Señor mío y Dios mío, qué bueno es darte gracias por todas tus acciones, por tu gran misericordia y por todas tus obras que me llenan de profunda alegría y paz; gracias, Señor, por esta mañana que es un regalo extraordinario; gloria a tu nombre porque puedo ver a los míos, porque tengo este momento para decirte cuánto me amas; empezar la mañana adorando tu nombre me llena de gozo.
Gracias, porque no me desamparas en ningún momento; cuando me siento débil y sin fuerzas eres Tú quien llega a mi defensa y con palabras tiernas habladas al oído me fortaleces; por eso digo como el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién puedo temer? Amparo de mi vida es el Señor ¿por quién he de temblar? Cuando los malos contra mí se lanzan, ellos, mis enemigos y contrarios, resbalan y sucumben”. Sal 27,12.
Permíteme, Señor, recordar tus palabras, tus promesas y tus bendiciones. Por eso, que cada latido de mi corazón sea una alabanza para Ti. Amén.