Eran como
las 6 de la tarde. El timbre de la casa de la señora X sonó como si no quisiera
haber sonado. la dueña acudió a abrir, sin estar muy segura de que alguien
hubiera llamado.
Pero sí.
Era aquel hombre, ya mayor, con aquellos rasgos marcadamente indígenas,
que ya otras veces había pasado ofreciendo las cobijas de lana que, dobladas
unas sobre otras, traía sobre el hombro.
- no me
compras una cobija? -pregunto-, son de pura lana, pal invierno.
- fíjate
que ahora no puedo. La vez pasada te compré 3. Deberías que ahora no tengo
dinero, respondió la señora X.
- Ándale,
ya se me hizo de noche y no he podido vender ninguno, Yo estoy más fregado que
tú. Mira, ni siquiera traigo para echarme un taco. ¿Qué te cuesta?
- me da
mucha pena, pero ahorita no tengo con qué. Pero de comer si puedo darte algo.
Pásale.
- mejor
aquí te espero
- no.
Pásale y así por lo menos descansas un poco.
- la
señora X logro, no sin insistir dos o tres veces, que el hombre pasará a la
mesa de la cocina y de Jara sobre una silla su alteró de cobijas.
Mientras
buscaba algo en el refrigerador que poder para prepararle y luego ponía a
calentar un poco de sopa y le freía un bistec, le preguntó:
- ¿Y,
desde dónde vienes?
- aquí
nomás de Gualupita, cerca de Santiago Tianguistengo, en el Estado de México
- ¿Tú haces
las cobijas o las compras para revenderlas?
- No, los
las dejemos mi esposa y yo y una hija. Cuando ya tenemos unas cuantas, me vengo
a venderlas aquí, a México.
- y aquí
en México, ¿dónde duermes o qué?
- ya que
me agarra la noche, me voy para la terminal de autobuses y ahí duermo. y al
otro día me vengo de nuevo a recorrer las calles. y así hasta que acabó y me
puedo regresar al pueblo con algunos centavos.
Mientras
el hombre tomaba la sopa y se comía la carne, la señora X repasaba mentalmente
todos aquellos datos y comprendía de una manera más clara aquello de "Yo
estoy más fregado que tú" y decidió comprarle por lo menos una cobija con
parte del dinero que tenía destinado al gasto de la semana.
Cuando el
hombre se despidió, le dijo:
- De
veras que es un alivio tocar en tu puerta. Tú siempre me hables y me das de
comer. En otras casas ni te abren o te gritan desde la ventana y a nadie le
importa ni quién eres ni como vives.
En el
corazón de la señora x, como la mejor música que hubiera escuchado en su vida,
quedaron resonando aquellas palabras: "es un alivio tocar en tu
puerta".
Palabras
estás que todos podemos escuchar, porque a todos se nos presenta en el día
muchas oportunidades para poder hacerle sentir a nuestros hermanos más
necesitados y ese "alivió".
Navidad
es la fiesta del Dios que vino a tocar a nuestra puerta y que muchos no
recibieron. La historia de las "posadas" es la historia de una serie
de puertas que no se abrieron, y que no dejaron sentir a los santos peregrinos
"el alivio" que era llamar a ellas.
Esta
Navidad Dios llama también a nuestras puertas, pero disfrazado de mendigo, de
vendedor de cobijas, de ama de casa con varios hijos, qué tiene que vender
"yakules" de puerta en puerta... Hombres y mujeres a quienes, en
nombre de Cristo, podemos darles "el alivio" por lo menos de
tratarlos como hermanos y de interesarnos por ellos.
Que todos
tengamos, así, una Navidad feliz, como "es un alivio tocar en tu
puerta" tintineándonos en el corazón.
Rafael Moya García