jueves, 20 de septiembre de 2018

Llegamos A Creer (Cap. 4 - Parte 2)

PERMANEZCA SOBRIO CON AMOR
Había andado alrededor de A.A. por cerca de dos años y había tenido poco éxito en permanecer sobrio. Un día me encontré en un pequeño cuarto en la zona comercial de Toronto, habiéndome emborrachado saliéndome del amor y respeto de una adorable esposa, cuatro saludables hijos, una madre, un padre, otros parientes y amigos. Estaba solo otra vez, con ese terrible sentimiento de total aislamiento y miedo de la ruina inminente. Así es que una vez más, lleno de odio, envidia, lujuria, pereza, y sobre todo desesperanza total, me presenté a las puertas de Alcohólicos Anónimos.
Mis amigos de A.A., se mostraron un tanto escépticos respecto a mi regreso al redil; estaba esto justificado, ya que se habían dado cuenta de mis continuas entradas y salidas, y que sólo había podido acumular un máximo de seis meses de sobriedad continua. Pero agradecí a Dios por la compasión, el amor y la comprensión de un matrimonio de A.A., quienes me ayudaron a vivir y respirar A.A. durante los siguientes cuarenta y cinco días por medio de conversaciones telefónicas, reuniones abiertas, reuniones de discusión, largas pláticas ante la mesa de la cocina, y lo más importante, mediante la oración.

Yo me había mofado del aspecto espiritual de nuestro programa en muchas ocasiones previas, proclamando que este negocio de Dios era para afeminados e hipócritas. Pero esta vez era diferente. Después de mi última borrachera, yo sabía que para mí era la muerte o la locura, si continuaba bebiendo. Esta vez, recé. En alguna forma sentía que había un Poder mayor que yo mismo, el cual podía aliviarme de mi sufrimiento, y que por lo tanto lo mejor era intentar encontrarle.

A los cuarenta y cinco días de mi nueva sobriedad, regresé al pequeño cuarto de la zona comercial de Toronto y me hundí en una depresión que no se puede describir con palabras. Era como si mi cuerpo y mi alma se encontraran separados por completo. Vi tan claramente, como siempre lo veré, la completa inutilidad de mi existencia, y de la destrucción llevada a cabo por mi terco y orgulloso engaño de que yo podía tomarme "sólo unas pocas". Había alcanzado un punto en la vida en donde ya no podía seguir solo, borracho o sobrio. Eso, mis amigos, fue una soledad que espero no olvidar nunca.

Una cosa muy extraña me sucedió esa tarde. Rehusé ceder a tomar un trago. Después de casi tres horas de agonía, grité pidiendo la ayuda de Dios. Y salí del cuarto con una fortaleza como nunca había pensado que fuera posible.

Durante las dos semanas siguientes, me sentí "transformado" sin emborracharme y sin otras drogas. Por primera vez en mi vida adulta, yo estaba indiscutiblemente consciente de la presencia viva de Dios dentro de mí mismo y del universo. Viendo la belleza en la cara de un niño o en el verde del pasto de un árbol, y sintiendo la alegría de despertarme por la mañana con la mente fresca, mirando con ilusión las actividades del día, fueran nuevas y maravillosas experiencias. Los resentimientos, los odios, los miedos, todos parecían haberme sido arrancados; yo era capaz de perdonar y olvidar.

Las cosas que por muchos años pensé que necesitaba, ya no parecían importantes ahora que había llegado a estar consciente de los recursos espirituales que Dios me había dado. Con ellos, no necesitaba alcohol para funcionar.

¡Qué alegría de permanecer sobrio, en el amor en lugar de por el miedo!.
Desde esa vez, he disfrutado unos diez y siete meses de sobriedad. Escribo esto para el alcohólico que siente que ha ido muy lejos de la voluntad de Dios, en sus actos, palabras y hechos, como para no poder ponerse bien con El otra vez. Si eres sincero en tus oraciones, este maravilloso regalo está disponible para ti, como lo estuvo para mí.
Toronto, Ontario, Canadá.


"PIDA A DIOS FORTALEZA"
Mis padres propiciaron un ambiente moralmente saludable para mi desarrollo, me proporcionaron una buena educación y me llevaron a la iglesia. Pero su concepto de un Dios temible, vengativo, fue amenazante para mí, porque procuré mantenerme bien lejos de el y de Sus creyentes. Sin embargo, la necesidad de la aprobación de mis familiares y amigos estaba en conflicto con mi incredulidad. Incapaz de vivir de acuerdo a las enseñanzas de mis padres, las rehuía una y otra vez, negándome a mí mismo una creencia en Dios.

Cuando llegué a A.A. en 1955, sólo tenía treinta y un años. "Eres demasiado joven. No has bebido lo suficiente. No has sufrido lo suficiente". Así me decían algunos miembros. Aún tenía a mi familia (aunque era la segunda) un trabajo y una cuenta en el banco, y estaba construyendo mi casa. De todas formas, toqué un fondo alto, un fondo bajo y todos los fondos de en medio. Así es que asistía a las reuniones de A.A. y por cinco meses estuve esperando el impacto de un trueno que transformara a este joven en un alcohólico responsable, recuperado. LA visión que tenía, sin embargo, era limitada y mi oír confuso. La frustración de no experimentar un renacimiento espiritual, causó que me abandonara en mis esfuerzos para recuperarme; pero después de cada round con la botella siempre regresaba a A.A.

Tuve cuatro buenos padrinos. Uno fue mi consejero espiritual, con el que sentía poca simpatía. Cada vez que se paraba en el púlpito hablaba de Dios tal como él lo comprendía. Mientras yo me resentía con sus recomendaciones y le escuchaba contra mi voluntad, un día me tocó una cuerda que respondió. Dijo, "Cuando hayas agotado todos los recursos de los familiares, amigos, doctores, ministros, aún te queda una fuente de ayuda. Esta es una que nunca falla y nunca se agota, y está siempre disponible y deseosa de que la uses".

Estas palabras regresaron a mi mente una mañana, en el cuarto de un hotel, al final de una parranda de tres semanas. Estaba agudamente consciente del picadillo en que mi vida se había convertido. 

Ahora mi segundo matrimonio estaba entre las rocas y los niños habían estado sufriendo. Esa mañana, era capaz de ser honesto. Sabía que había fracasado como padre, esposo e hijo. Había fracasado en la escuela y en el servicio militar y había perdido todos los trabajos y negocios que había intentado. Ni la religión, ni la profesión médica, ni A.A. habían tenido éxito conmigo. Me sentía completamente derrotado. Entonces recordé algunas de las palabras de mi padrino: "Cuando todo lo demás te haya fallado agárrate de una cuerda y no la sueltes. Pídele a Dios fortaleza para permanecer sobrio por un día".

Me fui al inmundo baño y me arrodillé: "Dios mío, enséñame a orar" le supliqué. Permanecí ahí largo rato y cuando me levanté y dejé el cuarto, supe que nunca tendría que volver a beber. Llegué a creer ese día, que Dios me ayudaría a mantener mi sobriedad. Desde entonces, he llegado a creer que Dios me ayudará con cualquier problema.

Durante los años que han transcurrido desde mi último trago, no me he encontrado con tantos problemas como antes. Conforme he ido creciendo en la capacidad para comprender las cosas que me sucedieron, no creo que fuera en esa mañana en el hotel cuando yo encontré a Dios. Creo que El ha estado dentro de mí todo el tiempo, tal como El lo está en otras personas, y yo lo descubrí limpiándome de los restos del naufragio de mi pasado, tal como lo recomienda el Libro Grande.
Birmingham, Alabama.


EL VASO EN PEDAZOS
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos . . . " Con esta frase se comienza la novela de Charles Dickens "Historia de dos ciudades". En mi vida, en 1968 fue exactamente un año así. Cuando se inició, cada jugada que hacía me llevaba más cerca de la desesperanza. Hacía mucho tiempo que mi familia había dejado de decirme algo al respecto, excepto que esperaban que pronto me encontrara a mí misma. Afortunadamente, me dejaron trabajar sola en la búsqueda de la solución. Podía haber sido escondida y encerrada en la casa, internada en una institución o abandonada después de decirme que no era buena. En cambio el amor y la fe en un Poder Superior le dijo a mi familia que vigilara y esperara.

Mi primera llamada a A.A. fue para que me mandaran alguna literatura. Cuando llegó, devoré cada una de las palabras y continué bebiendo. Finalmente llamé otra vez a A.A. Me daba miedo llamar a casa y pedí que me internaran en una institución, no obstante que estaba convencida de mi insanidad; ninguna persona sana continúa bebiendo si ella misma no quiere hacerlo.

Por cerca de tres meses asistí a las reuniones cuatro veces a la semana. Recompensante como lo es cualquier encuentro con el programa, aún parecía ser un saco sin fondo en lo que respeta a adquirir la serenidad por la que rezaba tan a menudo (durante este tiempo, nunca se me mencionó el Libro Grande). Una noche encontrándome con el ánimo muy bajo, me serví el trago. Parecía como si fuera alguien distinto quien actuaba en mi lugar. Dejé caer el vaso.

Cuando me serví otro trago, me di cuenta de que estaba rezando pidiendo ayuda. El segundo vaso también se me cayó y se destrozó como lo había hecho el primero. Con decisión me serví otro, lo sostuve con ambas manos y me lo bebí de una vez. De pronto, vi claramente que esto no era lo que quería.

El miedo me estremeció, corrí al teléfono y temblorosa marque el número de una nueva amiga de A.A. Vino enseguida y se estuvo gran parte de la noche conmigo. Discutimos el Paso Uno, y me sentí como en mi propia casa con lo que este dice. Cundo llegamos al Paso Dos admití encontrarme con una completa confusión. Ya avanzada la noche me dejó con esas 575 páginas de inspiración llamadas Libro Grande.

Me senté y me puse a leer enseguida. Al llegar al capítulo cuarto, la palabra "esperanza" saltó fuera de la página con la luminosidad de un anuncio de neón. Leí y releí las frases hasta que me di cuenta que la risa y las lágrimas se me entremezclaban y que ya no estaba sentada, sino dándole vueltas al cuarto como una loca. Sentía como si un gran peso me hubiera sido quitado de los hombros. Por primera vez empecé a entender que no podía beber como otras gentes, que no era como otras gentes y que ya no tenía que tratar de ser como ellas. Me sentí como Scrooge en otro clásico de Dickens, "Canción de navidad", cuando se despierta y descubre que, después de todo, no se ha perdido la Navidad. Baila, llora, ríe a gritos, tal como yo estaba haciendo. Scrooge y yo hemos vuelto a nacer para vivir la vida que nunca habíamos soñado.

La cresta de esta experiencia duró varias horas. Cuando me dormí exhausta, fue con el convencimiento de que por fin había comenzado mi adaptación a la vida, como una alcohólica. Desde ese momento, las cosas parecieron cambiar desde adentro.

Gradualmente, pude reconocer cuando me dejaba ir de acuerdo a mi propio modo de ser, y así podía frenarme y rectificar el camino, para que "Tú voluntad y no la mía" llegará a ser algo más que meras palabras. Ha habido muchas veces que me ha sido difícil recordar este revelación; pero poco a poco, parece más fácil cada día. Mi caminar ha sido de dos pasos adelante, en vez de un retroceso total. Los días son así demasiado cortos, y rara vez insípidos. Cada día es un nuevo reto para permanecer sobria y continuar caminando derecho hacia adelante.
Charleston, West Virginia.

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