“Era insaciable, vacía adentro, buscando la felicidad en el fondo de la botella.”
Mi nombre es María y soy alcohólica. Gracias a Alcohólicos Anónimos y por la gracia de Dios no he tenido que tomar un trago de alcohol en 21 años.
Bebí por primera vez el día en que cumplí 16 años de edad, que por casualidad fue el mismo día en que me casé. Inmediatamente me gustaron los efectos que el alcohol producía en mí. Por naturaleza, soy una persona tímida y callada; no obstante, el alcohol me dejaba hacer cosas que no me podía imaginar hacer cuando estaba sobria.
Por haberme criado en un barrio integrado de Queens, Nueva York, no me di realmente cuenta de que era una mujer negra, hasta que me trasladé a Chicago. No era un hecho que pudiera cambiar, y sólo hizo que me sintiera más resuelta a ser alguien.
Bebí solamente durante cinco años, pero al echar una mirada en retrospectiva, es aparente que bebía alcohólicamente desde el mismo principio. Cuando bebía, otra personalidad asumía su dominio sobre mí — una personalidad que no me caía bien. Tengo tres hijos. Uno nació durante las últimas etapas de mi enfermedad, y hoy, me parece, se nota la diferencia en su personalidad.
Durante mis años de bebedora, era infiel a mi marido. Le echaba la culpa de mi infelicidad a él, o al hecho de que era demasiado joven cuando me casé.
Era insaciable, vacía adentro, buscando la felicidad en el fondo de la botella.
No frecuentaba los bares. La mayoría de las veces, bebía en casa. El trabajo de mi marido le requería ausentarse a menudo de la ciudad. Esperaba unos treinta minutos después de que él salía de la casa, y luego me dirigía al almacén de licores, compraba mi suministro, me volvía a casa y bebía sin tregua hasta perder el conocimiento. Me hundía en lo que más tarde aprendería a reconocer como “una racha de autocompasión,” llamaba a mis amigos para invitarles a una fiesta. Sin embargo, al poco rato, estos sentimientos se convertían en remordimientos y culpabilidad. No tenía ni siquiera la sospecha de que era alcohólica. No sabía lo que significaba ser alcohólica.
Creía que mi marido causaba todos mis problemas, y decidí divorciarme.
Una tarde, sentada en el sillón escuchando la radio o mirando la TV, no puedo recordar el qué, oí una voz que decía, “Si tienes un problema con la bebida, llama a este número.” Me habían dicho que bebía en demasía — ¿Por qué no llamar? Si el locutor hubiera dicho, “Si eres un alcohólico…”, nunca habría telefoneado. Por curiosidad, telefoneé. Una mujer muy amable me preguntó si necesitaba ayuda para un problema con la bebida; me preguntó si podía mantenerme sobria durante 24 horas, y le respondí que no. Me dijo que cualquier persona podía mantenerse sobria durante 24 horas. Me sentí ofendida y colgué.
Yo también era una de esas “alcohólicas lloronas”, así que naturalmente volví a llorar. Al día siguiente, me desperté, empecé a beber y me acordé de haber llamado a A.A. el día anterior y me decidí a llamar otra vez. Hablé con la misma mujer, me propuso hacer que alguien me llamara y me llevara a una reunión. Rehusé ir, colgué, lloré y volví a beber.
Llamé otra vez, y le pedí que me enviara a alguna información. Lo hizo, la leí, le llamé de nuevo y me dijo dónde se efectuaba la reunión. Era una reunión abierta. Pedí a una vecina que me acompañara esa noche. Un señor estaba hablando. No recuerdo nada de lo que se dijo, excepto que una mujer me dio un “paquete de principiantes” que contenía nombres, y me pidió que llamara a alguien antes de tomar la próxima copa. También me dijo que siguiera viniendo.
Esto ocurrió hace 21 años. Siempre he creído en Dios. En A.A. lo llamamos un Poder Superior, y por eso me era fácil aceptar este aspecto del programa.
Me dijeron que pidiera la ayuda de mi Poder Superior cada mañana y que le diera gracias cada noche. En A.A. existen solamente sugerencias, no reglas, y esto me conviene. Me parecía que siempre me habían dicho lo que tenía que hacer, y esto, para mí, no funcionaba bien.
Hoy asisto a las reuniones para recordarme a mí misma que, a pesar de haber mantenido mi sobriedad durante algunos años, sólo un trago me separa de la próxima borrachera. Alcohólicos Anónimos me ha deparado la posibilidad de reanudar mis estudios, algo que siempre he deseado hacer. En un plazo de algunos meses, me otorgarán mi título superior en sicología. Cosas así sólo pueden ocurrir en A.A. Los instrumentos se encuentran disponibles allí; no tenía que hacer más que mantenerme sobria y utilizarlos.
Hoy, como consecuencia del programa de A.A., he vuelto a ser responsable. Tengo un buen trabajo que me permite compartir una parte de mí misma tanto con los alcohólicos recuperados como con los que aún están sufriendo. Para mí sigue funcionando — un día a la vez.
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