De todo lo que nos ha sucedido en la vida y de todas nuestras experiencias y encuentros, hemos sacado conclusiones acerca de la vida y de cómo hacerla funcionar. Sacamos nuestras conclusiones para protegernos y para proveernos. Como un albañil construyendo una casa, construimos nuestras creencias ladrillo por ladrillo. Sacamos esos ladrillos de nuestra acumulación de conclusiones. Recurrimos a nuestras experiencias para determinar cómo funciona el mundo, quienes somos en el mundo, cómo evitar el dolor, cuándo promovernos y mucho más.
Guardamos todos estos momentos y las conclusiones que sacamos de ellos en un lugar precioso, llamado el corazón.
El corazón de un hombre está ligado a su sistema de creencias sin importar su condición. Ya sea que esté vivo en Cristo o espiritualmente muerto, el corazón siempre corre el riesgo de ser cedido y herido.
Con razón dos reinos, el de la luz y el de la oscuridad, se disputan un bien tan preciado y vital. ¿Es de extrañar que el corazón de los hombres necesite una renovación constante? En lo íntimo, en el núcleo de nuestro corazón, albergamos las actitudes, creencias y conclusiones que han sido formadas por nuestras experiencias. Éstas necesitan la intervención de Dios porque salimos heridos, lastimados en el núcleo de nuestro ser o nos extraviamos en la Narrativa Épica.
Con justa razón las Escrituras nos dicen lo siguiente:
“Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente de la vida”. – Proverbios 4:23 RVC
Lo que cada hombre ha dejado indefenso y descuidado por gran parte de su vida ahora necesita que le ponga atención con la ayuda de Dios . Allí hay cosas que están creciendo y dando vueltas que han sido descuidadas por demasiado tiempo. Hay una solución para la vida farsante del que todos sufrimos. Existe otro tipo de vida, otra manera de vivir y es casi demasiado buena para ser cierta. Casi.
Es la vida de un hijo de Dios, un hijo amado, que sabe cómo combatir y sabe cómo descansar. Uno que sabe cómo ser amado y con tiempo, aprende cómo amar. El día en el que se invita a un hombre a ver las cosas que se necesitan avivar en su interior, para luego presentarlos ante Dios y que Él los trate y los sane, solo es otro gran día de muchos en el entrenamiento del reino.
Fue Francisco de Asís que dijo:
“Superior a toda la gracia y dones que Cristo les da a sus amados está el poder de superarse a sí mismo”.
Esto significa superar nuestro ser impostor, para ser preciso son las facetas externas de un hombre que confunde con su verdadera identidad, tanto lo bueno como lo arruinado y pecaminoso. Los cambios comenzaron en mi vida cuando comencé a observar mi ser impostor. Los cambios continuaron cuando permití que mi ser verdadero, mi identidad auténtica en Cristo, superara a mi ser impostor. Los cambios fueron necesarios.
¡Darme cuenta de lo que debía superar fue un enorme paso hacia la superación!
Algunas cosas se necesitaban desaprender.
Uno de los primeros pasos en nuestro entrenamiento consiste en rastrear lo que ha sucedido en nuestra historia. Si queremos ser verdaderamente libres, requiere que nos enfoquemos y pongamos atención en lo que hemos aprendido a lo largo de la vida y que entendemos como nos hemos convertido en la persona que somos. En las primeras etapas de entrenamiento, visitar a Dios con frecuencia para explorar nuestra historia personal es lo habitual para derribar el ser impostor y convertirnos en verdaderos hombres.
Puedes empezar ahora. Toma un momento, agarra papel y un lápiz o siéntate a la computadora y en tu tiempo a sola con Dios, pregúntale lo siguiente:
Padre, ¿quién envió los mensajes y la información que sirvieron para formar creencias en mi corazón?
Jesús, ¿qué me sucedió que me trajo desánimo?
Espíritu Santo, a lo largo de mi vida, ¿quién me causó dolor, culpa, temor o vergüenza?
¿Cuándo?
¿Dónde?
Encuentra con Dios respuestas a estas preguntas y encontrarás a tu ser impostor, lo cual es controlada por el enemigo de tu corazón y se opone a tu vida con Dios.
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