“Yo era una típica ama de casa borracha
de aspiraciones burguesas.”
Me llamo Dorotea y soy alcohólica. Tenía 65 años cuando llegué a A.A. — algo más tarde que la mayoría de los novatos — después de decidir que tenía que dejar de beber o iba a terminar mis años dorados como una madre y abuela borracha.
Yo era una típica ama de casa borracha de aspiraciones burguesas. El alcohol debía de haber estado interfiriendo en mi vida y causándome problemas desde hacía muchos años; no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta unos cinco años antes de llegar a la Comunidad de A.A.
Tuve que hacer tres intentos para lograr mi sobriedad en A.A.; la tercera vez, no tenía alternativano me quedaban muchos años para ponerme sobria, Me crié en un hogar alcohólico. Mi padre bebía mucho y de golpe y en esto yo me parecía a él. No era uno de los que podían sentarse y beber su whisky a sorbitos, como mi madre.
Al llegar a la edad de 16 años, ya había dejado la escuela, y estaba casada con un hombre doce años mayor que yo. En aquellos tiempos, llevábamos una buena vida. No bebía porque no teníamos bebidas alcohólicas. Era simple.
Después de tres años de matrimonio, perdí a mi primer hijo, y pasaron cuatro años antes de que tuviéramos a nuestro hijo Juan. La primera vez que me puse borracha y enferma, fue justo antes de que Juan naciera. Salimos con unos parientes y me emborraché bebiendo cerveza, me subí encima de una mesa y canté y bailé como una tonta. De camino a casa no dejaba de vomitar. Mi marido se reía.
Nuestra hija Linda nació en 1937. Durante los años de la guerra, nos divertíamos mucho y yo estaba segura de poder dejar de beber cuando lo deseara. Me puse violentamente borracha otra vez, y empecé a sufrir resacas.
No puedo decir exactamente cuándo crucé la línea, ni tampoco recuerdo cuando comencé a beber furtivamente. Mi marido era un bebedor social que podía tomarse un trago y echarse a dormir. La idea que él tenía de un trago era un dedo de whisky escocés con un vaso de soda. No me podía imaginar beber de esta forma.
Después de nacer nuestro tercer hijo, solía volver a casa de mi trabajo en unos grandes almacenes y tomar un vaso de Metre cal, una bebida dietética de la época. Eso era un esfuerzo para luchar contra la gordura (lucha que todavía mantengo), pero añadía un poco de alcohol. Estaba experimentando muchas dificultades, pero no lo quería admitir.
Con el tiempo, nos mudamos, y la primera cosa que averigüé fue dónde se encontraba la tienda de licores. Nuestros dos hijos mayores eran muy cabales; hacían lo que debían de hacer y tenían la cabeza en su sitio. Puede que mi beber afectara más a mi hijo menor, David. El empezó a tomar drogas, y eso me dio un buen pretexto. Nuestro hijo estaba tan enfermo como yo, y mi marido se encontró atrapado entre nosotros durante 19 infernales años.
David resultó ser otro tipo de mensajero. Asistía a una clínica de methadone, donde conoció a una mujer que era miembro de A.A. Aquí estaba este drogadicto diciéndole a su madre que debía hablar con una señora alcohólica recuperada. Así que cogí el autobús y fui al centro en donde estaba Lerisa y hablé con ella. Me dio una copia del Libro Grande. Esa misma noche, ella
y su madrina me llevaron a mi primera reunión de A.A.
Todo eso ocurrió cinco años antes de que estuviera lista para dejar de beber. Parecía que estaba lista para escuchar, pero no para hacer el trabajo. Solía volver a casa después de las reuniones y ponerme a beber.
Aunque me llevó mucho tiempo reconocerlo, la evidencia era bastante obvia. Bebía diariamente, y sabía que tenía un problema grande. Una noche, después de mis primeros peregrinajes por las reuniones de A.A., al salir a cenar con mi marido, me fui tambaleando hasta el coche, y le dije, “Tengo que ir a un centro de tratamiento.” Se dispuso todo para que
así lo hiciera. No recuerdo mucho lo que pasó. Sólo sabía que tenía que ir.
Un problema que tenía, y con el que no quise enfrentarme, era que estaba avergonzada por ser la más vieja. Había jóvenes de 14 y 15 años de edad, y muchas mujeres en sus treinta y cuarenta. Otra cosa me chocó: me dijeron que mi hija había respondido a una llamada del centro y les había dicho que su padre necesitaba alguien con quien hablar. Esa fue la primera vez en que me percaté de que él estaba sufriendo. Me lastimó mucho, y resolví hacer un esfuerzo para lograr la sobriedad.
Dada de alta del centro, volví a asistir a las reuniones de A.A. y encontré que nadie me estaba prestando atención. Me mantuve sobria durante un año, pero tenía todavía la sensación de no pertenecer.
Me decía que todos me estaban mirando a mí, una viejecita tan amable. Me sentía muy desgraciada; ellos no sabían nada de mí, porque yo no estaba dispuesta a decirles nada. Yo era una sabelotodo que iba alejándose poco a poco.
No pasó mucho tiempo antes de que tomara un trago. Me sentí mal, pero enseguida llamé a dos A.A. que vinieron a mi casa y me llevaron a una reunión.
Luego fui sola a una reunión. Ahora tengo un grupo base, donde puedo recordar mi último trago.
Cuando llegué a la Comunidad para quedarme por fin, me sentí fuera de lugar con mi pelo canoso. Yo era mayor que casi todos los demás y aquellos que se acercaban a mi edad, habían sido miembros de la Comunidad desde hacía muchos años. Así que me sentía como una muchacha de diez años en un jardín de infancia.
Me llevó tiempo entender que tendría que dar si quería sobrevivir en el programa. Tenemos un grupo de A.A. sólido, en donde nos apoyamos, unos a otros, y donde puedo pasar tiempo con amigas en sus cincuenta; aunque tengo 72 cumplidos, me encuentro al mismo nivel. Empecé a sentirme como una verdadera participante cuando comencé a servir como secretaria de mi grupo. Me ha gustado ser Representante de Servicios Generales, y asistir a las asambleas y convenciones de A.A. Me es importante no sentarme con los brazos cruzados, sino hacer algo — y el trabajo de servicio de A.A. me da esta oportunidad. A través del servicio, he conocido a mucha gente maravillosa. Mi
Vida social también es muy completa — miel sobre hojuelas — y me gustaría que otra mucha gente pudiera tener lo que tengo yo. Mis amigos de A.A. me quieren por ser la persona que soy, con mi pelo canoso y todo. Mi familia me
quiere, y mi hija es también mi amiga. Mis nietos saben que soy una alcohólica y procuran que su abuelita tenga su soda o su agua con hielo. Al principio, me preocupaba que lo supieran, hasta que me di cuenta de que yo no quería ser una madre o una abuela borracha. Ahora soy bisabuela, y, de alguna forma, ser una bisabuela borracha habría sido peor. Y considero una bendición que la familia me confíe el cuidado del biznieto.
Mi marido murió hace tres años. Mi amiga de A.A.
Felicia perdió a su hijo un día después de que murió mi esposo y nos encontramos en la funeraria. Era para las dos un momento triste. Cuando dos personas pueden llorar juntas y abrazarse una a otra, son amigas íntimas.
El programa y la Comunidad están aquí para ti también. Si no puedes asistir a una reunión por ti misma, los miembros te llevarán. Es una manera estupenda de encontrar el amor y la sobriedad, y yo no volveré nunca a sentirme sola. Los años dorados son verdaderamente de oro — sin mancha alguna.
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