jueves, 21 de marzo de 2019

¿Se Cree Usted Diferente? (Parte 2)

Me llamo Gloria y soy alcohólica (negra) 

Hace poco tiempo, tuve una cita con una amiga de A.A. en una reunión muy concurrida. En cuanto llegó, caminó directamente a través de la muchedumbre hasta donde yo me encontraba. La sala estaba llena de gente y me sorprendió que ella me viera tan rápidamente. Cuando le pregunté al respecto, me dijo simplemente que me había reconocido inmediatamente, sin más detalle. Tuvo que pasar una hora antes de que me diera cuenta repentinamente —en mitad de la reunión— del porqué.
Me reconoció porque yo era una de las tres negras presentes en aquella sala atestada de gente. Con mi piel negra y mi peinado afro — ¡y me preguntaba cómo me había podido reconocer tan rápidamente! Puede que esta historia no te parezca gran cosa — pero para mí significa algo fantástico. Cuando llegué por primera vez a A.A., hace unos 14 años, me encontré en un grupo de gente en su mayor parte blanca, y en aquel entonces me sentía verdaderamente distinta.
No tenía problema mientras estábamos hablando de mantenernos sobrios, pero cuando comenzaban a hablar sobre qué peluquero las peinaba o algo así, me sentía totalmente perdida. Recuerdo una reunión en donde la primera dama dijo que se había ido a Europa y vendido algunas acciones durante una laguna mental, y la segunda dijo que había pasado un día horrible, por haber extraviado sus entradas para un concierto de la sinfónica.
Me pregunté si me había equivocado de lugar. Tomé mi primer trago cuando tenía 15 años. Un hombre me dijo que me daría dos dólares si le preparaba el desayuno, y lo hice. Entonces me dio un poco de whisky. Me hizo sentir muy bien. Hasta entonces, siempre me había sentido muy mal, incómoda con la gente que me rodeaba. Bueno, pues, muy pronto descubrí que el hombre quería algo más que un desayuno.
Me escapé del apuro, pero llevando conmigo un sabor que me acompañaría durante muchos años. En mi hogar había sido bastante infeliz. Era una casa tranquila. Nadie bebía mucho, y mis padres eran muy religiosos. Tenía una hermana que, según decían todos, era más linda que yo; y recuerdo que me ponía enferma a propósito, para que mi madre me prestara atención.
Pero cuando tenía la botella conmigo, cuando estaba bebiendo, me sentía buena, hermosa y amada — al menos por un rato. Seguía haciéndolo, a pesar de ponerme enferma casi siempre que bebía. Al poco tiempo, me convencí de que necesitaba el alcohol para funcionar. Estaba segura de que la bebida me ayudaba a escribir a máquina más rápidamente. Durante los descansos para tomar café, me iba furtivamente de la oficina a tomarme un cóctel — esto pronto lo cambié por un cuarto de litro.

Cada fin de semana me cogía una borrachera, y el domingo por la noche me encontraba tirada en el suelo, sin sentido. Un día, por fin, no pude más. Llamé a una muchacha blanca que trabajaba en mi oficina y que una vez me había mostrado un folleto de A.A., después de haberme descubierto vomitando en el servicio.
Desde aquel momento, la había odiado pero llegó finalmente el día en que estuve lista para empezar a aprender a no beber. Me dijo dónde se reunía su grupo y que si quería asistir, podríamos citarnos en la reunión. Le dije que sí, pero cuando me enteré de que tenía lugar en el sótano de una iglesia, casi cambié de idea.
Hacía mucho tiempo que no había estado en una iglesia, y me imaginaba que cualquier grupo que se reuniera en el sótano de una iglesia tendría que ser desastroso. Pero estaba gravemente enferma. Hacía tres días que no había podido comer más que un consomé; al llegar el día de la reunión logré tragar un poco de sopa de pollo. Así es que fui. ¿A dónde más podía dirigirme? Como ya he dicho, A.A. me atrajo inmediatamente; no obstante, durante un tiempo me sentí “diferente”.

Aunque la mayoría de los miembros del grupo eran blancos, no me hizo sentir mucho mejor el asistir a una reunión de un grupo compuesto principalmente de gente negra. Me parece que lo que pasaba era que me encontraba incómoda sin el alcohol, como dije antes. Nunca me sentí a gusto conmigo misma. Y eso tal vez explique por qué me entregué tan rápidamente a la bebida.

Por fin conseguí una madrina, y desde aquel momento las cosas han ido mejorando. Me parece que nosotros los A.A., llevamos nuestros paraguas con los que protegemos a nuestros vecinos cuando la lluvia parece estar cayendo con algo más de intensidad sobre sus cabezas — sin importar el color de nuestra piel.
Mi amiga más íntima hoy en día es una muchacha blanca, una A.A. que viene de una familia adinerada. Tenía una institutriz, y su madre se iba de la casa para jugar a las cartas o algo así.
Mi madre siempre se iba a trabajar, o a su iglesia; no obstante, mi amiga y yo teníamos siempre la misma sensación de no ser amadas. Aunque ella tuviera mil juguetes, y yo sólo una muñeca, todo se reducía a esa misma sensación. Hoy mi amiga ve y siente las cosas exactamente como yo. Dice lo que estoy pensando, y viceversa. Ambas nos encontramos más cómodas la una con la otra, que con nuestras respectivas familias.

Hoy participo en los grupos de A.A. Apenas noto si la mayoría de los miembros son blancos o negros, o si se dividen en partes iguales. Son simplemente A.A. Para mí, es importante mezclarme. Creo que, si no lo hiciera, siempre me sentiría diferente, sin importar dónde estuviera. Creo que hay algo en el programa de A.A. que deja atrás las diferencias de las que antes me preocupaba.

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