Señor mío y Dios mío, te alabo y te bendigo porque eres misericordioso, porque a pesar de mis fallas, Tú no escatimas en amarme.
Mi corazón siente alegría al saber que Tú siempre estás dispuesto a recibirme como aquel padre misericordioso del que nos habla el Evangelio, aquel que a pesar de que su hijo se marchó de casa, no dudo en recibirlo de nuevo con los brazos abiertos y con puro amor.
Gracias porque Tú también me has recibido así muchas veces, porque siempre que me he dejado llevar por mis propios deseos y he terminado mal, he podido volver a tus brazos y he sido recibido con un abrazo.
Te quiero pedir que me regales la fuerza para no apartarme de Ti, no permitas que me acostumbre a vivir en el pecado, con la excusa de que Tú me perdonas todo.
Antes bien, regálame la fuerza para no pecar, para buscar agradarte siempre y vivir haciendo tu voluntad. Bendito seas por siempre, Señor.
Amén.