimiento. Algo andaba mal en mí. Estaba enfermo de algo que me llegaba hasta lo más profundo del alma. No podía soportarme a mí mismo. No podía mirar a la cara de mis hijos. No podía darle la cara a nada.
Me arrastré de regreso al Grupo de A.A., y escuché por vez primera. Esa noche regresé a mi casa con la mente adormecida. Me encontraba otra vez ante algo a lo que no sabía hacerle frente. Mi suerte no iba a cambiar. Yo era el que iba a tener que cambiar. ¿Podría? Pero, Dios, tal como yo lo comprendía, seguramente estaba disgustado conmigo por ahora. Yo había regateado y adulado y roto todas las promesas que siempre le había hecho. ¿Cómo podía ahora volverme hacia El?.
Al sentarme en ese cuarto vacío, pude oír las palabras "Tanto amó Dios al mundo . . . Tanto amó Dios al mundo . . . ".
Las palabras que finalmente expresé, parecieron haberme sido arrancadas: "Dios mío querido, ¿en dónde voy a encontrar la fortaleza para superar mi alcoholismo?".
La voz que me contestó era tranquila y dulce hasta más allá de cualquier descripción. "Tu tienes la fortaleza, todo lo que tienes que hacer es usarla. Yo estoy aquí. Yo estoy contigo. Aprovéchame".
Ese día volvía a nacer. Desde ese día me fue arrancada la compulsión. Durante once años, desde entonces, he encontrado en la sobriedad aquello que estuve buscando en la botella. Yo quería paz; Dios me dio paz. Quería ser aceptado; Dios me aceptó. Quería ser amado; Dios me aseguró que El me amaba.
Mis hijos ya son mayores, y son unos hermosos muchachos que diariamente, practican por costumbre los principios del programa de A.A.: amor, servicio y honestidad. Todos crecimos juntos, y eso nos hace ser buenos amigos.
Honolulu, Hawai.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario